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Tenían que ser abortos del PRI, braguetas persignadas o PRIRRATASs

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  • Tenían que ser abortos del PRI, braguetas persignadas o PRIRRATASs

    Unidad sin vergüenza o sinvergüenzas unidos
    Rafael Cardona | Opinión
    2012-02-08 | Hora de creación: 00:00:22| Ultima modificación: 00:53:52


    Los antiguos contendientes y rivales se enfrascan en una aparente armonía cuya finalidad no parece ser otra más allá de su habilidad para repartirse el paño en un juego de dados.

    Si la desafortunada Madame Rolland dijo antes (obviamente) de sentir en su cuello la helada hoja de la guillotina (después ya no podía decir nada), “libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre”, los políticos mexicanos enfrascados en la contienda presidencial de este año, podrían parafrasear esos horrores, pero adjudicándole a la unidad cualquier atropello a la decencia.

    En su nombre se olvidan los agravios y se asimilan las posturas antes contrarias y enconadas. Por ella se abren los capullos del perdón en todas las flores de la hipocresía y para conseguirla o al menos buscarla, todos bajan la cerviz y se inclinan ante quien antes juraban eliminar o al menos combatir.

    Unidad, dicen los priistas cuando rompen con el Partido Nueva Alianza. Unidad ofrecen los izquierdistas cuando se unen en torno de un documento en el cual ofrecen el retrato del país nunca alcanzado, pero toda la vida soñado; unificación de los criterios y las posiciones políticas.

    Unidad para ver juntos a Joel Ortega y Miguel Ángel Mancera cuyas trayectorias no se parecen en nada. Unidad para sentarse a la mesa con Martí Batres a quien echaron del puesto por reclamarle al jefe de gobierno sus coqueteos con Felipe Calderón; unión entre contendientes antiguos cuyas pendencias ya suenan en la lejanía como viejos rumores olvidados.

    Unidad para disimular los agravios de ayer y juntarse como hicieron en torno de un proyecto nacional (sin duda superior en importancia a los rencores aún vigentes) Andrés Manuel y Cuauhtémoc, tal si nada hubiera ocurrido, como si nunca se hubieran dado el parricidio y las traiciones de antaño fueran los buenos modales y esperanzas mutuas de hogaño.

    Los antiguos contendientes y rivales se enfrascan en una aparente armonía cuya finalidad no parece ser otra más allá de su habilidad para repartirse el paño en un juego de dados.

    Pero las ambiciones se disimulan de manera civilizada. Se establecen complicidades y juegos de equilibrio basados en la mutua oferta de no ejercer la capacidad de estorbar en el futuro en cuyas vastas praderas pastarán todos los apetitos habidos y por venir.

    La unidad permite un esfuerzo en conjunto y garantiza —si la contienda se libra en términos favorecedores—, la prolongación de los privilegios conquistados y otros por venir. Nadie gana en la ruleta si se sale del casino. Unámonos todos en la búsqueda del número premiado y repartamos con justicia cuanto cada quien merezca.

    En ese sentido la gran sombrilla hace nugatorio todo intento de desarrollo personal. Se gobierna más con la habilidad del funámbulo y menos con el paso firme del hombre convencido. Todo se negocia, todo se tasa, se vende y se compra.

    En esas condiciones no tiene caso desarrollar una personalidad política verdadera. La negociación tarde o temprano, la conveniencia, se va a imponer por encima de ideologías o convicciones. Nadie quien. El partido masifica y unifica.

    Toda arista de individualidad será limada por el esmeril de la conveniencia, de la práctica cotidiana del arreglo, la concesión o la componenda. Cuotas, espacios, posiciones como les llaman; todo va formando un amasijo donde caben todos los ingredientes de un potaje a la larga repulsivo.

    Así pues, lo mismo da la victoria de cualquiera, especialmente en las contiendas internas. El vencedor o la vencedora llamarán a aquellos cuyos propósitos en apariencia no empataban con el suyo; pero una vez logrado el puesto ya nada tiene importancia ni se trata de hacer sino de hacer creer. Me sumo, me sumo, gritan todos los oportunistas mientras los ganadores, tan oportunistas como aquellos, se dejan arropar por los vencidos para aumentar el rebaño.

    No queda en ninguno de ellos un alpiste de clase, de estilo para hacerse a un lado sin pisotearse unos a otros para subir más rápido por el mástil encebado. Ahí van, a empellones mordiscos trepando en la resbaladiza torre de sus ambiciones menores, pues la mayor se ha esfumado.

    Aparecer algo de entre lo perdido, hallar en el basural de la derrota una prenda de medio uso, vestirse con el andrajo olvidado; una delegación, una diputación; un huesito a medio roer, ahí como sea su voluntad. Todo, menos quedarse en la penuria política, pues de la otra ni hablar, todos llevan bien forrado el lomo, pero viéndolo bien debemos resarcirnos de los gastos de la campañita fracasada.

    Y el ganador (o la ganadora) los mira con sonrisa despectiva mientras musita; la unidad, la unidad.

    racarsa@hotmail.com
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