Nadie aquí ignora que a Federico García Lorca, el gran poeta granadino, lo ejecutaron por su preferencia sexual. No porque hubiera escrito algo que el caudillo hubiera sentido especialmente agresivo, sino que fue asesinado por su orientación sexual exclusivamente.
Aquí unos fragmentos de lo que aconteció el 18 de agosto de 1936, cuando las hienas franquistas acabaron con su vida, así como algunos pasajes del intento de exhumación de sus restos mortales.
"Sobrecoge subir el camino montañoso que, en las afueras de Granada, lleva entre pinares y sendas de pastoreo al barranco de Víznar, donde se abre la fosa común que recibió el cuerpo de Federico García Lorca, asesinado cerca de allí el 18 de agosto de 1936. Entre dos y tres mil personas fueron fusiladas en Granada esos días y dos o tres de ellos deben estar enterrados junto al poeta. Bastaría la intimidad de este recodo, al pie de la Sierra Nevada, para consagrar la denuncia del crimen, su prolija barbarie. Lo dijo mejor que nadie Marguerite Yourcenar en 1955: “Me dije a mí misma que un lugar como aquél hace vergonzante toda la pacotilla de mármol y de granito que puebla nuestros cementerios... no cabe más hermosa sepultura para un poeta”. Llama ella “paisaje de eternidad” al que rodea los huesos del escritor, pero se trata, más bien, de un paisaje de precariedad. Ésta no es una tumba, es una herida abierta. Y Lorca bien podría ser un mito español moderno: ni vivo ni muerto, asesinado. Alguien que no cesa de morir declara la violencia del sacrificio. Ese exceso de muerte enluta la conciencia española, y nos hace a todos más precarios.
Casi toda la información disponible es incierta. Varios biógrafos han tratado de reconstruir los hechos pero predominan las versiones contradictorias. Hasta el acta de defunción, que el padre del poeta sólo consigue el 21 de abril de 1940, se basa en dos testigos que dijeron haber visto el cadáver junto a la carretera de Víznar a Alfacar (lo resume Ian Gibson en su biografía Federico García Lorca, 1987). Incluso el lenguaje jurídico documenta el lenguaje de la simulación: Lorca, se establece, “falleció en el mes de agosto de 1936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra”. Gibson comenta: “Era como si se hubiera tratado de un simple accidente”. Más bien, la sentencia no miente ni dice la verdad: asume que la represión es parte de la guerra, y que el asesinato es un hecho sin culpables."
Aquí unos fragmentos de lo que aconteció el 18 de agosto de 1936, cuando las hienas franquistas acabaron con su vida, así como algunos pasajes del intento de exhumación de sus restos mortales.
"Sobrecoge subir el camino montañoso que, en las afueras de Granada, lleva entre pinares y sendas de pastoreo al barranco de Víznar, donde se abre la fosa común que recibió el cuerpo de Federico García Lorca, asesinado cerca de allí el 18 de agosto de 1936. Entre dos y tres mil personas fueron fusiladas en Granada esos días y dos o tres de ellos deben estar enterrados junto al poeta. Bastaría la intimidad de este recodo, al pie de la Sierra Nevada, para consagrar la denuncia del crimen, su prolija barbarie. Lo dijo mejor que nadie Marguerite Yourcenar en 1955: “Me dije a mí misma que un lugar como aquél hace vergonzante toda la pacotilla de mármol y de granito que puebla nuestros cementerios... no cabe más hermosa sepultura para un poeta”. Llama ella “paisaje de eternidad” al que rodea los huesos del escritor, pero se trata, más bien, de un paisaje de precariedad. Ésta no es una tumba, es una herida abierta. Y Lorca bien podría ser un mito español moderno: ni vivo ni muerto, asesinado. Alguien que no cesa de morir declara la violencia del sacrificio. Ese exceso de muerte enluta la conciencia española, y nos hace a todos más precarios.
Casi toda la información disponible es incierta. Varios biógrafos han tratado de reconstruir los hechos pero predominan las versiones contradictorias. Hasta el acta de defunción, que el padre del poeta sólo consigue el 21 de abril de 1940, se basa en dos testigos que dijeron haber visto el cadáver junto a la carretera de Víznar a Alfacar (lo resume Ian Gibson en su biografía Federico García Lorca, 1987). Incluso el lenguaje jurídico documenta el lenguaje de la simulación: Lorca, se establece, “falleció en el mes de agosto de 1936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra”. Gibson comenta: “Era como si se hubiera tratado de un simple accidente”. Más bien, la sentencia no miente ni dice la verdad: asume que la represión es parte de la guerra, y que el asesinato es un hecho sin culpables."
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