Plan con maña
Por
Ángel Pujalte Piñeiro
La minoría beneficiaria del statu quo, ansía que regrese a “la normalidad”. Les inquietan los riesgos a sus privilegios y lo que contraríe su visión del mundo. Añoran la fugacidad de los exabruptos, los escándalos que se apagan con desplantes, promesas ilusas, actuaciones patéticas, que pasan de “moda” o lo cubra otro evento, bueno o malo y se olvide. Ansían que todo pase sin que nada pase. Los cambios que dejan todo igual, en especial su nirvana personal.
Los políticos después de haber realizado los rituales de cartabón para calmar y volver a dormir a la población, los desconcierta no lograrlo. Y no saben que hacer ni se les ocurre nada para que dejen de brotar anomalías. Para que regrese aquella “normalidad” en la que “se ve” congruente lo exclusivo que saben hacer.
Necesitan que vuelva aquella “normalidad”, para que ellos puedan regresar a los únicos usos y costumbres que conocen. Inconscientes a que son los que han traído al país al nivel de descomposición, desorden y descontrol, que no pueden ver ni aceptar.
La mentalidad de los políticos se quedó congelada en una adaptada a una realidad que ya no existe. En una que en su momento tampoco pretendía corregir las circunstancias que desaparecieron, de haberlo hecho, no hubiéramos llegado a donde estamos. Una concepción que petrificó usos y costumbres que parecen convenir a los intereses particulares de ellos, pero que son ajenos a los de la sociedad y a la dinámica cambiante de las circunstancias.
Por lo que el mundo cambió mientras nuestros políticos se quedaron estancados en una forma de ver y actuar anquilosada que desde hace mucho dejo de corresponder a la realidad, pero que no pueden o quieren cambiar.
La desconexión con las circunstancias los hace ciegos a la situación de la población e incapacita para preveer las causas y consecuencias de los problemas que ante su mirada atónita padece. Atrofia gubernamental certificada por la solicitud de superar la “anormalidad”, de digerir la “inquietud”, de darle vuelta a la página. El divorcio del mundo real los incapacita para hacer algo acertado que regrese a la sociedad a aquella “normalidad”, calma, pasividad, aletargamiento o sueño, que se rehúsa a volver.
En su extravío no saben si el cambio: Lo causa el enojo de algún dios por falta de sacrificios. Disgusto no acreditable a la población, de la que nadie se puede quejar de falta de sacrificios. O si se trata de un ataque de oscuros intereses internacionales imperialistas, comunistas o de fanáticos religiosos o ideológicos.
No encuentran la razón porque no es única ni específica. Sino una colección de incurias y arbitrariedades de todo tipo y nivel acumuladas a lo largo de mucho tiempo. Y porque la buscan afuera y lejos de ellos y la circunscriben a una de naturaleza anímica, con lo que niegan toda posibilidad a las condiciones de vida en las que los usos y costumbres “normales” de los políticos han puesto a los habitantes.
Ni siquiera se dan cuenta que la momificada forma de ver, explicar y actuar atrofió su relación con el mundo real y les ha evitado darse cuenta de la dinámica de decadencia y degradación en la que manifiestamente entro la sociedad desde mediados del siglo pasado. Anquilosamiento e insensibilidad que volvió incapaz a la federación de jerarcas y caciques, para dirimir el reparto de prebendas y cuotas de poder en forma civilizada, con lo que la oligarquía perdió la capacidad para encausar la disensión de facciones, lo que genero la progresiva fragmentación y formación de cuerpos aparte, que hoy disputan espacios en forma incivilizada. Como al principio.
La pérdida de rumbo y control político, cambió las reglas de juego. Que fue lo que en verdad produjo la alternancia y demolió tabúes políticos, como la prohibición no escrita de leerse la mano entre gitanos. La federación de jerarcas y caciques también era: escuela, escalera y tutora de la imagen corporativa. Lo que también se perdió. Por eso es falso el regreso del “viejo PRI”. Lo degradado se diseminó a la par que lo poco rescatable que tuvo se perdió.
“El viejo PRI” no colocaba en puestos decisorios a novatos, improvisados, ineptos ni ignorantes. Y lo que más hace falta: inteligencia, conocimiento, capacidad y habilidad, es lo que menos hay. En la rebatinga actual solo vemos pose, prepotencia, ambición desmedida, cinismo y arrogancia. Los políticos actuales necesitan que la realidad se adapte a ellos en vez de que ellos se adapten a la realidad. Por eso dependen más del azar y la suerte que de la capacidad. Que durante su gestión por pura chiripa no aflore la realidad.
Mientras la sociedad ronda el límite de la paciencia, la frontera de la tolerancia. La acumulación de abandonos, errores y descarríos ha llegado demasiado lejos. La opulencia natural del país la superó el aumento de la población. Y el avance del desarrollo es menor que el del subdesarrollo. Y la acumulación de desequilibrios está a punto de hacer caer a la ola.
Como alma en pena, el país ha mantenido demasiado tiempo una marcha desnivelada, solapada por un sentimiento de esperanza indefinida y confianza gratuita de la sociedad. Anhelos que ha agotado el cúmulo de sinsentidos de la concepción desequilibrada y torcida de la sociedad. La evolución de la nación la torció una visión gubernamental parcial y sesgada de la sociedad, de los habitantes, de sus relaciones, en suma del divorcio secular del proyecto de gobierno con la realidad y la sociedad.
Lo que en América Latina no es nuevo ni exclusivo, sino el único resultado posible de un cambio social causado por una revuelta y no por una superación de la mentalidad, por una explosión emocional y no por un mejor entendimiento y racionalización de la administración social, por un alboroto y no una verdadera revolución. Ningún desorden corrige a otro.
Las revueltas son agitaciones irracionales protagonizadas por los que no tienen que perder, para los que cualquier resultado es una mejora y lo único malo es seguir en la misma situación, la que no aceptan pero que tampoco entienden.
Por lo que no buscan el desarrollo equilibrado de la sociedad, sino solo resolver sus problemas particulares y cuyo movimiento por la falta de visión, termina beneficiando a vivales que aprovechan su impulso e ingenuidad para encumbrarse, montando la ola.
Según J. P. Morgan, siempre hay dos razones para hacer cualquier cosa: “Una buena razón y la verdadera razón”. Muchas banderas e ideales “sociales” son solo pretextos justificatorios tendenciosos que complican equilibrar al todo. Un error común de los análisis sociales es no distinguir las buenas de las verdaderas razones y no darles seguimiento en los resultados para descubrir en los hechos el verdadero peso y valor que cada una tuvo y tiene. El comportamiento de los protagonistas descubre y distingue a los pretextos de las verdaderas razones y un corte de caja de los resultados prueba el peso que se le dio a cada una y la que privo sobre la otra.
En las revueltas muchos encubren sus verdaderas razones enarbolando versiones reducidas de ideales fabulosos formados con nociones simplistas, rudimentarias y grotescas de la sociedad, respaldadas por fantasmales expectativas de remediar confusas emociones y sensaciones incomprendidas.
Por
Ángel Pujalte Piñeiro
La minoría beneficiaria del statu quo, ansía que regrese a “la normalidad”. Les inquietan los riesgos a sus privilegios y lo que contraríe su visión del mundo. Añoran la fugacidad de los exabruptos, los escándalos que se apagan con desplantes, promesas ilusas, actuaciones patéticas, que pasan de “moda” o lo cubra otro evento, bueno o malo y se olvide. Ansían que todo pase sin que nada pase. Los cambios que dejan todo igual, en especial su nirvana personal.
Los políticos después de haber realizado los rituales de cartabón para calmar y volver a dormir a la población, los desconcierta no lograrlo. Y no saben que hacer ni se les ocurre nada para que dejen de brotar anomalías. Para que regrese aquella “normalidad” en la que “se ve” congruente lo exclusivo que saben hacer.
Necesitan que vuelva aquella “normalidad”, para que ellos puedan regresar a los únicos usos y costumbres que conocen. Inconscientes a que son los que han traído al país al nivel de descomposición, desorden y descontrol, que no pueden ver ni aceptar.
La mentalidad de los políticos se quedó congelada en una adaptada a una realidad que ya no existe. En una que en su momento tampoco pretendía corregir las circunstancias que desaparecieron, de haberlo hecho, no hubiéramos llegado a donde estamos. Una concepción que petrificó usos y costumbres que parecen convenir a los intereses particulares de ellos, pero que son ajenos a los de la sociedad y a la dinámica cambiante de las circunstancias.
Por lo que el mundo cambió mientras nuestros políticos se quedaron estancados en una forma de ver y actuar anquilosada que desde hace mucho dejo de corresponder a la realidad, pero que no pueden o quieren cambiar.
La desconexión con las circunstancias los hace ciegos a la situación de la población e incapacita para preveer las causas y consecuencias de los problemas que ante su mirada atónita padece. Atrofia gubernamental certificada por la solicitud de superar la “anormalidad”, de digerir la “inquietud”, de darle vuelta a la página. El divorcio del mundo real los incapacita para hacer algo acertado que regrese a la sociedad a aquella “normalidad”, calma, pasividad, aletargamiento o sueño, que se rehúsa a volver.
En su extravío no saben si el cambio: Lo causa el enojo de algún dios por falta de sacrificios. Disgusto no acreditable a la población, de la que nadie se puede quejar de falta de sacrificios. O si se trata de un ataque de oscuros intereses internacionales imperialistas, comunistas o de fanáticos religiosos o ideológicos.
No encuentran la razón porque no es única ni específica. Sino una colección de incurias y arbitrariedades de todo tipo y nivel acumuladas a lo largo de mucho tiempo. Y porque la buscan afuera y lejos de ellos y la circunscriben a una de naturaleza anímica, con lo que niegan toda posibilidad a las condiciones de vida en las que los usos y costumbres “normales” de los políticos han puesto a los habitantes.
Ni siquiera se dan cuenta que la momificada forma de ver, explicar y actuar atrofió su relación con el mundo real y les ha evitado darse cuenta de la dinámica de decadencia y degradación en la que manifiestamente entro la sociedad desde mediados del siglo pasado. Anquilosamiento e insensibilidad que volvió incapaz a la federación de jerarcas y caciques, para dirimir el reparto de prebendas y cuotas de poder en forma civilizada, con lo que la oligarquía perdió la capacidad para encausar la disensión de facciones, lo que genero la progresiva fragmentación y formación de cuerpos aparte, que hoy disputan espacios en forma incivilizada. Como al principio.
La pérdida de rumbo y control político, cambió las reglas de juego. Que fue lo que en verdad produjo la alternancia y demolió tabúes políticos, como la prohibición no escrita de leerse la mano entre gitanos. La federación de jerarcas y caciques también era: escuela, escalera y tutora de la imagen corporativa. Lo que también se perdió. Por eso es falso el regreso del “viejo PRI”. Lo degradado se diseminó a la par que lo poco rescatable que tuvo se perdió.
“El viejo PRI” no colocaba en puestos decisorios a novatos, improvisados, ineptos ni ignorantes. Y lo que más hace falta: inteligencia, conocimiento, capacidad y habilidad, es lo que menos hay. En la rebatinga actual solo vemos pose, prepotencia, ambición desmedida, cinismo y arrogancia. Los políticos actuales necesitan que la realidad se adapte a ellos en vez de que ellos se adapten a la realidad. Por eso dependen más del azar y la suerte que de la capacidad. Que durante su gestión por pura chiripa no aflore la realidad.
Mientras la sociedad ronda el límite de la paciencia, la frontera de la tolerancia. La acumulación de abandonos, errores y descarríos ha llegado demasiado lejos. La opulencia natural del país la superó el aumento de la población. Y el avance del desarrollo es menor que el del subdesarrollo. Y la acumulación de desequilibrios está a punto de hacer caer a la ola.
Como alma en pena, el país ha mantenido demasiado tiempo una marcha desnivelada, solapada por un sentimiento de esperanza indefinida y confianza gratuita de la sociedad. Anhelos que ha agotado el cúmulo de sinsentidos de la concepción desequilibrada y torcida de la sociedad. La evolución de la nación la torció una visión gubernamental parcial y sesgada de la sociedad, de los habitantes, de sus relaciones, en suma del divorcio secular del proyecto de gobierno con la realidad y la sociedad.
Lo que en América Latina no es nuevo ni exclusivo, sino el único resultado posible de un cambio social causado por una revuelta y no por una superación de la mentalidad, por una explosión emocional y no por un mejor entendimiento y racionalización de la administración social, por un alboroto y no una verdadera revolución. Ningún desorden corrige a otro.
Las revueltas son agitaciones irracionales protagonizadas por los que no tienen que perder, para los que cualquier resultado es una mejora y lo único malo es seguir en la misma situación, la que no aceptan pero que tampoco entienden.
Por lo que no buscan el desarrollo equilibrado de la sociedad, sino solo resolver sus problemas particulares y cuyo movimiento por la falta de visión, termina beneficiando a vivales que aprovechan su impulso e ingenuidad para encumbrarse, montando la ola.
Según J. P. Morgan, siempre hay dos razones para hacer cualquier cosa: “Una buena razón y la verdadera razón”. Muchas banderas e ideales “sociales” son solo pretextos justificatorios tendenciosos que complican equilibrar al todo. Un error común de los análisis sociales es no distinguir las buenas de las verdaderas razones y no darles seguimiento en los resultados para descubrir en los hechos el verdadero peso y valor que cada una tuvo y tiene. El comportamiento de los protagonistas descubre y distingue a los pretextos de las verdaderas razones y un corte de caja de los resultados prueba el peso que se le dio a cada una y la que privo sobre la otra.
En las revueltas muchos encubren sus verdaderas razones enarbolando versiones reducidas de ideales fabulosos formados con nociones simplistas, rudimentarias y grotescas de la sociedad, respaldadas por fantasmales expectativas de remediar confusas emociones y sensaciones incomprendidas.
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