No se porqué, pero con la edad, me vuelven a gustar las canciones de cuna de infantes, no le aunque sean gringas:
Mary had a little lamb, a little lamb, a little lamb...
To be or not to be a Lamb
René Delgado
(13 agosto 2011).- Ser o no ser precandidato presidencial es la hamletiana cuestión a resolver por Ernesto Cordero. Dilatar la respuesta puede afectarlo a él como a su padrino, el presidente Felipe Calderón, pero sobre todo puede dañar el país.
Si desde el primer momento que dejó ver su aspiración presidencial no se alinearon los astros en su favor, hoy -por esos azares de la política y la economía- se le han desajustado más.
Si, aun así, quiere competir por la candidatura, debe irse cuanto antes de Hacienda, asumiendo el costo de hacerlo en el momento. Si, caso contrario, tiene resuelto no competir más, es menester expresarlo pública y categóricamente para dar certeza a su actuación como el responsable de las finanzas públicas.
* * *
El vuelco económico provocado por Estados Unidos y Europa coloca a Ernesto Cordero en una situación comprometida y la escasa simpatía que -de acuerdo con las encuestas de opinión- suscita su aspiración presidencial lo obliga a tomar una decisión cuanto antes: sostener o cancelar su precandidatura... y asumir las consecuencias. Lo que no puede seguir haciendo es jugar un doble rol, cuando la circunstancia nacional exige saber si se cuenta o no con un secretario de Hacienda decidido a ver de lleno por el país y no por su proyección personal.
Desde luego, es comprensible que el jefe de Cordero, el presidente Felipe Calderón, tenga interés en contar con una baraja de eventuales sucesores que, al término de su gestión, le permitan negociar cómo cubrirse la espalda pero, dada la circunstancia, no puede poner en el tablero del juego sucesorio la economía nacional. Si ya de por sí el saldo político y social del calderonismo es injustificable, resultaría imperdonable que, en razón de intereses personales compartidos con su colaborador, añadiera un saldo económico tan negativo como los otros dos.
En todo esto hay algo curioso, los precandidatos panistas alientan su ambición no en función de lo hecho como funcionarios públicos o representantes populares, sino en razón de lo que harán si llegan a ocupar la residencia oficial de Los Pinos, como si el tiempo transcurrido en el despacho, la curul o el escaño no contara. Hablan como si la estancia panista en el poder fuera lo mejor que le pudo ocurrir al país, siendo que esos más de 10 años suman otra década perdida. Una más.
* * *
Del espíritu de sacrificio que, durante años, enalteció a militantes panistas comprometidos con la democracia muy poco queda. A los usufructuarios de esa lucha les gustó el poder y no supieron, no quisieron o no pudieron combinar principios con la práctica política, pero pasar de ahí a la pérdida del sentido de realidad es inadmisible.
En algún cajón del escritorio guardaron la doctrina y, sin el menor pudor, tanto el foxismo como el calderonismo utilizaron instituciones, plazas, programas o políticas públicas como ariete político para dañar a sus adversarios o para posicionarse ellos. La Secretaría de Educación Pública, la Procuraduría General de la República, el ISSSTE, la Lotería Nacional, la Secretaría de Comunicaciones son tan sólo algunas de las instituciones de las que se valieron para ese fin, y sobra mencionar las plazas y las políticas usadas como piezas de canje.
A lo largo de la gestión calderonista, Ernesto Cordero ocupó tres posiciones: una subsecretaría y dos secretarías de Estado. Esas plataformas, en particular la de la Secretaría de Desarrollo Social, no fueron suficientes para proyectarlo como un político de altos vuelos. No brilló en su desempeño como secretario de Desarrollo Social y su paso por Hacienda es el de un administrador, no el de un político decidido a emprender los necesarísimos ajustes que la estructura fiscal y financiera requiere. Desechó más de una vez la posibilidad de emprender la reforma correspondiente, incluida la reciente propuesta de los senadores del y, en cambio, hizo suya la aplicación de medidas regresivas y populistas. Ahí está la deducción de las colegiaturas.
La duda existencial de Ernesto Cordero se advierte en los dos portales donde es protagonista. El de la Secretaría de Hacienda tiene menos información sobre él que el de su precampaña "Unidos con Ernesto".
* * *
Por lo demás, sus declaraciones a lo largo de este año fueron lamentables. ¿Cuál de ellas es preciso recordar: los 6 mil pesos mensuales para vivir bien, los mexicanos exigentes que no ven la recuperación económica, el carácter "sexy" pero imposible de la propuesta de reforma fiscal del o su percepción de la pobreza?
Algunos de sus asesores tienen la temeridad de asegurar que esos dichos cumplieron su objetivo: posicionarlo en la fila de los suspirantes. Y, efectivamente, se comenzó a hablar de él, pero de qué forma. Aun así, muy lejos está de los dos punteros panistas en la preferencia electoral: Santiago Creel y Josefina Vázquez.
A la par de esa extraña estrategia para posicionarlo, el círculo de personajes que alientan su precandidatura lo forman, precisamente, quienes en la medida de su responsabilidad enclaustraron o hundieron al presidente Felipe Calderón. Ahí están, entre otros, César Nava y Max Cortázar y, sigilosamente, la actual portavoz presidencial Alejandra Sota, así como los secretarios Francisco Blake, Salvador Vega, Dionisio Pérez Jácome, José Meade y Javier Lozano, y los gobernadores Rafael Moreno Valle, Guillermo Padrés, Juan Manuel Oliva, Marcos Covarrubias y José Guadalupe Osuna. Además de mil 653 firmas, un mundo de adhesiones.
Si, estando tan abajo en las preferencias electorales, Cordero sostiene su precandidatura, la estrategia para posicionarlo no puede ser otra que la de construir al precandidato a través de tres socorridos recursos que exigen fuertes cantidades de dinero y costosos compromisos políticos: medios de comunicación, alianzas con garantías y aparato de gobierno a su servicio. Como si no se conociera el resultado de ese trípode.
Curiosamente, Ernesto Cordero hoy es el Santiago Creel de hace seis años, así como Creel es el Felipe Calderón de 2005.
* * *
Es decisión de Ernesto Cordero seguir o no en la contienda interna por la candidatura presidencial de su partido, pero no puede en ese afán poner en juego la frágil situación económica del país.
Elaborar el presupuesto a partir de un diagnóstico compartido con las oposiciones y a partir de la pretensión de competir con ellas por la Presidencia de la República es incompatible y, más allá del efecto que tenga sobre Ernesto Cordero, puede resultar desastroso para el país.
Hay una creciente inconformidad social por la inseguridad pública, hay signos de inestabilidad política, jugar ahora con la economía es inconcebible. Ser o no ser es la duda a resolver ya por Ernesto Cordero.
sobreaviso@latinmail.com
Mary had a little lamb, a little lamb, a little lamb...
To be or not to be a Lamb
René Delgado
(13 agosto 2011).- Ser o no ser precandidato presidencial es la hamletiana cuestión a resolver por Ernesto Cordero. Dilatar la respuesta puede afectarlo a él como a su padrino, el presidente Felipe Calderón, pero sobre todo puede dañar el país.
Si desde el primer momento que dejó ver su aspiración presidencial no se alinearon los astros en su favor, hoy -por esos azares de la política y la economía- se le han desajustado más.
Si, aun así, quiere competir por la candidatura, debe irse cuanto antes de Hacienda, asumiendo el costo de hacerlo en el momento. Si, caso contrario, tiene resuelto no competir más, es menester expresarlo pública y categóricamente para dar certeza a su actuación como el responsable de las finanzas públicas.
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El vuelco económico provocado por Estados Unidos y Europa coloca a Ernesto Cordero en una situación comprometida y la escasa simpatía que -de acuerdo con las encuestas de opinión- suscita su aspiración presidencial lo obliga a tomar una decisión cuanto antes: sostener o cancelar su precandidatura... y asumir las consecuencias. Lo que no puede seguir haciendo es jugar un doble rol, cuando la circunstancia nacional exige saber si se cuenta o no con un secretario de Hacienda decidido a ver de lleno por el país y no por su proyección personal.
Desde luego, es comprensible que el jefe de Cordero, el presidente Felipe Calderón, tenga interés en contar con una baraja de eventuales sucesores que, al término de su gestión, le permitan negociar cómo cubrirse la espalda pero, dada la circunstancia, no puede poner en el tablero del juego sucesorio la economía nacional. Si ya de por sí el saldo político y social del calderonismo es injustificable, resultaría imperdonable que, en razón de intereses personales compartidos con su colaborador, añadiera un saldo económico tan negativo como los otros dos.
En todo esto hay algo curioso, los precandidatos panistas alientan su ambición no en función de lo hecho como funcionarios públicos o representantes populares, sino en razón de lo que harán si llegan a ocupar la residencia oficial de Los Pinos, como si el tiempo transcurrido en el despacho, la curul o el escaño no contara. Hablan como si la estancia panista en el poder fuera lo mejor que le pudo ocurrir al país, siendo que esos más de 10 años suman otra década perdida. Una más.
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Del espíritu de sacrificio que, durante años, enalteció a militantes panistas comprometidos con la democracia muy poco queda. A los usufructuarios de esa lucha les gustó el poder y no supieron, no quisieron o no pudieron combinar principios con la práctica política, pero pasar de ahí a la pérdida del sentido de realidad es inadmisible.
En algún cajón del escritorio guardaron la doctrina y, sin el menor pudor, tanto el foxismo como el calderonismo utilizaron instituciones, plazas, programas o políticas públicas como ariete político para dañar a sus adversarios o para posicionarse ellos. La Secretaría de Educación Pública, la Procuraduría General de la República, el ISSSTE, la Lotería Nacional, la Secretaría de Comunicaciones son tan sólo algunas de las instituciones de las que se valieron para ese fin, y sobra mencionar las plazas y las políticas usadas como piezas de canje.
A lo largo de la gestión calderonista, Ernesto Cordero ocupó tres posiciones: una subsecretaría y dos secretarías de Estado. Esas plataformas, en particular la de la Secretaría de Desarrollo Social, no fueron suficientes para proyectarlo como un político de altos vuelos. No brilló en su desempeño como secretario de Desarrollo Social y su paso por Hacienda es el de un administrador, no el de un político decidido a emprender los necesarísimos ajustes que la estructura fiscal y financiera requiere. Desechó más de una vez la posibilidad de emprender la reforma correspondiente, incluida la reciente propuesta de los senadores del y, en cambio, hizo suya la aplicación de medidas regresivas y populistas. Ahí está la deducción de las colegiaturas.
La duda existencial de Ernesto Cordero se advierte en los dos portales donde es protagonista. El de la Secretaría de Hacienda tiene menos información sobre él que el de su precampaña "Unidos con Ernesto".
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Por lo demás, sus declaraciones a lo largo de este año fueron lamentables. ¿Cuál de ellas es preciso recordar: los 6 mil pesos mensuales para vivir bien, los mexicanos exigentes que no ven la recuperación económica, el carácter "sexy" pero imposible de la propuesta de reforma fiscal del o su percepción de la pobreza?
Algunos de sus asesores tienen la temeridad de asegurar que esos dichos cumplieron su objetivo: posicionarlo en la fila de los suspirantes. Y, efectivamente, se comenzó a hablar de él, pero de qué forma. Aun así, muy lejos está de los dos punteros panistas en la preferencia electoral: Santiago Creel y Josefina Vázquez.
A la par de esa extraña estrategia para posicionarlo, el círculo de personajes que alientan su precandidatura lo forman, precisamente, quienes en la medida de su responsabilidad enclaustraron o hundieron al presidente Felipe Calderón. Ahí están, entre otros, César Nava y Max Cortázar y, sigilosamente, la actual portavoz presidencial Alejandra Sota, así como los secretarios Francisco Blake, Salvador Vega, Dionisio Pérez Jácome, José Meade y Javier Lozano, y los gobernadores Rafael Moreno Valle, Guillermo Padrés, Juan Manuel Oliva, Marcos Covarrubias y José Guadalupe Osuna. Además de mil 653 firmas, un mundo de adhesiones.
Si, estando tan abajo en las preferencias electorales, Cordero sostiene su precandidatura, la estrategia para posicionarlo no puede ser otra que la de construir al precandidato a través de tres socorridos recursos que exigen fuertes cantidades de dinero y costosos compromisos políticos: medios de comunicación, alianzas con garantías y aparato de gobierno a su servicio. Como si no se conociera el resultado de ese trípode.
Curiosamente, Ernesto Cordero hoy es el Santiago Creel de hace seis años, así como Creel es el Felipe Calderón de 2005.
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Es decisión de Ernesto Cordero seguir o no en la contienda interna por la candidatura presidencial de su partido, pero no puede en ese afán poner en juego la frágil situación económica del país.
Elaborar el presupuesto a partir de un diagnóstico compartido con las oposiciones y a partir de la pretensión de competir con ellas por la Presidencia de la República es incompatible y, más allá del efecto que tenga sobre Ernesto Cordero, puede resultar desastroso para el país.
Hay una creciente inconformidad social por la inseguridad pública, hay signos de inestabilidad política, jugar ahora con la economía es inconcebible. Ser o no ser es la duda a resolver ya por Ernesto Cordero.
sobreaviso@latinmail.com