Hay varias referencias a este caso en Google para creer que de verdad pasó, pero no suficientes. Más gente debería saber sobre estos sucesos, más gente debería estar furiosa. Léanlo todo. Personalmente lo encuentro bastante inspirador.
- Crónica: Tortura en carne propia
Por Olivier Acuña
(Olivier Acuña es periodista desde 1984, pero escritor siempre ha sido y cuenta con sinnúmero de poemas, cuentos cortos, guiones para televisión educativa en su portfolio profesional, cuya trayectoria incluye el honor, dice él, haber integrado equipos fundadores como jefe de redacción y producción de noticieros de ECO en Televisa; editor de la sección Internacional del prestigiado diario Reforma, y como subdirector editorial del periódico de la Ciudad de México, Mexico City The Times, entre varios más. A continuación les presentamos una crónica escalofriante escrita por este autor de cualidades descriptivas y reales. De un profundo sentido de la observación y memoria de detalles y hechos. De hecho, el mismo fue víctima de lo que a continuación nos relata.)
La mañana era crispida, se respiraba un aire fresco, agradable, pero se sentía un clima extraño, una vibra incómoda ensombrecía mi hogar pese a que el cielo estaba despejado, azul profundo. En realidad era bella esa mañana, quizás demasiado y desde la noche anterior algo me decía que estaba por ocurrir una desgracia.
Y no quiero que piensen que me creo psíquico, pero las estadísticas personales indicaban que algo negativo estaba por oscurecer demasiados días de buena suerte, si es que se le puede llamar así al hecho de no sufrir ninguna circunstancia dañina.
Por primera vez en muchos meses logré un descanso inusualmente agradable, pero fue interrumpido por golpes en la reja que anunciaban una visita que anhelábamos mi esposa, mi hija, mi hijo y yo.
Se trataba de unos individuos que nos enviaba uno de los únicos amigos que me quedaban. Se trataba de unas personas que Oscar Rivera Inzunza me había mandado para ver unas propiedades de la familia Acuña Carrillo que queríamos rematar para largarnos. Lo digo con esa casi vulgar palabra, porque la situación que vivíamos no era para menos.
Esa mañana, el 14 de enero de 2006, cumplíamos casi 6 años de hostigamiento policial permanente, de problemas incesantes con la Procuraduría del Estado de Sinaloa. Largos meses en los que intentaron asesinarme, secuestrarme. Días sinfín en que lograron amenazarme de muerte con armas en mano frente a los ojos de mi familia.
Meses de pesadilla en los que provocaron que yo perdiera la sensatez y llegara al punto de utilizar a mis pequeños hijos y mi endeble esposa como actores de una película de acción, o más bien de una “reality show”, en el que se disfrazaron de pistoleros con tubos de escoba que con cartón y cinta canela, como la que usan los narcos para envolver sus ladrillos de marihuana y de cocaína, hice parecer rifles de alto poder.
Ellos, quizá ignorando los peligros reales, talvez hasta se divirtieron pensando que estábamos jugando a los policías y ladrones, se apostaron en diferentes puntos de la propiedad para ayudarme a repeler ataques constantes de incluso ministeriales activos y armados.
Sí, estoy de acuerdo, ni yo me la creo, y si me la creo, pues claro, me considero un imbécil, habiendo expuesto las vidas de personas no sólo inocentes como yo, sino ingenuos o ignorantes de la maldad que me acechaba.
!!!!Qué horror!!!!!! verdad, pero Dios es grande y nos cuidó y no dejó que a los míos les pasara nada.
Pero lo peor estaba por suceder, o al menos así lo consideran muchos, porque para mí cosas horrendas estaban sucediendo día tras día y como le dije a Karina, mi esposa, creo que lo mejor es dejar que me agarren o salir a la calle para que me metan unos balazos y a ver si así nos hacen caso las autoridades, ya sea el Gobernador, cuya ayuda había buscado a través de varias cartas.
Igualmente, habíamos echado el grito de auxilio a la misma Procuraduría, de la cual yo ya sospechaba, pero sin imaginarme hasta qué grado o nivel estaban involucrados sus funcionarios en mi contra.
Carajo, incluso ya habíamos buscado ayuda en Gobernación, en Presidencia, en la PGR, en la Comisión Nacional de Derechos Humanos y teníamos radicada una denuncia en organismos internacionales.
Pero frustrantemente nadie me creía, nadie me hacía caso, salvo Oscar Rivera, quien me constaba que tenía las manos amarradísimas por el simple de que trabajaba para el Gobierno de Sinaloa, aunque eso no le impidió haber venido meses antes cuando era jefe de Prensa de la Ministerial, acompañado de Juan Quiñones, su sucesor en ese puesto, a decirme que él estaba seguro que yo era víctima de una grotesca conspiración gubernamental.
Este fue el motivo de que lo ejecutaran cobardemente frente al Palacio de Gobierno, según me aseguró el jefe de Anticorrupción Policial de la Contraloría del Gobierno de Sinaloa, Ramón Castro Araujo;
“A mí no me cabe la menor duda que se consideró una traición que te fuera a decir eso”
Esta frase como ha castigado mi conciencia y como las autoridades no quieren resolver ese asesinato no lo han querido considerar en sus dizque líneas de investigación. Todo es un pinche teatro y eso duele, mata.
Andrés Villarreal y Víctor Rochín fueron dos extraordinarias personas, amigos y colegas, que también creían en mí, pero la censura, sobretodo la falta de evidencias sólidas y la abundancia de conjeturas mías, los tenía bien limitados y pese a que transmitieron una entrevista que me hicieron el 5 de junio del 2005, se obtuvo poco eco y lo que era lógico que iba a suceder, sucedió.
El momento tan anunciado estaba por darse esa bella mañana de sábado, 14 de enero. Una mañana como muchas en esa privilegiada ex zona ejidal de Juntas de Humaya, entre las vías del tren y el canal Rosales. Un hermoso paraíso, aunque muchos me contradirían, incluso yo mismo.
Pero un paraíso natural, innegablemente, rodeado de veintenas de hectáreas de maleza y arbustos salvajes. Pero también un oasis de árboles frutales de todo tipo, ciruelos, guayabos, mangos, tamarindos, pistaches, granadas, limones, naranjas, toronjas, así como hermosos guamúchiles, eucaliptos, amapas, palmeras.
Un mundo animal digno de Discovery o National Geographic, ya que con un poco de calma y paciencia, uno podía observar coloridas serpientes, sí peligrosas, pero asombrosas como los coralillos, cuyos diseños y brillantes gamas de pinturas llenaba al ojo más exigente.
Unas dimacoas, así le dicen en Culiacàn a unas culebras tipo pitones, que infundían respeto como una madre de 12 metros de longitud o más y más gruesa que una pierna futbolística, como para una película de miedo. Conejos y conejillos, ardillas y zorrillos, armadillos y un increíble oso hormiguero. Tacuaches y, ni modo, ratones y ratas.
En el aire surcaban cuervos cantantes, armonizados con la infinita variedad de tonadas de los zezontles, una ave típica mexicana que suele imitar cientos de sonidos de otros animales, especialmente, voladores, pericos, y en mi terraza, desayunaba fruta un señor Cardenal. Mi hijo se apodó halcón maravillado por la presencia de esas aves y con frecuencia llegaban águilas, me imagino que por las serpientes, cisnes, patos y pichihuilas, entre muchas especies más.
Pero como siempre un paraíso es convertido en un infierno por unos cuantos enfermos criminales civiles, políticos y funcionarios y policías, que abusan del aislamiento para hacer sus fechorías y por eso lo contradictorio casi fatídico de vivir tan cerca del centro pero tan lejos de la civilización, ya que la ubicación era una zona marginada sin vialidades eficientes y olvidada por las autoridades urbanizadoras, y explotada por sinvergüenzas.
Todo eso pasaba por mi cerebro cuando abría la puerta y dejaba pasar esa trágica mañana a los enviados por Rivera Inzunza, mi amigo y colega, que en paz descanse. Vieron rápidamente la propiedad, que en mis momentos más felices fue la imprenta de mi sueño y proyecto de vida, el periódico Sinaloa 2000, el cual había sido rápidamente truncado por acciones arbitrarias del Gobierno sinaloense.
Me pidieron los individuos que los llevara al terreno que más interesaba y que se trataba de una hectárea que ellos querían revender a una inmobiliaria. Pero lo malo era que ese terreno precisamente estaba invadido y controlado por unos desgraciados protegidos por gente de la Policía Judicial del Estado y por funcionarios de la Procuraduría.
Pero, pues nos urgía vender ante la quiebra que enfrentábamos y me dije se los voy a mostrar, aunque primero, y les avisé a ellos, iba a revisar que estuviera calmados porque en realidad era un foco de alto conflicto en contra mía.
Y sí, lo primero que vi. al salir de la ex imprenta de Sinaloa 2000 era un automóvil blanco compacto con sujetos extraños a bordo.
Me dirigí hacia el vehículo y por si acaso llevaba con que protegerme: dos pinches machetes sin filo. Cuando estaba a unos 20 metros, el auto salió de prisa en dirección contraria a mí.
Me tranquilizó ese hecho y me acerqué con confianza a la entrada de mi terreno para ver si había paracaidistas y en cuanto volteé, según yo, del cielo cayeron tres automóviles compactos.
Antes de que yo pudiera respirar, de los autos habían descendido nueve hijos de puta y lo digo minimizando lo que realmente eran esos canallas. Me rodearon y apuntaron sus armas, gritando, “échate bocabajo al suelo hijo de la chingada, si no aquí mismo te matamos hijo de tu chingada madre”.
Y me preguntaron mi nombre, aunque ya se lo sabían y les contesté lo que querían escuchar: “Soy Olivier Acuña”, y agregué en estado de conmoción: “Creo que buscan a otra persona, porque yo problemas no tengo, o de que se trata”. Se me acercaron y uno de ellos, un chaparro de negro y pelón, me puso su bota sobre mi nuca y me dijo: “a nosotros nos pelas verga y a ti te dicen el gringo verdad que sí pendejo”-
- Crónica: Tortura en carne propia
Por Olivier Acuña
(Olivier Acuña es periodista desde 1984, pero escritor siempre ha sido y cuenta con sinnúmero de poemas, cuentos cortos, guiones para televisión educativa en su portfolio profesional, cuya trayectoria incluye el honor, dice él, haber integrado equipos fundadores como jefe de redacción y producción de noticieros de ECO en Televisa; editor de la sección Internacional del prestigiado diario Reforma, y como subdirector editorial del periódico de la Ciudad de México, Mexico City The Times, entre varios más. A continuación les presentamos una crónica escalofriante escrita por este autor de cualidades descriptivas y reales. De un profundo sentido de la observación y memoria de detalles y hechos. De hecho, el mismo fue víctima de lo que a continuación nos relata.)
La mañana era crispida, se respiraba un aire fresco, agradable, pero se sentía un clima extraño, una vibra incómoda ensombrecía mi hogar pese a que el cielo estaba despejado, azul profundo. En realidad era bella esa mañana, quizás demasiado y desde la noche anterior algo me decía que estaba por ocurrir una desgracia.
Y no quiero que piensen que me creo psíquico, pero las estadísticas personales indicaban que algo negativo estaba por oscurecer demasiados días de buena suerte, si es que se le puede llamar así al hecho de no sufrir ninguna circunstancia dañina.
Por primera vez en muchos meses logré un descanso inusualmente agradable, pero fue interrumpido por golpes en la reja que anunciaban una visita que anhelábamos mi esposa, mi hija, mi hijo y yo.
Se trataba de unos individuos que nos enviaba uno de los únicos amigos que me quedaban. Se trataba de unas personas que Oscar Rivera Inzunza me había mandado para ver unas propiedades de la familia Acuña Carrillo que queríamos rematar para largarnos. Lo digo con esa casi vulgar palabra, porque la situación que vivíamos no era para menos.
Esa mañana, el 14 de enero de 2006, cumplíamos casi 6 años de hostigamiento policial permanente, de problemas incesantes con la Procuraduría del Estado de Sinaloa. Largos meses en los que intentaron asesinarme, secuestrarme. Días sinfín en que lograron amenazarme de muerte con armas en mano frente a los ojos de mi familia.
Meses de pesadilla en los que provocaron que yo perdiera la sensatez y llegara al punto de utilizar a mis pequeños hijos y mi endeble esposa como actores de una película de acción, o más bien de una “reality show”, en el que se disfrazaron de pistoleros con tubos de escoba que con cartón y cinta canela, como la que usan los narcos para envolver sus ladrillos de marihuana y de cocaína, hice parecer rifles de alto poder.
Ellos, quizá ignorando los peligros reales, talvez hasta se divirtieron pensando que estábamos jugando a los policías y ladrones, se apostaron en diferentes puntos de la propiedad para ayudarme a repeler ataques constantes de incluso ministeriales activos y armados.
Sí, estoy de acuerdo, ni yo me la creo, y si me la creo, pues claro, me considero un imbécil, habiendo expuesto las vidas de personas no sólo inocentes como yo, sino ingenuos o ignorantes de la maldad que me acechaba.
!!!!Qué horror!!!!!! verdad, pero Dios es grande y nos cuidó y no dejó que a los míos les pasara nada.
Pero lo peor estaba por suceder, o al menos así lo consideran muchos, porque para mí cosas horrendas estaban sucediendo día tras día y como le dije a Karina, mi esposa, creo que lo mejor es dejar que me agarren o salir a la calle para que me metan unos balazos y a ver si así nos hacen caso las autoridades, ya sea el Gobernador, cuya ayuda había buscado a través de varias cartas.
Igualmente, habíamos echado el grito de auxilio a la misma Procuraduría, de la cual yo ya sospechaba, pero sin imaginarme hasta qué grado o nivel estaban involucrados sus funcionarios en mi contra.
Carajo, incluso ya habíamos buscado ayuda en Gobernación, en Presidencia, en la PGR, en la Comisión Nacional de Derechos Humanos y teníamos radicada una denuncia en organismos internacionales.
Pero frustrantemente nadie me creía, nadie me hacía caso, salvo Oscar Rivera, quien me constaba que tenía las manos amarradísimas por el simple de que trabajaba para el Gobierno de Sinaloa, aunque eso no le impidió haber venido meses antes cuando era jefe de Prensa de la Ministerial, acompañado de Juan Quiñones, su sucesor en ese puesto, a decirme que él estaba seguro que yo era víctima de una grotesca conspiración gubernamental.
Este fue el motivo de que lo ejecutaran cobardemente frente al Palacio de Gobierno, según me aseguró el jefe de Anticorrupción Policial de la Contraloría del Gobierno de Sinaloa, Ramón Castro Araujo;
“A mí no me cabe la menor duda que se consideró una traición que te fuera a decir eso”
Esta frase como ha castigado mi conciencia y como las autoridades no quieren resolver ese asesinato no lo han querido considerar en sus dizque líneas de investigación. Todo es un pinche teatro y eso duele, mata.
Andrés Villarreal y Víctor Rochín fueron dos extraordinarias personas, amigos y colegas, que también creían en mí, pero la censura, sobretodo la falta de evidencias sólidas y la abundancia de conjeturas mías, los tenía bien limitados y pese a que transmitieron una entrevista que me hicieron el 5 de junio del 2005, se obtuvo poco eco y lo que era lógico que iba a suceder, sucedió.
El momento tan anunciado estaba por darse esa bella mañana de sábado, 14 de enero. Una mañana como muchas en esa privilegiada ex zona ejidal de Juntas de Humaya, entre las vías del tren y el canal Rosales. Un hermoso paraíso, aunque muchos me contradirían, incluso yo mismo.
Pero un paraíso natural, innegablemente, rodeado de veintenas de hectáreas de maleza y arbustos salvajes. Pero también un oasis de árboles frutales de todo tipo, ciruelos, guayabos, mangos, tamarindos, pistaches, granadas, limones, naranjas, toronjas, así como hermosos guamúchiles, eucaliptos, amapas, palmeras.
Un mundo animal digno de Discovery o National Geographic, ya que con un poco de calma y paciencia, uno podía observar coloridas serpientes, sí peligrosas, pero asombrosas como los coralillos, cuyos diseños y brillantes gamas de pinturas llenaba al ojo más exigente.
Unas dimacoas, así le dicen en Culiacàn a unas culebras tipo pitones, que infundían respeto como una madre de 12 metros de longitud o más y más gruesa que una pierna futbolística, como para una película de miedo. Conejos y conejillos, ardillas y zorrillos, armadillos y un increíble oso hormiguero. Tacuaches y, ni modo, ratones y ratas.
En el aire surcaban cuervos cantantes, armonizados con la infinita variedad de tonadas de los zezontles, una ave típica mexicana que suele imitar cientos de sonidos de otros animales, especialmente, voladores, pericos, y en mi terraza, desayunaba fruta un señor Cardenal. Mi hijo se apodó halcón maravillado por la presencia de esas aves y con frecuencia llegaban águilas, me imagino que por las serpientes, cisnes, patos y pichihuilas, entre muchas especies más.
Pero como siempre un paraíso es convertido en un infierno por unos cuantos enfermos criminales civiles, políticos y funcionarios y policías, que abusan del aislamiento para hacer sus fechorías y por eso lo contradictorio casi fatídico de vivir tan cerca del centro pero tan lejos de la civilización, ya que la ubicación era una zona marginada sin vialidades eficientes y olvidada por las autoridades urbanizadoras, y explotada por sinvergüenzas.
Todo eso pasaba por mi cerebro cuando abría la puerta y dejaba pasar esa trágica mañana a los enviados por Rivera Inzunza, mi amigo y colega, que en paz descanse. Vieron rápidamente la propiedad, que en mis momentos más felices fue la imprenta de mi sueño y proyecto de vida, el periódico Sinaloa 2000, el cual había sido rápidamente truncado por acciones arbitrarias del Gobierno sinaloense.
Me pidieron los individuos que los llevara al terreno que más interesaba y que se trataba de una hectárea que ellos querían revender a una inmobiliaria. Pero lo malo era que ese terreno precisamente estaba invadido y controlado por unos desgraciados protegidos por gente de la Policía Judicial del Estado y por funcionarios de la Procuraduría.
Pero, pues nos urgía vender ante la quiebra que enfrentábamos y me dije se los voy a mostrar, aunque primero, y les avisé a ellos, iba a revisar que estuviera calmados porque en realidad era un foco de alto conflicto en contra mía.
Y sí, lo primero que vi. al salir de la ex imprenta de Sinaloa 2000 era un automóvil blanco compacto con sujetos extraños a bordo.
Me dirigí hacia el vehículo y por si acaso llevaba con que protegerme: dos pinches machetes sin filo. Cuando estaba a unos 20 metros, el auto salió de prisa en dirección contraria a mí.
Me tranquilizó ese hecho y me acerqué con confianza a la entrada de mi terreno para ver si había paracaidistas y en cuanto volteé, según yo, del cielo cayeron tres automóviles compactos.
Antes de que yo pudiera respirar, de los autos habían descendido nueve hijos de puta y lo digo minimizando lo que realmente eran esos canallas. Me rodearon y apuntaron sus armas, gritando, “échate bocabajo al suelo hijo de la chingada, si no aquí mismo te matamos hijo de tu chingada madre”.
Y me preguntaron mi nombre, aunque ya se lo sabían y les contesté lo que querían escuchar: “Soy Olivier Acuña”, y agregué en estado de conmoción: “Creo que buscan a otra persona, porque yo problemas no tengo, o de que se trata”. Se me acercaron y uno de ellos, un chaparro de negro y pelón, me puso su bota sobre mi nuca y me dijo: “a nosotros nos pelas verga y a ti te dicen el gringo verdad que sí pendejo”-
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