Ahora
no hay que
"sacar al buey de la barranca,"
como decía con una sensibilidad muy PRIRRATA el (ahora gracias al que no existe)expresidente Miguel de la Madrid:
Ahora hay que sacarlo de la fosa para hacerle la autopsia



Ahora hay que sacarlo de la fosa para hacerle la autopsia
Salir de la fosa
Por René Delgado
(16 abril 2011).- El país atraviesa un momento delicado, probablemente de una peligrosidad superior a la de 1994. No hay un levantamiento social, hay levantones criminales. No hay magnicidios, hay matanzas. No hay oportunidad para los jóvenes, hay imposibilidad para ellos. No hay preocupación por garantizar la elección presidencial, hay ambición por ganarla como sea. No hay hombres de Estado, hay operadores electorales. No hay debates, hay spots. No hay cuidado por los ciudadanos, hay disputas preliminares por la clientela electoral. No agoniza un viejo régimen, aborta uno nuevo. No hay alternativa, hay alternancia.
Tal es la confusión que el presidente de la República reclama a la sociedad dirigir su hartazgo y desesperación a los criminales, como si éstos hubieran recibido el mandato de cumplir y hacer cumplir la Constitución. El país se asoma, de cabeza, a un abismo más profundo que el de hace 17 años.
* * *
Con todo y su enorme costo social, económico y político, la crisis de 1994 supuso una oportunidad para el país.
El sacudimiento provocado por el zapatismo. El secuestro de Alfredo Harp Helú. El homicidio de Luis Donaldo Colosio y más tarde el de José Francisco Ruiz Massieu. La fractura de la élite en el poder. El agotamiento de las reservas, seguido por el error de Carlos Salinas de Gortari. Toda esa serie de brutales acontecimientos supusieron, por fortuna y a la sazón, una oportunidad para el país.
Esa oportunidad se tradujo en el rediseño del régimen electoral, a partir de la independencia, ciudadanización, autonomía y fortalecimiento de la autoridad en la materia. En el impulso (insuficiente) de una nueva cultura política, cuya expresión mediática fue el debate entre los candidatos presidenciales. En el replanteamiento de la relación del Estado con los pueblos indios y los marginados del país. En el acotamiento de la relación entre el partido en el gobierno y el gobierno en sí. Y, años después, en el rediseño (fracasado) de los órganos de seguridad del Estado y la reglamentación del derecho a la información.
Hubo todavía la capacidad de la clase dirigente para hacer de aquella crisis, una oportunidad.
* * *
Es probable que el problema económico dejado por Carlos Salinas de Gortari vulneró la posibilidad de emprender la reforma de segunda generación que exigía el régimen político.
Al nuevo régimen electoral no siguió la reforma política que acompañara la apertura económica y la globalización, y permitiera -agotado el modelo presidencialista- replantear las instituciones, los canales y los términos de las relaciones entre los actores y los factores de poder, dándole una alternativa al país en su conjunto. Se perdió el gobierno de esas relaciones, se perdió el gobierno.
El gobierno zedillista puso el empeño en la rehabilitación económica del país y, hacia el final, ensayó un nuevo modelo de seguridad ante la creciente actividad criminal que, desde entonces, mostró los dientes. El impulso y la energía derivada de la crisis de 1994 se atascaron pero, como quiera, aquel gobierno sumó un mérito importante: asumir la derrota electoral de su partido y garantizar la alternancia en la Presidencia de la República.
El foxismo tuvo todo para emprender aquella reforma política: hacer de la alternancia la alternativa para el país. La estabilidad económica y la legitimidad política con que Vicente Fox asumió la Presidencia constituyeron el bono democrático, la enorme posibilidad de rediseñar y replantear las relaciones políticas y dar a luz un nuevo régimen para salir del presidencialismo sin Presidente. Ese bono, sobra decirlo, se despilfarró impunemente.
El mayor logro político de ese sexenio -no producto de la voluntad presidencial sino del impulso social- fue la reglamentación del derecho a la información que, ahora, increíblemente, pretende limitarse. Los mayores errores de ese sexenio fueron: uno, abandonar el modelo de seguridad diseñado antes de su llegada, inventar la Secretaría de Seguridad Pública y desmantelar Gobernación, aflojar el paso en la construcción de la Policía Federal para improvisar la Agencia Federal de Investigaciones; dos, empoderar en vez de desmantelar el corporativismo sindical y empresarial; y, tres, intervenir sin recato en el proceso electoral, debilitando lo construido y dándole, a su pesar, el beso del diablo a Felipe Calderón.
No sólo se perdió la oportunidad de hacer de la alternancia, la alternativa. Se dejó crecer sin control a los poderes formales e informales, criminales y no; se abandonó el rediseño del nuevo régimen y se lastimó a las instituciones electorales nacidas en 1994... Se apostó a la involución.
* * *
No es menester reseñar las condiciones en que Felipe Calderón asumió la Presidencia de la República.
"Haiga sido como haiga sido" el michoacano llegó a Los Pinos e, increíblemente, su vocación demócrata la sustituyó por la tentación autoritaria y el uso de la fuerza. Producto o no de las tenazas que lo aprisionaban aun antes de asumir la magistratura, Calderón se echó en brazos de la fuerza policial-militar y magisterial. Sin embargo, la idea de legitimarse en el poder y ampliar su margen de maniobra a partir del ejercicio del uso de la fuerza sin inteligencia, organización, estrategia, negociación y dirección, como era natural, no funcionó.
El resultado está a la vista. Los millares de muertos, lejos de justificar la aventura policial-militar contra el crimen, desacreditan la aplicación de la fuerza sin inteligencia. El cúmulo de reformas propuestas o emprendidas sin resultado positivo, legislativas no -primer empleo, mejora en la calidad educativa, petrolera, el decálogo...-, el desprecio por otras que, sin ser suyas, estaban en su agenda y la manifiesta ausencia de su autoridad en varios conflictos exhiben la ineficacia del ejercicio de la política sin negociación. La incapacidad de integrar y coordinar un equipo de trabajo niega a la administración la condición de un gobierno.
* * *
Hoy, el calderonismo no puede actuar como si estuvieran a punto de concluir los primeros 100 días de su administración.
No, el calderonismo está de salida y frente a una situación mucho más compleja que la de 1994. No puede actuar sin mirar el calendario ni la circunstancia nacional, reclamando a la sociedad que dirija su queja al crimen. Fue él quien juró cumplir y hacer cumplir la Constitución, debe garantizar la elección, hacer política y pactar con sus adversarios esa garantía. Tratar en la adversidad y en lo posible que esta crisis le deje al país algo más que una fosa o un abismo.
sobreaviso@latinmail.com
Por René Delgado
(16 abril 2011).- El país atraviesa un momento delicado, probablemente de una peligrosidad superior a la de 1994. No hay un levantamiento social, hay levantones criminales. No hay magnicidios, hay matanzas. No hay oportunidad para los jóvenes, hay imposibilidad para ellos. No hay preocupación por garantizar la elección presidencial, hay ambición por ganarla como sea. No hay hombres de Estado, hay operadores electorales. No hay debates, hay spots. No hay cuidado por los ciudadanos, hay disputas preliminares por la clientela electoral. No agoniza un viejo régimen, aborta uno nuevo. No hay alternativa, hay alternancia.
Tal es la confusión que el presidente de la República reclama a la sociedad dirigir su hartazgo y desesperación a los criminales, como si éstos hubieran recibido el mandato de cumplir y hacer cumplir la Constitución. El país se asoma, de cabeza, a un abismo más profundo que el de hace 17 años.
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Con todo y su enorme costo social, económico y político, la crisis de 1994 supuso una oportunidad para el país.
El sacudimiento provocado por el zapatismo. El secuestro de Alfredo Harp Helú. El homicidio de Luis Donaldo Colosio y más tarde el de José Francisco Ruiz Massieu. La fractura de la élite en el poder. El agotamiento de las reservas, seguido por el error de Carlos Salinas de Gortari. Toda esa serie de brutales acontecimientos supusieron, por fortuna y a la sazón, una oportunidad para el país.
Esa oportunidad se tradujo en el rediseño del régimen electoral, a partir de la independencia, ciudadanización, autonomía y fortalecimiento de la autoridad en la materia. En el impulso (insuficiente) de una nueva cultura política, cuya expresión mediática fue el debate entre los candidatos presidenciales. En el replanteamiento de la relación del Estado con los pueblos indios y los marginados del país. En el acotamiento de la relación entre el partido en el gobierno y el gobierno en sí. Y, años después, en el rediseño (fracasado) de los órganos de seguridad del Estado y la reglamentación del derecho a la información.
Hubo todavía la capacidad de la clase dirigente para hacer de aquella crisis, una oportunidad.
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Es probable que el problema económico dejado por Carlos Salinas de Gortari vulneró la posibilidad de emprender la reforma de segunda generación que exigía el régimen político.
Al nuevo régimen electoral no siguió la reforma política que acompañara la apertura económica y la globalización, y permitiera -agotado el modelo presidencialista- replantear las instituciones, los canales y los términos de las relaciones entre los actores y los factores de poder, dándole una alternativa al país en su conjunto. Se perdió el gobierno de esas relaciones, se perdió el gobierno.
El gobierno zedillista puso el empeño en la rehabilitación económica del país y, hacia el final, ensayó un nuevo modelo de seguridad ante la creciente actividad criminal que, desde entonces, mostró los dientes. El impulso y la energía derivada de la crisis de 1994 se atascaron pero, como quiera, aquel gobierno sumó un mérito importante: asumir la derrota electoral de su partido y garantizar la alternancia en la Presidencia de la República.
El foxismo tuvo todo para emprender aquella reforma política: hacer de la alternancia la alternativa para el país. La estabilidad económica y la legitimidad política con que Vicente Fox asumió la Presidencia constituyeron el bono democrático, la enorme posibilidad de rediseñar y replantear las relaciones políticas y dar a luz un nuevo régimen para salir del presidencialismo sin Presidente. Ese bono, sobra decirlo, se despilfarró impunemente.
El mayor logro político de ese sexenio -no producto de la voluntad presidencial sino del impulso social- fue la reglamentación del derecho a la información que, ahora, increíblemente, pretende limitarse. Los mayores errores de ese sexenio fueron: uno, abandonar el modelo de seguridad diseñado antes de su llegada, inventar la Secretaría de Seguridad Pública y desmantelar Gobernación, aflojar el paso en la construcción de la Policía Federal para improvisar la Agencia Federal de Investigaciones; dos, empoderar en vez de desmantelar el corporativismo sindical y empresarial; y, tres, intervenir sin recato en el proceso electoral, debilitando lo construido y dándole, a su pesar, el beso del diablo a Felipe Calderón.
No sólo se perdió la oportunidad de hacer de la alternancia, la alternativa. Se dejó crecer sin control a los poderes formales e informales, criminales y no; se abandonó el rediseño del nuevo régimen y se lastimó a las instituciones electorales nacidas en 1994... Se apostó a la involución.
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No es menester reseñar las condiciones en que Felipe Calderón asumió la Presidencia de la República.
"Haiga sido como haiga sido" el michoacano llegó a Los Pinos e, increíblemente, su vocación demócrata la sustituyó por la tentación autoritaria y el uso de la fuerza. Producto o no de las tenazas que lo aprisionaban aun antes de asumir la magistratura, Calderón se echó en brazos de la fuerza policial-militar y magisterial. Sin embargo, la idea de legitimarse en el poder y ampliar su margen de maniobra a partir del ejercicio del uso de la fuerza sin inteligencia, organización, estrategia, negociación y dirección, como era natural, no funcionó.
El resultado está a la vista. Los millares de muertos, lejos de justificar la aventura policial-militar contra el crimen, desacreditan la aplicación de la fuerza sin inteligencia. El cúmulo de reformas propuestas o emprendidas sin resultado positivo, legislativas no -primer empleo, mejora en la calidad educativa, petrolera, el decálogo...-, el desprecio por otras que, sin ser suyas, estaban en su agenda y la manifiesta ausencia de su autoridad en varios conflictos exhiben la ineficacia del ejercicio de la política sin negociación. La incapacidad de integrar y coordinar un equipo de trabajo niega a la administración la condición de un gobierno.
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Hoy, el calderonismo no puede actuar como si estuvieran a punto de concluir los primeros 100 días de su administración.
No, el calderonismo está de salida y frente a una situación mucho más compleja que la de 1994. No puede actuar sin mirar el calendario ni la circunstancia nacional, reclamando a la sociedad que dirija su queja al crimen. Fue él quien juró cumplir y hacer cumplir la Constitución, debe garantizar la elección, hacer política y pactar con sus adversarios esa garantía. Tratar en la adversidad y en lo posible que esta crisis le deje al país algo más que una fosa o un abismo.
sobreaviso@latinmail.com