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¿#Al_diablo_las_instituciones?

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    ¿#Al_diablo_las_instituciones?
    sobreaviso@gmail

    SOBREAVISO / René Delgado


    01 Abr. 2017

    El autor de la triste y célebre frase [i]-"¡que se vayan al diablo con sus instituciones!"- es, sin duda, Andrés Manuel López Obrador. La pronunció el primero de septiembre de 2006, en franco repudio y rechazo al fallo judicial reconociendo el supuesto triunfo de Felipe Calderón en la elección presidencial de ese año. Sobran los testimonios de su aserto.

    ¡Ah!, pero quienes se han dado vuelo poniendo en práctica la idea a fin de preservar privilegios y canonjías no son necesariamente el tabasqueño y sus seguidores. No, son curiosamente sus más acérrimos adversarios [b][i]y, a la vez, sus más firmes promotores, los políticos de siempre. Desde ésta o aquella otra posición en la administración o el partido correspondiente y so pretexto de defenderlas, esos políticos maltratan, saquean, debilitan o vulneran las instituciones. En vez de servirlas, se sirven de ellas. Las mandan al diablo sin decirlo, nomás haciéndolo.

    A su pesar, López Obrador no ha conseguido sacudirse la fama de estar dispuesto a destruir las instituciones, [i]color=red]pero de la tarea contumaz de carcomerlas se han encargado sus presuntos adversarios. Aquellos que rebajan la moral a lo legal, elevan la mentira a título de verdad, convierten la transa en acuerdo de altura, transforman la pobreza social en riqueza política, pervierten la participación electoral en operación de compra o coacción del voto, sacrifican las prioridades por el dividendo en la urna, someten la economía al capricho político y usan, justamente, las instituciones como ariete para golpear o eliminar al adversario en turno.

    Gracias a ellos, López Obrador gana terreno y avanza. Son, sin querer, sus jefes de campaña.
    /i][/color]



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    El planteamiento no pretende defender ni ensalzar al tabasqueño. Él es un animal político, dicho en el mejor sentido, con profundo instinto de sobrevivencia. Un personaje que se crece al castigo y se confunde en el umbral de la victoria. Por lo demás, le sobran adeptos, no exentos de fanatismo, que a la menor crítica saltan al ring en su defensa.

    Sí se pretende, en contraste, subrayar cómo los políticos de siempre enloquecen al grito de[u][color=red] "vamos por lo nuestro" -a su entender, lo suyo es el poder sin poder, pero con el beneficio del tener- y muy poco les importa lastimar las instituciones en el afán de ganar elecciones sin conquistar gobiernos.

    Reacios a girar sobre su propio eje, a imaginar y ensayar otro modo de hacer política, a replantear el sentido del poder por el que desfallecen sin ejercerlo, a impulsar con pasión y sin negocio su propio proyecto, los políticos de siempre son, en sentido contrario a su deseo, quienes pavimentan el campo por donde el tabasqueño lleva su campaña.


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    Como el vapor de la gasolina, flota aún en el ambiente el motivo por el cual se precipitó la decisión de liberar el precio de los combustibles sin sacrificar la recaudación derivada de ellos.

    Con singular orgullo político y nula sensibilidad social se atribuyó a factores externos la urgencia y, aunque esos factores no prevalecen de momento, el precio del combustible se mantiene arriba. No flota a la baja. Tan atropellada fue la decisión que antier, al liberarse totalmente el precio en Sonora y Baja California, la Comisión Reguladora de Energía, Petróleos Mexicanos y la Procuraduría Federal del Consumidor fallaron. Incumplieron las condiciones para alcanzar el objetivo. Liberaron el precio, dejándole el grillete al mercado.

    Si el factor externo varió pero no el precio y, además, la instrumentación de la decisión fue insatisfecha, no es aventurado pensar que el motivo de la decisión fue electoral: que el gasolinazo no incendiara los votos ansiados por el tricolor. Aplicar la decisión en el momento originalmente planeado disminuía su posibilidad electoral. Al carambas la economía, al centro las urnas.

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    Tomar como ariete electoral al Ejército, justo cuando éste resiente el costo institucional de apoyar a la autoridad civil ante su renovado fracaso ante el crimen y la profesionalización de las policías, a fin de sacar raja política y confrontarlo con López Obrador, sólo va a colocar al instituto armado en nuevo predicamento.

    Insertar a los militares en el rejuego electoral es jugar -en el doble sentido de la expresión- con bocas de fuego y polarizar las posturas en torno a su actuación.

    El ardid de defender al Ejército para atacar al tabasqueño no oculta la tontería en que se incurre. El instituto armado ha señalado que su vocación y función no es la de suplir a la policía y, en razón a la situación en que tal tarea lo coloca, ha pedido regresar a los cuarteles o contar con la ley que ampare ese ejercicio que no es suyo. Pues bien, en vez de apurar la profesionalización de las policías, el Ejecutivo y el Legislativo impulsan una ley para mantener al Ejército en las calles.

    Meter a las Fuerzas Armadas en la reyerta electoral en este momento, delata poco aprecio por esa institución.

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    Aplicar programas sociales no para abatir la pobreza, sino para preservarla como tesoro electoral, habla de un brutal desprecio por la gente y la democracia. Es legal porque cumple con el calendario, pero es inmoral porque ata el beneficio social a la condena del voto.

    Ahí se explica la conveniencia política de la inconveniencia social de atacar la pobreza en serio. Los secretarios de Estado se rebajan a rango de operadores electorales. Entregan despensas, casas, pulseras, tinacos o tarjetas, orgullosos de convertir el hambre o la necesidad en voto.


    Al carambas la institucionalidad, en temporada electoral que de algo sirvan los pobres.

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    El demonio se regocija al ver qué se dice y qué se hace de las instituciones. A ver si no un día, dice: ¡al diablo con los políticos!






    sobreaviso12@gmail.com






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