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Simplemente...de todo, un poco...

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  • Re: Simplemente...de todo, un poco...

    Paris dirigiose esta vez sobre las fortificaciones de la Sábana defendidas por el coronel Ávila con setecientos hombres. Las tropas de Paris, que aumentadas con un re3fuerzo salido de Acapulco ascendían a dos mil soldados con dos cañones, se dicidieron en tres columnas, poniéndose al frente de la del centro el mismo Paris, encomendando la de la derecha a Sánchez Pareja, y confiriendo el mando de la de la izquierda a don Francisco Rionada. En este orden y apoyadas por una sección de cien hombres, que debía flanquear la posición de Ávila, marcharon las columnas haciendo jugar su artillería, que fue contestada con los certeros disparos de El Niño. Terrible fue la acometida y grande el esfuerzo de los realistas por apoderarse de las fortificaciones de sus enemigos, y después de muchas largas horas de combate tuvo que retirarse Paris hasta el paraje de Tres-Palos dejando el campo regado de muertos y heridos.

    No obstante las ventajas que por medio de sus tenientes había logrado Morelos alcanzar, su situación hacíase cada vez mas crítica, pues carecía de municiones de guerra y escaseaban los medios de subsistencia para sus sufridos soldados. Retirado Paris a Tres-Palos, realmente el situado era Morelos, pues se hallaba colocado entre las tropas de aquel y la guarnición de Acapulco. Preciso era salir cuanto antes de tan difícil posición, y para ello recurrió el jefe Independiente a la astucia de que tantas veces hizo uso en el curso de sus campañas. Sabedor de que en el campo de Paris un capitán llamado Mariano Tabares se hallaba descontento por una injusta prisión que había sufrido poco antes, entabló con él inteligencia, y en virtud del plan entre ambos acordado, hizo marchar Morelos, la noche del 4 de enero de 1811, al coronel don Julián Ávila con seiscientos hombres al campamento de los realistas. Dada la señal convenida de antemano con Tabares, Ávila atacó con ímpetu, y después de vencer alguna resistencia se apoderó de ochocientos prisioneros, setecientos fusiles, cinco cañones, cincuenta y dos cajones de parque, porción de víveres y otros pertrechos. Paris, sorprendido en medio del sueño, comprendió desde el primer momento que era inútil resistir y huyó protegido por la oscuridad y por el mismo desorden que había en su campamento.

    Morelos sin haberse presentado todavía el mismo en el campo de batalla, había logrado por medio de sus tenientes, los Ávilas, batir con fuerzas inferiores a los realistas; y en el corto espacio de sus dos meses, habiendo empezado la campaña con veinticinco hombres que sacó de su curato, había reunido mas de dos mil fusiles, cinco cañones, porción de víveres y municiones, tomado todo al enemigo.

    Tiempo es ya de que digamos lo que hacía en Guadalajara el generalísimo Hidalgo, en cuya ciudad le hemos visto entrar con gran pompa el 26 de noviembre de 1810, y recibir a Allende con marcadas demostraciones de aprecio a mediados del siguiente mes.

    Tres días después de su llegada, el 29 de noviembre, publicó un bando aboliendo la esclavitud: “Que siendo, decía el primer considerando del decreto, contra los clamores de la naturaleza el vender a los hombres, quedan abolidas las leyes de la esclavitud, no solo en cuanto al tráfico y comercio que se hacía de ellos, sino también en lo relativo a las adquisiciones; de manera que conforme al plan del reciente gobierno puedan adquirir para si, como unos individuos libres al modo que se observa en las demás clases de la república, un cuya consecuencia, supuestas las declaraciones asentadas, deberán los amos, sean americanos o europeos, darles libertad dentro del término de diez días, so la pena de muerte que por inobservancia de este artículo se les aplicará”. La esclavitud, oprobio de la historia, existía en las colonias españolas de América para la raza africana, que vino a sustituir a la indígena en los trabajos de los campos ardientes de las costas.

    En el mismo bando prescribía “que ninguno de los individuos de las castas de la antigua legislación que llevaban consigo la ejecutoría de su envilecimiento en las mismas cartas de pago del tributo que se les exigía, no lo pagasen en lo sucesivo, quedando sustituido este nocivo impuesto con el de un dos por ciento de alcabala para los efectos de la tierra y con el de tres para los de Europa”. Hidalgo continuó con la organización de su gobierno; nombró para el giro de los negocios dos ministros, el uno con el título de Gracia y Justicia, y el otro con el mas extenso e indeterminado de Estado y del Despacho. El primero fue confiado al joven abogado guanajuatense don José María Chico; el segundo se dio al abogado don Ignacio López Rayón, que ejercía las funciones de secretario del generalísimo. Este último fue quien propuso a Hidalgo la adopción de un plan que evitando la dilapidación de los bienes embargados a los españoles, les hiciese servir al sostenimiento de la guerra de Independencia.

    Por estos días el gobierno de la revolución nombró a don Pascual Ortiz de Letona, joven Guatemalteco que residía en Guadalajara y que había obtenido el empleo de mariscal de campo, plenipotenciario ante el Congreso de los Estados Unidos de América, para ajustar y arreglar con alianza ofensiva y defensiva, tratados de comercio útil y lucroso para ambas naciones y en cuanto mas conviniese a la felicidad de los dos países. Mientras tanto, del otro lado, en Texas se alzaba un pueblo libre que a costa de grandes esfuerzos había afianzado su independencia por lo que los revolucionarios Mexicanos creyesen hallar auxilio y sostén en ese pueblo.

    Hasta entonces la revolución había carecido del poderoso medio de la imprenta para propagar sus principios. Dueños los Indpendientes de la ciudad de Guadalajara, aprovecharon arma tan eficaz y el primer número del DESPERTADOR AMERICANO, periódico establecido por Hidalgo, apareció el 20 de diciembre de 1810. Lo redactaba el doctor don Francisco Severo Maldonado.

    En el transcurso del mes de diciembre de 1810, los Independientes lograron armar y disciplinar siete batallones, seis escuadrones y dos compañías de artillería, que en todo formaban tres mil cuatrocientos hombres. Los almacenes del arsenal de San Blas proveyeron de municiones y de buena y poderosa artillería: cuarenta y tres cañones que sumados a los logrados en otros lugares, hicieron subir a cerca de cien bocas de fuego. Hidalgo resolvía por esos días, dar muerte a los españoles presos en Guadalajara; esta execrable disposición fue motivada, según algunos, por una denuncia que se hizo al caudillo de la Independencia de una conspiración tramada por los mismos presos. Mandó degollar mas de ochenta personas en el cerro de Las Bateas; las que ejecutaron en las barrancas de Guadalajara pasaron de setecientas; en el silencio de la noche, el torero Marroquín, un capitán llamado Vicente Loya, Muñiz, el terrible ejecutor de los asesinatos de Valladolid, Alatorre, Cajifa de Pénjamo, y Vargas de Cotija, sacaban a los españoles del Colegio de San Juan, del Seminario y otros edificios en que estaban presos. Llevábanlos a las barrancas cercanas a la ciudad y dábanles muerte, sepultando luego los cadáveres en largas y profundas zanjas. Este horrible degüello principió la noche del 12 de diciembre y se prolongó hasta las últimas del mismo mes.

    Convenía a los jefes Independientes que entraron los primeros en Guadalajara cubrirse de todo ataque por el lado de occidente. . . . .

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    • Re: Simplemente...de todo, un poco...

      Sucesos militares de grande importancia habían ocurrido en el Norte y en el Occidente, ensanchando la vasta zona que, sustraída de la obediencia del gobierno virreinal, reconocía la causa de la Independencia. En tanto que Hidalgo y los principales caudillos se esforzaban en Guadalajara por organizar las inmensas masas de combatientes que iban a oponer al hábil y bravo Calleja, habíanse meneado las armas con actividad y estrépito en Sonora, Coahuila y Nuevo Santander (hoy Tamaulipas); González Hermosillo, en la primera de estas provincias, Jiménez en la segunda, y en la última otros jefes de menor renombre, alcanzaban notables ventajas sobre las tropas realistas y extendían el patriótico levantamiento en aquellas apartadas regiones.

      Hemos visto que Torres autorizó a Mercado para dirigirse contra San Blas y dominar toda esa basta porción de Nueva Galicia, cumpliendo este con su empresa del modo mas brillante. Poco después, Gómez Portugal, otro de los caudillos de aquella provincia y a quien hemos visto triunfar en La Barca, comisionó para extender la revolución en Sonora y Sinaloa, a don José María González Hermosillo y a don José Antonio López, honrado vecino de Tepatitlán, el primero, y el segundo, oficial de la primera división de milicias del Sur. La no muy numerosa sección de González Hermosillo, a quien Hidalgo había dado el empleo de teniente coronel, emprendió su marcha a fines de noviembre de 1810, y algunos días mas tarde, el 15 de diciembre siguiente, entraba en tierras de Sinaloa, comprendida entonces en la basta intendencia de Sonora. Sin pérdida de día 18 al Real del Rosario defendido por el coronel don Pedro Villaescusa, quien se vió obligado a rendirse. Tan brillante victoria valió a Hermosillo el ascenso a coronel el 29 de diciembre. No deteniéndose en El Rosario mas del tiempo estrictamente preciso, siguió avanzando y ocupó, uno es pos de otro, Mazatlán (entonces lugarejo) y San Sebastián, disponiéndose a avanzar hacia San Ignacio y Cosalá. Así, en espacio de pocos días, una porción considerable de Sonora había sido ocupada por las armas de la Independencia.

      Mas importante, si se atiende a la extensión territorial que quedó dominada, fueron los triunfos alcanzados en Nuevo Santander y Coahulia, durante el mes de diciembre de 1810 y parte de enero de 1811. La revolución cundió de San Luis a la primera de esas provincias, cuyo gobernador, el teniente coronel don Manuel de Iturbe, abandonado de caso todos sus soldados y oficiales, vióse obligado a encerrarse en Altamira en espera de los refuerzos que pidió al gobierno virreinal. Entre tanto los independientes al mando de Villerías, Acuña y Gómez de Lara, recorrían sin tropiezo el vasto y montuoso Nuevo Santander, aprisionando a los españoles que hallaban en las poblaciones y haciendas y forzando a huir a muchos de estos a Santillo, donde el coronel don Antonio Cordero, gobernador de la provincia de Coahuila, sujeta a la Comandancia General de Provincias Internas, organizaba un cuerpo de tropas con las cuales debía de moverse hacia San Luis, según el plan de operaciones combinado por el brigadier Calleja.

      El teniente general don José Mariano Jiménez, a quien hemos visto pelear en Guanajuato con su acostumbrado denuedo, salió de esa ciudad el 24 de noviembre, algunas horas después que Allende y los demás jefes; poco días después se separó de sus compañeros a consecuencia de la orden que le dio Allende de propagar la revolución por las provincias del Norte. Seguido de los coroneles don Juan Bautista Carrasco, don Luis Gonzaga Mirecles y don Luis malo, se dirigió a Charcas, al norte de San Luis Potosí, donde a poco tiempo logró reunir una respetable división, que se aumentó con la llegada de Fray Gregorio de la Concepción, al frente de tropas y artillería que sacó del San Luis, al ser ocupada esta ciudad por don Rafael Iriarte. El 10 de diciembre salió Jiménez rumbo a Matehuala, llegando a este lugar dos días después, allí publicó un bando en el que prevenía que se aprehendiese a los emisarios de Napoleón que se presentasen a seducir al pueblo; que se redujese también a prisión a los que llamándose comisionado de los jefes Independientes, extorsionaban a los ciudadanos pacíficos, y que se castigara con todo el rigor de las leyes a los soldados que se permitiesen saquear casas o haciendas. La división de Jiménez , fuerte de siete mil hombres con veintiocho piezas de artillería, salió de Matehuala el 28 de diciembre de 1810, con dirección a Saltillo.

      Cordero había tomado posiciones en Aguanueva, a corta distancia de aquella villa, con doscientos hombres perfectamente disciplinados. Al aproximarse la división de Jiménez, el jefe realista avanzó hasta el puerto de Carnero, donde se avistan unos a otros el 6 de nero de 1811. Recio fue el empuje de los Independientes, que divididos en tres columnas, atacaron el cañón del puerto y las eminencias que a uno y otro lado cubrían las tropas realistas. Después de un vivo cañoneo y cuando las columnas de Jiménez habían avanzado hasta ponerse a tiro de fusil de sus contrarios, éstos en su gran mayoría se pasaron a los asaltantes. Cordero pudo escapar y huyó hasta la Estancia de Mesillas, donde fue aprehendido y presentado a Jiménez, quien entró vencedor en Saltillo el 8 de enero, sin que una sola ejecución ni el mas leve desorden empañaran el brillo de su triunfo. Aparte de los inmediatos resultados que con él recogieron los Independientes, aseguroles el dominio del Nuevo Reino de León, cuyo gobernador don Manuel Santa María se declaró por la revolución en Monterrey, capital de la provincia, cuyo ejemplo siguió esta toda entera. Jiménez envió a Monterrey al coronel Carrasco con quinientos hombres y cuatro cañones, ordenó al brigadier Arana que ocupase Monclova, y destacó al coronel Mirecles al frente e doscientos soldados en dirección de Parras.

      Comovióse a su vez la dilatada provincia de Texas donde el capitán de milicias don Juan Bautista Casas se hizo dueño de la capital, San Antonio de Béxar, y con ella de todo el territorio Texano, apresando el 22 d enero de 1811 y enviando luego a Monclova, al gobernador realista don Manuel Salcedo y a don Simón de Herrera, que había desempeñado cargo igual en Nuevo León y que era entonces jefe de milicias en las provincias del norte. “ Con este movimiento, dice acertadamente Alamán, todo el país que se extiende dese San Luis hasta la frontera de los Estados Unidos de América, obedecía a Hidalgo, sin enemigo alguno en todo él, pues Jiménez rechazó y obligó a retirarse en el puerto del Carnero al capitán don José Manuel de Ochoa que con algunas tropas de provincias internas, se acercó a impedir el progreso de la revolución".

      Sazón es esta de hablar de un suceso que sin íntima conexión con el levantamiento acaudillado por Hidalgo, fue el precursor de los graves acontecimientos que algunos años después producirían una guerra sangrienta y porfiada entre México independiente y los Estados Unidos de América. . . . .

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      • Re: Simplemente...de todo, un poco...

        . . . . Algunos vecinos de Baton Ruoge, lugar situado en los confines de las posesiones españolas con la joven república del Norte, proclamaron la independencia de la Florida Occidental en un acta que firmaron el 26 de septiembre de 1810. Los signatarios de ese importante documento eran colonos a quienes la imprevisión del gobierno español había permitido establecerse en aquellas remotas y despobladas regiones. Y no sin razón el gobernador Salcedo al dar cuenta de este suceso al virrey Vengas el 21 de noviembre siguiente, pidiendo auxilios para rechazar cualquier ataque de los sublevados colonos de Baton Ruoge, decía lo siguiente:

        “ Esta provincia (Texas) es la llave del reino, y es la mas despoblada y exhausta de cuanto es necesario para su defensa y fomento, pudiendo ser la mas rica y el antemural respetable de las ambiciosas miras de vuestros vecinos.”

        La campaña de 1811 iba a abrirse por las tropas realista de conformidad con el plan proyectado por Calleja y que mereció la aprobación del virrey, pues esta alto funcionario no podía formar otro, ya por la distancia a que se hallaba el teatro de la guerra, ya, siendo quizás este el principal motivo, porque ignoraba la exacta situación geográfica del país, guiándose, cuando el caso de ofrecía, por el no muy exacto mapa que acababa de publicar en Europa el ilustre barón de Humboldt. El plan de Calleja consistía en hacer converger todas las tropas realista disponibles a Guadalajara. No habría el mas mínimo apoyo para las lejanas provincias del norte.

        El Acta de los vecinos de Baton Rouge dice asï:

        “El universo sabe de la fidelidad que los habitantes de este territorio han guardado a su legítimo soberano mientras han podido esperar recibir de él protección en sus vidas y haciendas.

        Sin hacer ninguna innovación inútil en los principios del gobierno establecido, habíamos voluntariamente adoptado ciertas disposiciones, de acuerdo con nuestro primer magistrado, con la mira formal de conservar este territorio, y acreditar nuestro afecto al gobierno que antes nos protegía.

        Este punto consagrado de nuestra parte por la buena fe, quedará como un testimonio honroso de la rectitud de nuestras intenciones y de nuestra inviolable fidelidad hacia nuestro rey y nuestra amada patria, en tanto que una sombra de autoridad legítima reinaba todavía sobre nosotros. No buscábamos sino un remedio pronto a los riesgos que parecían amenazar nuestras propiedades y nuestra existencia. Nuestro gobernador nos animaba a ello con promesas solemnes de cooperación y asistencia; pero ha procurado hacer de estas medidas que habíamos tomado para nuestra preservación, el instrumento de nuestra ruina, autorizando del modo mas solemne la violación de las leyes establecidas y sancionadas por él mismo como leyes del país.

        Hallándonos, en fin, sin ninguna esperanza de protección de parte de la madre patria, engañados por un magistrado, cuya obligación era proveer a la seguridad del pueblo y el gobierno confiado a su cuidado, expuestos a todas las desgracias de un estado anárquico que todos nuestros esfuerzos se dirigen a cortar desde largo tiempo, se hace preciso y necesario que proveamos a nuestra propia seguridad como un estado independiente y libre, que queda disuelto el vínculo de fidelidad de un gobierno que no nos protege.

        En consecuencia, nosotros los representantes del pueblo de este país, tomando por testigo de la rectitud de nuestras intenciones al Supremo regulador de todas las cosas, publicamos y declaramos solemnemente, que los diversos distritos de que consta la Florida Occidental forman un estado independiente y libre, con derecho a establecer por si mismos la forma de gobierno que juzguen conveniente a su seguridad y dicha: de concluir tratados, de proveer a la defensa común: y en fin, de celebrar cualesquiera actos que puedan de derecho hacerse por una nación libre e independiente; declarando al propio tiempo que desde esta época todos los actos ejecutados en la Florida Occidental por tribunal o autoridades que no tengan poderes del pueblo conforme a las disposiciones establecidas por esta convención son nulos y de ningún efecto. Excitamos a todas las naciones extranjeras a que reconozcan nuestra independencia y a que nos presten la asistencia que es compatible con las leyes y usos de las naciones.

        Nosotros, los representantes, nos obligamos solemnemente a nombre a nombre de nuestros comités, con nuestras vidas y haciendas a defender la presente declaración, hecha en junta en la villa Baton Rouge a veintiséis de setiembre de 1810.

        Edmund Haws. – John Morgan. - Thomas Lilley. - John H. Thompson. – John Mills. – Wm. Spiller. – Philip Hickey. – Wm. Barrow. – John W. Leonard. – John Rhea, presidente de la Convención. – Por mandato de la misma, Andrés Steele, secretario. “

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        • Re: Simplemente...de todo, un poco...

          El plan de Calleja, formado el 16 de diciembre de 1810 en León, consistía en hacer converger todas las tropas realistas en Guadalajara, para destruir de un solo golpe a la revolución con sus principales caudillos. Tocaba a los ejércitos del mismo Calleja y de Cruz efectuar el movimiento principal, debiendo partir el primero de Guanajuato y el segundo de Valladolid, para reunirse el 15 de enero de 1811 en el puente de Calderón. Las tropas realistas del norte y occidente estaban destinadas a auxiliar el movimiento. Cordero, que Calleja creía dueño de Matehuala, debía avanzar unido con Ochoa hacia San Luis, restablecer el orden en la ciudad, castigar los pueblos de Dolores, San Luis de la Paz y Xichú y situarse luego en un punto equidistante de San Miguel el Grande, Guanajuato y Querétaro.

          Bonavia, que se hallaba en Sombrerete, bajaría a Zacatecas y Aguascalientes, y después de reducirlas al orden, había de colocarse en León y Silao; el intendente y gobernador de Sonora, don Alejo García Conde, entraría en la Nueva Galicia, por el noroeste después de abatir a los Independientes que acaudillados por Mercado y González Hermosillo quisieran estorbarle el paso.

          El plan del hábil brigadier español, como se ve, estaba perfectamente concebido; pero debiendo recurrir a su realización varios cuerpos de tropas, situados a enormes distancias unos de otros, no era posible que todos se moviesen con igual celeridad y que se hallasen con oportunidad en los puntos que respectivamente se les habías señalado. Además, las derrotas sufridas por Cordero y Ochoa en el puerto del Carnero, próximo a Saltillo, dejaron abierta a los Independientes toda la zona del Norte, y frustrada la combinación que Calleja hubo encomendado a aquellos jefes antes de que fuesen desbaratados por el bravo Jiménez. Antes que la noticia de la derrota sufrida por Cordero le enterase del desconcierto de su plan en esa parte, Calleja resolvió avanzar hacia Guadalajara para ejecutar el movimiento principal en combinación con los cuerpos ó ejército de reserva al mando del brigadier Cruz, que en aquellos días marchaba con dirección a Valladolid. Detúvose en León algunos días para reparar las bajas causadas en su división por las enfermedades y las deserciones; pasó de allí a Lagos.

          Esperó algunos días Calleja para dar tiempo a las demás divisiones combinadas de que se pusiesen en movimiento, pero no recibiendo noticia alguna de la de Coahuila (destrozada ya por Jiménez), púsose en marcha para el punto en que debían unirse con el cuerpo de reserva, llegando a Tepatitlán el 15 de enero de 1811. Cruz salió de Valladolid el 7 des mismo mes, al frente de dos mil hombres, llegando el 13 de enero a Tlasasalca, y al día siguiente salió rumbo a Zamora.

          Apresuraban, entretanto, los caudillos de la Independencia sus aprestos defensivos en Guadalajara, presumiendo que pronto serían atacados. Pocos días mas tarde, súpose la marcha combinada de Cruz y de Calleja, y desde luego se trató de adoptar un plan de defensa. Convocóse por el Generalísimo una junta de guerra para decidir lo mas conveniente. En ellas propuso el jefe de la revolución que el grueso del ejército saliese al encuentro de Calleja, en tanto que Iriarte, al frente de la división de Zacatecas, se colocaría a la retaguardia de aquel para ponerlo entre dos fuegos, y que para impedir la unión de Cruz con Calleja, marchase contra el primero un cuerpo respetable para atacarle y derrotarle, o cuando menos, para detener su marcha el mayor tiempo posible. Allende, muy receloso del éxito de las batallas campales, sostenidas de parte de los Independientes por masas numerosas, con poca o ninguna disciplina y muy mal armadas, contra las brillantes tropas realistas, opinó en contra del parecer del generalísimo, proponiendo a su vez que se dejase entrar libremente a Calleja en Guadalajara, y que dividido el ejército Independiente en seis o mas cuerpos, hostilizase al realista en varias direcciones, obligándole también a dividirse, o bien marchar con el grueso a Zacatecas y unirse en la región del Norte con las victoriosas tropas de Jiménez.

          La junta, después de una larga discusión, adoptó el plan propuesto por Hidalgo, en consecuencia de lo dispuesto, salió violentamente don Ruperto Mier con dos mil hombres y veintisiete cañones en dirección a Zamora para detener la marcha del ejército de reserva. Mier, antiguo capitán del ejército de Valladolid, a quien Hidalgo había ascendido a coronel, bien conocía lo poco que podía prometerse de los soldados que se pusieron a sus órdenes, y por esto escogió la posición de Urepetiro, cuatro leguas mas allá de Zamora. El puerto de aquel nombre, ventajosamente situado para defender el camino real, fue, pues, ocupado por el jefe independiente a quien se unió el cura Macías, de la Piedad, al frente de un corto número de soldados. Sobre una de las eminencias que dominan la carretera situó una batería de diez y siete cañones, y en la otra los diez restantes que debían cruzar sus fuegos con los primeros.

          Apenas hubo salido Cruz de Tlasasalca, recibió la noticia de que el enemigo, dueño del puerto de Urepetiro, estaba decidido a disputarle el paso , sin detenerse dispuso el ataque, pero su vanguardia fue recibida por un vivo cañoneo que la hizo replegarse en desorden hasta el grueso de la división. Mier, aprovechando esta ventaja, mandó avanzar sus fuerzas por la izquierda y centro, y dispuso que una de sus baterías dirigiese todos sus fuegos sobre la de los realistas, que compuesta de seis cañones se hallaba en la boca ó entrada del puerto. Al mismo tiempo, dice Cruz en su parte, dejáronse ver masas considerables de Insurgentes por la espalda de sus tropas, con la intención manifiesta de cercarlas por completo. En esta apurada situación una vez mas triunfó la disciplina sobre el número, y el armamento brillante de los soldados del rey sobre las improvisadas armas de sus contrarios. Cruz determinó atacar a un tiempo las diversas posiciones ocupadas por los Independientes: formó una gruesa columna al mando del teniente de navío don Pedro Celestino Negrete para que se apoderara de las posiciones de la izquierda, y dio la dirección de la que había de atacar el centro al al teniente coronel don Francisco Rodríguez. Para hacer frente a los que hostilizaban su retaguardia destinó al resto de la caballería y un batallón del regimiento provincial de Puebla, a las órdenes del capitán de navío don Rosendo Porlier.

          Todos los jefes que acabamos de nombrar cumplieron fielmente las órdenes que recibieron. Negrete atacó con brío por la izquierda, y aunque los Independientes sostuvieron el asalto con valor, al fin se retiraron en desorden dejando dejando por esta parte en poder del vencedor cinco cañones y una bandera. Rodríguez, a la cabeza de los Dragones de España y de Querétaro, arrolló el cuerpo principal de los Independientes, tomándoles veintidós piezas de artillería, y Porlier desbarató a los cuerpos enemigos que amenazaban la retaguardia. Después de hora y media de combate, Cruz se hizo dueño de las posiciones y de toda la artillería de los Independientes, que se retiraron en desoeden dejando quinientos muertos en el campo.

          Al saberse en Guadalajara que Calleja se ponía en movimiento desde Lagos, dispúsose la salida de todo el ejército. Esta se efectuó el 14 de enero de 1811; Las tropas de los Independientes en número de noventa y tres mil hombres, de los cuales veinte mil eran de caballería , con noventa y cinco cañones fueron divididas en tres grandes cuerpos. . .

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          • Re: Simplemente...de todo, un poco...

            . . . . A la cabeza del primero iban Hidalgo y Allende, a la del segundo Abasolo, y Torres al mando de la retaguardia. En ese orden avanzaron hacia las cercanías del puente de Guadalajara, acampando esa noche en las llanuras que se extienden en aquel lugar. Supo Hidalgo al día siguiente de la derrota de Mier en el puerto de Urepetíro, y temeroso de que las fuerzas de Cruz se reunieran al fin con las de Calleja, resolvió marchar desde luego contra este último, y ocupar antes que él las posiciones naturales que defienden el puente de Calderón; hízolo así, y el 16 de enero de 1811 coronaba su numeroso ejército las lomas que se alzan tras del puente y se extendía en la llanura por donde pasa el camino de Guadalajara. Antes de salir para el puente de Calderón se reunieron en consejo los principales caudillos para discutir si sería o no conveniente presentar la batalla; Allende contrarió una vez mas el propósito de luchar con tropas tan disciplinadas como las que fuertes de ocho mil hombres con diez cañones avanzaban a las órdenes del experto Calleja; pero Hidalgo y los demás jefes, fiando en la gran fuerza numérica de su ejército, decidieron probar la suerte de las armas.

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            • Re: Simplemente...de todo, un poco...

              Calleja, por su parte, sin esperar a Cruz, resolvió también el ataque. Salió con ese propósito de Tepatitlán el 16 de enero, y en las últimas horas de la tarde llegó al paraje llamado La Joya, acampando en la falda de una colina situada a la izquierda de aquel lugar. Los dos ejércitos estaban a la vista: del otro lado del río se alzaba el campamento de los Independientes y oíase hasta La Joya el zumbido de aquellas inmensas masas humanas como presagio de estruendosa batalla. El general español envió algunas fuerzas a explorar las posiciones enemigas, y esto fue motivo de un combate de avanzada que duró hasta algo entrada la noche. De una y otra parte redobláronse las precauciones para prevenir una sorpresa.

              Corre el río Calderón entre el Grande ó de Tololotlán y el arroyo de las Amarillas; sobre él se alza el puente de su nombre, que se halla dominado a su frente y derecha, en el sentido de la dirección a Guadalajara, por dos ásperas y prolongadas lomas que forman entre si los lados adyacentes de un rectángulo: el camino real pasa por el puente y luego tuerce hacia el oriente entrando por una abra de las lomas de la derecha, y el río, aunque de escaso caudal, no es fácilmente vadeable por lo escarpado de sus riberas.

              Sobre la loma situada al norte del puente colocaron los Independientes una gran batería de sesenta y siete cañones, apoyadas por otras menores establecidas en lo alto de las colinas que terminan en la orilla izquierda del río. Detrás de este semicírculo de bocas de fuego –en la mayor parte montados en carretas a falta de cureñas– se formó en columnas cerradas la poca infantería regular y organizada; se estableció, además, una línea cuádruple de batalla al costado derecho de la gran batería formando con ella un ángulo saliente, y del otro lado del río se avanzó una división de infantería; los cuerpos de caballería mejor organizados se desplegaron en los flancos de las baterías y en el extremo de la derecha; los flecheros de Colotlán quedaron situados debajo de la artillería y protegidos por ella, y en el llano que se dilata tras la loma de la izquierda se extendió la reserva, multitud desordenada, sin armas ni concierto, entre la cual se hallaban mas de quince mil caballos.

              La batería principal y la división que la apoyaba fueron puestas a las órdenes de don José Antonio Torres; las de la izquierda a las de Aldama; la división que se situó al otro lado del río quedó confiada a Gómez Portugal; Abasolo tomó a sus órdenes inmediatas la caballería; Allende fue declarado jefe superior para dirigir la acción, e Hidalgo permaneció al frente de las reservas en el llano.

              Tal era la posición del ejército Independiente al amanecer del 17 de enero de 1811. . .

              Calleja, desde muy temprano, mandó al jefe de su artillería Díaz de Ortega hacer un reconocimiento de las baterías contrarias, y habiéndole dicho este que la puntería era muy alta y no podía mejorarse, formó tres columnas de ataque: una de caballería a las órdenes del general don Miguel de Emparán, para que acometiese la extrema izquierda del enemigo procurando flanquearle y caer sobre las reservas; la otra, mixta de caballería e infantería con cuatro cañones, al mando del general conde le La Cadena, para que vadeando el río acometiese a la división Independiente que apoyaba su costado en la derecha de la gran batería; y la tercera, toda la infantería con su jefe, el coronel Jalón, que debía atacar por el centro: el mismo Calleja se puso a la cabeza de la reserva para acudir donde conviniese.

              La columna del conde de la Cadena, que llevaba instrucciones de contener la derecha de los Independientes sin comprometer acción, vadeó el río y se formó frente a la división de Torres, batiéndose con brío y siendo rechazada hasta por dos veces con pérdidas considerables. Emparán, por su parte, había avanzado con su columna al galope hasta cerca de la margen derecha, pero allí fue recibido con un fuego espantoso que diezmaba a sus valientes Dragones, el mismo Emparán, herido en la cabeza gravemente, derribado del caballo que montaba y que fue muerto de una lanzada, hubo de retirarse del campo de batalla en tanto que su regimiento de San Carlos, con su coronel don Ramón Cevallos a la cabeza, huía en el mayor desorden hacia el primitivo campamento de La Joya.

              La columna del centro con los seis cañones restantes, a cuyo frente se puso al fin el mismo Calleja y que atravesó el puente Calderón para atacar las posiciones de la izquierda de los Independientes, había alcanzado en cambio grandes y rápidas ventajas: después de trasponer resueltamente el puente y de arrollar un grueso cuerpo avanzado que le salió al encuentro, se apoderó de una batería de siete cañones situada en el extremo izquierdo de las colinas. Hallándose entonces el general español en un punto dominante, pudo abarcar el conjunto de la batalla y distinguir el desastre de la columna de Emparán; al mismo tiempo el nutrido fuego que se notó hacia su izquierda indicóle confusamente la situación difícil del conde de la Cadena.

              La acción, pues, en aquellos momentos pudiera considerarse ganada por los Independientes que triunfaban en ambas alas. La columna de Flon, rechazada por tercera vez de la gran batería, empeñaba brava pelea al pie de la loma en que aquella se hallaba colocada. Calleja comprendió desde luego la necesidad de restablecer el combate en su derecha, y envió al coronel Jalón con el primer batallón de granaderos a reforzar la columna de Emparán, que volvió a tomar la ofensiva y logró al fin rechazar los asaltos de Gómez Portugal. Para auxiliar a Flon, que se sostenía con dificultades al frente de la gran batería y ejército del enemigo, -dice Calleja en su parte al virey- dispuso marchar personalmente; abandonó sus conquistadas posiciones, retirose hasta el puente, y allí dio orden de que se concentrase su ala izquierda. Poco tardaron en llegar los primeros dispersos de la columna de Flon, y momentos después se agrupaba en el puente la mutilada división de este general en gran desorden, rendida de fatiga y desalentada por la invencible resistencia que había hallado en sus ataques contra la gran batería.

              Seis horas hacía que se peleaba, y en aquel instante Calleja pudo creer que no tardaba en ser derrotado. Pero mientras mayor era el peligro, mas entereza y valor debía desplegar el hábil general de los realistas. Arenga a las desmayadas tropas del conde de La Cadena infundiéndoles nuevo brío, y aviva en ellas el deseo de vengar sus repetidos desastres; ordena que los diez cañones del ejército se coloquen en batería, y que se avance con ellos sin hacer fuego hasta estar a tiro de pistola del enemigo; manda formar en columna a los granaderos y al regimiento de la Corona; dispone que los maltrechos batallones de Flon apoyen su flanco izquierdo, y coloca en el opuesto lado a la división de caballería que en estos momentos desemboca rauda y sonora por el puente después de arrollar hacia el lado izquierdo del río a la división de Gómez Portugal.

              La artillería de los Independientes, entretanto, disparaba sin cesar, lo que obligó a los realistas a responder el fuego con sus piezas a pesar de la orden en contrario dada por Calleja. Una granada cayó en un carro de municiones situado en medio de la división Independiente formada tras la gran batería, y lo hizo volar con espantosa detonación que sembró el pánico entre aquellas inmensas masas agrupadas en la meseta de la loma.

              Calleja observa el desconcierto que ha producido la terrible explosión en el campo enemigo y da la orden de avanzar: arrojándose las columnas al asalto; lánzase al galope la caballería; rueda la artillería empujada con ímpetu, y al llegar a tiro de pistola rompe vivísimo fuego sobre los Independientes, quienes retroceden en desorden cayendo unos sobre otros, se atropellan rodando por las laderas de las lomas, inundan las llanuras y arrastran a su paso a las reservas. Una batería de cañones de grueso calibre situada en las lomas de la izquierda sostenía, sin embargo, un fuego porfiado contra los realistas vencedores en toda la línea. Allí se mantenían Allende, Aldama y Abasolo, con el noble propósito de dar tiempo a que los dispersos se pusieran a salvo antes que la caballería marchase en su persecución. Esta batería fue al fin tomada por el coronel García Conde, pero cuando se había ya cumplido en parte el objeto de sus bravos y generosos defensores.

              Eran las cuatro de la tarde, y el ejército realista, después de seis horas de combate en que varias veces estuvo a punto de ser completamente destrozado, acampaba vencedor sobre las posiciones de los Independiente, apoderándose de ochenta y siete cañones, de varias banderas y de gran cantidad de armas, municiones y pertrechos. La caballería persiguió a los fugitivos; el viejo conde de La Cadena, despechado por las derrotas que había sufrido aquel día, se lanzó también en seguimiento de los dispersos; pero llevado por su arrojo demasiado lejos, se vió de repente rodeado de enemigos y sucumbió luchando como bueno; y al dia siguiente se encontró su cadáver lejos del campo de batalla y cubierto de heridas.

              Fue la persecución activa y sangrienta, y aquel enorme ejército, cuyos jefes principales tomaron la dirección de Aguascalientes y Zacatecas, acuchillado sin piedad por la caballería, iba dejando tras si un reguero de muertos. Tal fue la batalla del Puente Calderón aquel 17 de enero de 1811. . .

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              • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                Calleja se mantuvo sobre el campo de batalla hasta el 20 de enero de 1811 en que ocupó el pueblo de San Pedro inmediato a Guadalajara; al dia siguiente hizo su entrada en esta ciudad, donde se presentaron los ministros de la Audiencia, el ayuntamiento, el cabildo eclesiástico, los prelados de las religiones y los doctores de la universidad protestando su fidelidad acendrada al gobierno virreinal. Dirigióse Calleja, inmediatamente a la catedral, donde se canto el Te-Deum acostumbrado. Tres horas después llegó al frente de sus tropas el brigadier don José de la Cruz, quien, después del combate de Urepetiro, forzó sus marchas para unirse al ejército del centro, sin habelo logrado antes de la batalla del puente Calderón. Calleja quedó con el mando en jefe de los dos cuerpos del ejército, acordándose luego que mientras el primero permanecía en Guadalajara arreglando el gobierno de la provincia, el segundo marcharía en breve sobre San Blas a fin de arrancarle del poder de los Independientes. El 26 de enero de 1811 se puso en movimiento una división al mando del brigadier don José de la Cruz hacia el rumbo de Tepic y San Blas en busca del Cura Mercado que se sostenía en la región occidental de Nueva Galicia.

                Grande fue la actividad desplegada por el Cura Mercado después de haber entrado en San Blas: atendió a propagar la revolución en la vasta zona del poniente de Jalisco, arregló la administración pública en el territorio conquistado, envió artillería, municiones y pertrechos al ejército de Guadalajara y dedicó a otros muchos asuntos su incansable actividad. El 13 de diciembre de 1810 logró apresar la fragata Princesa que procedente de la Nueva California llegó a San Blas, sin saber su comandante, don Gaspar de Maguna, el cambio que se había efectuado en ese puerto, cuyo hecho unido a sus anteriores y relevantes servicios valió a Mercado el nombramiento de brigadier. Resuelto a unir sus fuerzas con las del ejército grande Independiente, salió de San Blas y llegó a Tepic el 23 de diciembre donde fueron aprendidos algunos españoles que entregados a don Juan José Zea recibieron a poco la muerte por órdenes que al efecto comunicó Hidalgo a este último jefe. Siguió Mercado su marcha para Guadalajara, saliendo de Tepic a principios de enero de 1811; supo en el camino el desastre del Puente Calderón, y lleno de amargura por esta nueva fatal volvió sobre sus pasos y entró nuevamente en San Blas dejando a Zea con algunas tropas y catorce cañones en la barranca de Malinalco, cercana al lugar denominado el Taray, con instrucciones de estorbar la marcha de los soldados del rey.

                Cruz llegó el 31 de enero de 1811 frente a las posiciones defendidas por Zea, y en el acto dispuso que el teniente de navío don Bernardo de Salas al frente del batallón provincial de Puebla atacara al enemigo, que fue desalojado de las alturas en que se hallaba perdiendo ocho cañones y retirándose rumbo a Tepic con los seis restantes. En ese mismo día, el cura de San Blas, don Nicolás Santos Verdín, convocó a varios vecinos y soldados de esa villa que había logrado comprar para aprehender a Mercado, a los principales jefes que le obedecían y a las compañías de indios que formaban parte de la guarnición. Al toque de una campana, entre ocho y nueve de la noche, reuniéronse los conjurados y se echaron sobre los cuarteles y la contaduría, donde se hallaba Mercado, don Joaquín Romero, comandante militar de la plaza, y don Esteban Matemala, jefe de la artillería; en este local trabose una lucha furiosa, pues los valientes Romero y Matemala con un solo soldado hicieron una denodada resistencia, matando a dos de los conjurados e hiriendo a varios. Mercado, entre tanto, salió de la contaduría y se arrojó en un barranco contiguo a esa casa muriendo en la caída. Romero, Matemala y el leal soldado que les acompañó sucumbieron al fin peleando contra sus numerosos aprehensores; muchos indios cayeron en poder de los conjurados, así como don José Mercado padre del cura, don José Antonio Pérez, los coroneles don José Manuel Gómez y don Pablo Covarrubias, don Pedro del Castillo y varios eclesiásticos.

                Al día siguiente 1º. De febrero, se encontró el cadáver del ilustre Mercado, cura de Ahualulco, en el fondo del voladero por donde intentó huir la noche anterior. Tan luego como el cura Verdín se apoderó de aquel sangriento y venerable cuerpo, mandó azotarlo públicamente para poder darle sepultura. Así cebaba su furor aquel monstruo de crueldad en un cuerpo muerto.

                La noticia de los sucesos de San Blas produjo grande entusiasmo en los realistas de Tepic, quienes enardecidos por un sermón que el 2 de febrero predicó cura Vélez, resolvieron armarse y atajar el paso a Zea y los suyos que se retiraban después de la derrota que sufrieron en la barranca de Malinalco: hiciéronlo así, logrando desbaratar a ese jefe Independiente, apresarle y tomar los seis cañones que conducía. El comandante realista Cruz, tuvo conocimiento el 3 de febrero de lo acontecido en Tepic, y ordenó a don Bernardo de Salas que al frente del batallón de Puebla y de cien dragones marchase violentamente para San Blas, mientras el con el grueso de su división avanzaba hacia Tepic, donde llegó el día 8 de febrero de 1811. Sentenció a muerte a don Juan José de Zea y a varios de los jefes que fueron aprehendidos, los que perecieron ahorcados y salió para San Blas el dia 12 de febrero.

                Domada y rendida la Nueva Galicia, otros triunfos de los realistas en la intendencia de Sonora abatieron entonces la causa de la revolución en el occidente. . .

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                • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                  . . . González Hermosillo avanzó a fines de enero de 1811 rumbo al pueblo de San Ignacio de Piaxtla, donde se había hecho fuerte el coronel Villaescusa, no obstante su protesta solemne de no hacer armas en lo sucesivo contra los Independientes. En las últimas horas del 7 de febrero de 1811 estaban a la vista del pueblo de San Ignacio de Piaxtla, del que los separaba el rio Piaxtla, y durante la noche se apercibieron al ataque creyendo que las fuerzas que obedecían a Villaescusa no pasaban de cuatrocientos hombres. Era, en efecto, ese el número de realistas, pero en ese mismo día llegaba a Elota, distante diez leguas de San Ignacio, el brigadier don Alejo García Conde al frente de una sacción respetable, que sacó de Arizpe en cumplimiento del plan de campaña formado por Calleja, y sabedor del conflicto en que se hallaba Villaescusa, marchó violentamente con cuatrocientos hombres, en su mayor parte indios Ópatas de Sonora, y sin ser sentido de Hermosillo logró entrar en San Ignacio en la madrugada del 8 de febrero.

                  Poco después, los Independientes, formados en tres columnas, avanzaron hacia el pueblo con intento de embestir por otros tantos puntos; la artillería de los realistas, situada en una eminencia a la espalda de el lugar, contuvo con sus disparos las columnas del centro y la derecha, pero la de la izquierda, con dos cañones que llevaban a su cabeza, logró llegar a las primeras casas del pueblo, siendo entonces vigorosamente atacada por las tropas de García Conde ocultas en los zarzales de uno y otro lado del camino. Retrocedieron los Independientes en desorden; siguiéronles de cerca los capitanes realistas Urrea, Loredo y Arvisu; la retirada se convirtió en fuga y en completa derrota, dejando González Hermosillo sobre el campo quinientos muertos, mayor número de heridos y una gran cantidad de municiones, pertrechos u bagajes.

                  La acción de Piaxtla devolvió a los realistas las poblaciones de Copala, Maloya, Mazatlán y El Rosario; libre quedó de Independientes Sinaloa, y no sin razón pudo afirmar el intendente García Conde que Sonora (de la que Sinaloa formaba parte entonces) había vuelto por completo a la obediencia del rey.
                  . . .
                  Tiempo es ya de que sigamos a los principales caudillos de la Independencia derrotados en la batalla del Puente Calderón.

                  Perseguidos por la caballería de los realistas, abandonados por sus numerosas masas de soldados que se dispersaron en todas direcciones, lograron, sin embargo, los principales caudillos, escapar ilesos y llegar a Aguascalientes. Don Ignacio López Rayón, que había ejercido en Guadalajara las funciones de Secretario de Estado y del Despacho, pudo salvar en el mismo campo de batalla y con grave riesgo de su vida trescientos mil pesos que entregó en aquella ciudad a la tesorería del ejército. En Aguascalientes se hallaba Iriarte con una división de dos mil hombres y los caudales que había sacado de San Luis, los que unidos a la cantidad en metálico salvada por Rayón, ascendieron a quinientos mil pesos. Este ilustre Mexicano, sin mando militar alguno, reunió centenares de dispersos que aumentaron la división de Iriarte, formando así un núcleo de ejército con el que marcharon todos los jefes a Zacatecas, donde se hallaban numerosa artillería y elementos considerables de reorganización.

                  Hidalgo e Iriarte, que habían salido los primeros de Aguascalientes, fueron alcanzados en la hacienda del Pabellón por Allende y los otros jefes, que tenían adoptada una resolución extrema para arrancar a Hidalgo el mando supremo. La pérdida de la batalla de Calderón había enardecido los ánimos y achacaban a la impericia del cura los repetidos desastres sufridos por las armas Independientes. Allende, Arias, Casas, Arroyo y algunos otros oficiales superiores le amenazaron con la muerte si no renunciaba al cargo y atribuciones de Generalísimo, lo cual Hidalgo hizo verbalmente y sin ninguna formalidad. Desde entonces siguió incorporado al ejército sin carácter determinado, intervención ni manejo, observado por los jefes que le había despojado del mando, y aun llegó a entender que se dio orden de que le matasen si se separaba del ejército y lo mismo a Abasolo y a Iriarte.

                  Allende, dueño del empleo de Generalísimo a consecuencia del suceso que acabamos de referir, entró en Zacatecas seguido de las reliquias del numeroso ejército de los Independientes. Grande era el desaliento que de todos se había apoderado; el desorden y la indisciplina eran cada día mas patentes, y Zacatecas, demasiado próxima el ejército de Calleja, no era el lugar mas a propósito para intentar la resistencia. Considerado todo esto por el nuevo jefe supremo, resolvió internarse en las provincias del Norte, de las que Coahuila, Texas y una parte del Nuevo Santander se hallaban pronunciadas por la Independencia, conservándose en la primera de estas la división que Jiménez había formado y aguerrido en felices combates.

                  Salió, pues, de Zacatecas a principios de febrero de 1811 el pequeño ejército con dirección a Saltillo, y sus diversas divisiones marcharon por Salinas, el Venado, Charcas y Matehuala. En ese punto quedaron los equipajes, caudales y municiones, y con ellos Hidalgo, en tanto que Allende avanzó violentamente hacia Saltillo para auxiliar al teniente general Jiménez, a quién creía amagado por el jefe de los realistas Melgares. Pero lejos de necesitar refuerzos, aquel valiente había avanzado hasta el puerto del Carnero para facilitar su unión con el grueso del ejército. Reunidos entraron Allende y Jiménez en Saltillo, donde Hidalgo llegó algunos días después.

                  Los triunfos alcanzados por las armas del rey en Calderón y Urepetiro, en San Blas y San Ignacio y la huida de los principales caudillos hasta la remota provincia de Coahuila, fueron sucesivamente celebrados en México. Tan repetidas ventajas hicieron creer al virrey Venegas que la revolución estaba espirante y que era llegada la hora de proponer a sus caudillos la amnistía que las cortes españolas habían decretado el 15 de octubre del año precedente (1810), “ en favor de todos los países de Ultramar en que se hubiesen manifestado conmociones, siempre que reconociesen a la legítima autoridad soberana establecida en la madre patria.” Ordenó a Cruz que enviase a Hidalgo un ejemplar de la ley de amnistía, y así lo hizo este general el 28 de febrero de 1811 acompañándolo con una nota en que exhortaba al jefe de la revolución a aprovecharse de aquella gracia, escapando de una ruina segura y salvando al mismo tiempo al vida de los muchos prisioneros que estaban en poder de los jefes realistas, que no debían de esperar mas que el último suplicio, y le fijaba el término de veinticuatro horas para tomar una resolución.

                  Hidalgo y Allende, en medio de la derrota y si mas perspectiva que la expatriación o la muerte, contestaron reusando el perdón que se les ofrecía.

                  “Don Miguel Hidalgo y don Ignacio Allende, decían a Cruz, jefes nombrados por la Nación Americana para defender sus derechos, en respuesta al indulto mandado extender por el señor don Francisco Javier Venegas, y del que se pide contestación, dicen: que en desempeño de su nombramiento y de su obligación, que como a patriotas americanos les estrecha, no dejarán las armas de la mano hasta no haber arrancado de las de los opresores la inestimable alhaja de su libertad. Están resueltos a no entrar en composición ninguna, si no es que se ponga por base la libertad de la nación, y el goce de aquellos derechos que el Dios de la naturaleza concedió a todos los hombres, derechos verdaderamente inalienables, y que deben sostenerse con ríos de sangre, si fuere preciso. Han perecido muchos europeos y seguiremos hasta el exterminio del último, si no se trata con seriedad de una racional composición.

                  El indulto Sr. Exmo., es para los criminales, no para los defensores de la patria, y menos para los que son superiores en fuerza. No se deje V. E. alucinar de la efímeras glorias de Calleja: estos son unos relámpagos que mas ciegan que iluminan: hablamos con quien lo conoce mejor que nosotros. Nuestras fuerzas en el dia son verdaderamente tales, y no caeremos en los errores de las campañas anteriores: crea V. E. firmemente que en el primer reencuentro con Calleja quedará derrotado para siempre. Toda la acción está en fermento: estos movimientos han despertado a los que yacían en letargo. Los cortesanos que aseguran a V. E. que uno u otro solo piensa en la libertad, le engañan. La conmoción es general, y no tardará México en desengañarse, si con oportunidad no se previenen los males. Por nuestra parte suspenderemos las hostilidades, y no se le quitará la vida a ninguno de los muchos europeos que están a nuestra disposición, hasta tanto V. E. se sirva comunicarnos su última resolución. Dios guarde a V. E. muchos años. Cuartel General de Saltillo.”

                  La seguridad en el triunfo expresada en la contestación que acabamos de copiar, no debe aceptarse mas que a título de ardid para ocultar a los realistas sus verdaderos proyectos, lo cierto es que los caudillos de la Independencia, conociendo lo difícil de su situación y la imposibilidad en que se hallaban de continuar la lucha con los exiguos elementos que les quedaban, tenían ya resuelto retirarse a los Estados Unidos de América para hacerse en esa nación de armas y dinero y volver a combatir por la independencia. Esta resolución se afirmó en una junta efectuada en Saltillo el 16 de marzo de 1811, acordándose en ella marchar inmediatamente hacia la frontera, sin que Hidalgo tuviese participio en lo que aquella determinó.

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                  • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                    Meses mas tarde , preguntado Hidalgo por el juez de su causa respecto a la retirada de los Independientes hacia el norte, contestó: “ que él seguía en el ejército, mas bien como prisionero que por su propia voluntad, y así ignoraba positivamente el objeto de esa marcha, y presume que Allende y Jiménez, que eran los que todo lo ordenaban, llevarían el de hacerse de armas en los Estados Unidos, o mas bien el particular de alzarse con los caudales que llevaban y dejar burlados a los que los seguían, pues desde Zacatecas advirtió en Allende que procuraba deshacerse de la gente, antes que engrosarla, y lo advirtió mejor luego que se juntó con Jiménez en Saltillo, teniendo en prueba de esta presunción que el mismo Hidalgo les dijo allí que la gente se iba desertando, y los dos le contestaron: que no le hacía.”

                    Curiosamente la anterior apreciación que el cura Hidalgo manifestó con respecto Allende y Jiménez, es similar a la que en noviembre de 1810, hizo Allende con respecto a Hidalgo, cuando este último partió con su ejército rumbo a Guadalajara. (Post No. 56)

                    Allende, desde su llegada a Zacatecas, nombró al abogado don Ignacio Aldama embajador ante el gobierno de Estados Unidos; este personaje se había puesto desde luego en camino, pero el 1º. de marzo fue echo prisionero en Béxar, lo mismo que su acompañante el fraile Juan Salazar, por el presbítero don Juan Manuel Zambrano, hombre inquieto y osado que fue el autor de la contrarrevolución en la basta provincia de Texas.

                    Urgía, por otra parte, a los caudillos de la revolución el combinado movimiento de varias divisiones realistas que avanzaban hacia el Norte, después de arrollar los débiles obstáculos que los independientes presentaban a su paso. Don José Manuel de Ochoa, comandante de la división de Provincias Internas, atacó y tomo Zacatecas el 17 de febrero de 1811 después de seis horas de lucha. Calleja, ardiendo en deseos de marchar a San Luis y de acercarse luego a las provincias del Norte para recoger en ellas los mas preciados laureles, y sin esperar a Cruz, que volvía victorioso de San Blas, salió de Guadalajara el 11 de febrero mandando fusilar por la espalda, ese mismo día, a diez de los prisioneros tomados en el puente Calderón, y entre ellos al norteamericano Simón Fletcher, capitán de artillería y director de la maestranza de Hidalgo, y aunque se hallaba gravemente herido, fue sacado del hospital y llevado al patíbulo. Partió, pues, Calleja para San Luis, pasando por Tepatitlán, Lagos, Santiago, Bledos y la hacienda de Pila. Su ejército había sufrido considerables bajas, faltando a la brillante columna de granaderos trescientos plazas; la disciplina y espíritu marcial de sus tropas había decaído grandemente, según decía el mismo general al virey.

                    La comarca que atravesaba el ejército realista estaba talada, la miseria de los habitantes era intensa y todo anunciaba las huellas de la guerra devastadora que hacía varios meses imperaba en aquel rumbo. Esto no obstante, los moradores de los lugares del tránsito, espantados con la siniestra fama de Calleja, se esforzaban por agasajarle, mientras este, avanzando con majestuosa lentitud, se rodeaba de un boato oriental, entregábase a continuas fiestas, y recibía con altivo desdén los obsequios que se le tributaban. Veinticuatro días duró su marcha, entrando en San Luis el 5 de marzo de 1811 y siendo su primera determinación el fusilamiento del abogado Trelles y de otros cuatro individuos.

                    El lego don Luis Herrera (a quien hemos visto figurar al lado de fray Gregorio de la Concepción en el levantamiento de San Luis a favor de los Independientes) y un tal Blancas, hombres de pésimos antecedentes, habían quedado dueños de aquella ciudad después de haberla abandonado Iriarte. Sabiendo que en la villa de San Francisco se hallaban los jefes realistas don Juan Antonio Reyes y don Ignacio Ilagorri al frente de doscientos hombres y ocho cañones, decidieron salir a su encuentro, y el 12 de febrero, después de una acción reñidísima en que murieron Reyes e Ilagorri, alcanzaron ambos jefes Independientes una completa victoria. De regreso a San Luis, Herrera y Blancas, cometieron deplorables excesos, no libertándose del saqueo a que sus soldados se entregaron.

                    La aproximación de Calleja obligó a Herrera y a Blancas a evacuar San Luis el 25 de febrero, llevando tres mil hombres de infantería y caballería y quince cañones, con cuyas fuerzas se retiraron a Rio Verde. El coronel don Diego García Conde, el regimiento de dragones de Puebla, dos escuadrones del de San Luis y cuatro piezas de artillería, salieron de San Luis en su persecución, logrando darles alcance y derrotarlos por completo en las inmediaciones del Valle del Maíz el 22 de marzo de 1811. Herrera, Blancas, y los demás que pudieron reunirse se retiraron a la Villa de Aguayo (ahora Ciudad Victoria) en la provincia de Nuevo Santander, donde se hallaban las tropas que habían abandonado al gobernador Iturbe y declarándose por la insurrección. Marchaba sobre ellas el coronel Arredondo con la división que sacó de Veracruz y desembarcó en Tampico, y tanto por el terror que su llegada había causado, como por el indulto y proclama que este jefe hizo publicar y por el influjo también del cura de aquel lugar, estas tropas se declararon de nuevo por el gobierno, y para hacer mérito para con el, atacaron por la noche el cuartel en que estaban Herrera y Blancas con los suyos, los hicieron a todos prisioneros y los entregaron a Arredondo, quien mandó fusilar a los dos primeros y algunos jefes.

                    Dábanse, pues, la mano a principios de marzo las tropas realistas de Ochoa en Zacatecas y las de Calleja en San Luis, y no era dudoso que pronto se pusieran en marcha hacia Saltillo. Era tiempo de adoptarse una resolución en el campo de los Independientes, y así hemos visto que en junta de jefes, efectuada el 16 de marzo, se acordó salir inmediatamente para los Estados Unidos; tratóse en la misma reunión de nombrar jefe de las tropas que quedaban en Saltillo, o mas bien, de conferir el peligroso cargo de Jefe de la Revolución, pues que sus mas prominentes caudillos iban a entrar en tierra extranjera: se le propuso a Abasolo, quien resentido de que sus compañeros le dejasen en el riesgo de que ellos aparentemente querían salvarse, rehusó aceptarlo; tampoco lo admitió Arias. El mando supremo, tan ambicionado dos mese atrás, nadie quería recibirlo. Pero al fin hubo un hombre ilustre que echó sobre sus hombros la causa de la patria cuando todos la rehusaban, y ese fue don Ignacio López Rayón, a quien se nombró jefe supremo, dándole por colega en el gobierno a don José María Liceaga.

                    Mientras tanto, habían previsto el gobierno virreinal y los generales que le obedecían el propósito de sus enemigos, y para frustrarlo ordenó Vengas al gobernador de Veracruz que embarcase en este puerto doscientos hombres escogidos del regimiento Fijo, los que mandados por oficiales de toda confianza debían reconocer todos los surgideros, calas y ensenadas del litoral del Seno Mexicano hasta la apartada bahía del Espíritu Santo, saltando a tierra en los lugares que pareciese conveniente, según las noticias que la expedición recibiese, para impedir no solo la evasión de los jefes de la Independencia, sino también la entrada por aquellas solitarias costas de los auxilios de armas y pertrechos que pudieran llegar de los Estados Unidos.

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                    • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                      Era don Ignacio Elizondo capitán de una de las compañías presidiales de Provincias Internas antes de que tomase partido por la Revolución. Su alzamiento contribuyó no poco a que se pusieran en armas el Nuevo Reino de León, Nuevo Santander y Coahuila, apellidando la Independencia. Valiéronle sus servicios el empleo de teniente coronel, pero creyendo que era digno de mas alta recompensa, solicitó a Allende el grado de teniente general, pretensión que pareció exagerada al nuevo generalísimo y no vino a satisfacerla. Desplació a Elizondo la negativa, y ya agriado recordó quizás las vivas sugestiones del obispo de Linares, don Primo Feliciano Marín, quien antes de salir fugitivo hacia Veracruz tuvo ocasión de hablarle, persuadiéndole de que se separase de las filas de la Independencia y tornase a la obediencia al gobierno virreinal.

                      La traición, a veces, tiene el pudor de la virtud y encubre con cuidado sumo la fangosa vía en que se arrastra para alcanzar su no envidiable victoria. A la realización de los siniestros proyectos de Elizondo contribuyó grandemente el movimiento acaudillado en Béxar por el presbítero Zambrano, que proclamó la contrarrevolución el 1º. de marzo. Dueño pocos días después de la extensa provincia de Texas, y poniéndose a la cabeza de quinientos soldados, pudo Zambrano situarse en Laredo y enviar comisionados a Elizondo para que secundase en Coahuila el levantamiento que él acababa de efectuar con tan feliz resultado. Hallaron estos enviados a Elizondo en Monclova, en tratos con el administrador de rentas para llevar a cabo la contrarrevolución; tenía ya asegurada la espalda en caso de que fracasase su intentona, y debió aguijonearle la consideración de que Zambrano pudiera adelantarse y arrebatarle los copiosos frutos que de la traición se prometía.

                      Estrechó relaciones con don Simón de Herrera y don Manuel Salcedo, que había sido llevados a Monclova en calidad de prisioneros cuando triunfó en Texas el movimiento a favor de la Independencia; juntó en secreto tropas y amigos; púsose de acuerdo con el capitán Menchaca, que comandaba una fuerza auxiliar de trescientos indios Lipanes y Comanches Mezcaleros, y con don Ramón Díaz de Bustamante, quien prometió acudir con sus gentes a Monclova.

                      Estos manejos de Elizondo eran ignorados por el mariscal don Pedro Aranda, jefe Independiente a quien Jiménez había nombrado gobernador de la provincia de Coahuila. Era este hombre rústico y sencillo, afecto a pasatiempos y bureos y dado a la embriaguez, por tanto, pudo Elizondo obrar seguramente y preparar con calma su primer golpe traidor: en la noche del 17 de marzo de 1811, mientras Aranda asistía a un baile dispuesto por los mismos conjurados, sorprendió aquel a los ciento cincuenta soldados de la guarnición que no entraron en sus miras, se apoderó de los nueve cañones que había en la plaza y aprehendió al gobernador en medio de la fiesta que traidoramente le apercibieron, y una junta de vecinos que se instaló inmediatamente nombró gobernador interino a don Simón de Herrera.

                      Atendió desde luego Elizondo a impedir que llegase a oídos de los Independientes de Saltillo, cuya salida consideraba próxima, lo que el acababa de realizar en Monclova; y para mejor adormecerlos dio aviso a Jiménez de que iría a su encuentro hasta Acatita de Baján, punto situado en el camino y no muy distante de esta última villa. El 17 de marzo salieron de Saltillo Allende y los demás caudillos escoltados por poco mas de mil hombres, dejando a Rayón dos mil y quinientos que serían núcleo y base del ejército destinado a moverse hacia el interior. Marchaban los jefes principales en catorce coches y detrás de estos, aunque a larga distancia, veinticuatro cañones de diversos calibres, los bagajes entre los que iban quinientos mil pesos en dinero y barras de plata, y la escolta que venía en seguida, cubriendo la retaguardia. En este orden pasaron por Santa María, Anhelo y Espinazo del Diablo. La marcha era lenta y penosa por lo embarazoso de los bagajes, la falta de provisiones en aquellas despobladas llanuras y sobre todo por la escasez de agua, pues las siete norias del tránsito estaban azolvadas por disposición de Elizondo.

                      Elizondo, por su parte, a la cabeza de trescientos cincuenta hombre salió de Monclova en la tarde del 19 de marzo de 1811, y se situó en Acatita de Baján. A las nueve de la mañana del dia 21 se avistó la vanguardia de la caravana, compuesta de sesenta y seis hombres que las tropas de Elizondo dejaron pasar y que fueron arrestados luego que se hallaron en el centro de la columna realista, sorpresa que se llevó a cabo con facilidad tanto por la absoluta confianza con que caminaban los Independientes por entre tropas que consideraban amigas, como porque en aquel punto el camino hacía una curva para costear una pequeña loma tras la cual se ocultaba el grueso de las fuerzas de Elizondo, que podía detener y desarmar a los que sucesivamente llegaban sin ser vistos de los que venían atrás. Uno tras otro fueron detenidos los catorce coches y apresados los que en ellos se hallaban después de una ligera resistencia. El último conducía a Jiménez, Arias y Allende y un joven, hijo de este último; al intimárseles que se rindiesen, Allende disparó su pistola sobre Elizondo apellidándole traidor; este quedó ileso y dio orden a su tropa de que hiciese fuego, resultando muerto el hijo de Allende, don Indalecio, y herido Arias de tal gravedad que falleció algunas horas después. Hidalgo, que marchaba a caballo detrás de los coches y rodeado de una pequeña escolta, fue sorprendido a su vez y obligado a rendirse. Iriarte fue el único que pudo escapar huyendo a Saltillo a reunirse con Rayón.

                      Presos los jefes y considerable parte de la escolta, Elizondo avanzó a encontrar la tropa que conducía la artillería: lo inesperado del ataque no dio tiempo a aquella de usar sus cañones; los indios Lipanes se arrojaron veloces sobre los artilleros matando a lanzadas a cuarenta de entre ellos, los demás Independientes o se dispersaron o fueron aprehendidos. El gran trofeo de la vil traición de Elizondo consistía en el numeroso grupo de jefes y oficiales; entre los primeros se hallaban los principales caudillos de Dolores: Hidalgo, Allende, Aldama, Balleza y don José Santos Villa; el valiente y magnánimo don José Mariano Jiménez; Abasolo y Camargo; Zapata y Lanzagorta, mariscales de campo; fray Gregorio de la Concepción, que acaudilló el levantamiento en San Luis Potosí; Santa María, gobernador que fue de Nuevo León; Valencia, director de ingenieros, que se unió a los Independientes a su paso por Zacatecas; don José María Chico, ministro de justicia de Hidalgo durante la permanencia de este en Guadalajara; Portugal, el valiente vencedor en La Barca, y don Manuel Ignacio Solís, intendente del ejército.

                      Dura fue la suerte de los prisioneros y cruel el rigor con que fueron tratados desde el momento en que cayeron en poder de los realistas. Cargóseles de cadenas y ataduras, hizoseles blanco de horribles insultos, obligose a muchos de entre ellos a caminar a pie, y así hicieron su entrada en Monclova al estruendo de una salva de artillería con que se celebraba su derrota y en medio de la vociferaciones y amenazas de una muchedumbre desenfrenada entre la que los realistas propalaron el rumor de que los Independientes tenía proyectado entregar el reino a Napoleón. Permanecieron en Monclova hasta el 26 de marzo de 1811 en que salieron para Chihuahua . . . .

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                      • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                        Lenta y dolorosa fue para los jefes de la revolución la marcha hasta Chihuahua, donde llegaron el 23 de abril de 1811. El brigadier don Nemesio Salcedo, comandante general, publicó dos días antes un bando en el que prevenía a los habitantes de la villa la forma de recibir a los prisioneros, amenazando con severas penas a los que de algún modo manifestaren compasión hacia ellos.

                        Este es el curioso bando:

                        “Primero.- Se permite a todos los vecinos, que, en el día que entren los reos, salgan a verlos en la calle o el campo, en el concepto de que no abusarán de un permiso que se dirige a satisfacer las ansias de su patriotismo.

                        Segundo.- Se prohíbe formar pelotones; sino que deberán colocarse en una, dos o tres filas a ambos lados de la carrera, que ha de estar enteramente desembarazada, y el que advertido no se arregle a este orden, será arrestado y castigado.

                        Tercero.- Nadie se subirá a las azoteas con objeto de ver mejor, ni con otro alguno; pues será castigado en la misma forma.

                        Cuarto.- Nadie será osado a levantar el grito para impropelar a los reos; ni menos dar muestras de una imprudente compasión.

                        Quinto.- Ninguno de cualquier estado, o condición que sea, concurrirá a dicho acto, con ningún género de armas, a excepción de la tropa, de todos los que gozan carácter público, o se hallaren ocupados en algún servicio al Rey.

                        Sexto.- Mientras no se diere destino a los expresados reos, no se consentirán pelotones de gentes en las calles, particularmente en las cercanías del lugar donde se custodiaren, ni que se detengan en ellos los artesanos, operarios, o gente ociosa, pues todos deberán recogerse a sus casas o acudir a sus tareas y negocios como corresponde.

                        Séptimo.- Todos los que armaren alborotos, ruidos o pleitos en las calles, serán castigados conforme a lo prevenido.

                        Octavo.- Todo delito de robo, muerte o escándalo, durante las presentes circunstancias, será considerado como delito calificado para su castigo.

                        Nueve.- El Subdelegado, Alcaldes ordinarios, Junta de seguridad y tropa, celarán con la mayor vigilancia, y se auxiliarán mutuamente para el cumplimiento de todo lo que queda prevenido.

                        Diez.- Ninguna persona podrá admitir forasteros en su casa, sin que halla primero presentádose al Subdelegado o Alcaldes ordinarios, quienes le exigirán comprobantes de los motivos de su venida, advirtiéndoles el tiempo que pueden permanecer; y fenecido, deberán volverse a presentar antes de retrarse.

                        Once.- La formal desobediencia o resistencia a los encargados de esta policía, calificarán las intenciones de los contraventores, entendiéndose que su desobediencia y resistencia se dirigen expresamente a turbar la tranquilidad pública, por lo que serán castigados con arreglo también a lo prevenido.

                        Y para que llegue a noticia de todos, mando que se publique por Bando, pasándose un ejemplar al Ayuntamiento de esta Villa, a fin de que, como especial encargado de la ejecución de lo prevenido, cuide de que se verifique puntualmente y sin contravención alguna.

                        Dado en Chihuahua, a veintiuno de Abril de mil ochocientos once.- Nemesio Salcedo.- Una rúbrica.- Por mando de su señoría.- José María Ponce de León.- Una rúbrica.- “

                        Después de la llegada de estos, el comandante general nombró para la instrucción de las sumarias a don Juan José Ruiz de Bustamante, español, recomendándole la mayor actividad, y en 6 de mayo nombró un consejo de guerra que debía sentenciar en vista de las declaraciones que se le pasasen, y confirió al de la misma nacionalidad don Angel Abella, administrador de correos de Zacatecas, comisión especial para la formación de las causas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jimenez. Era Abella oriundo de Asturias, y había sido alférez de guardias en España, y trató con tanto desabrimiento a Allende en el curso de la causa, que este, en un acceso de indignación, rompió las esposas que aprisionaban sus manos y con el pedazo de cadena pendiente de una de las esposas dio a Abella un fuerte golpe en la cabeza.

                        El comisionado especial nombró secretario de actuaciones a Francisco Salcido, soldado de la tercera compañía volante, y tomó la primera declaración a Hidalgo el día 7 de mayo de 1811, quien fue encerrado en el hospital militar, así como los principales de sus compañeros, todos aherrojados con grillos y esposas, como había sido traídos desde Monclova.

                        Pero antes de continuar la relación del proceso formado a los Caudillos de la Independencia, debemos decir como fue acogida la noticia de su derrota y prisión en las mas importantes ciudades del país.

                        En México se recibió el 8 de abril un oficio de Calleja, fechado en San Luis, transcribiendo una comunicación de Ochoa en la que participaba el extraordinario suceso ocurrido en Acatita de Baján. Salvas de artillería y atronadores repiques lo anunciaron a los habitantes de la capital, regocijando a los dominadores y a los de su partido y hundiendo en la amargura a los del bando de la Independencia.

                        Casi en la misma fecha y dentro de la Semana Mayor, llegó a Guadalajara la nueva que tan grata era para los realistas, y el comandante general, don José de la Cruz, mandó celebrar con grandísimo esplendor, aunque aplazando los festejos para los tres días de Pascua.

                        En las demás ciudades del reino celebrose también con estrépito la prisión de los primeros jefes de la Independencia, pues el partido realista llegó a creer firmemente que con ellos había sucumbido para siempre la revolución; así lo creyeron también los que seguían con sus votos los progresos de la lucha; pensaron que la libertad de México quedaba aplazada indefinidamente.

                        La conducta de Elizondo recibió el nombre duro y despreciable que merecía y fue condenada a la execración por los partidarios de la Independencia y por todos los hombres imparciales; los mismos realista calificaron su felonía de “ardid” y este nombre sonó en los documentos oficiales; pronto en gobierno se vio obligado a guardar completo silencio sobre un echo infame. Elizondo recibió el premio a su vileza con el despacho de coronel y continuó ejerciendo el mando militar por algún tiempo, hasta que pocos años después un español, fingiéndose loco, lo asesinó.

                        Seguían entre tanto su curso los procesos caprichosos e irregulares, desconocidos en la legislación patria, a los que se les dio el carácter de civil y militar, y aun el eclesiástico, que solamente por fórmula fulminaban a los prisioneros; redujeronse en consecuencia las causas a las declaraciones que se les tomaron y a los cargos que se les hicieron; no hubo defensas ni apelaciones; el tribunal que los sentenció fue una especie de consejo de guerra y los presos estuvieron incomunicados y cargados de grillos que les impedían el uso de todos sus miembros, desde su aprehensión hasta el momento de ser llevados al patíbulo.

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                        • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                          Los cargos que se hicieron a Hidalgo, Allende y a Jiménez fueron casi los mismos, y todos confesaron haberse levantado en armas contra el gobierno establecido y haber hecho cuanto estimaron conducente. Aldama pretendió, sin embargo, rebajar la importancia de sus acciones en el movimiento revolucionario declarando que en la mayor parte de las resoluciones adoptadas por sus correligionarios el no tuvo participio; que Allende le obligó a tomar ingerencia en el levantamiento, y que luego, por temor a perder la vida a manos de sus mismos compañeros, se vio forzado a continuar unido a ellos.

                          Mas frágil y pusilánime, Abasolo, que en los combates dio repetidas pruebas de valor, no solo atendió a aparecer en un lugar muy secundario, sino que acusó a sus colegas Hidalgo y Allende de ser los autores de los asesinatos y saqueos llevados a cabo en San Miguel, Valladolid, Guadalajara, Charcas y Matehuala. Declaró que a pesar de habérsele conferido sucesivamente los empleos de coronel y mariscal de campo, nunca se le confió ningún asunto importante, lo cual era inexacto, pues en Las Cruces y en Calderón ejerció mandos de la mayor entidad; dijo que el mismo había sufrido graves quebrantos en sus intereses con motivo de los saqueos de San Miguel y de Celaya, e hizo mérito de haber salvado a mas de cien españoles en Guadalajara sacándolos de la prisión con la autoridad que le daba su empleo militar, y ocultándolos luego; declaró, que deseando separarse de la revolución, había escrito desde Saltillo al brigadier Calleja en solicitud del indulto que ya se le tenía ofrecido por medio de su esposa doña Manuela de Rojas Taboada, que había sido aprehendida injustamente en Acatita de Baján. Reveló las funciones ejercidas por el abogado Chico en su calidad de ministro de gracia y justicia, las lúgubres de Marroquín como ejecutor de las matanzas de españoles, las opiniones del doctor Gastañeda (preso entonces en Querétaro) respecto de las excomuniones fulminantes por la Inquisición y los obispos.

                          Todas las declaraciones contienen noticias muy circunstanciadas sobre los sucesos, especialmente las relacionadas con el teniente general Jiménez, que fue comisionado por Allende desde la hacienda de El Molino, cuando salieron ambos de Guanajuato y encontraron en San Felipe a Iriarte con las fuerzas con que marchaba en su auxilio, siendo todo muy honroso para Jiménez, quien no solo se condujo con mucho tino y acierto en sus operaciones, sino también con mucha humanidad con los españoles, a quienes no persiguió en sus personas ni despojó de sus bienes, dando una prueba señalada de caballerosidad con el gobernador de Coahuila don Antonio Cordero, que habiendo sido cogido después del desastre de puerto del Carnero por sus mismos soldados y entregado al lego Villerías que fue en su alcance, recelando Jiménez, por lo que conocía del carácter de este, que el prisionero no sería tratado con la consideración que deseaba, mandó un oficial con un coche para conducirlo, y no solo lo dejó en libertad, sino que lo recibió y alojó en su casa. Jiménez, ni pidió gracia ni la halló en sus enemigos; y su muerte en el cadalso coronó dignamente su gloriosa y corta existencia consagrada a la libertad de la patria.

                          Sin mas formalidad que las primeras declaraciones tomadas a los presos; sin que las causas se elevasen a proceso, y sin que los acusados tuviesen el derecho de defenderse, presentó su dictamen el abogado don Rafael Bracho, auditor nombrado por el comandante general de Provincias Internas, y en seguida el tribunal especial erigido por ese funcionario pronunció sentencia de muerte contra los jefes siguientes, que fueron fusilados por la espalda como traidores en la plazuela de los Ejercicios de Chihuahua, en los días y orden que expresa la Gaceta de México de 17 de octubre de 1811:

                          En 10 de mayo de 1811: don Ignacio Camargo, coronel; don Juan Bautista Carrasco, brigadier; don Agustín Marroquín, capitán.

                          El 11 del mismo mes: don Francisco Lanzagorta, mariscal; don Luis Gonzaga Mireles, coronel.

                          En 6 de junio: don José Ignacio Ramón, capitán; don Nicolás Zapata, mariscal; don José Santos Villa, coronel; don Mariano Hidalgo (hermano del cura), tesorero; don Pedro León, mayor de plaza.

                          En 26 del mismo mes: don Ignacio José de Allende, generalísimo; don José Mariano Jiménez, capitán general; don Manuel Santa-María, mariscal; don Juan Aldama, teniente general.

                          En 27 de junio: don José María Chico, abogado; don José Solís, intendente del ejército; don Vicente Valencia, director de Ingenieros; don Onofre Gómez Portugal, brigadier.

                          Salvó con vida Abasolo, merced a sus declaraciones, a los esfuerzos de su esposa, que movió con infatigable constancia todos los resortes para librarle del cadalso; se le condenó a prisión perpetua que debía extinguir en España, a confiscación de todos sus bienes y afrentados sus hijos.

                          Al mismo tiempo que en Chihuahua sucumbían los mas notables defensores de la franciscano don José Salazar. No fue menos sangriento el fin de los eclesiásticos que presos en Acatita de Baján y otros lugares, se enviaron a Durango. Estos eran don Mariano Balleza, teniente general; don Ignacio Hidalgo, y los frailes Bernardo Conde, Pedro Bustamante, Carlos Medina, Ignacio Jiménez y Gregorio Melero y Piña. Todos ellos fueron procesados por don Angel Pinilla y Perez, quien los condenó a la pena capital. Se exigió al obispo de aquella diócesis, don Francisco Gabriel de Olivares, que procediese a la degradación, pero este rehusó hacerlo y tuvo fuertes contestaciones con el asesor.

                          El intendente don Bernardo Bonavia, comandante general de Durango, dio, sin embargo, la siguiente orden al teniente coronel graduado de caballería don Pedro María Allende y Saavedra: “ Pasa el escribano del gobierno a notificar la sentencia a los reos eclesiásticos que se hallan bajo la custodia de V. A las veinticuatro horas lo hará V. poner en ejecución, haciéndolos pasar por las armas por la espalda, sin que les tiren a la cabeza y sin sus vestiduras eclesiásticas ni religiosas, que se las vestirán después, y los conducirá V. mismo con toda su tropa al santuario de Guadalupe, donde los entregará al cura para que les de sepultura, avisándome su cumplimiento.- Durango, julio 15 de 1811.

                          El único de los religiosos que escapó de esta matanza fue fray Gregorio de la Concepción, a quien se envió a San Luis Potosí. Después de sufrir indecibles penalidades este ardiente aunque humilde patriota, salió desterrado para España y no regresó a su país hasta 1821.

                          Mas dilatado, por la intervención de la jurisdicción eclesiástica, fue el proceso que se formó al cura don Miguel Hidalgo . . . . .

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                          • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                            A don Miguel Hidalgo y Costilla las declaraciones le fueron tomadas por el comisionado Abella en los días 7, 8 y 9 de mayo; a nadie culpó de sus actos; declaró haber creído siempre que la Independencia sería útil y benéfica para su país, y que el nunca pensó en entrar en proyecto alguno para realizarla, decidióse a ello cuando Allende le aseguró que ya contaba con sobrados elementos, tanto en Querétaro como en las comarcas cercanas. Dijo que el descubrimiento de la conspiración en esa ciudad no le dio tiempo a adoptar las providencias conducentes, y que después no las consideró ya necesarias “al ver como los pueblos se alzaban a su voz, o a la de los comisionados que el enviaba y que por do quiera hacían prosélitos a millares.” Y afirmó también que entre estos se contaron los presos de las cárceles a quienes dieron libertad el y los demás jefes de la revolución, sin exceptuar a los reos de crímenes atroces, con el objeto de poner de su lado a las masas, y que con el mismo fin autorizó el saqueo de los bienes de los españoles, medidas injustas, perjudiciales, añadió, pero necesarias en la empresa que había acaudillado y cuyos fines no permitían escrupulizar ante los medios.

                            Colocado al frente de la revolución levantó ejércitos, fabricó armas y cañones, nombró jefes y oficiales, dirigió un manifiesto a la nación, y envió a los Estados Unidos de América un agente diplomático, Ortiz de Letona, que según supo, murió antes de llegar a su destino. Igual valor desplegó al ser interrogado acerca de los horribles asesinatos cometidos en los españoles presos en Guadalajara, Valladolid y otros lugares. Dijo que el había ordenado las matanzas que se efectuaron en esas dos ciudades, pero que no tuvo participio en las que se llevaron acabo en otros puntos, por estar ya separado del mando. “Esos presos muertos por orden mía, eran inocentes y no se les formó proceso, porque no había sobre que formárselo: las ejecuciones tenían lugar en el campo, a horas desusadas, y en sitios solitarios para no poner a la vista de los pueblos un espectáculo tan horroroso y capaz de conmoverlos, pues únicamente deseaban estas escenas los indios y la ínfima canalla.”

                            Al preguntarle quien le hizo juez competente de las ventajas de la Independencia y con que derecho se alzó contra el gobierno, contestó: “Que el mismo se erigió juez de esa conveniencia, con el derecho que tiene todo ciudadano cuando cree que la patria está en riesgo de perderse, sin contrabalancear la teoría con los obstáculos que las pasiones y la diferencia de intereses oponen siempre a empresas como la por el acometida.” Y cuando se le interrogó si por si mismo, antes o después de su levantamiento, había predicado en el púlpito o ejercido en el confesionario abusando de su ministerio, o había mandado que otros eclesiásticos lo hicieran para violentar al pueblo a la insurrección, dijo: ”que ni antes, ni en el curso de la revolución ha predicado ni ejercitado el confesionario, con abuso de la santidad de su ministerio, y por lo que hace al tiempo de la insurrección, ni para bien ni para mal había ejercido ni el uno ni el otro, ni tampoco había celebrado misa por considerarse inhábil para toda función eclesiástica, y que, en cuanto a otros clérigos y religiosos, aunque habían predicado el doctor Maldonado en Guadalajara y fray Bernardo Conde de Guanajuato a favor de la revolución, lo había tolerado, desentendiéndose de ello por las ventajas que le resultaban; pero que no la había aconsejado ni ordenado.”

                            Pero su entereza flaqueó al tratarse por sus aprehensores de interrogar su conciencia religiosa, y cuando apelaron a sus sentimientos de sacerdote, a las preocupaciones en que fue educado, y de las cuales ningún hombre se despoja por completo porque forman parte de su naturaleza misma. Así, al preguntársele como conciliaba las doctrinas del Evangelio con la guerra que había encendido en la colonia, contestó el sacerdote y no el caudillo del pueblo; respondió el hombre, quebrantado por los sufrimientos de la prisión, amamantado en la ciega obediencia a las potestades de la tierra, declaradas de origen divino por la Iglesia, y no el varón fuerte que acababa de proclamar la caída de aquellas reverenciadas prepotencias.

                            El manifiesto de Hidalgo, fechado el 18 de mayo de 1811, en el que aparentemente se retracta de sus principios, de sus trabajos y de su obra misma, es calificado de apócrifo por don Carlos M. Bustamante, testigo de la historia; además posteriormente fue desmentido en una carta dirigida a un deudo de Hidalgo, residente en México, que, según se dice, quedó en poder del presidente Comonfort, porque la persona que goza hoy de la pensión de este deudo, se la entregó en 1857, como justificante de una solicitud; en ella, según asientan los que dicen haberla visto, recomienda Hidalgo la víspera de su muerte a su hijo, que trabaje por la Independencia de su patria. Pero Lucas Alamán, también testigo de la historia, enemigo y detractor de el movimiento independentista y su actores, defiende su autenticidad.

                            El manifiesto es el siguiente:

                            “Nada de cuanto había hecho se podía conciliar con la doctrina del Evangelio ni con su estado, que la experiencia le había hecho palpar que la proyectada Independencia hubiera terminado por la anarquía o el despotismo, por lo mismo quería que a todos los Americanos se les hiciese saber su declaración, que era conforme a sus mas íntimos sentimientos y a lo mucho que deseaba la felicidad de sus paisanos.”

                            Después que el comisionado Abella hubo tomado a Hidalgo las declaraciones, el obispo de Durango don Francisco Gabriel de Olivares, a instancias del comandante general Salcedo, comisionó al canónigo de aquella catedral doctor Fernando Valentín para que procediese en unión del consejo de guerra. El juez eclesiástico, por auto de 14 de junio de 1811, dio por bien recibidas las declaraciones y mandó volver aquel irregular proceso al auditor don Ramón Bracho, para que consultase la práctica de las diligencias que creyera arregladas a justicia y al estado de la causa, o dictaminase lo mas conveniente. En 3 de julio presentó el auditor su trabajo; he aquí la parte final del dictamen:

                            “. . . . soy de sentir que puede V. S. declarar que el recitado Hidalgo es reo de alta traición, mandante de alevosos homicidios: que debe morir por ello; confiscársele sus bienes conforme a las resoluciones expresadas, y que sus proclamas y papeles seductivos deben ser dados al fuego pública e ignominiosamente.

                            En cuanto al género de muerte a que se le haya de destinar, encuentro y estoy convencido de que la mas afrentosa que pudiera escogitarse, aun no satisfaría completamente la venganza pública: que él es delincuente atrocísimo, que asombran sus enormes maldades, y que es difícil que nazca monstruo igual a él; que es indigno de toda consideración por su personal individuo: pero es Ministro del Altísimo, marcado con el indeleble carácter de Sacerdote de la Ley de Gracia, en que por nuestra fortuna hemos nacido; y que la lenidad inseparable de todo cristiano, ha resultado siempre en nuestras leyes, y en nuestros soberanos, reverenciando a la Iglesia y a sus sacerdotes, aunque haya incurrido en delitos atroces.

                            Por tanto, si estas consideraciones tuvieren lugar, en la cristiana de V. S., ya que no puede dársele garrote por falta de instrumentos y verdugos que lo hagan, podrá mandar, si fuere de su agrado, que sea pasado por las armas en la misma prisión en que está, o en otro semejante lugar a propósito, y que después se manifieste al público, para satisfacción de los escándalos que ha recibido por su causa.

                            He concluido mi dictamen: y si el decreto de V.S. fuere de conformidad, todos los efectos de esta sentencia se han de retrotraer, y en su ejecución ha de preceder la actual degradación y libre entrega del reo, debida hacer por el juez Eclesiástico, y podrá V. S. pasar la causa al comisionado de S. S. 1. El obispo de Durango, para que haga lo que toca y aquello a que sus facultades alcancen.

                            Esto (y que se tengan presentes los sujetos que se nombran en esta causa, y en todas las demás de este género, para hacer de tales citas el uso conveniente) es lo que me parece deberse proveer; mas desde luego sujeto mi juicio, que está expuesto a error por la insuficiencia de mis conocimiento, a otro mas acertado, y V.S. sobre todo determinará lo que estime ser mejor.

                            Chihuahua, Julio 3 de 1811.- Bracho.”

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                            • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                              El auditor Bracho, no obstante sus amplias facultades que su prelado le tenía concedidas, no creyó que lo autorizaban para proceder a la degradación de don Miguel Hidalgo, por ser esta una función privativa de los obispos consagrados indelegable a simples presbíteros, por lo que se abstuvo de proceder a ella mientras el obispo no le previniese lo que debía hacer, y propuso que el reo fuera enviado a Durango. Salcedo, comandante general, y que se había arrogado todas las facultades y la responsabilidad de juez y ejecutor, no estaba dispuesto a acceder a lo que propuso el comisionado eclesiástico, y se disponía a cumplir con la orden del virey Venegas, quien desde el 22 de febrero de 1811 tenía mandado:

                              “que no siendo esos delincuentes (los defensores de la Independencia) acreedores a la conmiseración de que tantas veces habían abusado, sin darles mas tiempo que el preciso para confesarse, deberían ser fusilados luego que fueran aprehendidos, principalmente si fuesen clérigos o frailes, por lo mas escandalosa que era en esta clase de gente aquella especie de delitos.”

                              Pero el obispo de Durango proveyó a la dificultad ordenando al juez eclesiástico Valentin con fecha 18 de julio de 1811, que en uso de las facultades que le tenía conferidas y de nuevo le confería, y apoyado en la real orden de 12 de mayo de 1810 que autorizaba a los diocesanos de España e Indias para dispensar en los casos ocurrentes en sus respectivos distritos de la manera que les dictara su prudencia, procediese a la degradación verbal y después a la real del cura don Miguel Hidalgo y Costilla.

                              El doctor Valentín, después de nombrar notario de la causa eclesiástica al fraile don José María Rojas, pronunció la sentencia de degradación contra Hidalgo el 27 de julio, y dos días mas tarde, la ejecución en el Hospital Real, que fue donde estuvo preso Hidalgo, llevándose a cabo la ceremonia conforme a lo prescrito en el Pontifical romano, en presencia del pueblo y del teniente coronel don Manuel Salcedo, presidente del consejo de guerra , a quien se le entregó el reo.

                              Ejecución de la sentencia de degradación:

                              “En 29 del propio mes y año, estando el señor juez comisionado en el Hospital Real de esta villa con sus asociados y varias personas eclesiásticas y seculares que acudieron a presenciar el acto, compareció en hábitos clericales el reo D. Miguel Hidalgo y Costilla en el paraje destinado para pronunciar y hacerle saber la precedente sentencia; y después de habérsele quitado las prisiones y haber quedado libre, los eclesiásticos destinados para el efecto le revistieron de todos los ornamentos de su orden presbiteral de color encarnado, y el Sr. Juez pasó a ocupar la silla que en lugar conveniente le estaba preparada, revestido de amito, alba, cíngulo, estola y capa pluvial, e inclinado al pueblo, acompañándole el juez secular teniente coronel D. Manuel Salcedo, gobernador de Texas, puesto de rodillas el reo ante el referido comisionado, este manifestó al pueblo la causa de su degradación, y en seguida pronunció contra el la sentencia, y concluida su lectura procedió a desnudarlo de todos los ornamentos de su orden, y descendiendo gradualmente hasta el primero en la forma que prescribe el Pontifical Romano, y después de haber intercedido por el reo con la mayor instancia y encarecimiento ante el juez real para que se le mitigasen las penas, no imponiéndole la muerte ni mutilación de miembros, los ministros de la curia seglar recibieron bajo su custodia al citado reo, ya degradado, llevándolo consigo, y firmaron esta diligencia el señor delegado con sus compañeros de que doy fe.- Fernandez Valentín.- José Mateo Sánchez Álvarez.- Fr. José Tarraga, guardián.- Juan Francisco García.- Ante mi, Fr. José María Rojas.”

                              Ya desde el día 26 el comandante general don Nemesio Salcedo había ordenado la ejecución conformándose con el parecer del asesor Bracho. Concluida la degradación, se notificó a Hidalgo la sentencia de su muerte y de confiscación de sus bienes el mismo día 29, y en seguida se le indicó escoger un confesor que le impartiera los últimos auxilios religiosos; eligió al padre fray José María Rojas que había sido notario de la causa eclesiástica. En su prisión, que fue la pieza que está bajo la torre de la capilla del Hospital Real, recibió el trato humano y comprensivo de su dos guardianes, el cabo Ortega y el español Melchor Guaspe, alcaldes de aquella cárcel, a quienes consagró su gratitud en dos décimas escritas por él mismo con un carbón en la pared, la víspera de su muerte:

                              Ortega, tu crianza fina,
                              Tu índole y estilo amable
                              Siempre te harán apreciable
                              Aun con gente peregrina.
                              Tiene protección divina
                              La piedad que has ejercido
                              Con un pobre desvalido
                              Que mañana va a morir,
                              Y no puedo retribuir
                              Ningún favor recibido.

                              Melchor, tu buen corazón
                              Ha adunado la pericia,
                              Lo que pide la justicia
                              Y exige la compasión.
                              . . . . . . . . . . . . . . .

                              Das consuelo al desvalido
                              En cuanto te es permitido,
                              Partes el postre con él,
                              Y agradecido Miguel
                              Te da las gracias rendido.

                              Lució el 30 de julio de 1811, último día de su vida, e Hidalgo demostró en sus postreros instantes grande impavidez; notó –dice Bustamante- que en el desayuno le habían puesto menor cantidad de leche que la que acostumbraban a darle, y pidió mas diciendo que no por ser la última debía ser menos. . . .Al tiempo de marchar al patíbulo recordó que bajo su almohada había dejado unos dulces, volvió por ellos y los repartió entre los soldados que iban a dispararle. . . . A las siete de la mañana fue llevado a un sitio detrás del Hospital, en donde se ejecutó la sentencia; no murió con la primer descarga, y caído en tierra recibió numerosas balas hasta quedar exánime.

                              Certificado del teniente coronel Salcedo relativo al fusilamiento de Hidalgo:

                              “ Certifico: que en virtud de la sentencia de ser pasado por las armas, dadas por el Señor Comandante General de estas provincias Brigadier don Nemesio Salcedo contra el reo cabecilla de la insurrección Don Miguel Hidalgo, ex – cura del pueblo de los Dolores en este reino; previa degradación por el Juez eclesiástico competentemente autorizado; se le extrajo de la capilla del Real Hospital, en donde se hallaba, y conducido en nueva custodia al patio interior del mismo, fue pasado por las armas en la forma ordinaria a las siete de la mañana de este día, sacándose su cadáver a la plaza inmediata en la que, colocado en tablado a propósito, estuvo de manifiesto al público, todo conforme a la referida sentencia, y habiéndose separado la cabeza del cuerpo en virtud de orden verbal del expresado superior Jefe, se dio después a sepultar su cadáver, por la Santa y Venerable Hermandad de la orden de penitencia de nuestro seráfico Padre San Francisco, en la capilla de San Antonio del propio convento. Y para la debida constancia firmé la prtesente en la Villa de Chihuahua a los treinta días del mes de junio de 1811.- Manuel de Salcedo.”

                              Las cabezas de Hidalgo, Allende , Aldama y Jiménez, fueron llevadas a Guanajuato y colocadas en jaulas de hierro en cada uno de los ángulos de la Alhóndiga de Granaditas, donde permanecieron hasta 1821. En la puerta de aquel edificio se puso la siguiente inscripción por mandato del intendente don Fernando Pérez Marañón:

                              “ Las cabezas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, insignes fascinerosos y primeros cabecillas de la revolución; que saquearon y robaron los bienes del culto de Dios y del Real Erario; derramaron con la mayor atrocidad la inocente sangre de sacerdotes fieles y magistrados justos; y fueron causa de todos los desastres, desgracias y calamidades que experimentamos y que afligen y deploran los habitantes todos de esta parte tan integrante de la nación Española.

                              Aquí clavadas por orden del señor brigadier don Félix María Calleja del Rey, ilustre vencedor de Aculco, Guanajuato y Calderón, y restaurador de la paz en esta América. Guanajuato 14 de octubre de 1811.

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                              • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                                Lejos de espirar la revolución con los mártires de Chihuahua y de Durango alzábase briosa y amenazadora en el sur de la intendecia de México, en Michoacán, Jalisco y Guanajuato, y en Zacatecas misma. En la primera de esas comarcas Morelos había continuado la serie de sus victorias, arrollando a todos los jefes realistas que con el osaron medirse; Michoacán, con excepción de Valladolid, no obedecía al gobierno español ocupado como estaba su quebrado y fértil suelo por numerosas guerrillas comandadas por jefes bravos y activísimos; la Nueva Galicia hervía hacia el sur de Guadalajara, donde buscaron refugio muchos de los caudillos derrotados en Calderón; Guanajuato, también de guerrillas enchida, inspiraba serios temores a Calleja. Aplazando por ahora el relato de los mas notables sucesos que en todas estas provincia acaecieron, debemos seguir al jefe ilustre que recibiera de Hidalgo y Allende la misión de sucederles en el mando.

                                Don Ignacio Lopez Rayón, en efecto, aparece desde luego como el continuador de la alta empresa que aquellos no tardarían en sellar con su sangre, y desde mediados de marzo de 1811 debe considerársele como el centro directivo de la revolución, hasta que el curso de los sucesos hizo surgir a mas importantes adalides; alzó con robustas manos y corazón entero la desgarrada bandera que se le entregaba.

                                Ocupado en el arreglo del pequeño ejército que se había dejado a sus órdenes, supo la sorpresa y prisión de Hidalgo, Allende y los demás jefes que los acompañaban. Iriarte, fue el único que logró salvarse del desastre de Acatita de Baján, se presentó en Saltillo confirmando tan siniestra noticia, pero cara pagó este aquella huida, porque sometido a un consejo de guerra fue sentenciado a muerte y fusilado. Lopez Rayón , al participar a los demás jefes esta ejecución, dijo que había obrado en este caso obedeciendo a órdenes que Allende le comunicó antes de partir. Pero interesaba a Rayón salir de Saltillo, donde fácilmente podía ser embestido por las tropas de taridor Elizondo y las que al mando del teniente coronel don José Manuel de Ochoa se hallaban en la hacienda de La Noria, dispuestas a caer combinadamente sobre la capital de la provincia de Coahuila.

                                Al frente de tres mil quinientos hombres y veintidós cañones de todos calibres, que eran las tropas y elementos que le quedaron al separarse de los primeros caudillos, salió Lopez Rayón de Saltillo el 26 de marzo con el propósito de dirigirse a Zacatecas. Los jefes que llevaba a sus órdenes eran don José Antonio Torres, don Juan Pablo Anaya, don Victor Rosales, Villalongín, Ponce , y sus dos hermanos don José María y don Francisco Lopez Rayón.

                                No fueron infundadas las precauciones de López Rayón; Ochoa marchaba, en efecto, hacia Saltillo con una gruesa división de tres mil quinientos hombres, entre los que se hallaban algunos centenares de indios Lipanes; al saber el jefe realista la salida de Rayón, dispuso cortarle la retirada enviando violentamente al capitán Rivero con cien hombres a la hacienda de Patos, donde se encontraban ya otros trescientos, y con el resto de su sección continuó en seguimiento de los Independientes. No tardó en darles alcance, y durante tres días la retaguardia de estos fue vivamente inquietada por las guerrillas avanzadas de Ochoa, que en Agua Nueva lograron tomarle setenta y siete prisioneros. Al cuarto día, López Rayón, a quien se había unido el lego Villerías, resolvió presentar batalla en el lugar llamado Puerto de Piñones.

                                Formadas sus tropas en buen orden al pié de varios cerros, apoyados sus flancos por baterías hábilmente situadas sobre los mismos cerros y en la llanura que era paso forzoso de los realistas, López Rayón esperó con decisión el ataque en la mañana del 1º. De abril de 1811. A poco fue rudamente acometido, y con tal ímpetu, que el enemigo después de arrollar su derecha, confiada a don José Antonio Torres, y de apoderarse se dos cañones, penetró hasta el sitio en donde se hallaban los bagajes. Atento López Rayón a la importancia del punto que acababa de perderse, cargó personalmente y con tal denuedo, que logró restablecer la batalla, recobrar la artillería perdida y hacer al enemigo gran número de muertos. Rechazado Ochoa por la derecha, avanzó por la izquierda, pero se vió detenido por don Francisco López Rayón y don Juan Pablo Anaya, en tanto que la caballería de los Independientes, cargaba con furia sobre la de los realistas, que se puso en fuga desbaratada y confusa. Desembarazado López Rayón de sus dos alas, pudo echarse sobre el centro del ejército de Ochoa, pero este se retiró precipitadamente dejando el suelo cubierto de cuatrocientos muertos, y en poder del vencedor dos cañones de a cuatro y algún armamento.

                                Continuó López Rayón su marcha hacia Zacatecas mandando quemar antes parte de sus equipajes, las carretas y los cadáveres, y enterrar dos culebrinas y dos cañones de a cuatro, por falta de mulas para su conducción. Su retirada, sin que el enemigo se atreviese ya a molestarle, fuelenta y penosa a través de áridas y despobladas llanuras donde el agua faltaba por completo; teníase a singular fortuna el hallazgo de charcos cenegosos y corrompidos que envenenaban a la sedienta tropa, y si algún puro manantial topaba esta a su paso, era su posesión motivo de lucha a mano armada. Igual escasez de alojamientos, víveres y pasturas afligió la marcha de aquellos bravos soldados que, dieron muestras de insubordinación al llegar al paraje de la Animas, donde el brigadier Ponce, a la cabeza de algunos oficiales medrosos, provocó una junta de guerra en la que estos manifestaron el temor de un éxito funesto en tan dilatada y penosa travesía y acordaron pedir el indulto. López Rayón eludió sin contrariarlas abiertamente las exigencias de los oficiales, y solo se ocupó de aliviar la situación de sus soldados.

                                Un destacamento realista de un pueblo distante algunas leguas del camino asaltó en un desfiladero a varios de los soldados de López Rayón, apresándolos y quitándoles los bagajes que conducían, cayendo prisionero, entre otros, el coronel Independiente Garduño, a quien mandó azotar el comandante Larrainzar, jefe de los realistas asaltantes. Poco después, noticioso López Rayón de que este último ocupaba la hacienda de San Eustaquio, abundosa en agua, ordenó al coronel don Juan Pablo Anaya que se dirigiese a desalojarlo, lo que hizo este valiente jefe sorprendiendo a Larrainzar, derrotándolo y tomándole un pequeño convoy de víveres y ropa. En este punto Ponce reconvino al general en jefe sobre el cumplimiento de lo acordado en la junta, lo que le valió una bofetada que López Rayón le dio exasperado por tal exigencia, y que produjo al día siguiente al deserción de Ponce a la cabeza de doscientos soldados que iban a la vanguardia del pequeño ejército. . . .
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