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El secuestro no será televisado

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    Hasta el jacobo ha hecho mutis



    TRIBUNA: GABRIELA WARKENTIN

    El secuestro no será televisado

    Los medios mexicanos se entrampan en el dilema de cómo informar sobre el secuestro del ex candidato Fernández de Cevallos

    GABRIELA WARKENTIN 20/05/2010


    Cuando el principal noticiario de la televisión mexicana sentenció, muchos quedamos perplejos. ¡Joder! ¿Y ahora? En horario estelar se nos informó que nada de nada: mientras el secuestro persista, el silencio se impone. Lo impensable: se informó que no se informará.
    Pero, vamos por partes.
    El pasado fin de semana desapareció de su finca, el prominente político y abogado Diego Fernández de Cevallos. Hombre polémico, como pocos, y gran polemista; candidato a la Presidencia de la República, diputado, senador, pieza esencial del hoy gobernante Partido Acción Nacional; pero también abogado próspero, controvertido, litigante de causas difíciles de digerir, ésas que, por lo menos en el imaginario, agravian a muchos para favorecer a un puñado; mexicano inteligente, apasionado y, por todo lo anterior o más, imprescindible en la historia reciente del país. No por nada el mote: "Jefe Diego". Su abducción, en el estado vecino a la capital, Querétaro, fue un golpazo. No hay otra manera de calificarlo. Desde las cúpulas al ciudadano de a pie: si alguien así de poderoso e importante había desaparecido, ¿qué podría esperar Juan Ciudadano? El miedo no es moneda de cambio que viaje en litera acolchada; es parálisis muy real que se enquista en los más diversos rincones del alma.
    Sucedió en algún momento de la noche del viernes al sábado. Y de a poco se fue filtrando la noticia. Un portal informativo de la localidad queretana dio la nota, la retomaron medios y comunicadores, y para el mediodía sabatino las redes sociales eran un hervidero. Poco contribuyó a la calma que otro eminente político mexicano, Manuel Espino, ex dirigente del partido del hoy desaparecido, enviara por Twitter la información no confirmada -eso se sabría después- de que el cadáver del Jefe Diego estaría en algún campo militar. Más de un ávido comunicador sacó la nota en medios nacionales, y para cuando reaccionó el gobierno federal (muchas, y muy muy largas horas después) el vacío informativo ya había sido colonizado por la especulación, las teorías de la conspiración y las más explícitas fantasías apocalípticas. Para unos, la desaparición del Jefe Diego era prueba clara del fracaso absoluto del actual gobierno. Para los menos, un posible ajuste de cuentas personales dados los negocios propios del político y litigante. Y para una muy importante representación nacional, todo esto es muestra palpable de la tan anhelada justicia poética. Afloraron las proclamas revanchistas y los retumbos de odio: "lo que le pasó a Diego es más que merecido, por abusivo, por tranza, por político." Tan impresionante la retahíla de víscera manifiesta, que un diario de circulación nacional, El Universal, dedicó su editorial a alertar sobre, así lo nombró, el discurso de odio.
    El lunes coronó la cadena de entuertos comunicativos. Mientras algunos medios anunciaban que, en la medida en que no hubiese información adicional no se abrirían los espacios a la especulación -cosa muy agradecible-, el responsable del principal noticiario de televisión del país, Joaquín López Dóriga, salía a cuadro para comunicar que Televisa no volvería a informar de este caso hasta su desenlace, todo en respeto a la vida del desaparecido Diego Fernández de Cevallos. Remataba con la siguiente sentencia: "no ha sido una decisión fácil, pero sí es una decisión firme".
    Suena un poco a ayuno informativo, pero sobre todo, nos coloca como ciudadanos ante la pregunta fundamental sobre nuestro derecho a la información. Por ello, la perplejidad. Porque la contundencia de la afirmación no permite el resquicio: y si antes del desenlace hay información importante (que implique a agencias o actores actuales), ¿no se dirá nada?; y si en el camino se van descubriendo complicidades, ¿nadie se enterará? Vaya que, además, éstas son preguntas ingenuas. Porque, en el fondo, lo que aflora es la punta de la sospecha: ¿será que hay una empresa de televisión que sabe más y por eso calla?; y los que siguen informando, ¿traicionan y amenazan la vida del desaparecido?
    En la era de la información, la postura de franca contención es una osadía de dimensiones inexploradas. Sin duda, ante el posible secuestro de una persona -y más aún alguien de la prominencia del jefe Diego- la cautela es una ficha que juega a favor de la vida del desaparecido. Si fue así, ¿por qué no le entraron todos los medios de comunicación? Basta ver el exceso de verborrea denunciadora en que han caído tantos medios y comunicadores. Deseable casi, un pacto comunicativo por el bien del país. Pero, si no fue así, ¿de qué privilegios gozan los que lo hacen? Y, a todo esto, ¿dónde queda el derecho a la información del ciudadano? Sólo espero que todos estemos conscientes de que los vacíos informativos, sean por inercia, por incapacidad o por decisión, son caldo de cultivo de esos fanatismos que se vuelven incontrolables.
    México no necesita que se alimente la especulación, ni que se avive el ruido discursivo. Las situaciones de inseguridad y de reto a las instituciones que vive el país ameritan que quienes informan no funcionen a golpe de intuiciones, que el discurso del odio no se imponga, y que las decisiones editoriales no generen aún más desconfianza. Yo sólo espero, por el ser humano que es, que el Jefe Diego esté bien. Pero sea lo que suceda, no puedo sino recordar que tanto daño hace la verborrea excedida como el silencio impenetrable.
    Les prometo que, a estas alturas, ya somos mayorcitos, aquí en México, y podemos aguantar las malas nuevas. Digo, por si no se habían dado cuenta, claro está.

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