La próxima crisis
Por René Delgado
El sexenio va de crisis en crisis. Arrancó con una crisis de legitimidad, siguió con una crisis criminal, continuó con una crisis económica, padeció una crisis sanitaria, regresó a la crisis económica... y, aun cuando ninguna de ellas ha quedado resuelta, ahora la administración se dirige a una crisis social. Bien claro está ese peligro y, aun así, se mantiene el curso en esa dirección.
Ante tan adversa circunstancia, la administración se ampara en un argumento: ninguna de esas crisis es de su autoría. La primera derivó de la polarización, la segunda la heredó, la tercera vino de fuera, la cuarta la contrajo sin querer, la quinta es continuación de la tercera. Sin cuestionar tan débil argumentación, fuera de duda está que la crisis porvenir es de su entera responsabilidad y está advertida de ella.
Es insano pensar, desde luego, que por motu proprio la administración haya resuelto resumir y conjugar el conjunto de esas crisis, en una de carácter social. Es insano, pero asombra que a sabiendas del peligro no corrija el rumbo.
* * *
Por lo visto, desde el arranque del milenio, Acción Nacional vive una ilusión: suponer que por Vicente Fox y por Felipe Calderón votó sin condición alguna un importante sector del electorado. No fue exactamente así: buena parte de esos votos eran "contra", no "por".
Muchos de los votos de Vicente Fox fueron, evidentemente, contra el PRI. Muchos de los votos de Felipe Calderón fueron contra Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, y al poco tiempo, Fox y Calderón perdieron de vista ese detalle. Se dieron por elegidos sin reparar en el carácter de su elección. Con todo, entre ambos mandatarios hubo diferencias.
La elección de Fox fue una inversión política a fondo perdido. Era el instrumento de la alternancia, no el artífice de ella. La pobre formación y trayectoria del guanajuatense obligaban a no esperar mayor obra de él. Despilfarró con singular gusto el bono democrático y la espléndida condición económica en que recibió el país. El desplazamiento del PRI de la Presidencia de la República suponía, por fuerza, pagar un costo. Ese costo fue Vicente Fox, un hombre incapaz de advertir que, después de su victoria, nada podría superar esa hazaña y que, por eso mismo, estaba en fantástica condición para hacer de la alternancia una alternativa.
La elección de Calderón fue distinta en extremo. Quedó marcada por la falta de legitimidad y, aun cuando suene absurdo, por eso y por la formación, trayectoria y temperamento del michoacano, se creyó -personalmente, al menos así fue- que tendría arrestos para consolidarse en el poder a partir de acciones y medidas políticas osadas. Un proceder que lo acercara y lo validara con la ciudadanía no panista y, a la vez, lo liberara de los poderosos intereses que lo han hecho su presa.
En contra de esa posibilidad remó, desde el inicio de la gestión calderonista, su equipo de colaboradores. Un equipo hecho sobre la base de cuotas de lealtad, de partido y de género que de inmediato dejó ver su límite. Sin embargo, algunas acciones y actitudes del mandatario le concedieron el beneficio de la duda durante el primer año de su gestión. Ahí está la rápida y contundente decisión de encarar al crimen sin inteligencia, ahí está la reforma a las pensiones del ISSSTE.
Empero, ese beneficio lo agotó al segundo año. La iniciativa política se convirtió en un titubeo constante, la falta de coordinación del gabinete, en una rémora. La evidencia, la reforma petrolera: su ritmo y alcance los fijó... la oposición. El tercer año, sobra decirlo, ha sido un desastre. El fracaso de la estrategia anticrimen para nadie es un secreto, el carácter disfuncional del gabinete es inocultable y la política económica anticíclica se redujo a un buen propósito. Y ahora, a pesar del discurso del "cambio", el mandatario ha cejado en el empeño de rehacer el tramado del tejido político y social que todo país requiere para salir de la recesión económica y la parálisis política.
* * *
Probablemente, la administración del presidente Felipe Calderón atraviesa su momento más difícil. Un momento que para el país se traduce en un peligro y no en un riesgo.
Tras el revés electoral sufrido por el panismo y su gobierno, el margen de maniobra del mandatario se ve todavía más reducido e, increíblemente, los ajustes operados en el partido, el gobierno y las bancadas parlamentarias lo reducen aún más. Esos ajustes no rectifican, reiteran la intención de tener a los leales sin reparar en su capacidad y, peor aún, ratifican la idea de sumar o sostener en ese equipo a figuras aun si son repudiadas por distintos sectores de la sociedad.
El nombramiento de Arturo Chávez Chávez es un agravio. Un agravio no sólo para los familiares de las mujeres muertas en Juárez, sino también para quienes reclaman una mayor autonomía e independencia del procurador. Agravia a la República. Ojalá el PRI haya hecho bien el cálculo de ratificarlo en el cargo, si falla la responsabilidad deberá compartirla con el panismo.
Por lo demás, la comparecencia de los secretarios de Estado ante el Congreso ha dejado constancia de la pobreza del equipo en que el mandatario ampara su actuación. Más allá del maltrato que obviamente les dispensó la oposición a esos funcionarios, ninguno de ellos mostró garra para salir del paso o, si se quiere, de la emboscada.
El caso más ilustrativo fue el del secretario de Desarrollo Social. Por primera vez, desde la fundación de esa dependencia, su titular perdió la estrella que siempre ilumina a quien la encabeza. La única Secretaría que da, en lugar de quitar, y que, por su carácter generoso, hace carismático al responsable de ella y lo proyecta como un precandidato presidencial natural, fue insuficiente para amparar a Ernesto Cordero. El colmo de los colmos.
* * *
El problema del momento que atraviesa la administración no estriba, sin embargo, sólo en la pobreza del equipo que la integra. No, radica en la política económica que, con ese equipo, insiste en instrumentar la administración.
Si no se corrige el paquete económico, la crisis social es un destino manifiesto. Una crisis de cuya responsabilidad no podrá zafarse esta vez la administración. La inauguración de esa nueva crisis, sumada a la inevitable profundización de las crisis política, criminal, sanitaria y económica, podría tener un efecto devastador.
Asombra que con su formación, trayectoria y temperamento, el presidente Calderón no decida corregir el rumbo. ¿En verdad, quiere navegar en esa dirección?
sobreaviso@latinmail.com
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Por René Delgado
El sexenio va de crisis en crisis. Arrancó con una crisis de legitimidad, siguió con una crisis criminal, continuó con una crisis económica, padeció una crisis sanitaria, regresó a la crisis económica... y, aun cuando ninguna de ellas ha quedado resuelta, ahora la administración se dirige a una crisis social. Bien claro está ese peligro y, aun así, se mantiene el curso en esa dirección.
Ante tan adversa circunstancia, la administración se ampara en un argumento: ninguna de esas crisis es de su autoría. La primera derivó de la polarización, la segunda la heredó, la tercera vino de fuera, la cuarta la contrajo sin querer, la quinta es continuación de la tercera. Sin cuestionar tan débil argumentación, fuera de duda está que la crisis porvenir es de su entera responsabilidad y está advertida de ella.
Es insano pensar, desde luego, que por motu proprio la administración haya resuelto resumir y conjugar el conjunto de esas crisis, en una de carácter social. Es insano, pero asombra que a sabiendas del peligro no corrija el rumbo.
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Por lo visto, desde el arranque del milenio, Acción Nacional vive una ilusión: suponer que por Vicente Fox y por Felipe Calderón votó sin condición alguna un importante sector del electorado. No fue exactamente así: buena parte de esos votos eran "contra", no "por".
Muchos de los votos de Vicente Fox fueron, evidentemente, contra el PRI. Muchos de los votos de Felipe Calderón fueron contra Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, y al poco tiempo, Fox y Calderón perdieron de vista ese detalle. Se dieron por elegidos sin reparar en el carácter de su elección. Con todo, entre ambos mandatarios hubo diferencias.
La elección de Fox fue una inversión política a fondo perdido. Era el instrumento de la alternancia, no el artífice de ella. La pobre formación y trayectoria del guanajuatense obligaban a no esperar mayor obra de él. Despilfarró con singular gusto el bono democrático y la espléndida condición económica en que recibió el país. El desplazamiento del PRI de la Presidencia de la República suponía, por fuerza, pagar un costo. Ese costo fue Vicente Fox, un hombre incapaz de advertir que, después de su victoria, nada podría superar esa hazaña y que, por eso mismo, estaba en fantástica condición para hacer de la alternancia una alternativa.
La elección de Calderón fue distinta en extremo. Quedó marcada por la falta de legitimidad y, aun cuando suene absurdo, por eso y por la formación, trayectoria y temperamento del michoacano, se creyó -personalmente, al menos así fue- que tendría arrestos para consolidarse en el poder a partir de acciones y medidas políticas osadas. Un proceder que lo acercara y lo validara con la ciudadanía no panista y, a la vez, lo liberara de los poderosos intereses que lo han hecho su presa.
En contra de esa posibilidad remó, desde el inicio de la gestión calderonista, su equipo de colaboradores. Un equipo hecho sobre la base de cuotas de lealtad, de partido y de género que de inmediato dejó ver su límite. Sin embargo, algunas acciones y actitudes del mandatario le concedieron el beneficio de la duda durante el primer año de su gestión. Ahí está la rápida y contundente decisión de encarar al crimen sin inteligencia, ahí está la reforma a las pensiones del ISSSTE.
Empero, ese beneficio lo agotó al segundo año. La iniciativa política se convirtió en un titubeo constante, la falta de coordinación del gabinete, en una rémora. La evidencia, la reforma petrolera: su ritmo y alcance los fijó... la oposición. El tercer año, sobra decirlo, ha sido un desastre. El fracaso de la estrategia anticrimen para nadie es un secreto, el carácter disfuncional del gabinete es inocultable y la política económica anticíclica se redujo a un buen propósito. Y ahora, a pesar del discurso del "cambio", el mandatario ha cejado en el empeño de rehacer el tramado del tejido político y social que todo país requiere para salir de la recesión económica y la parálisis política.
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Probablemente, la administración del presidente Felipe Calderón atraviesa su momento más difícil. Un momento que para el país se traduce en un peligro y no en un riesgo.
Tras el revés electoral sufrido por el panismo y su gobierno, el margen de maniobra del mandatario se ve todavía más reducido e, increíblemente, los ajustes operados en el partido, el gobierno y las bancadas parlamentarias lo reducen aún más. Esos ajustes no rectifican, reiteran la intención de tener a los leales sin reparar en su capacidad y, peor aún, ratifican la idea de sumar o sostener en ese equipo a figuras aun si son repudiadas por distintos sectores de la sociedad.
El nombramiento de Arturo Chávez Chávez es un agravio. Un agravio no sólo para los familiares de las mujeres muertas en Juárez, sino también para quienes reclaman una mayor autonomía e independencia del procurador. Agravia a la República. Ojalá el PRI haya hecho bien el cálculo de ratificarlo en el cargo, si falla la responsabilidad deberá compartirla con el panismo.
Por lo demás, la comparecencia de los secretarios de Estado ante el Congreso ha dejado constancia de la pobreza del equipo en que el mandatario ampara su actuación. Más allá del maltrato que obviamente les dispensó la oposición a esos funcionarios, ninguno de ellos mostró garra para salir del paso o, si se quiere, de la emboscada.
El caso más ilustrativo fue el del secretario de Desarrollo Social. Por primera vez, desde la fundación de esa dependencia, su titular perdió la estrella que siempre ilumina a quien la encabeza. La única Secretaría que da, en lugar de quitar, y que, por su carácter generoso, hace carismático al responsable de ella y lo proyecta como un precandidato presidencial natural, fue insuficiente para amparar a Ernesto Cordero. El colmo de los colmos.
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El problema del momento que atraviesa la administración no estriba, sin embargo, sólo en la pobreza del equipo que la integra. No, radica en la política económica que, con ese equipo, insiste en instrumentar la administración.
Si no se corrige el paquete económico, la crisis social es un destino manifiesto. Una crisis de cuya responsabilidad no podrá zafarse esta vez la administración. La inauguración de esa nueva crisis, sumada a la inevitable profundización de las crisis política, criminal, sanitaria y económica, podría tener un efecto devastador.
Asombra que con su formación, trayectoria y temperamento, el presidente Calderón no decida corregir el rumbo. ¿En verdad, quiere navegar en esa dirección?
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