[B]CUANDO YO TENIA 9 AÑOS[/B]
Estas líneas son para Citlali, mi hija, que el otro día me hizo pensar cómo era mi vida, en la infancia, cuando yo tenía la misma edad que tienen ella ahora.
Cuando yo tenía 9 años me levantaba a las 7:00 am entre semana para ir a la escuela. Me iba caminando solo, como prácticamente todos los niños en ese tiempo íbamos a la escuela; nuestros papás no tuvieron la preocupación que ahora sí tenemos de qué algo nos fuera a pasar o de que nos fueran a robar en el camino.
Me gustaba la escuela, siempre me gustó y si bien no fui de los notables hasta después de quinto año, más o menos me esforzaba por no bajar del 8 de calificación. Mi maestra en cuarto año se llamaba Eunice, tenía como 30 años entonces. Como ahora, los niños nos juntábamos con los niños y las niñas con las niñas. Mis amigos eran Miguel, Joel, Mario, César, Juan Manuel, Roberto, Juan Carlos y el cabroncísimo de Paco, aunque también me llevaba bien con algunas niñas como Teresa, Pancha, Luz María, Marina, Dolores y Marisela. En el recreo casi siempre jugábamos futbol, aunque a veces practicábamos otros “deporte” más salvaje, se trataba de correr como locos por todo el patio tratando de esquivar las zancadillas de los demás; varias veces acabe en el suelo y una vez hasta se me rompió el pantalón en las rodillas. En la cooperativa vendían tortas, refrescos, dulces, chicharrones y palomitas que costaban 20 centavos la bolsita. A la salida de la escuela, casi siempre pasaba con 2 ó 3 amigos a tomarnos un “chesco” en la tiendita que estaba enfrente de la primaria y a comprar estampitas para llenar el álbum de la temporada; había de todo, de luchadores, de aviones, de barcos, de jugadores de fútbol y de animales, que fueron los que siempre me gustaron más. Veinte centavos costaba también el paquetito de estampitas.
Ya de regreso en la casa, me quitaba el uniforme y me ponía hacer la tarea. Luego mi abuela me daba de comer; nunca supe porqué, pero lo que más le gustaba guisar era mole de olla y carne en tiras asada. Como a las 4:00 o las 5:00 me salía a la calle a jugar. Había un montón de juegos y cosas con las que entretenernos: futbol, beisbol con pelota de esponja y a mano limpia, frontón, un juego que llamábamos bolillo, yoyo, trompo, a veces balero, suela, canicas, rayuela o volados, y burra tamalada o tamalera para los más rifados de la cuadra. A mí me encantaba el frontón, a la vuelta de la cuadra había una casa con una barda como de 10 metros, ahí jugábamos y nos divertíamos muchísimo. Para el trompo salí malo, igual que para el yoyo, y para las canicas más o menos. Los volados eran de estampitas, de las que estuvieran de moda; yo todavía guardo mi colección de unas que salían en un empaque de chicles de la película de King Kong de 1976 con escenas de la cinta.
Cuando eres niño, tu propia cuadra es todo el mundo, y para mí lo era. A unos 20 metros de la casa de la mi abuela, la calle, el asfalto más bien, se había hundido así que cuando llovía y debido al mal drenaje ahí se hacía un charcote de agua sucia. Recuerdo una vez, después de un tarde lluviosa que estábamos medio aburridos, sin saber qué hacer. Me fui a dar una vuelta por el charco (para mí una auténtica laguna) y me di cuenta que había tirados un montón de pedacitos cuadrados de una película grisácea de un material flexible como acrílico o celuloide; junté un poco y fui con mis amigos a “presumirles” mi hallazgo. A los pocos minutos ahí estábamos todos metidos en “la laguna” pescando cuadritos de película con el agua hasta las rodillas. Y en aquel entonces nuestras madres no hacían ni panchos ni dramas por la limpieza o por los gérmenes, que va y creo que tenían razón pues aquí estamos, contando verdaderas historias de niños gambusinos que pepenaban pedacitos de plástico en el agua de alcantarilla para luego sortear con ellos volados. Ja, la “fiebre de los cuadritos” apenas nos duro como 2 o tres días, pero ah cómo fue de divertido aquello.
Había días, que en lugar de jugar me iba a dar el rol por las calles aledañas de mi cuadra con mis amigos, Roberto, Miguel o con mi primo Daniel. Siempre dejaba algo del dinero de la primaria para golosinas en la tarde, sobre todo en esos días para andar de “vagos”. Como ahora, los pastelillos y las frituras casi siempre te regalaban algo dentro de la envoltura, yo siempre coleccionaba, pero nunca supe dónde terminó tanta chuchería. De las cosas coleccionables que más me gustaron fueron unos bustos miniatura de personajes célebres que “regaló” Sabritas y la colección de banderas del Mundo que salían en los Gansitos (de esas aún tengo algunas en la caja de zapatos de los recuerdos).
En aquellos año los refrescos estaban embotellados en vidrio y solo había dos tamaños, el regular de 335 mL y el familiar que era de 750 mL, nada que ver con las monstruosidades de ahora de 3.2 litros. Había algunas golosinas que ahora ya no existen y otras que aún andan por ahí y que son tan viejas como estos recuerdos. Había unos chicles muy populares que se llamaban “Canguro”, el Miguelito ya existía. Los Sabritones hicieron su debut en 1977, cuando yo cumplía 10 años y la Mirinda creo que es de 1978. No existían los pelón pelo rico, ni nada del maguito Sonrics. En la escuela usábamos un pegamento blanco que se envasaba en un botecito en forma de pino de boliche y que todavía he visto por ahí; aun no eran populares las gomas de migajón y tenías que sufrir con las odiosas gomas de 2 colores (azul y rojo). Los lápices de colores más populares eran los de “Blanca Nieves” que por cierto conservan los mismos dibujos que cuando era niño y de libretas solo recuerdo una marca, Scribe. Nuestros jefes nos forraban los libros con vil hule opaco pues apenas se empezaba a usar el plástico cristal y quien lo usaba es porque era riquillo y bien suertudo.
Casi nadie de mis amigos tenía teléfono en sus casas, yo tampoco; casi todos veíamos las caricaturas en televisores blanco y negro y pocos éramos los que usábamos reloj de pulso. En la casa de mi abuela nunca faltó el agua, pero yo me bañaba a jicarazos hasta los 10 años pues no había instaladas regaderas en ninguno de los 3 baños. No tenía bicicleta, ni patines, ni patineta; casi todo eso lo tuve hasta los 12 de edad, ah pero eso sí me gustaba comprar historietas semanales en el puesto de periódicos. Compraba ya desde entonces el Kaliman, el Chanoc, las Aventuras del Santo y hasta el Capulinita.
Lo que sí tenía era un Turista Mundial, jugaba casi siempre con mis primos hasta por ahí de las once de la noche cuando mi tía Hortensia venía por ellos, gritando desde la acera: “Manueeeel, Alooooonso, Danieeeeel”. Ellos me enseñaron también a jugar baraja, conquián y quinto volador; medio me enseñaron a jugar dominó y de algún modo contribuyeron a que poquito más tarde me volviera seguidor del Cruz Azul.
Recuerdo que los sábados mi abuela me despertaba a las 5:00 de la mañana para ir por leche bronca al establo como a unas 10-12 cuadras de la casa; ese día mi papá me dejaba $5.00 pesos y la encomienda de comprarle su periódico, El Ovaciones.
Nuestros ídolos, (de los niños, de las niñas ni idea) eran los personajes de caricaturas y series japonesas, principalmente El Hombre Araña, Ultramán, Ultraseven, uno llamado Fantasmagórico y en especial el niño héroe de los mares, Trintón y de la vida real los luchadores, el Santo, Blue Demon, el Mil Máscaras, principalmente y del futbol, el máximo ídolo entonces, fueras o no del Cruz Azul era sin duda el portero Miguel Marín.
Que yo recuerde, aún no existían los muñecos de acción como Max Steel y las Barbies aún no eran muy populares entre las niñas.
No había gel para el cabello, se usaba brillantina, Wildroot o como en el caso de mi hermana te peinaban con jugo de limón para fijar el cabello.
Una llamada en el teléfono público costaba 20 centavos, un refresco mediano $1.70; el pasaje del autobús costaba 80 centavos, ¡y por Dios, casi lo olvido!, ya existían los “peseros”, que en aquel entonces eran taxis colectivos que hacían base en X lugar y te cobraban de a peso la dejada, de ahí su nombre ahora popularizado.
Como muchos niños, yo percibía poco o nulo interés por parte de mis compañeros por las cosas de los adultos, sin embargo yo ya veía los noticiarios nocturnos como aquel llamado “Contacto Directo” con Juan Ruiz Healy y Talina Fernández y las “grandes” noticias como la transmisión de la llegada a Marte de la nave Viking I o los eventos deportivos. Fui testigo presencial en la TV de las hazañas de la niña rumana prodigio Nadia Comanecci en la Olimpiada de Montreal 1976 y de las victorias en atletismo del cubano Alberto Juantorena. Sobra decir que de Nadia, casi me enamoro.
En fin, he aquí solo algunas de las cosas que recuerdo de aquellos años, 1976 más en concreto, cuando los niños éramos más libres, quizá mucho más inocentes y, creo, más obedientes también. Mil novecientos setenta y seis, cuando yo tenía 9 años.
[RIGHT]Cd. de México, 21 de Octubre de 2009.[/RIGHT]
Estas líneas son para Citlali, mi hija, que el otro día me hizo pensar cómo era mi vida, en la infancia, cuando yo tenía la misma edad que tienen ella ahora.
Cuando yo tenía 9 años me levantaba a las 7:00 am entre semana para ir a la escuela. Me iba caminando solo, como prácticamente todos los niños en ese tiempo íbamos a la escuela; nuestros papás no tuvieron la preocupación que ahora sí tenemos de qué algo nos fuera a pasar o de que nos fueran a robar en el camino.
Me gustaba la escuela, siempre me gustó y si bien no fui de los notables hasta después de quinto año, más o menos me esforzaba por no bajar del 8 de calificación. Mi maestra en cuarto año se llamaba Eunice, tenía como 30 años entonces. Como ahora, los niños nos juntábamos con los niños y las niñas con las niñas. Mis amigos eran Miguel, Joel, Mario, César, Juan Manuel, Roberto, Juan Carlos y el cabroncísimo de Paco, aunque también me llevaba bien con algunas niñas como Teresa, Pancha, Luz María, Marina, Dolores y Marisela. En el recreo casi siempre jugábamos futbol, aunque a veces practicábamos otros “deporte” más salvaje, se trataba de correr como locos por todo el patio tratando de esquivar las zancadillas de los demás; varias veces acabe en el suelo y una vez hasta se me rompió el pantalón en las rodillas. En la cooperativa vendían tortas, refrescos, dulces, chicharrones y palomitas que costaban 20 centavos la bolsita. A la salida de la escuela, casi siempre pasaba con 2 ó 3 amigos a tomarnos un “chesco” en la tiendita que estaba enfrente de la primaria y a comprar estampitas para llenar el álbum de la temporada; había de todo, de luchadores, de aviones, de barcos, de jugadores de fútbol y de animales, que fueron los que siempre me gustaron más. Veinte centavos costaba también el paquetito de estampitas.
Ya de regreso en la casa, me quitaba el uniforme y me ponía hacer la tarea. Luego mi abuela me daba de comer; nunca supe porqué, pero lo que más le gustaba guisar era mole de olla y carne en tiras asada. Como a las 4:00 o las 5:00 me salía a la calle a jugar. Había un montón de juegos y cosas con las que entretenernos: futbol, beisbol con pelota de esponja y a mano limpia, frontón, un juego que llamábamos bolillo, yoyo, trompo, a veces balero, suela, canicas, rayuela o volados, y burra tamalada o tamalera para los más rifados de la cuadra. A mí me encantaba el frontón, a la vuelta de la cuadra había una casa con una barda como de 10 metros, ahí jugábamos y nos divertíamos muchísimo. Para el trompo salí malo, igual que para el yoyo, y para las canicas más o menos. Los volados eran de estampitas, de las que estuvieran de moda; yo todavía guardo mi colección de unas que salían en un empaque de chicles de la película de King Kong de 1976 con escenas de la cinta.
Cuando eres niño, tu propia cuadra es todo el mundo, y para mí lo era. A unos 20 metros de la casa de la mi abuela, la calle, el asfalto más bien, se había hundido así que cuando llovía y debido al mal drenaje ahí se hacía un charcote de agua sucia. Recuerdo una vez, después de un tarde lluviosa que estábamos medio aburridos, sin saber qué hacer. Me fui a dar una vuelta por el charco (para mí una auténtica laguna) y me di cuenta que había tirados un montón de pedacitos cuadrados de una película grisácea de un material flexible como acrílico o celuloide; junté un poco y fui con mis amigos a “presumirles” mi hallazgo. A los pocos minutos ahí estábamos todos metidos en “la laguna” pescando cuadritos de película con el agua hasta las rodillas. Y en aquel entonces nuestras madres no hacían ni panchos ni dramas por la limpieza o por los gérmenes, que va y creo que tenían razón pues aquí estamos, contando verdaderas historias de niños gambusinos que pepenaban pedacitos de plástico en el agua de alcantarilla para luego sortear con ellos volados. Ja, la “fiebre de los cuadritos” apenas nos duro como 2 o tres días, pero ah cómo fue de divertido aquello.
Había días, que en lugar de jugar me iba a dar el rol por las calles aledañas de mi cuadra con mis amigos, Roberto, Miguel o con mi primo Daniel. Siempre dejaba algo del dinero de la primaria para golosinas en la tarde, sobre todo en esos días para andar de “vagos”. Como ahora, los pastelillos y las frituras casi siempre te regalaban algo dentro de la envoltura, yo siempre coleccionaba, pero nunca supe dónde terminó tanta chuchería. De las cosas coleccionables que más me gustaron fueron unos bustos miniatura de personajes célebres que “regaló” Sabritas y la colección de banderas del Mundo que salían en los Gansitos (de esas aún tengo algunas en la caja de zapatos de los recuerdos).
En aquellos año los refrescos estaban embotellados en vidrio y solo había dos tamaños, el regular de 335 mL y el familiar que era de 750 mL, nada que ver con las monstruosidades de ahora de 3.2 litros. Había algunas golosinas que ahora ya no existen y otras que aún andan por ahí y que son tan viejas como estos recuerdos. Había unos chicles muy populares que se llamaban “Canguro”, el Miguelito ya existía. Los Sabritones hicieron su debut en 1977, cuando yo cumplía 10 años y la Mirinda creo que es de 1978. No existían los pelón pelo rico, ni nada del maguito Sonrics. En la escuela usábamos un pegamento blanco que se envasaba en un botecito en forma de pino de boliche y que todavía he visto por ahí; aun no eran populares las gomas de migajón y tenías que sufrir con las odiosas gomas de 2 colores (azul y rojo). Los lápices de colores más populares eran los de “Blanca Nieves” que por cierto conservan los mismos dibujos que cuando era niño y de libretas solo recuerdo una marca, Scribe. Nuestros jefes nos forraban los libros con vil hule opaco pues apenas se empezaba a usar el plástico cristal y quien lo usaba es porque era riquillo y bien suertudo.
Casi nadie de mis amigos tenía teléfono en sus casas, yo tampoco; casi todos veíamos las caricaturas en televisores blanco y negro y pocos éramos los que usábamos reloj de pulso. En la casa de mi abuela nunca faltó el agua, pero yo me bañaba a jicarazos hasta los 10 años pues no había instaladas regaderas en ninguno de los 3 baños. No tenía bicicleta, ni patines, ni patineta; casi todo eso lo tuve hasta los 12 de edad, ah pero eso sí me gustaba comprar historietas semanales en el puesto de periódicos. Compraba ya desde entonces el Kaliman, el Chanoc, las Aventuras del Santo y hasta el Capulinita.
Lo que sí tenía era un Turista Mundial, jugaba casi siempre con mis primos hasta por ahí de las once de la noche cuando mi tía Hortensia venía por ellos, gritando desde la acera: “Manueeeel, Alooooonso, Danieeeeel”. Ellos me enseñaron también a jugar baraja, conquián y quinto volador; medio me enseñaron a jugar dominó y de algún modo contribuyeron a que poquito más tarde me volviera seguidor del Cruz Azul.
Recuerdo que los sábados mi abuela me despertaba a las 5:00 de la mañana para ir por leche bronca al establo como a unas 10-12 cuadras de la casa; ese día mi papá me dejaba $5.00 pesos y la encomienda de comprarle su periódico, El Ovaciones.
Nuestros ídolos, (de los niños, de las niñas ni idea) eran los personajes de caricaturas y series japonesas, principalmente El Hombre Araña, Ultramán, Ultraseven, uno llamado Fantasmagórico y en especial el niño héroe de los mares, Trintón y de la vida real los luchadores, el Santo, Blue Demon, el Mil Máscaras, principalmente y del futbol, el máximo ídolo entonces, fueras o no del Cruz Azul era sin duda el portero Miguel Marín.
Que yo recuerde, aún no existían los muñecos de acción como Max Steel y las Barbies aún no eran muy populares entre las niñas.
No había gel para el cabello, se usaba brillantina, Wildroot o como en el caso de mi hermana te peinaban con jugo de limón para fijar el cabello.
Una llamada en el teléfono público costaba 20 centavos, un refresco mediano $1.70; el pasaje del autobús costaba 80 centavos, ¡y por Dios, casi lo olvido!, ya existían los “peseros”, que en aquel entonces eran taxis colectivos que hacían base en X lugar y te cobraban de a peso la dejada, de ahí su nombre ahora popularizado.
Como muchos niños, yo percibía poco o nulo interés por parte de mis compañeros por las cosas de los adultos, sin embargo yo ya veía los noticiarios nocturnos como aquel llamado “Contacto Directo” con Juan Ruiz Healy y Talina Fernández y las “grandes” noticias como la transmisión de la llegada a Marte de la nave Viking I o los eventos deportivos. Fui testigo presencial en la TV de las hazañas de la niña rumana prodigio Nadia Comanecci en la Olimpiada de Montreal 1976 y de las victorias en atletismo del cubano Alberto Juantorena. Sobra decir que de Nadia, casi me enamoro.
En fin, he aquí solo algunas de las cosas que recuerdo de aquellos años, 1976 más en concreto, cuando los niños éramos más libres, quizá mucho más inocentes y, creo, más obedientes también. Mil novecientos setenta y seis, cuando yo tenía 9 años.
[RIGHT]Cd. de México, 21 de Octubre de 2009.[/RIGHT]
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