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El comercio de las promesas

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  • El comercio de las promesas

    Jean Meyer
    El comercio de las promesas

    Es un historiador mexicano de origen francés. Obtuvo la licenciatura y el grado de doctor en la Universidad de la Sorbonne.

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    Alguna vez un amigo corso me contó la historia, mejor dicho el chiste, siguiente, y como el cuentero es corso nadie puede suponer que sea un chiste malo contra los corsos, al estilo de los chistes norteamericanos que se burlaban hace 50 años de los polacos o de los campesinos de Oklahoma y ahora de nosotros los mexicanos.

    “En un pueblito afuera de Ajaccio, en el cerro, a la mitad de la noche, Dume (diminutivo de Domingo) no podía dormir y se volteaba tanto en la cama que su esposa María le preguntó:

    —¿Qué te pasa, marido, cuál es tu tormento? —¿Te acuerdas de Tutuceli? —¡Claro! Nuestro vecino de enfrente. —Pues, mañana tengo que devolverle los mil euros que le debo y no los tengo. —¿Y por eso se te fue el sueño? María se levanta, abre la ventana y llama a grandes gritos al vecino que, espantado, se asoma a su balcón y pregunta: ¿qué pasa, un atentado, una bomba? —No, mi amigo, ¿te acuerdas que mi querido esposo te debe mil euros? —¡Por supuesto! Y mañana me los va a devolver, ya que los necesito. —Pues no, no te los va a devolver, porque no los tiene. Y María cierra la ventana y le dice a Dume: ya puedes dormir. A él se le quitó el sueño”.

    Ahí está toda la crisis financiera presente, la que adquiere una dimensión mundial, cuando todo empezó en un país menos grande y menos rico que algunos estados mexicanos. O sea que un haber en forma de crédito otorgado, de préstamo, no es más que una promesa, una esperanza, una ilusión de recibir dinero, más que lo prestado, algún día. Pero todo está en veremos, como lo sabe muy bien —por poco en carne propia— El mercader de Venecia del inmortal Shakespeare. Nada, absolutamente nada, garantiza que la promesa resultará cumplida, porque nadie puede prever el porvenir.

    Eso está en el último libro de Alejandro Villagómez, cronista económico de este diario, en el número 36 (primavera 2009) de Istor, dedicado a “Las crisis financieras en la historia” y en el libro de Pierre-Noël Giraud, por desgracia no traducido al español, Le commerce des promesses.

    Dice Giraud: “La finanza en su conjunto no es más que un comercio de promesas. ¿Está garantizado que tales promesas de ingresos futuros no son excesivas en relación con lo que será realmente la riqueza futura? De ser el caso, un mistigri (la baraja mala del juego de naipes que lleva este nombre de gato, en francés) circularía permanentemente en la esfera financiera. Tal mistigri lo representan las promesas de ganancias futuras que, de ninguna manera, podrán cumplirse. Pero claro, hasta la hora del vencimiento, nadie sabe quién tiene el mistigri”.

    Ahora lo sabemos y el resultado es mucho peor que las crisis financieras internacionales anteriores, que si bien eran internacionales, se limitaban a una región: el Sureste de Asia o América Latina con el efecto tequila. La crisis que empezó en pequeños países como Islandia y Grecia amenaza no sólo a Portugal y España, Italia y compañía, sino al corazón de Europa, lo que pone en peligro el euro, la Unión Europea, los Estados-Unidos, etc., etc… Nadie puede medir el efecto de propagación de un posible tsunami bancario, bursátil y monetario. Las advertencias alarmadas e imperativas de los dirigentes del Fondo Monetario Internacional, Banco mundial y Reserva Federal de Estados Unidos, si bien señalan con razón el peligro, aumentan la histeria general. Las reuniones sucesivas entre Nicolás Sarkozy y Ángela Merkel, los encuentros de los dirigentes europeos, del G-20 no han servido de nada. El miedo paraliza la imaginación y también impera el egoísmo tonto del “sálvese quien pueda”. Por eso el presidente del banco Santander se rebela y convoca en Londres a 400 de los principales inversionistas del mundo. ¡Ojalá y logre algo más que promesas!

    Curiosamente los actores de las finanzas actúan normalmente en función de “anticipaciones”, en función de previsiones a futuro. Y nosotros también cuando decidimos confiar nuestros ahorros a un banco de inversiones que nos promete recuperar la misma cantidad con pingües ganancias. Resulta que hoy día se esfumaron no solamente las “promesas” y su “comercio”, sino cualquier visión del porvenir. Apenas hay un diagnóstico sobre qué pasó, ya no sobre lo que está pasando, y nadie sabe cuál puede ser la solución definitiva.

    Definitiva nunca la habrá porque la crisis financiera asoma periódicamente a la ventana, a medianoche, agarrando a los dormidos por sorpresa, como María, quien le grita al pobre Tutuceli que no recibirá su dinero. Es inherente a la economía financiera y la globalización que ha triunfado en los últimos 30 años, la vuelva más brutal y catastrófica. Periódicamente la verdad sobre la liquidez aparece: creerla permanente es una ilusión. Y a la hora de la crisis financiera todos corren como borregos, en la misma dirección, derecho al abismo por un mimetismo suicida. Ni modo, la finanza no es el reino de la razón sino de las pasiones y de la emoción.



    jean.meyer@cide.edu

    Profesor-investigador del CIDE
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