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Tres enamorados miedosos

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  • Tres enamorados miedosos

    Tres enamorados miedosos

    Cuentos y Narraciones Indígenas

    Recopilación de Elisa Ramírez y Ma. Ángela Rodríguez

    Dibujos de José Antonio Hernández

    Diseño de la portada Peggy Espinosa

    Primera edición en Libros del Rincón: 1989
    Segunda edición: 1990
    Cuarta reimpresión: 1996

    Producción: SECRETARÍA DE EDUCACIÓN PÚBLICA
    Unidad de Publicaciones Educativas
    Isabel la Católica 1106, Col. Américas Unidas
    03610 México, D.F. Tel. 6 74 32 22 / Fax 6 74 32 87

    D.R. © de la edición
    Consejo Nacional de Fomento Educativo
    Av. Thiers 251-10° piso
    11590 México, D.F.

    ISBN 968-29-2938-5

    Impreso y hecho en México
    ¡Por un planeta verde el pueblo revolucionario unido! CRANEO

  • #2
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    Tres enamorados miedosos
    CUENTO MAYA

    VIVÍA EN UN PUEBLO UNA MUCHACHA MUY bonita; tan bonita, que tres hermanos comenzaron a enamorarla. Ella los oyó a los tres y no sabía cómo decirles que no sin que se pelearan. Esto fue lo que se le ocurrió al fin:

    Llegó el mayor a declararle su amor.

    —¿De veras me quieres tanto? —le preguntó.

    —Ay, niña. Tanto te quiero, tanto, que haría cualquier cosa que me pidieras.

    —Bueno. ¿Irías a cuidar a un muerto en el cementerio?

    —Sí.

    —Ven en la noche, el muerto estará listo, lo llevarás al camposanto.

    —Bueno.

    Al rato llegó a declararse el segundo hermano.

    —Haría lo que me pidieras, para que supieras cuánto me gustas.

    —¿De veras?

    —Claro.

    —Pues esta noche harás como si fueras muerto.

    Aceptó y le tomaron las medidas para hacerle su caja.

    El tercer hermano llegó más tarde.

    —Ay, niña, eres mi amor. Haría por ti lo que me ordenaras.

    —¿Harías de diablito?

    —De lo que pidas y mandes.

    Lo citó para la noche.

    Cuando llegó el que iba a hacer de muerto, lo amortajaron y lo metieron al ataúd.

    Al rato llegó el que debía cuidarlo: le dio cuatro cirios y lo mandó al panteón con el difunto a velarlo.

    Al más chico lo vistieron con un traje cubierto de latas agujeradas. Cada lata llevaba una vela encendida dentro. Le pusieron cuernos. Salió lanzando destellos y chispas; tintineaba al caminar.

    —¿Y qué debo hacer? —preguntó.

    —Ve al panteón y te pones a dar de brincos.

    Llegó al panteón y, aunque con miedo, comenzó a saltar.

    —¡Ave María Santísima, qué es eso! —gritó el que estaba velando. Se echo a correr.

    —¡Jam, un diablo! —gritó el muerto y escapó.

    —¡Un muerto que corre! —gritaba el diablito al emprender la huida.

    El primero volteaba y veía que lo perseguían. No paró hasta llegar a su casa. Se aventó a su hamaca.

    El segundo, para escapar del diablo, se escondió en la misma hamaca.

    El diablo, con el susto, ni vio que el muerto venía delante de él, se fue a encontrarlo en su mismísima hamaca.

    Cuando se dieron cuenta de la broma y de su miedo, dejaron en paz a la muchacha: ni la volvieron a ver; ni adiós le dijeron.

    ¡Por un planeta verde el pueblo revolucionario unido! CRANEO

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    • #3
      De cómo le crecieron las orejas al conejo

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      De cómo le crecieron las orejas al conejo
      CUENTO MAYA

      EL CONEJO ERA PEQUEÑO, Y CUANDO se paraba delante del sol, su sombra era muy chica. Pensó ir a donde vivía el Gran Dios y pedirle que lo hiciera más grande, no estaba conforme.

      Comenzó a ir, ir, ir, hasta que llegó a donde era su casa. Tocó. El ayudante del Gran Dios le abrió.

      —¿Qué quieres, Juan Conejo?

      —Quiero hablar con el Gran Dios; voy a pedirle que me haga más grande, no me gusta estar así de chico.

      —Espérate, voy a avisarle, a ver qué dice.

      Y le contó.

      —Ayudante —dijo el Gran Dios— si lo hacemos más grande, quién sabe qué fin tendrá. Si así de chiquito es tan travieso y llegó hasta acá, imagínatelo grande. Pero vamos a darle gusto: le pondremos una condición difícil. Si la cumple, lo agrandaremos; si no la cumple, así lo dejamos. Pasaron a Juan y le dijeron la condición:

      —Tienes que traer noventa pieles de mono para mañana. Si las traes, te agrandaremos; si no, pues no se va a poder.

      —Bueno, voy por ellas.

      Juan cogió su camino. No sabía todavía qué hacer.

      Llegó a una casa vieja y vio tirado un costal.

      —Mmm, eso me va a servir.

      Lo cogió y siguió caminando. Al rato se encontró una lata vieja. También la recogió. La metió a su costal y siguió caminando. Al rato llegó a un platanar, había plátanos maduros. Comenzó a cortarlos y a meterlos en el costal.

      — Me va a servir.

      Siguió caminando y llegó al monte. Comenzó a tocar en su lata: traca, traca, traca, traca ta.

      Como los monos, quién no lo sabe, son muy curiosos, comenzaron a asomarse, a ver qué cosa era lo que sonaba.

      Juan Conejo seguía con su lata: traca, traca, traca, traca ta.

      Y los monos se acercaron más.

      —Vengan, miren, les traje unos plátanos para que coman.

      Los changos se acercaron a comer.

      —Traje bastantes, no se los van a terminar ustedes solitos, vayan a invitar a otros compañeros para que coman todos. Los monos se fueron a traer más monos. Regresaron haciendo mucho ruido. Cuando ya estaban terminando de comer los plátanos, el conejo gritó:

      —Ahí vienen otros changos; métanse en el costal, escóndanse para que les toquen más plátanos.

      Los monitos se metieron al costal y ya dentro los apaleó y les quitó la piel. Y así siguió hasta juntar las noventa pieles que le habían pedido para hacerlo más grande. No bien las tuvo listas, se fue a la casa del Gran Dios.

      —Aquí está lo que me pidieron.

      —Está bien. Ayudante, agárrale las orejas y yo le agarraré la cola.

      Y lo jalaron. La cola se le trozó y las orejas se le alargaron.

      Al soltarlo, el conejo se paró delante del sol y vio que su sombra era más larga.

      —Así estoy bien, Gran Dios, ya no estoy tan chiquito como estaba antes.

      Y así fue como le crecieron las orejas al conejo.


      ¡Por un planeta verde el pueblo revolucionario unido! CRANEO

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      • #4
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        Ndeaj, el huérfano
        CUENTO HUAVE

        HABÍA UNA VIEJA EN EL PUEBLO. NUNCA había tenido marido y sin saber cómo un día tuvo un hijo. Nació el niño y lo acostó en su cuna: a ratos se veía como un pedazo de carne, a veces era una bola de lumbre y en ocasiones, de plano desaparecía. De allí su madre supo:

        —Este niño no es como el resto de la gente, debe ser como los antiguos, ha de ser montioc (los que tenían un nagual de nube).

        El niño creció y nadie lo quería. Todos se burlaban de él porque su madre era muy vieja y no tenía padre. Andaba siempre sucio y roto, eran muy pobres.

        Nunca se quedaba en su casa: se iba a la pesca. Jugaba haciendo montañitas de piedras, canalitos para que corriera el agua. Llegaba tarde y manchado de lodo. Diario pescaba y jugaba en la laguna de los popoyotes.

        Un día llegó una orden de la gente de fuera, mol, junto con una corona: debían mandarles a un niño; al que le quedara la corona sería el elegido. Llamaron a todos los chamacos del pueblo y les probaron la corona. No les quedaba. Trajeron al Ndeaj, todo andrajoso y sucio; la corona le sentó en la cabeza como si le hubieran tomado la medida.

        La gente de México lo mandaba llamar para estudios, pero en el pueblo todos creían que lo matarían, por eso se conformaron con que él fuera el elegido. La viejita lloraba.

        —No te preocupes —la consolaba—, les dejaré mis recuerdos antes de irme.

        El charquito donde jugaba el huérfano es ahora la laguna de San Mateo; el montoncito de piedras es el cerro de Huazontlán. También les hizo la Mar Tileme.

        La Barra de San Francisco y el cerro Cristo. Ésos son sus recuerdos. Tampoco en San Francisco lo querían, pero les dejó el Cerro de las Flores. Antes de marcharse se arrancó dos bigotes y los arrojó al mar: de allí nacieron los camarones que son el sustento de todos los huaves. Sembró uno de sus dientes y de allí nació la sal.

        Se fue a Tenochtitlán y lo metieron a la escuela. No le gustaba. Lo único que le interesaba era seguir jugando: hizo canales y montañitas de piedras y así les formó, también a ellos, su pueblo. Hacía las cosas rápido pues sabía que pronto lo echarían. No fue nunca a la escuela, sus maestros se enojaron. Por último le hicieron una caja toda cubierta de plata, lo metieron y lo fueron a tirar al mar.

        Un barco que venía del otro lado del mar la recogió. Pensaban encontrar un tesoro dentro y al abrirla se toparon con un chamaquito desnudo.

        El Ndeaj se fue a otros países; por allá, sigue haciendo sus maravillas.

        ¡Por un planeta verde el pueblo revolucionario unido! CRANEO

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