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Ta ni reír podemos

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    El derecho a reír



    Federico Reyes Heroles

    (31 mayo 2011).- Hay muchas formas de medir la libertad de una nación. Desde lo más elemental como la posibilidad de salir a estirar las piernas y saber que el espacio público está allí para todos, que nadie se puede apropiar de él, vamos ni los maestros de alguna sección sindical, ni marchistas, por más justa que sea su causa. El espacio público es de todos. Nadie debería -sueño de opio en nuestra capital- poder impedir la circulación de otro. Tratar de aprovechar el escurridizo tiempo -día, hora, minuto- ese elemento que Carlos Castillo Peraza consideraba el único verdaderamente no renovable en la vida, es un derecho. Pero hay muchas otras formas.

    La libertad se puede medir por la información de que disponemos para guiar nuestra vida. Una nación atrapada por la ignorancia, o por el desconocimiento, o por el ocultamiento oficial no es libre. Saber libera a los seres humanos. Por supuesto que la libertad también se mide por nuestra capacidad para elegir a los gobernantes y para botarlos cuando es el caso. Saber lo que hacen y lo que dejan de hacer es parte de nuestro derecho, de nuestra libertad. Lo mismo vale para saber cómo utilizan los dineros públicos, así se vive la democracia. El Estado debe estar ahí para garantizar nuestras libertades que, por supuesto, terminan cuando afectan a otro. De eso hablamos muchos y mucho. Pero hay otras libertades de las que hablamos menos pero que también son esenciales.

    Todo aquello que nos alimenta más allá del plato, aquello que nos crea y nos recrea es tan importante como la vida pública formal. Estoy pensando en aquello que leemos, en la música que escuchamos, en el teatro o el cine al que podemos fugarnos, a todo ese conjunto de actividades que muchas veces le dan un sentido a nuestras vidas. Nos referimos a ellas como cultura, así en general, para abarcar una larga lista de expresiones humanas que nos acompañan. Esa cultura sólo nace y florece en plena libertad, sin cortapisas ni cotos. Cuando alguien se sienta a escribir una obra de teatro o un guión cinematográfico o una coreografía o una novela necesita respirar libertad.

    Dentro del amplio menú de la cultura hay de todo para tratar de satisfacer las demandas del estado de ánimo que es una forma oblicua de llegar al alma. Habrá entonces quien necesite un gran drama, de varias horas. Otros en cambio tendrán deseos de reír. Porque la libertad de una nación también pasa por la risa. De qué nos reímos, de todo, de un enredo amoroso o de las cambiantes pasiones religiosas como lo hizo Woody Allen o de las pifias de personas muy conocidas (juayderito), o de los personajes de la vida pública. Fidel Velázquez era quizá la imagen preferida de caricaturistas y cartonistas. El humor genera otra lectura de la vida pública desde la "hormiga atómica" hasta Bush Jr. con orejas de burro. Quien entra a la vida pública se sabe expuesto a ese bombardeo.

    México tiene una larga historia de comedia política que va de la carpa con Resortes, o Tin Tan y el vasto elenco del teatro Blanquita a por supuesto la televisión. El asunto televisivo no es tan reciente. Hace alrededor de 40 años corrían de boca en boca las puntadas que lanzaban Héctor Lechuga y Chucho Salinas y Alejandro Suárez. En pleno esplendor del autoritarismo el humor, la comedia política, estaba muy presente. Personajes como "Brozo" o programas como "Las mangas del Chaleco", son una renovación de esa energía social que busca una salida. En la radio la lista de programas también es muy amplia. La risa es una expresión de la libertad que tenemos que tomarnos muy en serio.

    Pues ahora resulta que una de las derivaciones de la contra-reforma política del 2007 afecta a la comedia televisada. La semana pasada se publicó una nota (Milenio, 23-05) en que el guionista y escritor Manuel Rodríguez Ajenjo, autor de El Privilegio de Mandar, comentó al diario las dificultades para la última ronda del programa. Ahora el IFE está obligado a vigilar que se guarde un equilibrio en el tratamiento que se da a los personajes políticos. Pero hay un problema, ningún producto cultural puede ser sometido a criterios burocráticos, en este caso de equilibrio, por más nobles que hayan sido las intenciones del legislador. El alegato es claro: imaginemos una comedia o una sátira política en la cual por mandato se deba tocar a todos en la misma proporción. En un artificial afán de equilibrio se cercena la libertad del autor. El asunto es tan absurdo que debería provocar risa, pero además de risas lo que estamos perdiendo es libertad. El fondo es muy perverso.

    Ahora resulta que el humor de los ciudadanos debe ser sacrificado por la buena imagen de los políticos. En qué mundo viven. En las democracias más desarrolladas -pensemos en el Reino Unido- los televisores se inundan de sátiras muy ácidas basadas en la familia real. La contra-reforma del 2007 construyó varias trampas. Hoy vemos algunas de las consecuencias. Institucionalizar la censura no es un asunto de risa.
    Rafael Norma
    Forista Turquesa
    Last edited by Rafael Norma; 31-mayo-2011, 06:18.
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