Calderón, replantea tu estrategia o ríndete antes de que sea demasiado tarde
Por Federico Arreola
15 de Julio, 2009 - 00:27
Mucha gente me va a criticar por lo que a continuación voy a decir. Pero es lo que pienso. Admito que puedo estar equivocado, desde luego. Y, para anticipar objeciones, aclararé que no mueve la cobardía, sino el sentido común.
En mi opinión, el gobierno mexicano debe abandonar cuanto antes la guerra contra el narcotráfico tal como la ha llevado hasta el momento. Para replantear su estrategia. Porque lo realizado en este terreno desde el arranque del sexenio de Felipe Calderón simplemente no ha funcionado.
Hablo de rendición, sí, por más desagradable que esta palabra suene.
Busqué en internet para saber si existe algo parecido al arte de la rendición. Encontré una sola referencia.
María José (así, a secas, sin apellidos) escribió en un blog que está convencida de que ese arte existe: "Conocer, o más bien reconocer, el límite antes de traspasarlo es, además de arte, pura supervivencia. Rendirse es cuestión de vida o muerte a veces. Admitir que las fuerzas fallan, reconocer que no se es invencible, puede producir una paz absoluta".
María José habla de ese modo por causa de algún problema emocional o sentimental, pero sus palabras son perfectamente aplicables a la actual situación mexicana: reconocer el límite antes de traspasarlo es, además de arte, pura supervivencia.
Calderón, por desgracia, está a punto de traspasar ese límite.
Creo que el segundo gobierno panista, que ya no tiene fuerza, debe rendirse. Ha perdido su guerra contra el narcotráfico. Antes de que los carteles de las drogas se transformen en verdaderos ejércitos -algo que cada día parece más cercano- debe buscar otra manera de combatirlos.
El uso de la violencia legítima que es capaz de aplicar el gobierno contra el crimen organizado, ha fracasado indudablemente.
Las fuerzas armadas mexicanas, pese a su eficiencia y a su buena reputación, han ganado no pocas batallas a las bandas de proveedores y distribuidores de drogas ilegales, pero empiezan a perder lo más importante en un conflicto bélico: la ofensiva.
De atacantes, los soldados y los policías han pasado a ser atacados, de perseguidores han pasado a ser perseguidos. Las recientes batallas de Michoacán hablan con claridad de que está haciendo falta una retirada estratégica. Insisto, antes de que los comerciantes de estupefacientes, que cuentan con bases sociales en numerosos lugares del país, dejen de considerarse a sí mismos simples vendedores que se han visto obligados a defenderse, para empezar a sentirse como un poder militar tan grande y con la misma estructura logística que el del Estado.
¿Cómo podría el gobierno mexicano retirarse de esa insensata guerra? No será sencillo. Pero tal estrategia debe partir del reconocimiento de que Calderón se equivocó al combatir tan frontalmente al narcotráfico.
Lo único que ahora está claro es que si no se replantea la forma en que se ha intentado acabar con el comercio ilegal de drogas, en México podría haber una guerra civil en forma.
Ya casi la hay, si no por otra cosa, porque en los últimos dos años han sido miles las bajas en los enfrentamientos de todos los días, en todo el territorio nacional, entre los agentes del gobierno y los sicarios de la mafia.
Lo peor, tristemente, es que estamos a unos cuantos meses de que se celebre el centenario de la Revolución.
¿Lo peor? Pues sí. Como dice un amigo cada vez que hablamos del tema, Pancho Villa, antes de convertirse en un revolucionario bendecido por los apóstoles del sufragio efectivo, era alguien que actuaba al margen de la ley; no un narcotraficante porque en 1909 este oficio no estaba de moda, pero sí un bandolero que actuaba con la misma ferocidad que hoy muestran los integrantes de los Zetas o de la Familia.
Y el Centauro del Norte, desde luego, tenía el mismo origen social que tienen prácticamente todos los matones actuales del narco: la pobreza, esa maldición que no ha desaparecido en México y que agobia en este 2009 a muchos más mexicanos que en 1909.
Por Federico Arreola
15 de Julio, 2009 - 00:27
Mucha gente me va a criticar por lo que a continuación voy a decir. Pero es lo que pienso. Admito que puedo estar equivocado, desde luego. Y, para anticipar objeciones, aclararé que no mueve la cobardía, sino el sentido común.
En mi opinión, el gobierno mexicano debe abandonar cuanto antes la guerra contra el narcotráfico tal como la ha llevado hasta el momento. Para replantear su estrategia. Porque lo realizado en este terreno desde el arranque del sexenio de Felipe Calderón simplemente no ha funcionado.
Hablo de rendición, sí, por más desagradable que esta palabra suene.
Busqué en internet para saber si existe algo parecido al arte de la rendición. Encontré una sola referencia.
María José (así, a secas, sin apellidos) escribió en un blog que está convencida de que ese arte existe: "Conocer, o más bien reconocer, el límite antes de traspasarlo es, además de arte, pura supervivencia. Rendirse es cuestión de vida o muerte a veces. Admitir que las fuerzas fallan, reconocer que no se es invencible, puede producir una paz absoluta".
María José habla de ese modo por causa de algún problema emocional o sentimental, pero sus palabras son perfectamente aplicables a la actual situación mexicana: reconocer el límite antes de traspasarlo es, además de arte, pura supervivencia.
Calderón, por desgracia, está a punto de traspasar ese límite.
Creo que el segundo gobierno panista, que ya no tiene fuerza, debe rendirse. Ha perdido su guerra contra el narcotráfico. Antes de que los carteles de las drogas se transformen en verdaderos ejércitos -algo que cada día parece más cercano- debe buscar otra manera de combatirlos.
El uso de la violencia legítima que es capaz de aplicar el gobierno contra el crimen organizado, ha fracasado indudablemente.
Las fuerzas armadas mexicanas, pese a su eficiencia y a su buena reputación, han ganado no pocas batallas a las bandas de proveedores y distribuidores de drogas ilegales, pero empiezan a perder lo más importante en un conflicto bélico: la ofensiva.
De atacantes, los soldados y los policías han pasado a ser atacados, de perseguidores han pasado a ser perseguidos. Las recientes batallas de Michoacán hablan con claridad de que está haciendo falta una retirada estratégica. Insisto, antes de que los comerciantes de estupefacientes, que cuentan con bases sociales en numerosos lugares del país, dejen de considerarse a sí mismos simples vendedores que se han visto obligados a defenderse, para empezar a sentirse como un poder militar tan grande y con la misma estructura logística que el del Estado.
¿Cómo podría el gobierno mexicano retirarse de esa insensata guerra? No será sencillo. Pero tal estrategia debe partir del reconocimiento de que Calderón se equivocó al combatir tan frontalmente al narcotráfico.
Lo único que ahora está claro es que si no se replantea la forma en que se ha intentado acabar con el comercio ilegal de drogas, en México podría haber una guerra civil en forma.
Ya casi la hay, si no por otra cosa, porque en los últimos dos años han sido miles las bajas en los enfrentamientos de todos los días, en todo el territorio nacional, entre los agentes del gobierno y los sicarios de la mafia.
Lo peor, tristemente, es que estamos a unos cuantos meses de que se celebre el centenario de la Revolución.
¿Lo peor? Pues sí. Como dice un amigo cada vez que hablamos del tema, Pancho Villa, antes de convertirse en un revolucionario bendecido por los apóstoles del sufragio efectivo, era alguien que actuaba al margen de la ley; no un narcotraficante porque en 1909 este oficio no estaba de moda, pero sí un bandolero que actuaba con la misma ferocidad que hoy muestran los integrantes de los Zetas o de la Familia.
Y el Centauro del Norte, desde luego, tenía el mismo origen social que tienen prácticamente todos los matones actuales del narco: la pobreza, esa maldición que no ha desaparecido en México y que agobia en este 2009 a muchos más mexicanos que en 1909.
Ricardo Rocha
Detrás de la Noticia
16 de julio de 2009
Ejército repudiado… y humillado
Lejos quedaron los días en que al Ejército se le aplaudía en los desfiles. Hoy los soldados comienzan a ser sujetos de repudio en vastas zonas del país. Mal han pagado los gobiernos civiles la obediencia y lealtad de los militares.
Pero cuidado, hoy se sabe que los generales están al límite del hartazgo por muchas razones: ya son demasiados años en que han sido sometidos a un desgaste brutal en una guerra perdida contra el narco; a nadie le gusta librar batallas en las que saldrá derrotado; son miles sus muertos en tanto tiempo de recia e inútil porfía; pero también son miles los muertos que han causado en las balaceras de diario en todo el país. Y lo más grave, son ya cientos los muertos civiles en el fuego cruzado. Y peor aún, también suman cientos los muertos por crueldad, capricho o equivocación de los soldados. Y hay decenas de mujeres violadas por la soldadesca. Cifras de escándalo que ya nadie puede ocultar y que hoy tienen al Ejército mexicano en el banquillo de los acusados.
Nadie ha podido parar la creciente avalancha de señalamientos y denuncias de organismos de derechos humanos nacionales e internacionales contra un Ejército que día a día gana fama en el mundo entero como una caterva de violadores y asesinos.
Por eso las preguntas para su comandante supremo, Felipe Calderón, son obligadas: ¿de verdad cree que los soldados bajo su mando se lo merecen? ¿Qué no ve riesgo alguno en que se nos deteriore una institución como el Ejército? ¿Ha valido la pena humillar a las armas nacionales por los resultados obtenidos en su llamada guerra contra el narco?
Para muchos, Calderón ha cruzado la línea de no retorno. Y a pesar del voto en contra el 5 de julio, persistirá en una estrategia que cree que lo legitima y fortalece: mantener al Ejército en las calles. Sin embargo, hay quienes creen que la presión internacional reventará el esquema mexicano en cualquier momento.
Yo soy de los que creo que el gobierno calderonista está obligado y a tiempo de cambiar radicalmente su estrategia frente al narco: hay que investigar inteligentemente y dejar de echar balazos en la calle. Lo que pasa es que en la primera opción se corre el riesgo de desnudar a peces muy gordos en todos los niveles de gobierno; en cambio, en la segunda lo más que puede pasar es que los soldados se carguen por error o a propósito a unos cuantos civiles.
Que quede muy claro: no nos oponemos al combate al narco. Lo que creemos es que resulta imperativo extirpar a quienes en nuestras policías y órganos de justicia trabajan para los cárteles y que son parte de eso que llamamos crimen organizado.
Urge también un gesto de justicia para los miles de mexicanos agraviados por un Ejército que se juzga a sí mismo por delitos del fuero común, a causa de la prevalencia de un fuero militar inconstitucional que deja a las víctimas y sus familiares sin acceso alguno a procesos judiciales. La Corte pronto habrá de pronunciarse al respecto. Por eso urge salvar a una de las pocas instituciones que nos quedan, antes de que sea demasiado tarde.
Detrás de la Noticia
16 de julio de 2009
Ejército repudiado… y humillado
Lejos quedaron los días en que al Ejército se le aplaudía en los desfiles. Hoy los soldados comienzan a ser sujetos de repudio en vastas zonas del país. Mal han pagado los gobiernos civiles la obediencia y lealtad de los militares.
Pero cuidado, hoy se sabe que los generales están al límite del hartazgo por muchas razones: ya son demasiados años en que han sido sometidos a un desgaste brutal en una guerra perdida contra el narco; a nadie le gusta librar batallas en las que saldrá derrotado; son miles sus muertos en tanto tiempo de recia e inútil porfía; pero también son miles los muertos que han causado en las balaceras de diario en todo el país. Y lo más grave, son ya cientos los muertos civiles en el fuego cruzado. Y peor aún, también suman cientos los muertos por crueldad, capricho o equivocación de los soldados. Y hay decenas de mujeres violadas por la soldadesca. Cifras de escándalo que ya nadie puede ocultar y que hoy tienen al Ejército mexicano en el banquillo de los acusados.
Nadie ha podido parar la creciente avalancha de señalamientos y denuncias de organismos de derechos humanos nacionales e internacionales contra un Ejército que día a día gana fama en el mundo entero como una caterva de violadores y asesinos.
Por eso las preguntas para su comandante supremo, Felipe Calderón, son obligadas: ¿de verdad cree que los soldados bajo su mando se lo merecen? ¿Qué no ve riesgo alguno en que se nos deteriore una institución como el Ejército? ¿Ha valido la pena humillar a las armas nacionales por los resultados obtenidos en su llamada guerra contra el narco?
Para muchos, Calderón ha cruzado la línea de no retorno. Y a pesar del voto en contra el 5 de julio, persistirá en una estrategia que cree que lo legitima y fortalece: mantener al Ejército en las calles. Sin embargo, hay quienes creen que la presión internacional reventará el esquema mexicano en cualquier momento.
Yo soy de los que creo que el gobierno calderonista está obligado y a tiempo de cambiar radicalmente su estrategia frente al narco: hay que investigar inteligentemente y dejar de echar balazos en la calle. Lo que pasa es que en la primera opción se corre el riesgo de desnudar a peces muy gordos en todos los niveles de gobierno; en cambio, en la segunda lo más que puede pasar es que los soldados se carguen por error o a propósito a unos cuantos civiles.
Que quede muy claro: no nos oponemos al combate al narco. Lo que creemos es que resulta imperativo extirpar a quienes en nuestras policías y órganos de justicia trabajan para los cárteles y que son parte de eso que llamamos crimen organizado.
Urge también un gesto de justicia para los miles de mexicanos agraviados por un Ejército que se juzga a sí mismo por delitos del fuero común, a causa de la prevalencia de un fuero militar inconstitucional que deja a las víctimas y sus familiares sin acceso alguno a procesos judiciales. La Corte pronto habrá de pronunciarse al respecto. Por eso urge salvar a una de las pocas instituciones que nos quedan, antes de que sea demasiado tarde.
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