Anuncio

Collapse
No announcement yet.

Hace 200 años . . . . .

Collapse
X
 
  • Filter
  • Hora
  • Show
Clear All
new posts

  • #46
    Re: Hace 200 años . . . . .

    Fiel a la conducta política que había seguido en Celaya, Hidalgo convocó al ayuntamiento para que arreglase el gobierno de la intendencia, pues rendía grande y respetuoso homenaje a las autoridades que representaban el poder popular; procedió al nombramiento de alcaldes ordinarios nombrando para estos cargos al abogado don José Manuel de Rivera y a don José María Hernández Chico; ofreció el empleo de intendente y el grado de teniente general al alférez real don Fernando Pérez Marañón, y habiéndose excusado este, hizo sucesivamente igual propuesta a los regidores don José María Septien y don Pedro de Otero, los que tampoco admitieron. Irritado el jefe de la revolución por estas repulsas, designó para ejercer tan alto empleo a don José Francisco Gómez, que había sido ayudante mayor del regimiento provincial de Valladolid, previendo que admitiera el empleo sin excusa ni pretexto.

    Dedicose luego don Miguel Hidalgo con empeño a organizar su cuerpo de ejército: de los pocos soldados que quedaban del batallón provincial formó una fuerza de artilleros destinada al manejo del los cañones que trataba de fundir; incorporó a sus tropas a los tres escuadrones del regimiento del Príncipe; levantó dos nuevos regimientos de infantería.

    La falsa noticia de que el brigadier Calleja al frente de numerosas tropas había avanzado hacia Valenciana, después de pasar a cuchillo a cuantos hallaba a su paso, infundió grandísimo temor en los habitantes de Guanajuato la noche del 2 de octubre, y obligó a Hidalgo a poner sobre las armas a su gente, disponiendo que se iluminase la ciudad para evitar la confusión que produjera la obscuridad en los movimientos de si indisciplinado ejército; pronto se convenció el caudillo de la inexactitud de la noticia y así lo avisó a la ciudad. La gran cantidad de barras de plata tomadas en Granaditas le indicaron a Hidalgo la necesidad de crear una casa de moneda, la que en el espacio de algunos días quedó establecida por completo en la hacienda de San Pedro, bajo la dirección de don José María Robles, y de un modo tan perfecto, que las máquinas de aquella casa, hechas por artesanos de Guanajuato, se llevaron mas tarde a México para perfeccionar las del Apartado o establecimiento de acuñación del Rey.

    Adoptadas estas y otras medidas y atento a la necesidad de propagar rápidamente la revolución en las provincias vecinas antes de comprometer el éxito en un choque con el ejército realista, Hidalgo decidió marchar sobre Valladolid, ciudad rica que aumentaría sus recursos y donde tenía numerosos amigos adictos a la causa de la independencia; así es que, dictadas sus últimas órdenes, hizo salir el 8 de octubre de 1810 para la capital de la vecina intendencia una división de tres mil hombres al mando de don José Mariano Jiménez, y el mismo, al frente del grueso del ejército, marchó dos días mas tarde siguiendo la misma dirección.

    Tiempo es ya de que volvamos los ojos hacia la capital de la Nueva España para ver cual fue la actitud de la autoridad superior de la colonia ante sucesos tan ruidosos como inesperados. El recién llegado Virey Venagas, tuvo noticias de la conspiración de Querétaro pero no le alarmaron ni le hicieron dictar por lo pronto ninguna disposición vigorosa, pero uno tras otro, y sin darle tregua ni reposo, llegaron a sus manos los avisos de proclamación de la Independencia en Dolores, del gran número de gentes que seguían al cura Hidalgo, de la entrada en San Miguel el Grande, de su marcha aparente hacia Querétaro y, por último, de su entrada en Celaya. Venegas no vaciló sino el tiempo estrictamente necesario para examinar el peligro, pero convencido de que este era gravísimo adoptó una marcha vigorosa, propia de su enérgico carácter y de la dificultad misma de la situación. Quiso ante todo hacer oír su voz en el ámbito del reino dirigiendo un llamado a todos los habitantes excitándolos a la concordia y la obediencia de la autoridad en una proclama de fecha 23 de setiembre de 1810, la que termina con una serie de amenazas en su última parte, por lo que cuatro días mas tarde publicó el Virey Venegas el siguiente bando solemne, antes de acontecer la toma de Guanajuato:

    DON FRANCISCO VENGAS DE SAAVEDRA, Rodríguez de Arenza, Güemes Mora, Pacheco Daza y Maldonado, Caballero de la Orden de Calatrava, Teniente General de los Reales Ejércitos, Virey, Gobernador y Capitán General de este N. E., Presidente de su Real Audiencia, Superintendente General, Subdelegado de la Real Hacienda, Minas, Azogue y Ramo del Tabaco, Juez Conservador de éste, Presidente de su Real Junta y Subdelegado general de Correos en el mismo Reino.

    “Los inauditos y escandalosos atentados que han cometido y continúan cometiendo el cura de los Dolores Doctor Don Miguel Hidalgo y los capitanes del Regimiento de Dragones Provinciales de la Reina Don Ignacio Allende y Don Juan Aldama, que después de haber seducido a los incautos vecinos de dicho pueblo, los han llevado tumultuariamente y en forma de asonada, primero a la villa de San Miguel el Grande, y sucesivamente al pueblo de Chamacuero, a la ciudad de Celaya y al valle de Salamanca, haciendo en todos estos parajes la más infame ostentación de su inmoralidad y perversas costumbres; robando y saqueando las casas de los vecinos más honrados para saciar su vil codicia, y profanando con iguales insultos los claustros religiosos y los lugares mas sagrados: me han puesto en la necesidad de tomar prontas, eficaces y oportunas providencias para contenerlos y corregirlos, y de enviar tropas escogidas al cargo de jefes y oficiales de muy acreditado valor, pericia militar, fidelidad y patriotismo que sabrán arrollarlos y destruirlos con todos sus secuaces si se atreven a esperarlos y no toman antes el único recurso que les queda de una fuga precipitada para librarse del brazo terribles de la justicia, que habrá de descargar sobre ellos toda la severidad y rigor de las leyes como corresponde a la enormidad de sus delitos, no solo para imponerles el castigo que merecen como alborotadores de la tranquilidad pública, sino también para vindicar a los fidelísimos Americanos Españoles y naturales de este afortunado reino, cuya reputación, honor y lealtad inmaculada han intentado manchar osadamente queriendo aparentar una causa común contra sus amados hermanos los Europeos, y llegando hasta el sacrilegio medio de valerse de la sacrosanta imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona y Protectora de este reino, para deslumbrar a los incautos con esta apariencia religiosa, que no es otra cosa que la hipocresía mas impudente.

    Y como puede suceder que arredrados de sus crímenes y espantados con la sola noticia de las tropas enviadas para perseguirlos se divaguen por otras poblaciones, haciendo iguales pillajes y atentando contra la vida de sus mismos paisanos, como lo hicieron en el citado pueblo, dando inhumana muerte a dos americanos y mutilando en San Miguel el Grande a otro, porque fieles a sus deberes no quisieron seguir su facción perversa; he tenido por oportuno que se comunique este aviso a todas las ciudades, villas, pueblos, reducciones, haciendas y rancherías de este reino para que todos se preparen contra la sorpresa de esos bandidos tumultuarios, y se dispongan a rechazarlos con la fuerza procurando su aprehensión en cualquier paraje donde pueda conseguirse: en el concepto de que a los que verificasen la de los tres principales cabecillas de la facción o les dieren muerte, que tan justamente merecen por sus horrorosos delitos, se les gratificará se les gratificará con la cantidad de diez mil pesos inmediatamente y se les atenderá con los demás premios y distinciones debidos a los restauradores del sosiego público, y en la inteligencia que se dará también igual premio y recompensa con el indulto de su complicidad a cualquiera que desgraciadamente los haya seguido en su partido faccionario, y loablemente arrepentido los entregue vivos o muertos. Y para que llegue a noticia de todos mando que, publicado por bando en esta capital, se circulen con toda prontitud y con los mismos fines los correspondientes ejemplares a los tribunales, magistrados, jefes y ministros a quienes toque su promulgación. Dado en el Real Palacio de México a 27 de setiembre de 1810.- Francisco Javier Venegas.- Por mando de su Excelencia, José Ignacio Negreiros y Soria.- Gaceta de México, número correspondiente al 28 de setiembre de 1810."


    Urgíale a Venegas apresurar la salida de tropas para el interior, situando en Querétaro una fuerza respetable que al mismo tiempo cubriese esa importante ciudad y pudiera obrar oportunamente en combinación con la brigada de las tropas realistas situada en San Luis al mando del ya célebre don Félix Calleja del Rey. El 26 de setiembre salió para Querétaro toda la guarnición de la capital; nuevas tropas fueron llamadas a la capital: los regimientos provinciales de infantería de Puebla y las de Tres Villas, quedando en Orizaba el de Tlaxcala. Pero no bastando estas fuerzas, en sentir de Venegas, para asegurar la capital en presencia de una revolución que tan amenazadoramente se anunciaba, hizo venir a México la marinería de la fragata Atocha en que el mismo Virey había llegado.
    Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
    Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

    Comment


    • #47
      Re: Hace 200 años . . . . .

      A medida que se extendía la noticia de la proclamación de la independencia diversos sentimientos se apoderaban de los ánimos; en unos, de inmenso regocijo al saber que un ideal por tan largo tiempo acariciado en silencio había comenzado a ser una realidad; en los otros, de temor, despecho y sobresalto al presenciar el súbito levantamiento de un pueblo y el despertar de una nación, cuya existencia libre consideraba incompatible con sus intereses, con su orgullo de raza y con la tradición de mando y predominio que a falta de otros títulos tenían por legítimo y casi sagrado.

      Formóse, pues, desde el primer momento una estrecha alianza entre todos los intereses amenazados. Aparte del robusto elemento oficial y del partido que hemos llamado español, constituido desde la época de Iturrigaray, la independencia de México tuvo en su contra, desde el instante de su proclamación, a los ricos y a los grandes propietarios; a la aristocracia que se había formado en la colonia entre los descendientes de los conquistadores o por las dádivas y mercedes de los reyes en el transcurso de los siglos; a los empleados que habían vivido en medio de los abusos de una administración complicada y exenta hasta entonces de una eficaz inspección; al alto clero, finalmente, que recibió con el rayo en las manos y la maldición de los labios el anuncio de que la patria alentaba, de que la patria vivía y que se alzaba a reivindicar derechos olvidados y a conquistar libres y como tales mejores destinos.

      No es maravilla que los ayuntamientos, las corporaciones literarias, los gremios, las agrupaciones todas en que se dividía aquella sociedad jerárquica y en las que dominaba el partido español, alzaran la voz desde que se propagó la noticia del levantamiento de Dolores, asegurando de su fidelidad inalterable a la dominación española. Protestas de adhesión, ofertas que nada valían por hiperbólicas, diatribas contra los caudillos de la independencia aparecían diariamente en la Gaceta de México, cuyas hojas, no bastando a contenerlas, se duplicaban con frecuencia por medio de números suplementarios. Los miembros de la corporación municipal de México dirigieron un manifiesto a los habitantes de la Nueva España afirmando su adhesión al monarca y ofreciendo el sacrificio de sus personas e intereses.

      El ayuntamiento de Veracruz, al acusar recibo del bando que ponía precio a las cabezas de los tres principales jefes de la independencia, tributaba al virey calorosas gracias por ese bárbaro decreto y afirmaba que la ciudad y la provincia toda antes perecerían que separarse de los deberes que le imponían la naturaleza, la lealtad, la religión y el patriotismo. El de Querétaro se apresuraba a vindicar a aquella ciudad del horrendo cargo de haber sido la cuna del levantamiento. Los de Tepeaca y Huejotzingo agotaban los términos del servilismo. El vecindario de Real de Angangueo, las parcialidades de San Juan y Santiago de México, el gobernador y república de Chalco, el subdelegado de Xochimilco y las autoridades de Nopalucan protestaban la mas completa sumisión y se desataban el improperios contra los independientes. La corporación municipal de Oaxaca ofrecía al virey, un mes mas tarde, sus propios y rentas para sostener la guerra. Mas petulante el ayuntamiento de Tlaxcala, recordaba los servicios y acendrada lealtad de los antiguos habitantes de aquella comarca, y afirmaban que los mismos nobles sentimientos que animaron aquellos cuando se pusieron a las órdenes de Hernán Cortes y reconocieron al emperador Carlos V, alentaba a la sazón a sus descendientes. El rector de la Universidad de México se apresuraba a participar al virey que Hidalgo no había recibido en ella el grado de doctor. Al mismo tiempo el Colegio de Abogados borraba de la lista de sus miembros a don Ignacio Aldama.

      Quiso Venegas que la revolución fuera combatida también por las demás corporaciones literarias y por los individuos notables por sus luces; y una lluvia de manifiestos, proclamas, exhortaciones y folletos cayó por la voluntad virreinal sobre los habitantes de la Nueva España, henchidos de denuestos contra los caudillos de la revolución y más airados aún contra el sentido común. El abogado Azcárate, uno de los que con tanto esfuerzo promovieron en las juntas de Iturrigaray la independencia y que languidecía en una prisión desde el 16 de septiembre de 1808, fue el autor de una alocución del Colegio de Abogados de México, que Alamán llama profética y en la que se aseguraba que con el triunfo de la independencia acabaría el orden, la virtud y la justicia; las ciudades quedarían convertidas en escombros; morirían las ciencias, las artes, la minería, la agricultura, la industria y el comercio; la tierra produciría espinas y el país se vería privado de la santa religión que profesaba, como lo fue en Asia, África y gran parte de Europa. Otros muchos hicieron crujir las prensas con sus remuneradas lucubraciones, distinguiéndose las que escritas por hombres de poca valía y escasa o ninguna instrucción, trataban en estilo vulgar y en el lenguaje usado por el pueblo bajo de los graves asuntos que ocupaban entonces la opinión pública, llegando a tal extremo el desenfreno de estos improvisados publicistas, que el mismo virey vióse forzado mas de una vez a prohibir la impresión de aquellas sus miserables producciones.

      La Iglesia, como hemos dicho ya, se alzó irritada y tremenda contra la Independencia desde los primeros momentos. El primero que lanzó los rayos de la Iglesia sobre los defensores de la Independencia fue el obispo electo de Michoacán don Manuel Abad y Queipo, publicado en 24 de setiembre de 1810; el arzobispo Lizana dirigía a sus ovejas, el 18 de octubre, una pastoral combatiendo los principios de la revolución:

      “ Hijos míos, no os dejéis engañar: el cura Hidalgo está procesado por hereje; no busca vuestra fortuna sino la suya; ahora os lisonjea con el atractivo halagüeño de que os dará tierra; no la dará, y os quitará la fe; os impondrá tributos y servicios personales, porque de otro modo no puede subsistir en la elevación a que aspira, y derramará vuestra sangre y la de vuestros hijos para conservarla y engrandecerla, como ha practicado Bonaparte . . . Huid del que os enseña doctrina que reprueba con las Santas Escrituras nuestra Santa Madre Iglesia, y que puesta en práctica, revolvería y acabaría el mundo, siendo vosotros una de la víctimas. ¡Viva la Religión, que no vive con los que enseñan y obran contra la doctrina de la Santa Madre Iglesia! Viva la Virgen de Guadalupe, que no vive con el que niega que sea virgen ni con los que revuelven y amotinan los países de esta Señora! ¡Viva Fernando VII, que no vive con la independencia de sus vasallos!”

      Don Manuel Ignacio González del Campillo, obispo de Puebla, no tardó en imitar a Queipo y Lizana, pero mas decidido y brioso que estos, y convocó a junta solemne en el coro de su catedral a los miembros del cabildo, a los curas de la ciudad y a los de las poblaciones foráneas que se hallaban en ella a la sazón y a todos los ordenados in sacris, haciendo que prestasen juramento, cuya fórmula el mismo redactó, de obediencia al gobierno virreinal, de acatar a Fernando VII, de usar todos los medios oportunos para dirigir la opinión en el sentido de sumisión al rey, cuidando de averiguar si en los lugares de su residencia había algunas personas que fomentasen la sedición o tuviesen juntas, para dar cuenta al gobierno.

      El obispo de Guadalajara, Ruiz de Cabañas, fulminó a su vez la excomunión contra los Independientes; el obispo de Oaxaca, don Antonio Bergosa, que superó a todos sus colegas en la acritud y crudeza del lenguaje y que mas tarde llegó a ocupar la silla arzobispal de México, se desató en denuestos indignos de su carácter religioso. En esta ardiente cruzada, la Inquisición tomó también activo participio, publicando un edicto con fecha 13 de octubre de 1810, en el que hacía cargos a Hidalgo de todas las acusaciones que en su contra se habían presentado al tribunal de la fe, y por las cuales se había comenzado causa contra él desde el año de 1800.

      Entretanto, el hombre excomulgado por los obispos, emplazado por la Inquisición, odiado por todas las clases privilegiadas, sobre quien se descargaba la elocuencia de los oradores sagrados y el veneno de los asalariados folletistas, y cuya cabeza estaba puesta aprecio por el virey Venegas, avanzaba hacia Valladolid. . . . . .
      kabrakan
      Forista Esmeralda
      Last edited by kabrakan; 06-diciembre-2010, 22:26.
      Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
      Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

      Comment


      • #48
        Re: Hace 200 años . . . . .

        me tienes peor que teresa...

        o sea bien interesado con esta clase de historia...si asi nos la hubieran explicado no hubiera reprobado tantos años
        ARMAOS LOS UNOS A LOS OTROS...

        Comment


        • #49
          Re: Hace 200 años . . . . .

          Mi estimado Sr. Miller:

          En verdad me hace sentir bien el que te guste e interese esta diferente forma de conocer nuestra historia, ojalá así NOS la hubieran explicado a todos; espero que haya mas lectores interesados, esto me motiva a seguir y le seguiré.

          Es un placer enviarte un saludo y un abrazo.
          Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
          Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

          Comment


          • #50
            Re: Hace 200 años . . . . .

            Una parte de aquel numeroso e indisciplinado ejército se acercó a Querétaro, donde Flon había llegado ya con sus fuerzas que de México salieron a sus órdenes. Este jefe destacó contra los independientes una sección de seiscientos hombres compuesta de infantería de Celaya, dragones de Sierra Gorda y una compañía de voluntarios formada por los españoles que de aquella ciudad habían huido a Querétaro, poniendo esta pequeña fuerza al mando del sargento mayor don Bernardo Tello, quien encontró a los contrarios en número de tres mil situados convenientemente en el puerto de Carroza. A la vista de un enemigo tan superior en fuerza numérica la tropa realista se dispersó, no quedando a Tello mas que ciento ochenta soldados; volvieron, sin embargo, los dispersos, y empeñada la acción quedaron desalojados los insurgentes de sus posiciones, debido a las descargas de la artillería que hicieron algunos destrozos en sus filas. Este encuentro que no tuvo resultados importantes, fue celebrado en Querétaro con grandes demostraciones de júbilo.

            Colocado en Guanajuato entre la brigada de Calleja residente en San Luis y las tropas que a las órdenes del conde de la Cadena don Manuel Flon acababan de entrar a Querétaro, Hidalgo tenía que elegir uno de estos dos planes: caer con todas sus fuerzas sobre Calleja, y después de destruirlo echarse sobre Flon y vencerle, o marchar sobre Valladolid escapando así de la posición en que lo tenían colocado las tropas realistas de San Luis y de Querétaro. La calidad de su ejército, compuesto en su inmensa mayoría de fuerzas indisciplinadas, con poco y casi inservible armamento, no le permitía adoptar el primero de esos medios. Optó, en consecuencia, por la marcha hacia Valladolid, desde cuyo punto podía amenazar a la misma capital del Virreinato. Valladolid, ciudad rica e importante, brindaba a la causa de la independencia cuantiosos recursos; mal defendida, su adquisición no podía obligar a Hidalgo a emprender un asedio normal, y situada fuera de la línea amenazada por Flon y Calleja ofrecía a los independientes seguridad y tiempo para combinar sus planes ulteriores.

            El grueso del ejército con Hidalgo a la cabeza avanzó por el Valle de Santiago, Salvatierra, Acámbaro, Zinapécuaro e Indaparapeo, uniéndose en este último lugar con Aldama, que al frente de una división se había desviado por el rumbo de Celaya con el objeto de reclutar mas gente en esa poblada comarca del Bajío. Con el ejército marchaban ´prisioneros treinta y ocho españoles.
            Hubo en Valladolid intentos de resistir al ejército independiente, fuerte en aquellos momentos de sesenta mil hombres con cuatro cañones, dos de madera y dos de bronce. El clero de la ciudad, instigado por el inquieto y ambicioso Abad y Queipo, se puso a la cabeza de los belicosos urgiendo a la autoridad civil a que adoptase violentas y eficaces medidas de defensa y nombrando cuatro canónigos que le asistiesen con sus luces, pues el coronel García Conde, que debía tomar el mando de las armas, el intendente Merino y el coronel conde de Casa Real, que salieron de México con dirección a Valladolid, habían sido aprehendidos en Acámbaro por una partida de independientes al mando del torero Luna.

            Sin jefe superior militar que tomase las providencias necesarias, Abad y Queipo se arrogó amplias facultades mandando bajar de una de las torres de la catedral el esquilón mayor para convertirlo en pieza de artillería y equipando un cuerpo que puso a las órdenes del canónigo don Agustín Ledos. Con esta fuerza, unida al regimiento provincial, creía el Obispo resistir al numeroso ejército comandado por Hidalgo. Pero la rápida marcha de Hidalgo, la actitud amenazadora del pueblo que ya mostraba abiertamente sus simpatías por la causa de la independencia, decidieron por fin al presuntuoso obispo electo a prescindir de su primera intención. Apenas se supo en Valladolid la entrada de los independientes en Acámbaro, suspendiéronse los aprestos de guerra, y el obispo Abad y Queipo, siete prelados, el intendente interino don Juan Alonso de Terán y otras muchas personas, en su mayor parte españoles allí avecindados, salieron de la ciudad con dirección a México.

            El obispo y los canónigos hubieron de llagar felizmente a su destino, pero el intendente Terán, así como otros muchos de los fugitivos, fueron detenidos en Huetamo y enviados algunos días después a Valladolid; Don Agustín de Iturbide también abandonó la ciudad con setenta hombres de su regimiento; Hidalgo le hizo proponer el empleo de teniente general, si quería unirse al él, Iturbide lo rehusó y continuó su marcha a México a presentarse al Virey.

            Salió al encuentro de Hidalgo, hasta Indaparapeo, distante siete leguas de Valladolid, una comisión compuesta del canónigo Betancourt, del capitán don José María Arancivía y del regidor Isidro Huarte para ofrecerla la sumisión de Valladolid. El 15 de octubre de 1810 entraron los primeros pelotones al mando del coronel Rosales, al día siguiente el joven y valiente Jimenez y su fuerte división, y el 17 a las once de la mañana Hidalgo y los otros jefes superiores con el resto del ejército al son de un repique general y en medio de las entusiastas aclamaciones de la multitud. Al pasar por la catedral se apeó del caballo el jefe de la revolución para entrar a dar gracias, y hallando las puertas cerradas se irritó sobremanera y dio orden para que se abriesen luego, lo cual se efectuó sin conocimiento ni intervención de los capitulares. Al día siguiente se celebró una misa solemne de acción de gracias, pero a ella no asistió Hidalgo sino Allende.

            El día 18 de octubre, poco después de terminada la misa de acción de gracias, las masa se echaron sobre las casas de algunos españoles, hasta el número de catorce, destruyendo todo lo que hallaron a mano y que no podían llevar consigo. Al tener noticia de este desorden, Allende montó a caballo y se dirigió a reprimir tan lamentables atentados; en medio de la confusión y sin orden de algún jefe, un artillero llamado Ramírez disparó uno de los cañones sobre la multitud de saqueadores, matando he hiriendo a catorce de ellos, con lo cual se sosegó el saqueo, pero no sin que Allende hubiese apurado un vaso de aguardiente a la vista de la multitud y que se hizo servir en una de las tiendas amenazadas, para demostrar que no contenía veneno, pues ese fue el pretexto de que algunos se valieron para excitar al pueblo y a los indios a que robaran las tiendas y casas de los españoles.

            Dos días permaneció Hidalgo con su ejército en Valladolid allegando hombres, armas y dinero. El regimiento provincial, compuesto de dos batallones, el de dragones de Pátzcuaro y ocho compañías levantadas últimamente en la ciudad, bien armadas y cuyo mando se había conferido al canónigo Ledos, quien a la sazón huía a México, se incorporaron a los defensores de la independencia. De las arcas de la catedral tomó el jefe de la revolución cuatrocientos mil pesos pertenecientes a la Iglesia, y el resto hasta setecientos mil, de fondos de particulares que allí estaban depositados.

            Hidalgo nombró intendente a don José María de Ansorena, quien inauguró su gobierno publicando un bando contra los saqueadores, y por el que abolía la esclavitud en Michoacán y el pago de tributos y otras gabelas que pesaban sobre las clases desvalidas. Salió de Valladolid el 19 de octubre de 1810.

            En Indaparapeo se le presentó un clérigo pidiéndole servir en el ejército con calidad de capellán. Dijole que él amaba también a su patria y que estaba pronto a dar su sangre por ella; que desde algunos meses atrás se preparaba a la lucha fortificando su curato de Carácuaro. La voz de aquel hombre se animaba gradualmente, y al concluir su corta y ardiente relación su acento era tempestuosos y terrible. Los principales jefes del ejército, escucháronle con silencioso respeto. Hidalgo que había reconocido en su interlocutor a un antiguo discípulo, pidió recado de escribir, y después de trazar algunas líneas entrgó un papel a aquel hombre, diciéndole. . . . . . .
            Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
            Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

            Comment


            • #51
              Re: Hace 200 años . . . . .

              .............“Seréis mejor General que capellán; ahí tenéis vuestro nombramiento.” - Este papel contenía lo siguiente: “Por el presente, comisiono en toda forma a mi lugarteniente el Br. Don José María Morelos, cura de Carácuaro, para que en las costas del sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado.- Miguel Hidalgo y Costilla.” Las instrucciones verbales se referían a la organización del gobierno en los lugares que se ocuparan en lo sucesivo, a la aprehensión de los españoles y secuestro de sus bienes para mantener la tropa y al ataque a la plaza de Acapulco. Morelos no pidió armas, hombres ni dinero, y solo admitió el nombramiento que Hidalgo acababa de poner en sus manos. En seguida se separaron aquellos dos ilustres defensores de la independencia para no volver a verse mas.

              El ejército llegó a Acámbaro; ahí se pasó revista general dividiéndose este en regimientos de mil hombres; luego reunidos en junta todos los oficiales, fue nombrado Hidalgo Generalísimo, Allende capitán general, Aldama, Balleza, Jiménez y Arias (el mismo que denunció la conspiración de Querétaro) fueron promovidos a tenientes generales, y a don Ignacio Martínez, Abasolo, Ocón y don José Antonio Martínez se les dio el grado de mariscal de campo, festejándose el acto con un Te-Deum, repiques y salvas de artillería. Los nuevamente ascendidos se pusieron sus nuevos uniformes y divisas, siendo el de Hidalgo una casaca azul con collarín, vueltas y solapas de dolor rojo con bordados de oro y plata, tahalí negro también bordado, y en el pecho una placa de oro con la Virgen de Guadalupe.

              Después de estas disposiciones, continuaron los Independientes su marcha por Maravatío, Tepetongo, la Jordana e Ixtlahuaca. A su paso por los pueblos, haciendas y rancherías se engrosaban sus filas y recibíase a Hidalgo en medio de entusiastas aclamaciones y al alegre son de las campanas. Su entrada en Toluca no fue acompañada de ningún desorden; la plebe intentó saquear la casa de un español cuando ya el ejército estaba en camino a Lerma, pero contenida por el padre Balleza, se redujo a insultar a García Conde.

              Alarmado Venegas por las noticias que recibió de los movimientos de Hidalgo con dirección a Toluca, hizo salir para esta ciudad al regimiento de infantería de Tres Villas, dos batallones mandados por el mayor don José Mendívil, algunos centenares de dragones de España y otros piquetes de menor importancia, poniendo toda la división, fuerte de dos mil hombres perfectamente armados y equipados, a las órdenes del teniente coronel don Torcuato Trujillo. En esa división marchaba también don Agustín de Iturbide. La ciudad capital quedó guarnecida con el regimiento urbano de comercio, y el de patriotas distinguidos de Fernando VII.

              El día 27 de octubre de 1810, Trujillo salió de Toluca con el propósito de hacer un reconocimiento por la anchurosa y árida cañada de Ixtlahuaca; pero a las siete de la noche se encontró con los fugitivos de un fuerte destacamento que situado por su orden en el puente de Don Bernabé, sobre el rio Lerma, y equidistante de Toluca e Ixtlahuaca, había sido dispersado por los Independientes. Convencido de la aproximación del numeroso ejército de Hidalgo y no considerándose seguro en Toluca, contramarchó violentamente, evacuó esta ciudad y se retiró a Lerma, tomando posición en la orilla del rio que lleva este nombre, disponiendo que se abriese una cortadura en la calzada que va de Toluca y que se levantase una fuerte t.r.i.n.ch.e.r.a para sostener con escaso número de tropas el puente que colocado a la entrada de la población da paso sobre el rio. En esta actitud permanecieron los realistas durante todo el día 28, esperando ser atacados de un momento a otro por la calzada de Toluca, pero al siguiente, 29, Trujillo, advertido por el cura Viana, de Lerma, de que los Insurgentes pudieran dirigirse por el puente de Atengo, situado al sur de esta ciudad, para cortarle la retirada, empezó a concebir serios temores por la seguridad de su nueva posición.

              Destacó entonces algunas tropas para defender aquel punto, y previno al subdelegado de Santiago Tianguistengo, pueblo cercano al puente, que cortase este a fin de impedir el paso del enemigo. Pero las ordenes de Trujillo no se ejecutaron con puntualidad: su destacamento fue arrollado, y una fuerte división del ejercito Independiente se desbordó impetuosa por el fuerte de Atengo con el intento de seguir avanzando por el camino que de Santiago Tianguistengo conduce a Cuajimalpa y de envolver por la espalda a los realistas.
              Hidalgo, en efecto, había ocupado a Toluca el 28 de octubre y concertado con Allende el plan de ataque que principió a realizarse el día 29. En tanto que el segundo ocupaba el puente de Atengo, arrollaba al destacamento de realistas y avanzaba por el camino de Santiago, al sur de Lerma, gruesas bandas del ejército Independiente llamaban la atención de Trujillo atacando el puente de aquella ciudad defendido por el mayor Mendivil.

              Sabedor el jefe de la división realista del paso de Allende por el puente de Atengo, comprendió inmediatamente el peligro en que se hallaba, y acto continuo dispuso retirarse al Monte de Las Cruces, a fin de ocupar antes que los Independientes las posiciones que le aseguraban su retirada a la capital. Para sostener su marcha retrógrada dejó en el puente de Lerma a un batallón de Tres Villas y algunos Dragones de España, y el, violentamente salió a las cinco de la tarde e hizo alto cuatro horas después en el Monte de Las Cruces, tomando posición en una pequeña eminencia de no muy amplia superficie, donde el camino real hace una curva, y a corta distancia de un caserío.

              Las avanzadas del fuerte cuerpo del ejército mandado por Allende llegaban al Monte de Las Cruces media hora después que los realistas, y sostuvieron un largo rato un vivo fuego de fusilería.

              Los dos ejércitos pasaron el resto de la noche del 29 de octubre de 1810 ocupando el ancho bosque, al lado el uno del otro, y en espera del nuevo día para venir a las manos.........
              kabrakan
              Forista Esmeralda
              Last edited by kabrakan; 04-enero-2011, 01:13.
              Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
              Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

              Comment


              • #52
                Re: Hace 200 años . . . . .

                A las ocho de la mañana del 30 de octubre de 1810 avanzó una columna de Independientes por el camino real trabando recio combate con la vanguardia de caballería realista, la que logró rechazar a sus contrarios haciéndoles varios muertos, heridos y prisioneros. En estos momentos Trujillo recibió un oportuno refuerzo enviado por Venegas, consistente en dos cañones de a cuatro dirigidos por el teniente de navío Ustariz, cincuenta voluntarios mandados por el capitán don Antonio Bringas y trescientos treinta mulatos y criados de las haciendas de don Gabriel Yermo y de don José María Manzano, armados con lanzas. Eran las once de la mañana cuando una fuerte columna de ataque se movió en medio de imponente gritería con dirección al centro del ejército realista. Formábanla cinco compañías del regimiento de Celaya, todo el regimiento provincial de Valladolid y el batallón de Guanajuato, que servía cuatro cañones que iban a la cabeza de la columna; la retaguardia y los flancos iban cubiertos por los regimientos de caballería de Pátzcuaro, Reina y Príncipe y por un gran número de infantes y soldados de caballería, mal armados y en verdadera confusión. Todas estas tropas se pusieron a las órdenes inmediatas del intrépido Abasolo, que dio en esta jornada pruebas del mas intrépido valor.

                La columna acometió con brío la fuerte posición de los realistas y se sostuvo bizarramente ante el continuo fuego de los cañones dirigidos por Ustariz y los nutridos disparos de la disciplinada infantería de Tres Villas. Las masas de indios mal armados que cubrían los flancos de la columna de ataque fueron blanco de la artillería realista que barría filas enteras, sin que los demás flaquearan ni dieran muestras de retirarse fuera del alcance de las mortíferas descargas; antes bien, enardecidos por aquella matanza se lanzaron varias veces contra las posiciones enemigas resueltos a tomar la artillería, descendiendo otras tantas mermados por el certero fuego de los realistas.

                Allende, que dirigía la batalla por parte de los Independientes, y a quien mataron uno de los caballos que montó durante aquella acción memorable, hubo de comprender que no era fácil forzar el paso, y comunicando con rapidez sus órdenes dispuso ocupar las alturas cubiertas por el bosque que dominaban la meseta en que se habían hecho firmes los realistas, con el propósito también de cortarles la retirada por el camino de México. En cumplimiento de esta acertada disposición el bravo Jiménez, al frente de tres mil hombres y llevando uno de los cañones, desfiló violentamente por caminos de vereda, y al llegar a una de las alturas rompió vivísimo fuego sobre la izquierda de las posiciones de Trujillo, logrando desmontar a poco una de las piezas de la artillería española y demostrando a aquél de esta manera la torpe elección que había hecho al situarse en la dominada meseta.

                Este ataque inesperado y brusco desconcertó por lo pronto al jefe realista, pero reponiéndose rápidamente cambió el orden de defensa: para hacer frente a la gruesa columna que había dado principio al combate y que luego se desplegó en línea de batalla, situó a la izquierda al capitán Bringas con los voluntarios, los lanceros de Yermo y varias compañías de Tres Villas; a la derecha al teniente don Agustín de Iturbide con otras compañías, y en el centro, cubriendo el camino, a varios piquetes con una pieza de artillería al mando del mayor Mendivil, quien, herido desde el principio de la acción, continuaba, sin embargo, sereno y firme en el campo de batalla. Las pocas tropas que le quedaban libres fueron destinadas a hacer frente a la división de Jiménez, que ganaba terreno a cada momento y por entre la espesura del bosque avanzaba sobre la retaguardia de los realistas. No tardaron ambas fuerzas en encontrarse, y entonces se trabó entre los altos pinos una lucha sangrienta y obstinada, peleándose con igual ardor por ambas partes.

                La acción se había hecho general y el espacio ocupado por los realistas se iba reduciendo sensiblemente al empuje del círculo de fuego que los rodeaba. El capitán Bringas estab herido mortalmente; Mendivil recibió otras heridas que le obligaron a abandonar su puesto; varios oficiales y centenares de realistas cubrían la meseta revolcándose en su sangre, y los soldados, cuyo desaliento era visible, empezaron a desmayar hasta el grado de obligar a Trujillo a que oyese las proposiciones de avenimiento que sin cesar le dirigían los Independientes en medio del estruendo del combate. Se prestó por fin a ellos, pero para cometer la mas torpe de las vilezas, pues fingiendo oír a los que se presentaron como parlamentarios, dejó que se acercasen, y antes de que terminaran de hablar mandó hacer fuego a quema ropa, cayendo muertos muchos de entre ellos. Esta infame felonía, que había de ser condenada a poco en la misma España y de la que hizo mérito el jefe realista en su parte al virey, encendió terrible furor en los Independientes que redoblaron sus esfuerzos para dar término al combate.

                Caía ya la tarde; los realistas en gran número yacían por tierra muertos o heridos; el parque se había agotado por los que todavía peleaban; el único cañón que les quedaba y con el que Mendivil defendía con tanto valor el camino real, acababa de caer en poder de los independientes, que lo disparaban contra ellos: entonces Trujillo, reuniendo los restos de sus tropas, emprendió violenta retirada hacia México abriéndose paso con el arrojo de la desesperación por entre las masas de combatientes que le cercaban. Tenazmente perseguido por la caballería, su retirada se convirtió al llegar a la venta de Cuajimalpa en presurosa fuga; allí le abandonaron casi todos los que sacó del campo de batalla, y cuando pernoctó en Santa Fe llevaba en su seguimiento cincuenta soldados y algunos oficiales, entre los que se encontraba don Agustín de Iturbide. Con este triste séquito llegó el día 31 de octubre a Chapultepec, desde donde envió el inexacto parte de su derrota.

                Las huestes vencedoras hicieron retemblar el Monte de las Cruces con sus cantos de victoria; numerosas y rojizas luminarias alumbraban el sitio de la lucha, guiando a los que sepultaban los cadáveres y recogían los numerosos despojos de los vencidos realistas. Calculábase que estos perdieron dos mil hombres y los Independientes un número algo mayor.
                Si se considera la indisciplina del ejército Independiente; si se tiene en cuenta que entre aquellas numerosas masas apenas había mil hombres medianamente armados; si se recuerda que la división realista poseía todos los elementos de guerra de que sus contrarios carecían y que fue totalmente destruida, y se tiene presente el valor heroico de los indios, arrojándose a pecho descubierto contra los cañones y las filas de las tropas del rey, este combate será de justa y eterna fama en México y su nombre timbre de legítima gloria para los descendientes de los que en este tormentoso día pelearon por la independencia de la patria.

                Grande fue la consternación para los partidarios del dominio de los españoles desde que se supo en México que Hidalgo a la cabeza de un numeroso ejército había entrado en Toluca; la ansiedad fue en aumento durante dos días, y el pavor que de aquellos se apoderó cuando la noticia de la completa derrota de Torcuato Trujillo se difundió por la vasta capital de la Nueva España fue inmenso y el terror profundo. . . . .
                Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
                Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

                Comment


                • #53
                  Re: Hace 200 años . . . . .

                  La ciudad entera se conmovió con la nueva de que el ejército de la Independencia, vencedor en Las Cruces, acampaba a una jornada de distancia. La gente acomodada ocultaba sus tesoros y alhajas, recordando lo que un mes antes había ocurrido en Guanajuato, o los llevaba a al Inquisición y a los conventos de frailes y de monjas; las familias de los españoles mudaban de habitación con el objeto de escapar a las denuncias del pueblo o de sus enemigos, en tanto que en las iglesias y monasterios se hacían rogativas por el exterminio de los herejes.

                  En virey situó a la tropa de que podía disponer en las calzadas de Bucareli y La Piedad y alguna artillería en Chapultepec, reforzó la línea militar establecida en las calzadas del Poniente, confió el interior de la ciudad al regimiento de comercio, escuadrón urbano, patriotas distinguidos de Fernando VII, y a una fuerza formada de quinientos sirvientes armados de don Gabriel Yermo y el hermano de este y no seguro Venegas con los tres mil hombres a que ascendían todas estas tropas, envió orden a Calleja para que apresurara su marcha de Querétaro a la capital; dispuso que inmediatamente se trasladara a esta el regimiento de Toluca, que se hallaba en Puebla, e hizo salir violentamente para Veracruz al capitán de navío Porlier con las misión de reunir las tripulaciones de los buques que allí estuviesen y de conducirlas a México. Empero, el camino de la capital estaba abierto a los Independientes, y el terror y el desasosiego eran intensos en los habitantes de México; cualquier polvareda que se percibiera por el rumbo del poniente causaba inmensa alarma.

                  En la tarde del 31 de octubre de 1810 un coche seguido de una pequeña escolta que traía bandera de parlamento bajó por el camino de de Cuajimalpa conduciendo al teniente general don José Mariano Jiménez y al mariscal Abasolo, portadores de un pliego cuyo contenido no se dio a conocer al público. Los parlamentarios fueron detenidos por el oficial que mandaba la guardia de Chapultepec, y el pliego que traían se envió al virey, quien nada contestó, ordenando tan solo que se hiciese volver a Jiménez y Abasolo, y aun se dijo entonces que previno hacer fuego sobre ellos si no se marchaban inmediatamente.

                  En aquellas críticas circunstancias acudió Venegas a exaltar el fanatismo religioso del pueblo bajo y de las otras clases sociales. Era vieja costumbre que en las grandes calamidades públicas se trasladara con gran pompa a la Virgen de los Remedios desde su santuario a la capital, y en cumplimiento de lo dispuesto por el virey la imagen fue llevada procesionalmente la misma tarde del 31 de octubre a la catedral metropolitana, y el virey la declaró Generala de las tropas realistas. El virey quiso también trasladar a México la imagen de Guadalupe, pero no se verificó por la resistencia del cabildo de la Colegiata.

                  Hidalgo, con la van guardia en Cuajimalpa y el grueso de su ejército acampado sobre el campo der batalla, permanecieron inactivos el 31 de octubre y 1º. de noviembre de 1810; el 2 de noviembre súpose en México que Calleja y Flon reunidos avanzaban a marchas forzadas al socorro de la capital, y poco después llegó la noticia de que el numeroso ejército Independiente, levantado su campo, retrocedía lentamente hacia Toluca. Los vencedores en el Monte de las Cruces, después de contemplar el esplendoroso valle desde las cimas del sudoeste y de vislumbrar en lontananza el dilatado caserío y las enhiestas torres de la capital, emprendía su retirada por el mismo camino que había seguido en su movimiento de avance. Dudose en México de la exactitud de la noticia, pues era difícil concebir que un ejército victorioso y fuerte de ochenta mil hombres abandonase voluntariamente la cómoda conquista que parecía estar al alcance de sus manos, siendo esta nada menos que la primera ciudad de la Nueva España, asiento del gobierno virreinal, centro de la industria y la riqueza, emporio del comercio de la colonia y fuente de recursos y elementos de todo género.

                  Aun hoy, tras los muchos años que nos separan de aquella época, no se a logrado establecer las verdaderas causas que obligaron a los jefes de la revolución, vencedora hasta entonces, a retirarse rumbo al interior desdeñando alcanzar el fruto de sus precedentes victorias. Preciso es atender al único documento oficial que nos ha dejado el Padre de la Independencia relativo a su marcha hacia el interior y a los hechos mismos que debieron influir en la resolución por él adoptada:

                  “El vivo fuego que por largo tiempo mantuvimos en el choque de las Cruces debilitó nuestras municiones, en términos que convidándonos la entrada a México las circunstancias en que se hallaba, por ese motivo no resolvimos su ataque y si retroceder para habilitar nuestra artillería. De regreso encontramos al ejército de Calleja y Flon, con quienes no pudimos entrar el combate por lo desproveído de la artillería; solo se entretuvo un fuego lento y a mucha distancia, entretanto se daba lugar a que se retirara la gente sin experimentar quebranto, como lo verificó.

                  Esta retirada, necesaria por las circunstancias, tengo noticia, se ha interpretado por una total derrota, cosa que tal vez pueda desalentar a los pusilánimes, por lo que he tenido a bien exponer a ud. esto, para que imponga a los habitantes de esa ciudad, en que de la retirada mencionada no resultó mas gravamen que la pérdida de algunos cañones y unos seis u ocho mil hombres que se ha regulado perecieron o se perdieron; pero que esta no nos debe ser sensible , así porque en el día está reunida nuestra tropa, como porque tengo montados y en toda disposición cuarenta y tantos cañones reforzados de a 12, 16 y de otros calibres y en diversos puntos, por lo que concluidos los mas que se están vaciando y proveídos de abundante bala y metralla no dilataré en acercarme a esa ciudad de México, con fuerzas mas respetables y temibles a nuestros enemigos.

                  Me dirá Ud. en contestación como se hallaban esos ánimos, que noticias corren con alguna probabilidad, que se dice de México, Tlaxcala, etc., y últimamente cuanto ocurra.

                  Es regular que se hayan reunido los bienes de los europeos, y el que hayan vendido algunos; el dinero existe de estos, de rentas, y de lo mas que pueda realizarse de acuerdo con el corregidor, me lo remitirá para la conclusión de mis disposiciones.- Dios guarde a Ud. mucho años. Cuartel General de Celaya, Noviembre 13 de 1810.- Miguel Hidalgo. Generalísimo de América.- Al margen. La letra del presente es propia mía, y la firma la misma que usaba el benemérito Hidalgo, de quien era Secretario. México, octubre 5 de 1827.- Ignacio Rayón.”
                  Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
                  Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

                  Comment


                  • #54
                    Re: Hace 200 años . . . . .

                    Volvamos la vista hacia San Luis Potosí donde hemos dejado a Calleja aprestándose activamente para combatir la revolución iniciada en Dolores. Mandaba este jefe la décima brigada en los momentos de ser proclamada la Independencia. Era natural de Medina del Campo (Castilla la Vieja) y vino a México en 1789 acompañando al virey conde de Revillagigedo con el empleo de capitán del regimiento de infantería de Saboya; fue el virey Garibay quién le concedió el empleo de brigadier y el mando de la décima brigada establecida en San Luis Potosí. Calleja, rígido y severo en todo lo concerniente a la disciplina militar, y de instintos sanguinarios y rapaces, era, sin embargo, querido de sus soldados que se enorgullecían de obedecer a un jefe de pericia y valor reconocidos.

                    Supo de la proclamación de la independencia por un mozo de la Hacienda de Santa Bárbara, y en el acto se trasladó a San Luis llegando a las diez de la noche del 17 septiembre de 1810; convocó a las autoridades, propietarios y prelados de los conventos, a quienes participó la noticia del levantamiento de Hidalgo, pidiéndoles recursos y auxilios, que le fueron dados con gran entusiasmo. El prior del convento Del Carmen prometió doscientos mil pesos, diez mil caballos y setecientos hombres montados y sostenidos por la Hacienda del Pozo, que era propiedad de aquel convento; los ricos propietarios de San Luis se apresuraron, por su parte, a presentar gente de sus fincas de campo, y a servir algunos de ellos mismos como jefes, distinguiéndose entre todos ellos don Juan Moncada, conde de San Mateo Valparaiso, y marqués del Jaral.

                    Calleja ordenó que se pusiesen sobre las armas los dos regimientos de Dragones provinciales de San Luis y San Carlos, organizó un batallón ligero, que fue conocido con el nombre de Los Tamarindos por haberlos uniformado con gamuza, poniendo a su frente a Juan Nepomuceno Oviedo, y expidió mandato a los pueblos y haciendas de su distrito militar pidiéndoles hombres y caballos. En pocos días logró reunir un número considerable de soldados; dispuso se fundieran cañones, levanto varias compañías de milicia urbana que debían custodiar la ciudad, y tomó de las cajas de intendencia cuatrocientos mil pesos que unidos a la suma aportada por el Convento del Carmen y las fuertes sumas que le franquearon los ricos mineros de Zacatecas, Apezechea, Iriarte y Pemartín, le permitieron hacer con gran amplitud todos los preparativos de guerra. Fruto de las actividades de Calleja y de los abundantes fondos de que pudo disponer, conformó un ejército destinado a combatir con éxito a los Independientes y a devolver a los defensores de la dominación española la tranquilidad perdida. Al empezar el mes de octubre, Calleja salió con sus tropas a situarse en la Hacienda de Pila, poco distante de San Luis; allí hizo levantar un dosel bajo el cual colocó el retrato de Fernando VII y exigió de nuevo a las tropas el juramento de fidelidad.

                    Al saber Venegas que en Querétaro se había descubierto la conspiración, previno a Calleja que sin demora pasase a aquella ciudad llevando consigo una escolta, y que luego le siguiesen los regimientos de San Luis y San Carlos. Pero los sucesos se precipitaron, y cuando llegó esa orden a su destino ya la revolución había estallado e Hidalgo marchaba con sus huestes sobre Guanajuato, por lo que Calleja contestó a virey que no le era posible apartarse de San Luis, en donde había descubierto unas conjuraciones tramadas por varios oficiales; decíale sin embargo, que al llegar el conde de La cadena a Querétaro, marcharía a reunirse con él; Riaño desde el 23 de septiembre le instaba para que marchase a su socorro, pero Calleja no se movió de su campamento en la Hacienda de Pila. Temeroso de las invasiones de los Independientes en los territorio de San Luis y proponiéndose que quedase segura esta ciudad, dejó en ella a las órdenes del comandante don Toribio Cortina setecientos hombres, tres compañías de milicia urbana y una de caballería, mandó cubrir el puerto de San Bartolo con dos escuadrones de caballería provincial y cuatrocientos lanceros . Después de adoptar estas providencias, de reducir a prisión en el Convento del Carmen a noventa y seis individuos que le eran sospechosos, y de establecer una junta de seguridad, con aprobación del virey, para castigar hasta con la pena de muerte, salió del campamento de Pila el 24 de octubre al frente de tres mil caballos, setecientos infantes y cuatro cañones, siguiendo el rumbo de Dolores, lugar en que debía unirse a las tropas de Flon.

                    Fon salió en efecto, de Querétaro el 22 de del mismo mes, con el objeto de realizar la unión de las dos divisiones. Antes de abandonar la ciudad dirigió a sus habitantes la siguiente presuntuosa proclama en que se revela el carácter de este hombre cruel y sanguinario:

                    “El Conde de la Cadena, Comandante en jefe de la primera división del ejército se S. M. el Señor don Fernando VII (Q.D.G.) destinado por el Exemo. Señor Virey para aniquilar a la gavilla de ladrones que han reunido los dos monstruos americanos cura de Dolores y Allende.
                    -A los ciudadanos de Querétaro.-
                    Queretanos:
                    Vuestro proceder durante la resistencia de mi ejército en esta ciudad, vuestra sumisión a las legítimas autoridades, y vuestro empeño y eficacia en defender la ciudad y la biena causa, me han llenado de satisfacción y exigen que os corresponda noticiándoos que salgo mañana a convertir en polvo esa despreciable cuadrilla de malvados. Es mi obligación, y la cumpliré, el instruir al supremo gobierno de vuestra fidelidad; pero algunos genios suspicaces quieren atribuir vuestra docilidad a las fuerzas que tengo en esta; no pienso yo de esa manera, y en prueba de ello, dejo la ciudad confiada a vosotros y a la guarnición valiente que os queda. Vosotros habéis de ser también los defensores; pero si contra mi modo de pensar sucediese lo contrario, volveré como un rayo sobre ella, quitaré a sus individuos y haré correr arroyos de sangre por las calles.
                    - El conde de la Cadena. Querétaro 21 de octubre de 1810.-“


                    A su paso por San Miguel el Grande dispuso que sus soldados saqueasen las casas de Allende, de Aldama, y del coronel de La Canal, y los mismos reprobables excesos cometieron en la casa de Hidalgo las tropas de Flon y de Calleja reunidas en Dolores el 28 de octubre de 1810, dos días antes del sangriento combate del Cerro de Las Cruces. Calleja tomó el mando de las dos secciones y al frente de ellas atravesó la provincia de Guanajuato, y entró en Querétaro el 1º. de noviembre. Dos días antes la ciudad había sido atacada por el jefe independiente don Miguel Sánchez, que se retiró el 30 de octubre con pérdidas considerables.

                    A su llegada a Querétaro recibió Calleja las comunicaciones del virey en que le participaba el estado crítico a que se veía reducida la capital y le prevenía que avanzara violentamente a su socorro, por lo cual salió el 3 de noviembre llegando a las inmediaciones de Arroyo-Zarco la mañana del día 6, adonde sus avanzadas se encontraron con las de Hidalgo, y habiendo hecho a estas algunos prisioneros, supo por ellos que el ejército independiente se hallaba en uno de los pueblos cercanos, y que este ignoraba la aproximación de los realistas.

                    Hidalgo, al retirarse del Monte de las Cruces, tenía el propósito de ocupar Querétaro antes de que avanzasen Flon y Calleja, a quienes suponía en Dolores o en el campamento de Pila. Volviendo con su ejército disminuido hasta cuarenta mil hombres por la gran deserción que había sufrido después de la batalla de las Cruces, repasó por Toluca e Ixtlahuaca, desde donde tomó la dirección a Querétaro y el 6 de noviembre de 1810 llagaba al pueblo de San Jerónimo Aculco. Si grande fue la sorpresa de Calleja al saber cuán próximo estaba el enemigo a quien debía combatir en el Valle de México, no fue menor la de los Independientes al tener a la vista las tropas realistas que consideraban muy distantes.

                    Calleja dispuso inmediatamente que mil doscientos caballos, a las órdenes del coronel don Miguel de Emparán, salieses a reconocer los campos y pueblos de las inmediaciones para adquirir noticias ciertas respecto de la situación, número y calidad de las fuerzas contrarias. Cuando esta descubierta regresó al campo, su jefe informó que Hidalgo, a la cabeza de cuarenta mil hombres, desarmados en su mayor parte, se hallaba en el pueblo de Aculco y sus cercanías. Con estos datos Calleja se aproximó situando su campo a dos leguas del enemigo, donde pasó la noche ocupado en dictar sus disposiciones para atacarle al día siguiente.
                    Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
                    Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

                    Comment


                    • #55
                      Re: Hace 200 años . . . . .

                      Por su parte, Hidalgo, sabedor de que sería atacado, adoptó la resolución de resistir situándose en una loma casi rectangular que domina el pueblo de San Jerónimo Aculco y toda la campiña que a este rodea, ceñida por los lados de oriente y norte por un arroyo y barranco de difícil paso: de los otros dos lados, situados al poniente y sur, el menor, que apenas tendrá cuatrocientas varas, toca a un cerro alto y aislado que da principio a la serranía cubierta de espesos bosques; y el mayor, cuatro veces mas prolongado, es el principio de una falda muy suave de la misma sierra que a distancia de media legua comienza a ser escabrosa e intrincada. Sobre esa loma amaneció formada el 7 de noviembre de 1810 la batalla de los Independientes desplegándose en dos líneas paralelas, y entre ellas un confuso apiñamiento de gente formando una figura oblonga, colocándose la artillería, compuesta de ocho piezas, en los bordes de la misma loma. Una tercera línea de batalla, que fue desapareciendo al aproximarse los realistas, ligaba con el pueblo la posición que acabamos de describir.

                      Calleja formó su ejército en cinco columnas de ataque: las tres del centro a las órdenes de los coroneles Jalón e Iberri y del teniente coronel Castillo y Bustamante; la de la derecha al mando del coronel Emparán, y la de la izquierda conducida por el coronel Espinoza; cada columna llevaba dos piezas de artillería. Marchaba a la vanguardia un cuerpo de tropas ligeras a las órdenes del coronel don Juan Nepomuceno Oviedo, y a retaguardia un escuadrón; seguía luego la reserva, formada en dos líneas, mandadas respectivamente por el teniente coronel Tovar y el capitán Meneso. En este orden avanzó el ejército realista siendo recibido por el fuego nutrido de la artillería e los Independientes que causaba, sin embargo, poco daño por lo alto de la puntería.

                      Rompieron sus fuegos los cañones realistas causando gran confusión en las apretadas masas de los Independientes que cubrían la meseta de la loma, y en seguida las tres columnas del centro emprendieron la subida de la posición con el intento de tomarla a la bayoneta. Estos movimientos, ejecutados con precisión y serenidad, y el fuego certero de la artillería realista, produjeron extraordinario desaliento en las tropas de Hidalgo que empezaron a descender apresuradamente por el lado opuesto de la colina, y perseguidas luego por la caballería se dispersaron en distintas direcciones dejando en poder del vencedor toda la artillería, entre las que se hallaban las perdidas por Trujillo en el Monte de las Cruces, algunos cajones de pólvora, tres de municiones, cuarenta cartuchos de bala y metralla, cincuenta balas de hierro, diez racimos de metralla, algunos centenares de fusiles, dos banderas del regimiento de Celaya, una del de Valladolid y cuatro peculiares de los Independientes. Formaron parte del botín de guerra un carro de víveres, mil trescientas reses, mil seiscientos carneros, doscientos caballos y mulas y seis coches de los generales Insurgentes con equipajes y papeles.

                      El número de prisioneros fue de seiscientos, entre ellos veintiséis soldados de los cuerpos provinciales que habían abrazado la causa de la Independencia, quienes fueron quintados, y los que sacaron la suerte fatal, pasados por las armas, siendo los demás condenados a diez años de prisión. Calleja tuvo la osadía de asentar en su parte oficial dirigido al virey que la pérdida de los Independientes en el combate ascendió a diez mil hombres entre muertos, heridos y prisioneros, y que la de los realistas consistió en un dragón de San Luis, muerto, y un granadero de Toluca, llamado Mariano Islas, herido. No duró mucho la impostura del jefe realista, pues habiendo comisionado el mismo al justicia de Aculco, don Manuel Perfecto Chávez, para que inspeccionase el campo de batalla, recibió de esta autoridad el siguiente parte fechado el 15 de noviembre de 1810:

                      “….. El número de muertos que hubo en la batalla de este campo de Aculco, inclusive delos de Arroyo Zarco, son ochenta y cinco y nada mas; los heridos fueron cincuenta y tres, de estos han muerto diez, entre ellos no parece el comandante de artillería que pos V. S. se me encarga, y solo uno de los heridos dice que dicho comandante artillero se pasó al regimiento de V. S.
                      Remito al Sr. Teniente Coronel cuatro fusiles, cuatro pedreros y una bandera, todo lo cual se halló en el monte por la gente que a mis expensas determiné saliese a registrarlo.”

                      La noticia de este combate fue, sin embargo, festejada en México con grandísima pompa, pues dióse en afirmar que el había puesto término a la revolución iniciada en Dolores. El virey recibió felicitaciones de la Audiencia, del Real Tribunal de Cuentas, y de otras muchas corporaciones civiles y eclesiásticas, y aprovechando la próxima salida de una fragata, que del puerto de Acapulco debía dirigirse a Guayaquil, envió al virey del Perú los partes de las acciones de Querétaro, Monte de las Cruces y Aculco.

                      El combate de Aculco, no obstante la pérdida de tantos y tan considerables elemento de guerra y de la dispersión que causó a los Independientes, no tuvo la importancia que quiso atribuirle el gobierno virreinal. La vasta Nueva Galicia, Zacatecas, San Luis y las provincias internas del oriente estaban incendiadas por el fuego de la revolución; Morelos en el sur empezaba a revelarse como el jefe más audaz y temible que hubo de contrastar la dominación española; Guanajuato y Valladolid, iban a proporcionar recursos importantes a los dos principales caudillos de la revolución; en la importante intendencia de México numerosas guerrillas al mando de Villagrán, González Rojas, Colín, Mercado, Vargas, del Río y otros, hostilizaban constantemente a los realistas, embarazándolos en sus marchas, sorprendiendo destacamentos y partidas sueltas, ya cortando las comunicaciones entre las ciudades y los diferentes cuerpos, ya sosteniendo reñidos choques o refriegas, o acciones serias y formales, según las partidas eran mas o menos gruesas y numerosas; ya apareciéndose de día o de noche como fantasmas donde y cuando el enemigo menos podía esperarlos.

                      Después del combate de Aculco, Hidalgo y Allende, separados en la confusión de la retirada, se dirigieron, el primero a Valladolid con el propósito de levantar nuevas fuerzas, y el segundo a Guanajuato para ponerla en estado de defensa y resistir allí el ejército realista que de seguro haría toda clase de esfuerzos para recuperar ciudad tan importante. Seguido de los tenientes generales Jiménez y Aldama, de los mariscales de campo Abasolo, Arias y Ocón, del abogado Aldama, de otros muchos jefes y oficiales y de tres mil hombres de caballo con ocho cañones de a cuatro, hizo Allende su entrada en Guanajuato en las primeras horas de la noche del 13 de noviembre de 1810 y con actividad incansable ocupose desde el día siguiente de su llegada, de los preparativos de defensa. Dispuso acopiar provisiones para el evento de sostener un sitio dilatado; envió correos extraordinarios a varios jefes, y salía todas las mañanas acompañado de sus ayudantes a reconocer y elegir los puntos mas ventajosos para la defensa. Tarea asaz ardua y difícil era la de convertir aquel terreno quebrado, aquella vasta hondonada de Guanajuato en inexpugnable ciudadela. No solamente era indefendible la ciudad por su posición misma, sino que faltábale al ilustre caudillo el tiempo indispensable para desarrollar el plan que tenía meditado, y carecía de elementos precisos para darle completo remate. Mandó que se hiciesen barrenos en los cerros que dominan la cañada de Marfil; estos barrenos, llenos de pólvora, debían hacer explosión en los momentos en que el ejército realista estuviese bien encajonado en la cañada. Don Rafael Dávalos, director de la fundición de cañones, logró alistar veintidós cañones que fueron colocados en las dos lomas a la izquierda del camino, en el paraje llamado Rancho Seco; uno de estos cañones, notable por sus grandes dimensiones, fue bautizado con el nombre de “Defensor de América.”

                      El día 19 de noviembre de 1810, Allende escribió a Hidalgo la siguiente carta que manifiesta la difícil situación en que se hallaba y en la que se revela el desacuerdo que existía entre los dos principales caudillos desde los días que siguieron inmediatamente a la batalla del Monte de las Cruces. . .. . . :
                      Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
                      Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

                      Comment


                      • #56
                        Re: Hace 200 años . . . . .

                        El escrito que Allende envió a Hidalgo, textualmente dice:

                        “Querido amigo y compañero mío: Recibí la apreciable de Vd. del 15 del corriente y en su vista digo, que nada sería mas perjudicial a la nación y al logro de nuestra empresa que el que Vd. se retirase con sus tropas a Guadalajara, porque sería tratar de la seguridad propia y no de la común felicidad, y así lo había de creer y censurar todo el mundo. El ejército de operaciones al mando de Calleja y Flon entra por nuestros pueblos conquistados como por su casa, y lo peor es que los seduce con promesas lisonjeras, de suerte que hasta con repique lo recibieron en Celaya, y tienen razón, porque se les ha dejado indefensos. Todo esto va induciendo a los pueblos a un desaliento universal, que dentro de breve puede convertirse en odio de nosotros y de nuestro gobierno, y tal vez a estimularlos a una vileza, de maquinar por conseguir su seguridad propia.

                        No debemos pues, desentendernos de la defensa de estas plazas tan importantes, ni de la destrucción de dicho ejército, que por todas partes esparce, con harto dolor mío, la idea de que somos cobardes, y hasta los mismos indios lo han censurado. De otro modo, abandonada esta preciosa ciudad, la mas interesante del reino, o si somos derrotados en ¿y que será de Guadalajara misma, para donde se dirigirá el enemigo cada vez mas triunfante y glorioso por sus reconquistas? Me parece infalible la total pérdida de lo conquistado y de toda la empresa, con el agregado de la de nuestras propias vidas y seguridad, pues ni en la mas infeliz ranchería la hallaríamos, viéndonos cobardes y fugitivos, sino que ellos mismos serían nuestros verdugos.

                        El mismo Huidobro, y en su ejército pedían, en vista de que Guadalajara nos esperaba en paz, que pasase yo en persona, para mayor solemnidad y mejor arreglo de las cosas; pero como no trataba yo de asegurarme, sino de la defensa de esta ciudad de tanto mérito por su entusiasmo, por los muchos intereses que tenemos en ella, por la casa de moneda que tanto importa y por tantos mil títulos, no quise hacerlo, sino permanecer aquí y prevenirle a Vd., como le he hecho, y a las divisiones de Iriarte y Huidobro, se acerquen con cuanta fuerza puedan, para atacar al enemigo por todas partes, destruirlo y abrirnos paso a Querétaro y México, o cuando menos conseguir la seguridad de lo conquistado, y hacer fuertes en sus fronteras, para cortar a México víveres y comunicaciones. El licenciado Avendaño acompañó a Huidobro a Guadalajara para el arreglo del gobierno y lo demás, y también hice lo acompañase Balleza, a las órdenes de Huidobro, previniendo a este, en presencia del mismo Balleza, que no se le obedeciese por ser tan manifiesta su debilidad, y que solo pensaba en la seguridad personal.

                        No fue necesario que llegasen a Guadalajara, ni para su toma, ni para el arreglo del gobierno en todas partes, porque el famoso capitán Torres y los mismos patriotas buenos y vecinos de Guadalajara, lo han puesto todo en el mejor orden que se puede desear, según los partes que recibí ayer, y así cualquiera otra cosa, lejos de fomentar el orden, lo destruirá e introducirá el desorden que tantos estragos nos ha ocasionado. En esta virtud, en justicia, y por amor propio, no puede ni debe Vd. ni nosotros pensar en otra cosa que en esta preciosa ciudad que debe ser capital del mundo, y así sin pérdida de momentos ponerse en marcha, con cuantas tropas y cañones haya juntado, para volver a ocupar el Valle de Santiago y los pueblos ocupados por el enemigo hasta esta frontera y atacarlo con valor por la retaguardia, dándonos aviso oportuno de su situación para hacer nuestra salida, y que cercado por todas partes, quede destruido y aniquilado y nosotros con un completo triunfo. – Ignacio Allende, Capitán general de América.-

                        P. D. Es llegado el tiempo de hablar con la libertad que pide nuestro comprometimiento. Yo no soy capaz de apartarme del fin de nuestra conquista: mas si empezamos a tratar de las seguridades personales, tomaré el separado partido que me convenga, lo que será imposible practique, siempre que Vd. se preste con rigor a nuestra empresa, y Vd. y no otro debe ser el que comande esas tropas. Guadalajara, aun cuando le faltase algún arreglo, después se remediará, y Guanajuato acaso sería imposible volverlo a hacer nuestro adicto.- (Rúbrica de Allende)”


                        Al día siguiente 20 de noviembre de 1810, volvió a escribir a Hidalgo, impulsado quizás por la noticia que le dieron de que este último trataba de dirigirse a San Blas con el propósito de huir a algún pueblo extraño. Esta segunda carta es dura y anuncia el lamentable rompimiento que estalló algún tiempo después entre los dos ilustres caudillos de la libertad Mexicana:

                        “ Mi apreciable compañero, Vd. se ha desentendido de todo nuestro comprometimiento, y lo que es mas, que trata Vd. de declararme cándido, incluyendo en ello el mas negro desprecio hacia mi amistad. Desde Salvatierra contesté a Vd. diciendo que mi parecer era el de que fuese Vd. a Valladolid y yo a Guanajuato para que levantando tropas y cañones, pudiésemos auxiliarnos mutuamente, según se presentase el enemigo: puse a Vd. tres oficios con distintos mozos, pidiendo que en vista de dirigirse a esta el ejército de Calleja, fuese Vd. poniendo en camino a la tropa y artillería que tuviese, que a Iriarte le comunicaba lo mismo, para que a tres fuegos desbaratásemos la única espina que nos molesta; ¿Qué resultó de todo esto? que tomase Vd. el partido de desentenderse de mis oficios y solo tratase de su seguridad personal dejando tantas familias comprometidas, ahora que podíamos hacerlas felices; no hallo como hay un corazón humano en quien quepa tanto egoísmo, mas lo veo en Vd. y veo que pasa a otro extremo: ya leo su corazón y hallo la resolución de hacerse en Guadalajara de un caudal, y a pretexto de tomar el puerto de San Blas, hacerse de un barco y dejarnos sumergidos en el desorden causado por Vd. Y ¿Qué motivos le ha dado Allende para no merecer estas confianzas?.

                        No puede menos que agriarme demasiado, cuando me dice Vd. que el dar órdenes en Guadalajara lo violenta; ¿de cuando acá Vd. así? Tenga presente lo que en todos los países conquistados me ha respondido Vd. cuando yo decía:*es necesario un día mas para dar algún orden, etc.*

                        Que Vd. no tuviese noticias (como me dice) del enemigo ni de Querétaro, es una quimera, cuando de Acámbaro, de Salvatierra y Valle de Santiago desde la semana pasada me están dando partes, y lo que es mas, con los dos primeros oficios que mandé a V. acompañé dos cartas y ellas llegaron a Valladolid y se me contestaron; pero a Vd. no llegan mis letras, según que se desentiende en su carta.

                        Espero que a la mayor brevedad me ponga en marcha las tropas y cañones, o la declaración verdadera de su corazón, en inteligencia de que si es como sospecho, el que Vd. trata solo de su seguridad y burlarse hasta de mi , jura a Vd., por quien soy que me separaré de todo, mas no de la justa venganza personal.

                        Por el contrario, vuelvo a jurar, que si Vd. procede conforme a nuestros deberes, seré inseparable y siempre consecuente amigo de Vd.- Ignacio Allende.””


                        Hidalgo, sin embargo, marchó a Guadalajara, y en cambio el brigadier Calleja abandonó Querétaro el día 15 de noviembre de 1810, y después de reducir a Celaya, Salamanca e Irapuato, se presentó al frente de su brillante ejército en el rancho de Molineros, situado a cuatro leguas de Guanajuato. . . .

                        Pd.: Las dos impresionantes y desvastadoras cartas que envió Allende a Hidalgo se hallan originales en el Archivo General de la Nación, tomo CXVI del ramo de historia. Don Anastasio Zerecero, en sus Memorias asienta que estas cartas son apócrifas; Hammeken y Mexía en su Biografía de Allende, opinan en contrario.
                        Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
                        Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

                        Comment


                        • #57
                          Re: Hace 200 años . . . . .

                          . . . . . El ronco son de la campana mayor de la parroquia y el toque de la generala anunciaron a los habitantes de la ciudad en las postreras horas de la tarde del 23 de noviembre de 1810 la aproximación de los realistas, quienes a las 8 de la mañana del siguiente día comenzaron a atacar las mas avanzadas posiciones que distaban una legua de la ciudad. La de Rancho Seco a la izquierda del camino que seguía Calleja, defendida por cuatro cañones y que era la primera hacia ese lado, rompió vivísimo fuego sobre los realistas cuando estos se hallaban al alcance de las piezas, en tanto que la de Jalapita, la primera de la derecha, cruzaba sus disparos cañoneando vigorosamente el camino de Silao ocupado por una fuerza a las órdenes de Emparán, y la vereda por donde apareció el grueso del ejército real.

                          El ejército realista avanzó con brío sobre las artilladas posiciones de los Independientes. La columna mandada por Calleja, después de apoderarse de los reductos de Rancho Seco, tomó por el camino de real de minas de Santa Ana, y en su tránsito por las desigualdades y asperezas del terreno fue arrollando las posiciones fortificadas y valientemente defendidas de la Higuerilla, del Pánuco y La Leona; en tanto que Flon, siguiendo por el camino de La Yerba Buena, aunque herido de un golpe contuso desde el principio de la acción, allanaba los cerros fortificados del Marfil, dominaba las posiciones inferiores del Tumulto, en las que fue mas empeñada la lucha, y llegaba al caer la tarde a la altura de las Carreras y Cerro de San Miguel, que dominan a la ciudad de Guanajuato por el sur. A la misma hora remataba Calleja en Valenciana su atrevida travesía. La acción podía considerarse concluida después de un combate que duró mas de ocho horas.

                          Allende y los demás jefes, excepto Jiménez, que siguió luchando hasta el término de la acción, abandonaron la ciudad a las dos de la tarde por el camino que va a la Sierra de Santa Rosa. Solo en el ya famoso cerro del Cuarto, un grupo de independientes hizo fuego durante las últimas horas de la tarde contra las posiciones que acababa de ocupar el Conde de la Cadena, sirviéndose del Defensor de América, grueso cañón allí colocado. A las tres de la mañana del día 25 de noviembre volvió a tronar la gigantesca pieza y le respondieron los cañones de Flon. Lució el nuevo día, y el Defensor de América, siguió disparando como si animado estuviese de verdadera rabia, hasta que la división de Calleja, bajando por el camino de Valenciana, hizo blanco de sus tiros a aquel grupo: solo entonces, cuando todos los artilleros rodaron muertos alrededor del gigantesco cañón, pudo considerarse completo el vencimiento de los Independientes.

                          El día anterior, después de haberse retirado Allende y los jefes que le acompañaron, y cuando no podía dudarse ya del triunfo de los realistas, un negro platero llamado Lino, natural del pueblo de Dolores, concibió el mas horrible de los proyectos: recorrió las calles y las plazas diciendo a la alborotada muchedumbre que al día siguiente entraría Calleja y que mandaría pasar a cuchillo a todos los habitantes de Guanajuato, ayudándole de seguro todos los españoles que estaban presos en Granaditas; que para liberarse de esos enemigos preciso era matarlos antes de la llegada de los realistas victoriosos. Dióle oídos la enfurecida plebe, y un grupo numeroso le siguió a la Alhóndiga, donde se hallaban presos doscientos cuarenta y siete españoles. Precipitóse el pueblo sobre la puerta atropellando la guardia, de la que algunos soldados se pasaron a los paisanos; dejó mal herido al don Mariano Liceaga, que defendía sable en mano la entrada; no se rindió a los ruegos de don Pedro Otero, del sargento Tovar y del cura Gutiérrez y otros eclesiásticos que al tener noticia del infame proyecto habían corrido a evitarlo, y dueño al fin de la puerta se esparció por el fatídico edificio en busca de las víctimas. Ciegos de furia arrojáronse los de la plebe sobre los presos, comenzando una horrible carnicería, cebándose en la sangre de aquellos infelices, empapando en ella sus brazos, salpicando sus rostros. . . .

                          De estancia en estancia fueron los sicarios del negro Lino buscando y matando a los prisioneros que en ellas se encerraban. Los cadáveres eran despojados de sus ropas; el robo siguió al asesinato, y cuando hubieron terminado su horrible tarea veíase salir de Granaditas a los grupos de asesinos con los puñales y lanzas tintos en sangre y llevando sobre sus espaldas las ropas y los colchones de las víctimas. Los que se salvaron, encerrados en alguna de las bodegas cuyas puertas en vano trataron de derribar los asesinos, sufrieron una cruel agonía, y cuando vino la noche salieron a refugiarse, unos al convento de Belén y otros a diversas casas particulares. Los presos que se hallaban en el oratorio de San Felipe Neri, antiguo colegio de Jesuitas, pasaron la noche ocultos en la bóveda de la Iglesia que servía de sepulcro.

                          Resístese la pluma a describir estas espantosas escenas y este desenfreno de maldad humana. Pero nos falta que referir nuevos horrores y mas atroces atentados.

                          Supo Calleja esa misma noche en su campamento de Valenciana la infame matanza de Granaditas, y cuando en la mañana del día 25 descendió al frente de su división por el camino que de aquella mina conduce a Guanajuato, diríase que un tigre carnicero bajaba de las montañas a saciarse en la sangre de los que cayesen entre sus garras. . . .
                          Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
                          Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

                          Comment


                          • #58
                            Re: Hace 200 años . . . . .

                            . . . . Calleja mandó tocar a degüello y así hizo su entrada en la ciudad de Guanajuato que ya no hacía resistencia, dando muerte sus tropas a todos los individuos que hallaron hasta el barrio de San Roque, donde mandó suspender esta orden atroz, pero ya habían perecido algunas gentes inermes que ningún participio tuvieron ni en la defensa de los reductos ni en los execrables asesinatos de la Alhóndiga de Granaditas. Al mismo tiempo Flon , que descendía del cerro de San Miguel, daba igual orden, pero como las calles estaban enteramente solas, dice Alamán, y las casas cerradas, no tuvo efecto alguno, y habiendo llegado a la plaza se le presentó el padre dieguino fray José María de Jesús Belaunzarán, religioso respetado en la ciudad, que echándose a sus pies y presentando la imagen de Cristo, , obtuvo que mandase suspender aquella bárbara disposición.

                            Calleja publicó un terrible bando en el que decía a los habitantes de Guanajuato que las matanzas de Granaditas pedían la mas tremenda y ejemplar venganza; en dicho bando se ordenaba que bajo la pena de muerte a los contraventores, se entregaran a las autoridades toda clase de armas y municiones, que se delatase a todos los que habían favorecido o fomentado la revolución, que con la misma pesa serían castigadas las conversaciones sediciosas; que cualquier reunión que excediese de tres personas sería dispersada a balazos, que todo el que saliese a la calle en la noche sin permiso escrito de la autoridad sería penado con una fuerte multa o doscientos azotes, y por último, que presentasen a la autoridad los tejos de oro y plata comprados por menos de su legítimo valor.

                            Desde el momento mismo de entrar en Guanajuato el jefe de los realistas habían comenzado los fusilamientos: al pasar por la Alhóndiga ordenó al capitán de Dragones de Puebla, don Francisco Guizarnótegui, que entrase ha hacer un reconocimiento, y como este le presentó siete hombres que halló en el interior del edificio se supuso que habían tenido parte en los asesinatos de la tarde anterior, y mandó en el momento matarlos. Hasta aquí, sin embargo, lamentable y doloroso, como era el caso, no era nuevo tratándose de un hombre como Calleja; lo nuevo, lo horrible y lo que hace estremecer es lo que vino después. Henchida la espantable Alhóndiga de presos que allí fueron llevados desde que los realistas ocuparon Guanajuato, instalose en ella Flon y desde las primeras horas del día 26 de noviembre de 1810, una unidad hacía salir a uno o dos presos a la vez de la estancia en que estaban encerrados, les dirigía en la puerta o en el corredor alguna pregunta, y sin mas formalidad, los llevaba a un aposento al parecer desocupado. Allí un sacerdote los confesaba, y en el acto eran conducidos al pasadizo que remataba en la puerta de la Alhóndiga, tapiada con adobes. Cuatro soldados se destacaban de la fila, formada en el centro del patio, y fusilaban al sentenciado.

                            Flon, el conde de la Cadena, anciano de aspecto sórdido, de torva y recelosa mirada y de boca contraída por la ira y la venganza, se paseaba entre tanto por los corredores inexorable y terrible, vigilando aquella lenta hecatombe y recreándose, al parecer, con el estallido de las acompasadas descargas. A poco tiempo de esta carnicería, quedó el pasadizo inundado de sangre, regados de sesos y sembrado de pedazos de cráneos de las víctimas, hasta el extremo de ser preciso desembarazar aquel sitio de los cruentos escombros, sin cuya diligencia no podía ya pisarse el pavimento. Para llevar a cabo esta operación se trajeron de la calle algunos hombres, y con sus mismas manos echaron las entrañas y los restos ensangrentados de los muertos en grandes bateas hasta limpiar el lugar de aquellos estorbos para seguir la matanza.

                            Calleja mandó levantar horcas en la plazuela de Granaditas, San Roque, San Fernando, San Diego, San Juan, el Ropero, Mexiamora, el Baratillo y la Compañía, además de la que, permanentemente y conforme a la costumbre de aquellos tiempos, se alzaba en la plaza principal. En esta última fueron ahorcados treinta y dos individuos del pueblo al caer la tarde del 27 de noviembre de 1810: “Fue una noche muy obscura y la ciudad toda se hallaba en el mas pavoroso silencio, y como la plaza está en lo mas profundo del estrecho valle en que halla situada, rodeada como el anfiteatro de la población, desde ella se descubría el fúnebre resplandor de las teas de ocote que alumbraban la terrible escena, se oían las exhortaciones de los eclesiásticos que auxiliaban a las víctimas, y los lamentos de éstos implorando misericordia.”

                            Calleja destruyó la casa de moneda que Hidalgo había mandado establecer, enviando a México las excelentes máquinas que en ella sirvieron, y una considerable cantidad de barras de plata; también mandó como trofeo el gran cañón, llamado por los independientes el Defensor de América, que estuvo expuesto por varios días al público en el patio mayor del palacio virreinal; dispuso la formación de un cuerpo de milicias urbanas, y después de ordenar la ejecución de dos infelices, salió de Guanajuato con todo su cuerpo del ejército el día 10 de diciembre de 1810. Se detuvo en Silao algunos días, y allí publicó el 12 de diciembre un terrible bando en el que declaró: “ Que el pueblo en donde se cometan asesinatos de soldados de los ejércitos del Rey, de justicia o empleado, de vecino honrado, criollo o europeo, se sortearán cuatro de sus habitantes sin distinción de personas por cada uno de los asesinatos, y sin otra formalidad serán pasados inmediatamente por las armas aquellos a quienes toque la suerte.”

                            Calleja llegó a la ciudad de León el 15 de diciembre donde se instaló. Pero dejemos a Calleja aquí, retrocedamos un poco y sigamos ahora al Generalísimo Hidalgo, quien después del combate de Aculco y seguido de muy pocos, entró en Valladolid el 10 de noviembre de 1810 decidido a levantar un nuevo ejército . . . .
                            Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
                            Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

                            Comment


                            • #59
                              Re: Hace 200 años . . . . .

                              Que buenos posteos ...como me gusta leerlos

                              muchas gracias
                              ARMAOS LOS UNOS A LOS OTROS...

                              Comment


                              • #60
                                Re: Hace 200 años . . . . .

                                Originalmente publicado por carl miller Ver post
                                Que buenos posteos ...como me gusta leerlos

                                muchas gracias
                                Mi muy estimado Carl:

                                Además del placer de saludarte, tambien para mi es un gusto el poder transmitir la sabiduría de otros, y que de refilón guste.

                                Quiero transmitirte que comenté con el Director del Castillo de Chapultepec, historiador muy reconocido, lo que estoy plasmando aquí en Foros México: "Hace 200 años...." y me dijo esta enciclopedia histórica: "Mexico a Travez de los siglos", en mucho ya está superada por el avance del tiempo e investigaciones, pero que el tomo III, de donde estoy extrayendo la información, sigue siendo la biblia de esa época histórica de Mexico y dificilmente es superable en calidad y veracidad, pues contiene datos de personajes e historiadores que vivieron el momento, tanto amigos como enemigos de la guerra de independencia.
                                Por la calle voy tirando la envoltura del dolor
                                Por la calle voy volando como vuela el ruiseñor ....

                                Comment

                                Working...
                                X