El 2 de noviembre de 1853, don Antonio López de Santa Anna, benemérito de la patria, general de División, caballero Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III y presidente de la república emitió un decreto por el cual se cobraban cuatro reales a quien tuviera un perro.
Santa Anna había recibido ese mismo año los primeros siete millones de los diez con los cuales se compensaría (tratado de La Mesilla) el despojo del territorio nacional, perdido en la guerra del 57.
Un año después, ante la carcajada de su gravamen canino, Santa Anna tuvo una nueva revelación recaudadora: impuso una contribución por cada balcón, por cada ventana.
“El dinero recaudado –dice Jesús Beltrán Paz (Historia de los impuestos en México)– fue usado para engalanar su Corte, uniformar vistosamente al Ejército y aumentar el número de efectivos. El profundo descontento que causó su gestión y la fecha nunca llegada para promulgar una nueva Constitución provocó una rebelión que lo derrocó, confiscó sus bienes y lo condenó al destierro. Muchos años después se le permitió regresar al país, en donde viejo y enfermo moriría en la más absoluta pobreza.”
Ciento cuarenta y siete años después, con el auxilio de una élite tecnocrática educada en Estados Unidos, el gobierno de México, exhausto y desfalcado, empobrecido y políticamente devaluado tras haber dilapidado la riqueza petrolera (el resultado electoral de julio lo demuestra), imagina nuevos gravámenes en un acto de iluminación económica tan genial como las revelaciones catastróficas del boliviano Jos Mar.
Pero antes de pasar a ellos, permítaseme una explicación en torno de la relación entre ambos fenómenos y ambas épocas: El “santanismo”, derrotado militar y políticamente; y el “neo santanismo”, empobrecido por la mala administración de la riqueza nacional en el último decenio, en el cual casualmente los excedentes y altos precios petroleros hubieran sido suficientes para reencauzar el rumbo nacional.
Si Santa Anna gravaba los ventanales, el neopanismo le pone impuestos a las ventanas tecnológicas: las telecomunicaciones, entre otras cosas. Televisión de paga, internet, telefonía celular (y fija) y todo cuanto sirva para sustituir el perruno impuesto del siglo XIX. En aquella época la voracidad contributiva era consecuencia de la pérdida de un recurso irrecuperable: el territorio. Una guerra terrible.
Hoy el fisco necesita compensar la escasez de otra riqueza no renovable: el petróleo agotado.
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“Información de la Dirección Corporativa de Finanzas de Petróleos Mexicanos revela que entre 1993 y julio de 2009 la paraestatal ha generado aproximadamente 9 billones 285 mil millones de pesos (a precios actuales), que incluye ventas internas de crudo, petrolíferos y petroquímicos, así como exportaciones de petróleo y derivado (Diario de Juárez).
“En ese periodo entregó al fisco 6 billones 165 mil millones de pesos, equivalentes a 66 por ciento de sus ingresos totales. De esos recursos, aproximadamente 3 billones 583 mil millones de pesos se generaron con la explotación de lo que fue el principal yacimiento petrolero de México entre 1997 y 2009: Cantarell; el activo Ku-Maloob-Zaap (ahora ya ubicado como el principal yacimiento) generó 959 mil 792 millones de pesos más en los últimos ocho años.
“A pesar de permanecer con niveles muy reducidos de actividad, Chicontepec generó ingresos para la paraestatal mexicana por casi 75 mil 873 millones de pesos entre 2002 y 2009; la principal región gasífera del país, Burgos, generó 401 mil 947 millones de pesos entre 1997 y 2009; en tanto que del Programa Estratégico de Gas se obtuvieron 696 mil 436 millones de pesos entre los años 2001 y 2009”.
Pero a pesar de eso la economía petrolera y petrolizada se ha derrumbado. Para darle sepultura (o venderla en una especie de “Mesilla energética”), el presidente Calderón ha llamado a Juan José Suárez Coppel (SC) en cuya alforja de fracasos lleva varios méritos: el boquete a Citigroup por su irresponsable manejo del mercado de derivados, hazaña repetida con los fondos del Grupo Modelo.
Pero SC ya le había causado también quebrantos financieros a Petróleos Mexicanos. La investigadora Irma Eréndira Sandoval, desde el Laboratorio de Documentación y Análisis de la Transparencia (UNAM), ha divulgado recientemente:
“Como director de derivados de Banamex provocó pérdidas millonarias al banco, hoy controlado por Citibank. Asimismo, como director de Finanzas de Pemex fue el responsable del fracaso de la inversión en un fondo que supuestamente buscaba inversiones con fines ambientales, manejado por el North America Environmental Fund y el Environmental Organizational Partnership, que dejó pérdidas por más de 3 millones de dólares”. Eso sin hablar de las trapacerías de los hermanos Bribiesca Sahagún. Cosa grande.
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La fractura del Emisor Poniente en Tlalnepantla, Estado de México, comprobó la peligrosidad del crecimiento sin planeación.
Como parte del Sistema de Drenaje Profundo del Valle de México, ese emisor estaba concebido para desaguar una cantidad de treinta metros cúbicos por segundo; ahora trabaja con un volumen triple.
El drenaje tiene una capacidad ideal de 195 metros cúbicos cada segundo. Le metemos ahora 315 en promedio. Cuando vienen tormentas como las de días pasados (ahora en el lenguaje de la tele se llaman golpes de agua o trombas), se satura y los líquidos, de cualquier clase, deben hallar salida por alguna parte. Y como el agua es más fuerte, los tubos se revientan.
Hoy, como no fue posible prevenir el desastre (justo es reconocerlo: José Luis Luege, cabeza de la Conagua, lo había advertido), no queda sino compensar a las víctimas sin poderles garantizar lo irrepetible de la desgracia. Una forma más duradera de auxilio sería otorgar exenciones fiscales (federales y locales) a los comercios de la zona y a los jefes de las familia afectadas.
Pero mientras eso ocurre o no, Enrique Peña, gobernador del Estado de México, en otra visita a la zona desde el día del bramido, anunció un fondo bipartito con el gobierno federal de 60 millones de pesos para la ayuda a los damnificados.
De acuerdo con el censo ya elaborado, la inundación afectó dos mil casas. Los sesenta millones se dividirán en dos partes. La mitad para enseres domésticos y la otra para la reparación de los inmuebles. Sesenta millones de pesos entre dos mil viene dando de a 30 mil por familia.
Pero nada de eso resuelve el verdadero problema: la insuficiencia del drenaje y la escasez de agua potable en el Valle de México. Este accidente es apenas un indicio del caos por venir.
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El 29 de julio la prima Mariana Gómez del Campo, dirigente local del Partido Acción Nacional, reprobó airadamente la maniobra de Andrés López para imponer a Clara Brugada tras la elección “señuelo” de Rafael Acosta, Juanito.
“Ya es tiempo de un buen gobierno, ¡no más Juanitos!”, dijo.
Menos de dos meses después, la misma señorita se quiso llevar a Juanito bajo su ala protectora. Es un hombre digno, refirió.
Cuando el PAN se llevó a sus filas al líder del sindicato del IMSS, Valdemar Gutiérrez, el insumiso diputado Gerardo Priego calificó ese acto de política burdelera. ¿Y éste cómo lo calificaría?
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Santa Anna había recibido ese mismo año los primeros siete millones de los diez con los cuales se compensaría (tratado de La Mesilla) el despojo del territorio nacional, perdido en la guerra del 57.
Un año después, ante la carcajada de su gravamen canino, Santa Anna tuvo una nueva revelación recaudadora: impuso una contribución por cada balcón, por cada ventana.
“El dinero recaudado –dice Jesús Beltrán Paz (Historia de los impuestos en México)– fue usado para engalanar su Corte, uniformar vistosamente al Ejército y aumentar el número de efectivos. El profundo descontento que causó su gestión y la fecha nunca llegada para promulgar una nueva Constitución provocó una rebelión que lo derrocó, confiscó sus bienes y lo condenó al destierro. Muchos años después se le permitió regresar al país, en donde viejo y enfermo moriría en la más absoluta pobreza.”
Ciento cuarenta y siete años después, con el auxilio de una élite tecnocrática educada en Estados Unidos, el gobierno de México, exhausto y desfalcado, empobrecido y políticamente devaluado tras haber dilapidado la riqueza petrolera (el resultado electoral de julio lo demuestra), imagina nuevos gravámenes en un acto de iluminación económica tan genial como las revelaciones catastróficas del boliviano Jos Mar.
Pero antes de pasar a ellos, permítaseme una explicación en torno de la relación entre ambos fenómenos y ambas épocas: El “santanismo”, derrotado militar y políticamente; y el “neo santanismo”, empobrecido por la mala administración de la riqueza nacional en el último decenio, en el cual casualmente los excedentes y altos precios petroleros hubieran sido suficientes para reencauzar el rumbo nacional.
Si Santa Anna gravaba los ventanales, el neopanismo le pone impuestos a las ventanas tecnológicas: las telecomunicaciones, entre otras cosas. Televisión de paga, internet, telefonía celular (y fija) y todo cuanto sirva para sustituir el perruno impuesto del siglo XIX. En aquella época la voracidad contributiva era consecuencia de la pérdida de un recurso irrecuperable: el territorio. Una guerra terrible.
Hoy el fisco necesita compensar la escasez de otra riqueza no renovable: el petróleo agotado.
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“Información de la Dirección Corporativa de Finanzas de Petróleos Mexicanos revela que entre 1993 y julio de 2009 la paraestatal ha generado aproximadamente 9 billones 285 mil millones de pesos (a precios actuales), que incluye ventas internas de crudo, petrolíferos y petroquímicos, así como exportaciones de petróleo y derivado (Diario de Juárez).
“En ese periodo entregó al fisco 6 billones 165 mil millones de pesos, equivalentes a 66 por ciento de sus ingresos totales. De esos recursos, aproximadamente 3 billones 583 mil millones de pesos se generaron con la explotación de lo que fue el principal yacimiento petrolero de México entre 1997 y 2009: Cantarell; el activo Ku-Maloob-Zaap (ahora ya ubicado como el principal yacimiento) generó 959 mil 792 millones de pesos más en los últimos ocho años.
“A pesar de permanecer con niveles muy reducidos de actividad, Chicontepec generó ingresos para la paraestatal mexicana por casi 75 mil 873 millones de pesos entre 2002 y 2009; la principal región gasífera del país, Burgos, generó 401 mil 947 millones de pesos entre 1997 y 2009; en tanto que del Programa Estratégico de Gas se obtuvieron 696 mil 436 millones de pesos entre los años 2001 y 2009”.
Pero a pesar de eso la economía petrolera y petrolizada se ha derrumbado. Para darle sepultura (o venderla en una especie de “Mesilla energética”), el presidente Calderón ha llamado a Juan José Suárez Coppel (SC) en cuya alforja de fracasos lleva varios méritos: el boquete a Citigroup por su irresponsable manejo del mercado de derivados, hazaña repetida con los fondos del Grupo Modelo.
Pero SC ya le había causado también quebrantos financieros a Petróleos Mexicanos. La investigadora Irma Eréndira Sandoval, desde el Laboratorio de Documentación y Análisis de la Transparencia (UNAM), ha divulgado recientemente:
“Como director de derivados de Banamex provocó pérdidas millonarias al banco, hoy controlado por Citibank. Asimismo, como director de Finanzas de Pemex fue el responsable del fracaso de la inversión en un fondo que supuestamente buscaba inversiones con fines ambientales, manejado por el North America Environmental Fund y el Environmental Organizational Partnership, que dejó pérdidas por más de 3 millones de dólares”. Eso sin hablar de las trapacerías de los hermanos Bribiesca Sahagún. Cosa grande.
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La fractura del Emisor Poniente en Tlalnepantla, Estado de México, comprobó la peligrosidad del crecimiento sin planeación.
Como parte del Sistema de Drenaje Profundo del Valle de México, ese emisor estaba concebido para desaguar una cantidad de treinta metros cúbicos por segundo; ahora trabaja con un volumen triple.
El drenaje tiene una capacidad ideal de 195 metros cúbicos cada segundo. Le metemos ahora 315 en promedio. Cuando vienen tormentas como las de días pasados (ahora en el lenguaje de la tele se llaman golpes de agua o trombas), se satura y los líquidos, de cualquier clase, deben hallar salida por alguna parte. Y como el agua es más fuerte, los tubos se revientan.
Hoy, como no fue posible prevenir el desastre (justo es reconocerlo: José Luis Luege, cabeza de la Conagua, lo había advertido), no queda sino compensar a las víctimas sin poderles garantizar lo irrepetible de la desgracia. Una forma más duradera de auxilio sería otorgar exenciones fiscales (federales y locales) a los comercios de la zona y a los jefes de las familia afectadas.
Pero mientras eso ocurre o no, Enrique Peña, gobernador del Estado de México, en otra visita a la zona desde el día del bramido, anunció un fondo bipartito con el gobierno federal de 60 millones de pesos para la ayuda a los damnificados.
De acuerdo con el censo ya elaborado, la inundación afectó dos mil casas. Los sesenta millones se dividirán en dos partes. La mitad para enseres domésticos y la otra para la reparación de los inmuebles. Sesenta millones de pesos entre dos mil viene dando de a 30 mil por familia.
Pero nada de eso resuelve el verdadero problema: la insuficiencia del drenaje y la escasez de agua potable en el Valle de México. Este accidente es apenas un indicio del caos por venir.
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El 29 de julio la prima Mariana Gómez del Campo, dirigente local del Partido Acción Nacional, reprobó airadamente la maniobra de Andrés López para imponer a Clara Brugada tras la elección “señuelo” de Rafael Acosta, Juanito.
“Ya es tiempo de un buen gobierno, ¡no más Juanitos!”, dijo.
Menos de dos meses después, la misma señorita se quiso llevar a Juanito bajo su ala protectora. Es un hombre digno, refirió.
Cuando el PAN se llevó a sus filas al líder del sindicato del IMSS, Valdemar Gutiérrez, el insumiso diputado Gerardo Priego calificó ese acto de política burdelera. ¿Y éste cómo lo calificaría?
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