SOBREAVISO / Elección anulada
Por René Delgado
(29 enero 2011).- Más allá del resultado y desenlace en Guerrero, esa elección fue anulada de antemano.
La anulación, menudo absurdo, corrió por cuenta de los partidos políticos. En vez de promover y asegurar la elección, la anularon a partir del clientelismo electoral, el oportunismo político y la ambición de poder. Le negaron a la ciudadanía la posibilidad de elegir y, en el exceso, colocaron como opción a dos priistas: uno disfrazado y otro al natural. ¿Qué elección puede haber cuando se postula a dos iguales para escoger uno distinto?
Socios o cómplices de ese teatro del absurdo que amenaza con tragedia fueron los gobiernos del estado de México, del Distrito Federal y el gobierno federal, mientras el gobierno y la autoridad electoral guerrerenses hicieron poco para hacerse valer. El único que no pudo meter la mano en el proceso fue el electorado, el mismo al que ahora se le pide legitimar el fraude del que es objeto. Si participó el electorado fue como testigo mudo, como objeto de compra, coacción o presión. Los partidos vieron y ven a la ciudadanía no como sujeto de su interés, sino como objeto de su ambición.
Ni por ser uno de los epicentros de la violencia criminal que sufre el país, los partidos prescindieron de la violencia política. Del ejercicio que, por naturaleza, debería ser muestra de civilidad para resolver pacíficamente las diferencias, se hizo un batidillo que puede generar todavía más violencia.
¡Vaya fiesta de la democracia con tufo a funeral!
* * *
De todo se echó mano para posicionar no al mejor para atender la violencia y la miseria que ancestralmente lastiman a Guerrero, sino para colocar al pivote indicado y apuntalar la ambición por ocupar la Presidencia de la República. Si tanto han esperado los guerrerenses, bien pueden esperar más.
Vehículos y despensas del gobierno mexiquense encabezado por Enrique Peña, funcionarios del gobierno capitalino encabezado por Marcelo Ebrard, expedientes de la guerra contra el crimen encabezada por Felipe Calderón, grabaciones ilegales de telefonemas, golpizas hasta llevar al hospital a un hombre, plomo contra otro, levantón de uno más, plomeros de aquí y de allá, tarjetas cumplidoras, declaraciones de testigos protegidos que a veces valen como verdades absolutas y a veces como leyendas sin sustento... todo se puso en juego. Todo, excepto las razones y las ideas, ésas se echaron al cesto de las inútiles doctrinas.
¿Cómo llamar a la participación ciu- dadana en las elecciones, si los candidatos son iguales y responden no al reclamo del electorado sino a la voz de su patrocinador político? ¿Cómo reclamar esa participación, si los partidos conciben a la ciudadanía como carne de boleta?
* * *
Tal fue el batidillo armado por los partidos y los padrinos de los candidatos que se llegó al absurdo de apoyar al gallo que no se quería.
Asesinado tiempo atrás Armando Chavarría, el abanderado natural del perredismo, Jesús Ortega y Marcelo Ebrard terminaron haciendo suyo a Ángel Aguirre Rivero, el gallo original de Enrique Peña; adopción que luego también hizo suya el panista Gustavo Madero sacrificando a su propio candidato. El mexiquense Enrique Peña terminó apoyando a Manuel Añorve, el gallo de Manlio Fabio Beltrones.
¿Cómo darle el voto a uno de ellos, cómo otorgarle un mandato si antes de recibirlo se burlan de los mandantes?
* * *
De no ser una desgracia política, se podría decir que el lado oscuro del feroz antipriismo del perredismo y del panismo es un absurdo: apoyan a priistas con disfraz para derrotar a priistas sin disfraz. De no ser una desgracia política, el feroz antipriismo panista es un absurdo: del tricolor, su aliado político, hicieron su adversario electoral. De no ser una desgracia política, el izquierdismo perredista es un absurdo: sustituyó la hoz y el martillo por el yunque y el bolsillo. De no ser una desgracia política, la modernidad priista es un absurdo: resucitan el pasado confundiéndolo con el futuro, ensayando un salinismo con implante capilar.
* * *
El mensaje de los partidos es simple: la importancia de toda elección no es servir a la ciudadanía, sino servirse de ella para acrecentar prerrogativas económicas y administrar presupuestos públicos de donde derivan beneficios. Se trata de contender no para alcanzar la representación popular, sino para derivar ganancias políticas y económicas, fundamentales, en el propósito de acumular más poder y más recursos.
Esa concepción de la política conduce a la perversión de ésta: a más votos, más recursos; a más recursos, más votos en la próxima elección. Se lucha, pues, por un botín. No por un programa ni por un ideario y, en ese afán, el negocio da lugar a alianzas y transas políticas y económicas inconcebibles que exige el reparto del botín aun antes de tenerlo.
Tal ambición de apropiarse de posiciones y plazas políticas así como de recursos económicos -donde la ciudadanía vale tanto como un pañuelo desechable- obliga a plantear una interrogante: ¿qué pasaría si las prerrogativas a los partidos y su registro, en vez de calcularse sobre la base de los votos obtenidos, se fijara sobre el padrón de militantes? Habría una revolución: los partidos tendrían que trabajar muchísimo más y de manera permanente, serían menos endogámicos y elitistas, sus corrientes o grupos no pelearían su dirigencia como tribus, se abrirían mucho más, voltearían a ver la ciudadanía como sujeto y no como el objeto que, con su voto, abre el arcón de dinero.
La fórmula actual de registrar y financiar a los partidos sobre la base del voto exige un replanteamiento: no incentiva el crecimiento y desarrollo de los partidos sino la explotación del electorado y tampoco garantiza que dinero sucio entre a las campañas. La fórmula actual hace pelear los votos como perros, no como partidos.
No estaría de más conocer el padrón de militantes de los partidos, no sólo el número de votos que facturan.
* * *
Lo peligroso del espectáculo ofrecido en Guerrero es que inaugura el calendario electoral y anticipa cómo puede ser la elección en Baja California Sur, Edomex, Coahuila y Michoacán, sin desconsiderar Nayarit, así como las municipales en Hidalgo. Lo peligroso es que en vez de conjurar la violencia, le ensancha su oportunidad. Lo peligroso es que el conjunto de esos procesos se da en la antesala de la elección presidencial y si así se comportan los partidos y gobiernos en la antesala qué será cuando estén en la cocina. ¿Anularán también la elección presidencial? ¿Ése es el nombre del juego: confundir elegir con eliminar?
sobreaviso@latinmail.com
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Fecha de publicación: 29 enero 2011
Por René Delgado
(29 enero 2011).- Más allá del resultado y desenlace en Guerrero, esa elección fue anulada de antemano.
La anulación, menudo absurdo, corrió por cuenta de los partidos políticos. En vez de promover y asegurar la elección, la anularon a partir del clientelismo electoral, el oportunismo político y la ambición de poder. Le negaron a la ciudadanía la posibilidad de elegir y, en el exceso, colocaron como opción a dos priistas: uno disfrazado y otro al natural. ¿Qué elección puede haber cuando se postula a dos iguales para escoger uno distinto?
Socios o cómplices de ese teatro del absurdo que amenaza con tragedia fueron los gobiernos del estado de México, del Distrito Federal y el gobierno federal, mientras el gobierno y la autoridad electoral guerrerenses hicieron poco para hacerse valer. El único que no pudo meter la mano en el proceso fue el electorado, el mismo al que ahora se le pide legitimar el fraude del que es objeto. Si participó el electorado fue como testigo mudo, como objeto de compra, coacción o presión. Los partidos vieron y ven a la ciudadanía no como sujeto de su interés, sino como objeto de su ambición.
Ni por ser uno de los epicentros de la violencia criminal que sufre el país, los partidos prescindieron de la violencia política. Del ejercicio que, por naturaleza, debería ser muestra de civilidad para resolver pacíficamente las diferencias, se hizo un batidillo que puede generar todavía más violencia.
¡Vaya fiesta de la democracia con tufo a funeral!
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De todo se echó mano para posicionar no al mejor para atender la violencia y la miseria que ancestralmente lastiman a Guerrero, sino para colocar al pivote indicado y apuntalar la ambición por ocupar la Presidencia de la República. Si tanto han esperado los guerrerenses, bien pueden esperar más.
Vehículos y despensas del gobierno mexiquense encabezado por Enrique Peña, funcionarios del gobierno capitalino encabezado por Marcelo Ebrard, expedientes de la guerra contra el crimen encabezada por Felipe Calderón, grabaciones ilegales de telefonemas, golpizas hasta llevar al hospital a un hombre, plomo contra otro, levantón de uno más, plomeros de aquí y de allá, tarjetas cumplidoras, declaraciones de testigos protegidos que a veces valen como verdades absolutas y a veces como leyendas sin sustento... todo se puso en juego. Todo, excepto las razones y las ideas, ésas se echaron al cesto de las inútiles doctrinas.
¿Cómo llamar a la participación ciu- dadana en las elecciones, si los candidatos son iguales y responden no al reclamo del electorado sino a la voz de su patrocinador político? ¿Cómo reclamar esa participación, si los partidos conciben a la ciudadanía como carne de boleta?
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Tal fue el batidillo armado por los partidos y los padrinos de los candidatos que se llegó al absurdo de apoyar al gallo que no se quería.
Asesinado tiempo atrás Armando Chavarría, el abanderado natural del perredismo, Jesús Ortega y Marcelo Ebrard terminaron haciendo suyo a Ángel Aguirre Rivero, el gallo original de Enrique Peña; adopción que luego también hizo suya el panista Gustavo Madero sacrificando a su propio candidato. El mexiquense Enrique Peña terminó apoyando a Manuel Añorve, el gallo de Manlio Fabio Beltrones.
¿Cómo darle el voto a uno de ellos, cómo otorgarle un mandato si antes de recibirlo se burlan de los mandantes?
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De no ser una desgracia política, se podría decir que el lado oscuro del feroz antipriismo del perredismo y del panismo es un absurdo: apoyan a priistas con disfraz para derrotar a priistas sin disfraz. De no ser una desgracia política, el feroz antipriismo panista es un absurdo: del tricolor, su aliado político, hicieron su adversario electoral. De no ser una desgracia política, el izquierdismo perredista es un absurdo: sustituyó la hoz y el martillo por el yunque y el bolsillo. De no ser una desgracia política, la modernidad priista es un absurdo: resucitan el pasado confundiéndolo con el futuro, ensayando un salinismo con implante capilar.
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El mensaje de los partidos es simple: la importancia de toda elección no es servir a la ciudadanía, sino servirse de ella para acrecentar prerrogativas económicas y administrar presupuestos públicos de donde derivan beneficios. Se trata de contender no para alcanzar la representación popular, sino para derivar ganancias políticas y económicas, fundamentales, en el propósito de acumular más poder y más recursos.
Esa concepción de la política conduce a la perversión de ésta: a más votos, más recursos; a más recursos, más votos en la próxima elección. Se lucha, pues, por un botín. No por un programa ni por un ideario y, en ese afán, el negocio da lugar a alianzas y transas políticas y económicas inconcebibles que exige el reparto del botín aun antes de tenerlo.
Tal ambición de apropiarse de posiciones y plazas políticas así como de recursos económicos -donde la ciudadanía vale tanto como un pañuelo desechable- obliga a plantear una interrogante: ¿qué pasaría si las prerrogativas a los partidos y su registro, en vez de calcularse sobre la base de los votos obtenidos, se fijara sobre el padrón de militantes? Habría una revolución: los partidos tendrían que trabajar muchísimo más y de manera permanente, serían menos endogámicos y elitistas, sus corrientes o grupos no pelearían su dirigencia como tribus, se abrirían mucho más, voltearían a ver la ciudadanía como sujeto y no como el objeto que, con su voto, abre el arcón de dinero.
La fórmula actual de registrar y financiar a los partidos sobre la base del voto exige un replanteamiento: no incentiva el crecimiento y desarrollo de los partidos sino la explotación del electorado y tampoco garantiza que dinero sucio entre a las campañas. La fórmula actual hace pelear los votos como perros, no como partidos.
No estaría de más conocer el padrón de militantes de los partidos, no sólo el número de votos que facturan.
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Lo peligroso del espectáculo ofrecido en Guerrero es que inaugura el calendario electoral y anticipa cómo puede ser la elección en Baja California Sur, Edomex, Coahuila y Michoacán, sin desconsiderar Nayarit, así como las municipales en Hidalgo. Lo peligroso es que en vez de conjurar la violencia, le ensancha su oportunidad. Lo peligroso es que el conjunto de esos procesos se da en la antesala de la elección presidencial y si así se comportan los partidos y gobiernos en la antesala qué será cuando estén en la cocina. ¿Anularán también la elección presidencial? ¿Ése es el nombre del juego: confundir elegir con eliminar?
sobreaviso@latinmail.com
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Fecha de publicación: 29 enero 2011