Anuncio

Collapse
No announcement yet.

Una vida hecha poesía... Mario Benedetti

Collapse
X
 
  • Filter
  • Hora
  • Show
Clear All
new posts

  • Una vida hecha poesía... Mario Benedetti


    Una mujer en lo oscuro


    Una mujer desnuda y en lo oscuro
    tiene una claridad que nos alumbra
    de modo que si ocurre un desconsuelo
    un apagón o una noche sin luna
    es conveniente y hasta imprescindible
    tener a mano una mujer desnuda.

    Una mujer desnuda y en lo oscuro
    genera un resplandor que da confianza
    entonces dominguea el almanaque
    vibran en su rincón las telarañas
    y los ojos felices y felinos
    miran y de mirar nunca se cansan.

    Una mujer desnuda y en lo oscuro
    es una vocación para las manos
    para los labios es casi un destino
    y para el corazón un despilfarro
    una mujer desnuda es un enigma
    y siempre es una fiesta descifrarlo.

    Una mujer desnuda y en lo oscuro
    genera una luz propia y nos enciende
    el cielo raso se convierte en cielo
    y es una gloria no ser inocente
    una mujer querida o vislumbrada
    desbarata por una vez la muerte





    Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

  • #2
    Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti


    Amor de tarde

    Es una lástima que no estés conmigo
    cuando miro el reloj y son las cuatro
    y acabo la planilla y pienso diez minutos
    y estiro las piernas como todas las tardes
    y hago así con los hombros para aflojar la espalda
    y me doblo los dedos y les saco mentiras.

    Es una lástima que no estés conmigo
    cuando miro el reloj y son las cinco
    y soy una manija que calcula intereses
    o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
    o un oído que escucha como ladra el teléfono
    o un tipo que hace números y les saca verdades.

    Es una lástima que no estés conmigo
    cuando miro el reloj y son las seis.
    Podrías acercarte de sorpresa
    y decirme "¿Qué tal?" y quedaríamos
    yo con la mancha roja de tus labios
    tú con el tizne azul de mi carbónico.





    Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

    Comment


    • #3
      Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti



      Te quiero
      Tus manos son mi caricia
      mis acordes cotidianos
      te quiero porque tus manos
      trabajan por la justicia
      si te quiero es porque sos
      mi amor mi cómplice y todo
      y en la calle codo a codo
      somos mucho más que dos
      tus ojos son mi conjuro
      contra la mala jornada
      te quiero por tu mirada
      que mira y siembra futuro
      tu boca que es tuya y mía
      tu boca no se equivoca
      te quiero porque tu boca
      sabe gritar rebeldía
      si te quiero es porque sos
      mi amor mi cómplice y todo
      y en la calle codo a codo
      somos mucho más que dos
      y por tu rostro sincero
      y tu paso vagabundo
      y tu llanto por el mundo
      porque sos pueblo te quiero
      y porque amor no es aureola
      ni cándida moraleja
      y porque somos pareja
      que sabe que no está sola
      te quiero en mi paraíso
      es decir que en mi país
      la gente vive feliz
      aunque no tenga permiso
      si te quiero es porque sos
      mi amor mi ccómplice y todo
      y en la calle codo a codo
      somos mucho mas que dos.



      Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

      Comment


      • #4
        Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti

        El Mar


        ¿Qué es en definitiva el mar?
        ¿por qué seduce? ¿por qué tienta?
        suele invadirnos como un dogma
        y nos obliga a ser orilla

        nadar es una forma de abrazarlo
        de pedirle otra vez revelaciones
        pero los golpes de agua no son magia
        hay olas tenebrosas que anegan la osadía
        y neblinas que todo lo confunden

        el mar es una alianza o un sarcófago
        del infinito trae mensajes ilegibles
        y estampas ignoradas del abismo
        trasmite a veces una turbadora
        tensa y elemental melancolía

        el mar no se avergüenza de sus náufragos
        carece totalmente de conciencia
        y sin embargo atrae tienta llama
        lame los territorios del suicida
        y cuenta historias de final oscuro

        ¿qué es en definitiva el mar?
        ¿Por qué fascina? ¿por qué tienta?
        es menos que un azar / una zozobra /
        un argumento contra dios / seduce
        por ser tan extranjero y tan nosotros
        tan hecho a la medida
        de nuestra sinrazón y nuestro olvido

        es probable que nunca haya respuesta
        pero igual seguiremos preguntando
        ¿qué es por ventura el mar?
        ¿por qué fascina el mar? ¿qué significa
        ese enigma que queda
        más acá y más allá del horizonte?





        Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

        Comment


        • #5
          Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti

          Tormenta


          Un perro ladra en la tormenta
          y su aullido me alcanza entre relámpagos
          y al son de los postigos en la lluvia
          yo sé lo qu convoca noche adentro
          esa clamante voz en la casona
          tal vez deshabitada

          dice sumariamente el desconcierto
          la soledad sin vueltas
          un miedo irracional que no se aviene
          a enmudecer en paz

          y tanto lo comprendo
          a oscuras / sin mi sombra
          incrustado en mi pánico
          pobre anfitrión sin huéspedes

          que me pongo a ladrar en la tormenta.





          Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

          Comment


          • #6
            Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti



            Todavía

            No lo creo todavía
            estás llegando a mi lado
            y la noche es un puñado
            de estrellas y de alegría
            palpo gusto escucho y veo
            tu rostro tu paso largo
            tus manos y sin embargo
            todavía no lo creo
            tu regreso tiene tanto
            que ver contigo y conmigo
            que por cábala lo digo
            y por las dudas lo canto
            nadie nunca te reemplaza
            y las cosas más triviales
            se vuelven fundamentales
            porque estás llegando a casa
            sin embargo todavía dudo
            de esta buena suerte
            porque el cielo de tenerte
            me parece fantasía
            pero venís y es seguro
            y venís con tu mirada
            y por eso tu llegada
            hace mágico el futuro
            y aunque no siempre he entendido
            mis culpa y mis fracasos
            en cambio sé que en tus brazos
            el mundo tiene sentido
            y si beso la osadía
            y el misterio de tus labios
            no habrá dudas ni resabios
            te querré más
            todavía.






            Lorena Figueroa
            De sangre azul y oro
            Last edited by Lorena Figueroa; 20-octubre-2010, 15:23.
            Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

            Comment


            • #7
              Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti


              Corazón Coraza

              Porque te tengo y no
              Porque te pienso
              Porque la noche está de ojos abiertos
              Porque la noche pasa y digo amor
              Porque has venido a recoger tu imagen
              Y eres mejor que todas tus imágenes
              Porque eres linda desde el pie hasta el alma
              Porque eres buena desde el alma a mí
              Porque te escondes dulce en el orgullo
              Pequeña y dulce
              Corazón coraza

              Porque eres mía
              Porque no eres mía
              Porque te miro y muero
              Y peor que muero
              Si no te tengo amor
              Si no te tengo

              Porque tú siempre estás donde quiera
              Pero existes mejor donde te quiero
              Porque tu boca es sangre
              Y tienes frío
              Tengo que amarte amor
              Tengo que amarte
              Aunque esta herida duela como dos
              Aunque te busque y no te encuentre
              Y aunque
              la noche pase y yo te tenga
              y no.

              Comment


              • #8
                Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti

                Comment


                • #9
                  Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti

                  Hagamos un trato


                  Compañera, usted sabe
                  puede contar conmigo
                  no hasta dos o hasta diez
                  sino contar conmigo

                  si alguna vez advierte
                  que la miro a los ojos
                  y una veta de amor
                  reconoce en los míos
                  no alerte sus fusiles
                  ni piense qué delirio
                  a pesar de la veta
                  o tal vez porque existe
                  usted puede contar conmigo

                  si otras veces
                  me encuentra
                  huraño sin motivo
                  no piense qué flojera
                  igual puede contar conmigo

                  pero hagamos un trato
                  yo quisiera contar con usted

                  es tan lindo
                  saber que usted existe
                  uno se siente vivo
                  y cuando digo esto
                  quiero decir contar
                  aunque sea hasta dos
                  aunque sea hasta cinco
                  no ya para que acuda
                  presurosa en mi auxilio
                  sino para saber
                  a ciencia cierta
                  que usted sabe que puede
                  contar conmigo.



                  Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

                  Comment


                  • #10
                    Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti

                    Yo no te pido
                    Yo no te pido que me bajes
                    una estrella azul
                    solo te pido que mi espacio
                    llenes con tu luz.

                    Yo no te pido que me firmes
                    diez papeles grises para amar
                    sólo te pido que tu quieras
                    las palomas que suelo mirar.

                    De lo pasado no lo voy a negar
                    el futuro algún día llegara
                    y del presente
                    que le importa a la gente
                    si es que siempre van a hablar.

                    Sigue llenando este minuto
                    de razones para respirar
                    no me complazcas no te niegues
                    no hables por hablar.

                    Yo no te pido que me bajes
                    una estrella azul
                    solo te pido que mi espacio
                    llenes con tu luz.









                    Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

                    Comment


                    • #11
                      Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti

                      Lorena Figueroa
                      De sangre azul y oro
                      Last edited by Lorena Figueroa; 22-octubre-2010, 14:35.
                      Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

                      Comment


                      • #12
                        Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti

                        http://www.youtube.com/watch?v=g5zcB_QtUx8
                        Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

                        Comment


                        • #13
                          Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti

                          Cuento/Montevideanos/Corazonada


                          Apreté dos veces el timbre y en seguida supe que me iba a quedar. Heredé de mi padre, que en paz descanse, estas corazonadas. La puerta tenía un gran barrote de bronce y pensé que iba a ser bravo sacarle lustre. Después abrieron y me atendió la ex, la que se iba. Tenía cara de caballo y cofia y delantal. «Vengo por el aviso», dije. «Ya lo sé», gruñó ella y me dejó en el zaguán, mirando las baldosas. Estudié las paredes y los zócalos, la araña de ocho bombitas y una especie de cancel.

                          Después vino la señora, impresionante. Sonrió como una Virgen, pero sólo como. «Buenos días.» «¿Su nombre?» «Celia.» «¿Celia qué?» «Celia Ramos.» Me barrió de una mirada. La pipeta. «¿Referencias?» Dije tartamudeando la primera estrofa: «Familia Suárez, Maldonado 1346, teléfono 90948. Familia Borrello, Gabriel Pereira 3252, teléfono 413723. Escribano Perrone, Larraiíaga 3362, sin teléfono.» Ningún gesto. «¿Motivos del cese?» Segunda estrofa, más tranquila: «En el primer caso, mala comida. En el segundo, el hijo mayor. En el tercero, tíabajo de mula.» «Aquí», dijo ella, «hay bastante que hacer». «Me lo imagino. » « Pero hay otra muchacha, y además mi hija y yo ayudamos. » «Sí señora. » Me estudió de nuevo. Por primera vez me di cuenta que de tanto en tanto parpadeo. «¿Edad?» «Diecinueve.» «¿Tenés novio?» «Tenía.» Subió las cejas. Aclaré por las dudas: «Un atrevido. Nos peleamos por eso.» La Vieja sonrió sin entregarse. «Así me gusta. Quiero mucho juicio. Tengo un hijo mozo, así que nada de sonrisitas ni de mover el trasero.» Mucho juicio, mi especialidad. Sí, señora. «En casa y fuera de casa. No tolero porquerías. Y nada de hijos naturales, ¿estamos?» «Sí señora. » ¡Ula Marula! Después de los tres primeros días me resigné a soportarla. Con todo, bastaba una miradita de sus ojos saltones para que se me pusieran los nervios de punta. Es que la vieja parecía verle a una hasta el hígado. No así la hija, Estercita, veinticuatro años, una pituca de oca¡ y nuni que me trataba como a otro mueble y estaba muy poco en la casa. Y menos todavía el patrón, don Celso, un bagre con lentes, más callado que el cine mudo, con cara de malandra y ropas de Yriart, a quien alguna vez encontré mirándome los senos por encima de Acción. En cambio el joven Tito, de veinte, no precisaba la excusa del diario para investigarme como cosa suya. juro que obedecí a la Señora en eso de no mover el trasero con malas intenciones. Reconozco que el mío ha andado un poco dislocado, pero la verdad es que se mueve de moto propia. Me han dicho que en Buenos Aires hay un doctor japonés que arregla eso, pero mientras tanto no es posible sofocar mi naturaleza. 0 sea que el muchacho se impresionó. Primero se le iban los ojos, después me atropellaba en el corredor del fondo. De modo que por obediencia a la Señora, y también, no voy a negarlo, porinigo misma, lo tuve que frenar unas diecisiete veces, pero cuidándome de no parecer demasiado asquerosa. Yo me entiendo. En cuanto al trabajo, la gran siete. «Hay otra muchacha» había dicho la Vieja. Es decir, había. A mediados de mes ya estaba solita para todo rubro. «Yo y mi hija ayudamos», había agregado. A ensuciar los platos, cómo no. A quién va a ayudar la vieja, vamos, con esa bruta panza de tres papadas y esa metida con los episodios. Que a mí me gustase Isolina o la Burgueño, vaya y pase y ni así, pero que a ella, que se las tira de avispada y lee Selecciones y Lifenespañol, no me lo explico ni me lo explicaré. A quién va a ayudar la niña Estercita, que se pasa reventándose los granos, jugando al tenis en Carrasco y desparramando fichas en el Parque Hotel. Yo salgo a mi padre en las corazonadas, de modo que cuando el tres de junio (fue San Cono bendito) cayó en mis manos esa foto en que Estercita se está bañando en cueros con el menor de los Gómez Taibo en no sé qué arroyo ni a mí qué me importa, en seguida la guardé porque nunca se sabe. ¡A quién van ayudar! Todo el trabajo para mí y aguantase piola. ¿Qué tiene entonces de raro que cuando Tito (el joven Tito, bah) se puso de ojos vidriosos y cada día más ligero de manos, yo le haya aplicado el sosegate y que habláramos claro? Le dije con todas las letras que yo con ésas no iba, que el único tesoro que tenemos los pobres es la honradez y basta. Él se rió muy canchero y había empezado a decirme: «Ya verás, putita», cuando apareció la señora y nos miró como a cadáveres. El idiota bajó los ojos y mutis por el foro. La Vieja puso entonces cara de al fin solos y me encajó bruta trompada en la oreja, en tanto que me trataba de comunista y de ramera. Yo le dije: «Usted a mí no me pega, ¿sabe?» y allí nomás demostró lo contrario. Peor para ella. Fue ese segundo golpe el que cambió mi vida. Me callé la boca pero se la guardé. A la noche le dije que a fin de mes me iba. Estábamos a veintitrés y yo precisaba como el pan esos siete días. Sabía que don Celso tenía guardado un papel gris en el cajón del medio de su escritorio. Yo lo había leído, porque nunca se sabe. El veintiocho a las dos de la tarde, sólo quedamos en la casa la niña Estercita y yo. Ella se fue a sestear y yo a buscar el papel gris. Era una carta de un tal Urquiza en la que le decía a mi patrón frases como ésta: «Xx xxx x xx xxxx xxx xx xxxxx».

                          La guardé en el mismo sobre que la foto y el treinta me fui a una pensión decente y barata de la calle Washington. A nadie le di mis señas, pero a un amigo de Tito no pude negárselas. La espera duró tres días. Tito apareció una noche y yo lo recibí delante de doña Cata, que desde hace unos años dirige la pensión. Él se disculpó, trajo bombones y pidió autorización para volver. No se la di. En lo que estuve bien porque desde entonces no faltó una noche. Fuimos a menudo al cine y hasta me quiso arrastrar al Parque, pero yo le apliqué el tratamiento del pudor. Una tarde quiso averiguar directamente qué era lo que yo pretendía. Allí tuve una corazonada- «No pretendo nada, porque lo que yo querría no puedo pretenderlo. »

                          Como ésta era la primera cosa amable que oía de mis labios se conmovió bastante, lo suficiente para meter la pata. «¿ Por qué? », dijo a gritos, «si ése es el motivo, te prometo que ... » Entonces como si él hubiera dicho lo que no dijo, le pregunté: «Vos sí... pero, ¿y tu familia? » «Mi familia soy yo», dijo el pobrecito.

                          Después de esa compadrada siguió viniendo y con él llegaban flores, caramelos, revistas. Pero yo no cambié. Y él lo sabía. Una tarde entró tan pálido que hasta doña Cata hizo un comentario. No era para menos. Se lo había dicho al padre. Don Celso había contestado: «Lo que faltaba. » Pero después se ablandó. Un tipo pierna. Estercita se rió como dos años, pero a mí qué me importa. En cambio la Vieja se puso verde. A Tito lo trató de idiota, a don Celso de cero a la izquierda, a Estercita de inmoral y tarada. Después dijo que nunca, nunca, nunca. Estuvo como tres horas diciendo nunca. «Está como loca», dijo el Tito, «no sé qué hacer». Pero yo sí sabía. Los sábados la Vieja está siempre sola, porque don Ceiso se va a Punta del Este, Estercita juega al tenis y Tito sale con su barrita de La Vascongada. 0 sea que a las siete me fui a un monedero y llamé al nueve siete cero tres ocho. «Hola», dijo ella. U misma voz gangosa, impresionante. Estaría con su salto de cama verde, la cara embadurnada, la toalla como turbante en la cabeza. «Habla Celia», y antes de que colgara: «No corte, señora, le interesa.» Del otro lado no dijeron ni mu. Pero escuchaban. Entonces le pregunté si estaba enterada de una carta de papel gris que don Celso guardaba en su escritorio. Silencio. «Bueno, la tengo yo.» Después le pregunté si conocía una foto en que la niña Estercita aparecía bañándose con el menor de los Gómez Taibo. Un minuto de silencio. «Bueno, también la tengo yo.» Esperé por las dudas, pero nada. Entonces dije: «Piénselo, señora» y corté. Fui yo la que corté, no ella. Se habrá quedado mascando su bronca con la cara embadurnada y la toalla en la cabeza. Bien hecho. A la semana llegó el Tito radiante, y desde la puerta gritó: « ¡La vieja afloja! ¡La vieja afloja! » Claro que afloja. Estuve por dar los hurras, pero con la emoción dejé que me besara. «No se opone pero exige que no vengas a casa. » ¿Exige? ¡las cosas que hay que oír! Bueno, el veinticinco nos casamos (hoy hace dos meses), sin cura pero con juez, en la mayor intimidad. Don Celso aportó un chequecito de mil y Estercita me mandó un telegrama que -está mal que lo diga- me hizo pensar a fondo: «No creas que salís ganando. Abrazos, Ester.»

                          En realidad, todo esto me vino a la memoria, porque ayer me encontré en la tienda con la Vieja. Estuvimos codo con codo, revolviendo saldos. De pronto me miró de refilón desde abajo del velo. Yo me hice cargo. Tenía dos caminos: o ignorarme o ponerme en vereda.

                          Creo que prefirió el segundo y para humillarme me trató de usted. «¿Qué tal, cómo le va?» Entonces tuve una corazonada y agarrándome fuerte del paraguas de nailon, le contesté tranquila: «Yo bien, ¿y usted, mamá? »
                          Lorena Figueroa
                          De sangre azul y oro
                          Last edited by Lorena Figueroa; 27-octubre-2010, 09:00.
                          Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

                          Comment


                          • #14
                            Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti

                            Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

                            Comment


                            • #15
                              Re: Una vida hecha poesía... Mario Benedetti

                              Cuentos / Geografias / Puentes como liebres

                              Parte I


                              Iremos, yo, tus ojos y yo, mientras descansas, bajo los tersos párpados vacíos a cazar puentes, puentes como liebres, por los campos del tiempo que vivimos. Pedro Salinas. Había oído mencionar su nombre, pero la primera vez que la vi fue un rato antes de subir al vapor de la carrera. Mis viejos y mis hermanas habían venido a despedirme y estaban algo conmovidos, no porque viajara a Buenos Aires a pasar una semana con mis primos sino porque a mis dieciséis años nunca había ido solo «al extranjero». Ella también estaba en la dársena pero en otro grupo, creo que con su madre y con su abuela. Entonces mamá le dijo discretamente a mi hermana mayor: «Qué linda se ha puesto la hija de Eugenia Carrasco, pensar que hace dos años era sólo una gurisa». Mamá tenía razón: yo no podía saber como lucía dos años atrás la hija de Eugenia, pero ahora en cambio era una maravilla. Delgada, con el pelo rojizo sujeto en la nuca con un moño, tenía unos rasgos delicados que me parecieron casi etéreos y en el primer momento atribuí esa visión a la neblina. Luego pude comprobar que con niebla o sin niebla, ella era así. Al igual que yo, viajaba sola. Poco después ya con el barco en movimiento, nos cruzamos en un pasillo y me miró como reconociéndome. Dijo: «¿Vos sos el hijo de Clara?», exactamente cuando yo preguntaba: «¿Vos sos la hija de Eugenia?». Nos avergonzamos al unísono, pero fue más cómodo soltar la risa. Tomé nota de que cuando reía, podía ser una picara que se hacia la inocente, o viceversa. Inmediatamente cambié mi rumbo por el suyo. Iba pensando proponerle que cenáramos juntos y ensayaba mentalmente la frase cuando nos encontramos con el restaurante, así que se lo dije. «Y mira que tengo plata». Me gustó que aceptara de entrada, sin recurrir al filtro de negativas e insistencias tan usado por los adultos en los años treinta. «Ah, pero somos algo más que el hijo de Clara y la hija de Eugenia, ¿no te parece? Yo me llamo Celina.» «Y yo Leonel». El mozo del restaurante nos tomó por hermanos. «Qué aventura», dijo ella. Estuve por decir aventura incestuosa, pero pensé que iba demasiado rápido. Entonces ella dijo «aventura incestuosa» y no tuve más remedio que ruborizarme. Ella también pero por solidaridad, estoy seguro. Me pregunto si sabía en que estaba pensando. Qué iba a saber. «Bueno, estoy pensando en la cara que pondría mi abuela si supiera que estoy cenando con un muchacho». Albricias: el muchacho era yo. Y el mozo que me preguntaba si iba a pedir el menú económico. Por supuesto. Y el mozo que preguntaba si mi hermanita también. Y ella que sí claro, «por algo somos inseparables». Se fue el mozo y dije: «Ojalá». «Ojalá qué». Me di cuenta de que había conseguido desorientarla. «Ojalá fuéramos inseparables». Ella entendió que era algo así como una declaración de amor. Y era. Cuando estabamos terminando la crema aurora, me preguntó por qué había dicho eso, y estaba seria y lindísima. Yo no estaba lindísimo pero sí estaba serio cuando imaginé que la mejor respuesta era enviarle mi mano por entre el tenedor y las copas, pero ella: «Ay no, acordáte que somos hermanitos». Hay que ver los problemas que tenían los chicos, allá por 1937, en los preámbulos del amor. Era como si todos, las madres, las tías, las madrinas, las abuelas, los siglos en fin, nos estuvieran contemplando. Entonces, con las manos muy quietas pero crispadas, le contesté por fin que le había dicho eso porque me gustaba, nada más. Y ella: «Me gusta como decís que te gusto». Ah, pero a mí me gustaba que a ella le gustara cómo decía yo que me gustaba. Sí ya sé qué pavadas. Pero a nosotros nos sonaban como clarinadas de genio, de esas que aparecen en los diccionarios de frases famosas. Cuando estabamos en el churrasco ella dijo que hasta ahora no se había enamorado, pero quién sabe. «Además, sólo tengo quince años». Y yo dieciséis. Pero quien sabe. Y desplegaba su sonrisa. Comparada con la suya, la de la Gioconda era una pobre mueca. Debo agregar que, a pesar de sus rasgos etéreos, demostró un apetito voraz. Del churrasco no quedaron ni huellas. Yo por lo menos dejé una papa, nada más que para que l mozo no pensara que éramos unos muertos de hambre. En el postre nos cantamos las vidas. En su clase había quien le tenía ojeriza porque era la única que obtenía sobresalientes en matemáticas». «A mi también me entusiasman las matemáticas». Exclamé radiante y hasta me lo creí, pero sólo era una mentira autopiadosa, ya que entonces las odiaba y todavía hoy me dura el rencor. Sus padres estaban separados, pero lo había asimilado bien. «Era mucho peor cuando estaban juntos y se insultaban a diario». Lamenté profundamente que mis padres no se hubieran divorciado, más bien estaban contentos de estar juntos. Lo lamenté porque habría sido otra coincidencia, pero la verdad es que no me atrevía modificar de ese modo la historia. «Leonel, no lo lamentes, es mucho mejor que se lleven bien, así se ocupan menos de vos. Si viven agraviándose, se quedan con una inquina espantosa y después se desquitan con uno». Tomamos café, que estaba recalentado, casi diría que repugnante, pero ni ella ni yo teníamos ganas de volver a nuestros respectivos camarotes. Celina compartía el suyo con dos viejas; yo, con tres futbolistas. Menos mal que la noche estaba espléndida. Aquí ya no había niebla y la Vía Láctea era emocionante. Estuvimos un rato mirando el agua, que golpeaba y golpeaba, pero hacía frío y decidimos sentarnos adentro, en un sofá enorme. Ella se puso un saquito porque estaba temblando, y yo, para transmitirle un poco de calor, apoyé mi largo brazo sobre sus hombros encogidos. El ruido del agua, el olor salitroso que nos envolvía y los pasillos totalmente desiertos, creaban un ambiente que me pareció cinematográfico. Era como si actuáramos dentro de una película. Nosotros, la pareja central. Estuvimos callados como media hora, pero los cuerpos se contaban historias, hacían proyectos, no querían separarse. Cuando apoyó la cabeza en mi hombro, yo balbuceé: «Celina». Movió apenas el cabello rojizo, sin mirarme, a modo de saludo. Un largo rato después, cuando yo creía que estaba dormida, dijo despacito: «Pero quién sabe». La segunda vez fue siete años más tarde. Me había quedado solo en Montevideo. Toda la familia estaba en Paysandú, con mis tíos. Yo no había podido acompañarlos porque había dejado de estudiar y trabajaba en una empresa importadora. El gerente era un inglés insoportable: o sea que estaba totalmente descartado el que yo pidiera una semana libre. El leitmotiv de su puta vida eran los repuestos para automóviles, que constituían el principal renglón de la empresa. Hablaba de pistones, pernos, válvulas de admisión y de escape, aros, cintas de freno, bujías, etc. Con una fruición casi sibarítica. Reconozco que también hablaba de golf y los sábados siempre aparecía con los benditos paños, porque al mediodía, cuando cerrábamos, se iba con el hijo al club, en Punta Carretas, y allí se hacían la farrita. Era un mediocre, un torpón y sin embargo autoritario, enquistado en un gesto definitivamente agrio que también incluía el hijo, que era flaquísimo y curiosamente se llamaba Gordon. Al viejo sólo lo vi hacer bromas y reírse en falsete cuando venía de inspección, cada tres meses, el director general, un yanqui retacón de cogote morado, nada torpe por cierto que no jugaba al golf ni entendía demasiado de pernos y bujías, pero que vigilaba el negocio como un sabueso y en el fondo despreciaba profundamente a aquel británico de medio pelo y ambición chiquita. Reconozco que esos matices los advierto ahora, a varios lustros de distancia, pero en aquel entonces no hacía distingo: adiaba ambos por igual. Mi trabajo era múltiple. Vendía accesorios en el mostrador, atendía la caja, cotejaba cada factura con la mercancía correspondiente (se habían detectado varias evasiones de pistones) y en los ratos libres, o en horas extras, el gerente me llamaba para dictarme cartas que yo tomaba taquigráficamente. Ocho o nueve horas en ese ritmo me dejaban aturdido y fatigado. De más está decir que no era un trabajo esplendoroso. Esa tarde estaba en el mostrador midiendo unos pernos que pedía un mecánico, cuando se hizo un silencio. Eso siempre ocurría en las escasas ocasiones en que entraba al comercio una mujer joven. Nuestros artículos no eran especialmente atractivos para el público femenino. Sin embargo, además de los accesorios para automóviles vendíamos linóleo, motores fuera de borda y cajas de herramientas, y dos o tres veces al año entraba alguna dama a pedir precios en cualquiera de esos rubros, aclarando siempre que se trataba de un regalo a de un encargo. Yo seguí con los pernos, discutiendo además con el mecánico, que juraba y perjuraba que no eran para un Ford V8, como yo le decía. Al fin pude convencerlo con argumentos irrebatibles y pagó su compra con cara de derrotado. Levanté los ojos y era Celina. Al principio no la reconocí. Se había convertido en una mujercita de primera. Ya no era etérea, pero irradiaba una seguridad y un aplomo que impresionaban. Además, no era exactamente linda sino hermosa. Y yo, con las manos sucias del aceite de los pernos, no salía de mi estupor. «Pero, Leonel, ¿qué haces entre tantos fierros?». Lo sentí como un agravio personal: para ella todos aquellos carísimos accesorios que proporcionaban pingües ganancias a la empresa, eran sólo fierros. «¿Y vos? ¿Venís a comprar alguno?» No, simplemente se había enterado de que yo trabajaba allí y se le ocurrió saludarme, ¿Dónde se había metido desde aquella vez? Nunca más había sabido de ella. Hasta las mujeres de mi familia le habían perdido al rastro. «Estuve en Estados Unidos, en realidad todavía vivo allí, pero la historia es larga, no querrás que te la cuente aquí». De ninguna manera, y menos ahora que el inglés ha empezado a pasearse con las manos atrás, y yo conozco ese preludio.
                              Lo mas terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida... Silvio Rodríguez

                              Comment

                              Working...
                              X