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Simplemente...de todo, un poco...

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  • Re: Simplemente...de todo, un poco...

    kabrakan
    Forista Zafiro

    : Hace 200 años . . . . .
    Continuo con el Edicto del obispo Manuel Abad y Queipo:

    …… Como la religión condena la rebelión, el asesinato, la opresión de los inocentes, y la Madre de Dios no puede proteger los crímenes, es evidente que el cura de Dolores, pintando en su estandarte de sedición la imagen de Nuestra Señora, y poniendo en él la referida inscripción, cometió dos sacrilegios gravísimos insultando á la religión y á nuestra Señora. Insulta igualmente a nuestro soberano, despreciando y atacando el gobierno que le representa, oprimiendo sus vasallos inocentes perturbando el orden público y violando el juramento de fidelidad al Soberano y al gobierno, resultando perjuro igualmente que los referidos capitanes. Sin embargo, confundiendo la religión con el crimen y la obediencia con la rebelión, ha logrado seducir el candor de los pueblos y ha dado bastante cuerpo a la anarquía que quiere establecer. El mal haría rápidos progresos si la vigilancia y energía del gobierno y la lealtad ilustrada de los pueblos no lo detuviesen.
    Yo, que a solicitud vuestra y sin cooperación alguna de mi parte, me veo elevado á la alta dignidad de vuestro obispo, de vuestro pastor y padre, debo salir al encuentro á este enemigo, en defensa de el rebaño que me es confiado, usando de la razón y la verdad contra el engaño y del rayo terrible de la excomunión contra la pertinacia y protervia.
    Si, mis caros y muy amados fieles; yo tengo derechos incontestables á vuestro respeto, á vuestra sumisión y obediencia en la materia. Soy europeo de origen; pero soy americano de adopción por voluntad y por domicilio de más de treinta y tres años. No hay entre vosotros uno solo que tome más interés en vuestra verdadera felicidad. Quizá lo habrá otro que se afecte tan dolorosa y profundamente como yo en vuestras desgracias, porque acaso no habrá habido que se haya ocupado y ocupe tanto de ellas. Ninguno ha trabajado tanto como yo en promover el bien público, en mantener la paz y la concordia entre todos los habitantes de la América, y en prevenir la anarquía que tanto he temido desde mi regreso de la Europa. Es notorio mi carácter y me zelo. Así pues, me debéis creer.

    En este concepto y usando de la autoridad que ejerzo como obispo electo y gobernador de esta mitra: declaro que el referido D. Miguel Hidalgo, cura de Dolores, y sus secuaces los tres citados capitanes , son perturbadores del orden público, seductores del pueblo, sacrílegos, perjuros, y que han incurrido en la excomunión mayor del Canon: Siquis suadente Diabolo, por haber atentado á la persona y libertad del sacristán de Dolores, del cura de Chamacuero y de varios religiosos del convento del Carmen de Celaya, aprisionándolos y manteniéndolos arrestados. Los declaro excomulgados vitandos, prohibiendo, como prohíbo, el que ninguno les de socorro, auxilio y favor, bajo la pena de excomunión mayor, ipso facto incurrenda, sirviendo de monición este edicto, en que desde ahora para entonces declaro incursos a los contraventores. Así mismo exhorto y requiero á la porción del pueblo que trae seducido con títulos de soldados y compañeros de armas, que se restituyan á sus hogares y lo desamparen dentro del tercer día siguiente inmediato al que tuvieren noticia de este edicto, bajo la misma pena de excomunión mayor en que desde ahora para entonces los declaro incursos y á todos los que voluntariamente se alisten en sus bandas, ó que de cualquier forma le dieren favor y auxilio……………

    …………. Y para que llegue á noticia de todos y ninguno alegue ignorancia, he mandado que este edicto se publique en esta santa Iglesia Catedral y se fije en sus puertas, según estilo, y que lo mismo se ejecute en todas las parroquias del obispado, dirigiéndose al efecto los ejemplares correspondientes. Dado en Valladolid á veinte y cuatro días del mes de septiembre de mil ochocientos diez. Sellado con el sello de mis armas y refrendado por el infrascripto secretario. – Manuel Abad Queipo, obispo electo de Michoacán. – Por mandato de S.S. el obispo mi Sr.- Santiago Camiña, secretario.

    kabrakan
    Forista Zafiro
    Hace 200 años . . . . .
    El edicto de Abad y Queipo fue comentado, exaltado, amplificado en el púlpito de casi todos los templos de Nueva España, que se habían convertido en una especie de clubs políticos. La iglesia entraba en el combate con un vigor extraordinario. Las imprecaciones sagradas eran una mezcla de grito y de sollozo como los trenos de Jeremías. La cátedra del Espíritu Santo fulminaba tremendos anatemas, que relampagueaban en las nubes de incienso sobre las cabezas de los fieles.

    Por su parte, el Ejército ensayaba en sus proclamas una forma literaria más concisa y pujante. El 2 de octubre de 1810, el General Don Félix María Calleja del Rey, desde San Luis Potosí dirigía a las tribus de campesinos ignorantes, que oían este extraño lenguaje sin entenderlo, la siguiente proclama que es una arenga militar impresa:
    “Soldados de mis tropas: os han reunido en esta capital los objetos mas sagrados del hombre: religión, ley y patria. Todos hemos hecho el juramento de defenderlos y de conservarnos fieles á nuestro legítimo y justificado gobierno. El que falte á cualquiera de estos juramentos no puede dejar de ser perjuro, y de hacerse reo delante de Dios y de los hombres. No tenemos más que una religión que es la católica, un soberano que es el amado y desgraciado Fernando VII, y una patria que es el país que habitamos y á cuya prosperidad contribuimos todos con nuestros sudores, con nuestra industria y con nuestras fuerzas. No puede haber, pues, motivo de división entre los hijos de una propia madre. Lejos de nosotros semejantes ideas que abriga la ignorancia y la malicia. Sólo Bonaparte y sus satélites han podido introducir la desconfianza en un pueblo de hermanos. Sabed que no es otro su fin que dividirnos, y hacerse después dueño de estos ricos países que son, tanto tiempo ha, el objeto de sus ambiciones. No podéis dudarlo: sabéis los emisarios que ha despachado, las intrigas de que se ha valido, y los medios que emplea para llevar a cabo este proyecto.

    ¿Y permitiremos nosotros que logre sus fines? ¿Qué venga a dominarnos un tirano y que nuestros altares, esposas, hijos y cuantos bienes poseemos, caigan en manos de aquel monstruo por el medio que se ha propuesto de introducir la discordia en nuestro suelo? A esto conspira la sedición que han promovido el cura de Dolores y sus secuaces: no hay otro camino de evitarlo que destruyendo antes esas cuadrillas de rebeldes que trabajan a favor de Bonaparte, y que con máscara de religión y de la independencia sólo tratan de apoderarse de los bienes de sus conciudadanos, cometiendo toda clase de robos, de asesinatos y extorciones que reprueba la religión, como lo han hecho en Dolores, San Miguel el Grande, Celaya y otros lugares donde han llegado. No lo dudéis soldados: del mismo modo veréis robar y saquear la casa del europeo que la del americano; la aniquilación de los primeros es sólo un pretexto para principiar sus atrocidades, y el peligro en que suponen la patria por parte de aquellos que tantas prueba tienen dadas de su religiosidad y patriotismo, es un artificio de que se valen para engañarnos y hacernos caer en el lazo que nos ha preparado el tirano.

    Vamos, pues, á disipar esa porción de bandidos que como una nube destructora asolan nuestro país, porque no han encontrado oposición. Si ha habido, por desgracia, en este reino gentes alucinadas y perdidas, que de acuerdo con las ideas de Bonaparte se hayan atrevido a levantar el estandarte de la rebelión, y que, al mismo tiempo que protestan reconocen á nuestro legítimo y adorado monarca, niegan la obediencia á las autoridades que nos gobiernan en su nombre, seamos nosotros los primeros que a imitación de nuestros hermanos de la Península defendamos y conservemos los derechos del trono, y limpiemos el país de esos perturbadores del orden público que procuran derramar en él los horrores de la anarquía.

    El superior gobierno quiere que tengáis parte en esta empresa, y, usando de os grandes medios que están á su disposición, os invita a castigar y sujetar a los rebeldes con el ejército que ha salido ya de México y marcha para su exterminio. Yo estaré a vuestra cabeza y partiré con vosotros la fatiga y los trabajos: solo exijo de vosotros unión, confianza y hermandad. Contentos y gloriosos con haber restituido á nuestra patria la paz y el sosiego, volveremos á nuestros hogares á disfrutar el honor que sólo está reservado á los valientes y leales. – San Luis Potosí, 2 de octubre de 1810.- Félix Calleja.

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    • Re: Simplemente...de todo, un poco...

      kabrakan
      Forista Zafiro

      Hace 200 años . . . . .
      Napoleón era en México, al comenzar la insurrección, un nombre milagroso. Sonaba como un toque de clarín. Realistas e Insurgentes lo pronunciaban, con odio igual, con la misma cólera; lo invocaban para enardecer los ánimos, para amedrentar a los timoratos.

      Y lo que decía Calleja de los Insurgentes, estos lo afirmaban de los realistas. Estas fueron, según Fray Servando Teresa de Mier, las primeras palabras de Hidalgo, en la madrugada del 16 de septiembre:

      "......... No hay remedio; está visto que los europeos nos entregarán a los franceses; veis premiados a los que prendieron al Virrey y relevaron al Arzobispo porque nos defendía; el Corregidor, porque es criollo, está preso. ¡Adiós religión! Sereís Jacobinos; sereís impios; adiós Fernando Séptimo! Sereís de Napoleón.

      El emperador francés representaba dos papeles contradictorios: por un lado era la opresión, la tiranía, por el otro era la rebelión, la libertad. Unos y otros pretendían engañarse. Napoleón era solo una máscara de tragedia que ocultaba los rostros verdaderos. Napoleón era un ardid de los españoles contra los criollos; de estos contra aquellos. Napoleón era como un canto de reclamo para fascinar a la ignorancia. Queríase a todo trances, desviar y debilitar a todo trance un aborrecimiento real, transformándolo en otro de mero artificio y engaño.

      Y mientras la revolución crecía, con voracidad de llama estimulada por el viento, mientras se ponían en acción hombres de un vigor y de una voluntad prodigiosos, mientras las multitudes ciegas y famélicas se desbordaban como una inundación sobre campos labrados, sobre ciudades del Bajío, la literatura tomaba su parte en la agitación, los hombres de letras pugnaban por hacer triunfar sus ideas, revistiéndolas de los más coruscantes y ruidoso ropajes. Los realistas, mas poderosos, con mayores elementos, extendieron sus ardorosas prédicas por el reino entero. hicieron circular a millares de folletos escritos, ya con un estilo peinado y académico, para convencer a los cultos; ya en lenguaje burdo y popular para penetrar en la caótica conciencia de la masa. El nombre de estos pequeños opúsculos indicaba desde luego su caracter: "Centinela contra los seductores", "Cartas patrióticas de un padre a su hijo sobre la conducta que debe observar contra los seductores insurgentes", " El Militar Cristano", "La erudita contra los insurgentes, diálogo entre una currutaca y Don Felipe", etc.

      Llama la atención una pieza de oratoria sagrada que se apresuraron a publicar ampliamnte los realistas: el Sermón de la Reconquista de Guanajuato, pronunciado el 7 de diciembre de 1810, en la iglesia parroquila de esa ciudad, Fray Diego Miguel Bringas y Encinas, criollo natural de Sonora, apasionado enemigo de la insurreccción, severo, áspero, rectilineo, seco, leal y fiel como el que mas a la causa. . . . . .

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      • Re: Simplemente...de todo, un poco...


        kabrakan

        Forista Zafiro

        Re: Hace 200 años . . . . .
        ……….. Los revolucionarios carecían de recursos de propaganda literaria. Difícil debe haber sido al Cura Hidalgo imprimir y hacer circular su Manifiesto:
        “Me veo en la triste necesidad de satisfacer á las gentes sobre un punto en que nunca creí se me pudiese tildar, ni menos declarárseme sospechoso para mis compatriotas. Hablo de la cosa más interesante, mas sagrada, y para mi la mas amable: de la Religión Santa, de la fe sobrenatural que recibí en el bautismo.
        Os juro desde luego, amados conciudadanos míos, que jamás me he apartado, ni en un ápice de las creencias de la Santa Iglesia Católica; jamás he dudado de ninguna de sus verdades; siempre he estado íntimamente convencido de la infalibilidad de sus dogmas, y estoy pronto á derramar mi sangre en defensa de todos y cada uno de ellos.
        Testigos de esta protesta son los feligreses de Dolores y de San Felipe, á quienes continuamente explicaba las penas que sufren los condenados al infierno, y á quienes procuraba inspirar horror á los vicios y amor á la virtud, para que no quedaran envueltos en la desgraciada suerte de los que mueren en pecado. Testigos las gentes todas que me han tratado, los pueblos donde he vivido, y el Ejército todo que comando.
        ¿Pero para qué testigos sobre un hecho é imputación que ella misma manifiesta su falsedad? Se me acusa de que niego la existencia del Infierno, y un poco antes se me hace cargo de haber asentado que algún Pontífice de los canonizados por santo está en este lugar. ¿Cómo, pues, concordar que un Pontífice está en el Infierno negando la existencia de este?
        Se me imputa también el haber negado la autenticidad de los Sagrados Libros, y se me acusa de seguir los perversos dogmas de Lutero. Si Lutero deduce sus errores de los libros que cree inspirados por Dios ¿cómo el que niega esta inspiración sostendrá los suyos deducidos de los mismos libros que tiene por fabulosos? Del mismo modo son todas las acusaciones.
        ¿Os persuadiríais, americanos, que un Tribunal tan respetable, y cuyo instituto es el más santo, se dejase arrastrar del amor del paisanaje hasta prostituir su honor y su reputación? Estad ciertos, amados conciudadanos míos, que si no hubiese emprendido libertar nuestro Reino de los grandes males que le oprimían, y de los muchos mayores que le amenazaban y que por instantes iban a caer sobre él, jamás hubiera sido yo acusado de hereje.
        Todos mis delitos traen su origen del deseo de vuestra felicidad; si éste no me hubiese hecho tomar las armas, yo disfrutaría de una vida dulce, suave, tranquila, yo pasaría por verdadero Católico, como lo soy y me lisonjeo de serlo; jamás habría quien se atreviese á denígrame con la infame nota de la herejía.
        ¿Pero de qué medio se habían de valer los españoles europeos, en cuyas opresoras manos estaba nuestra suerte? La empresa era demasiado ardua: la nación que tanto tiempo estuvo aletargada, despierta repentinamente de su sueño á la dulce voz de la libertad; corren apresurados los pueblos, y toman las armas para sostenerla á toda costa.
        Los opresores no tienen armas, ni gentes, para obligarnos con la fuerza á seguir en la horrorosa esclavitud á que nos tenían condenados. ¿Pues qué recurso les quedaba? Valerse de toda especie de medios, por injustos, ilícitos y torpes que fuesen, con tal que condujeran á sostener su despotismo y la opresión de la América: abandonan hasta la última reliquia de honradez y hombría de bien, se prostituyen las autoridades más recomendables, fulminan excomuniones que nadie mejor que ellas saben no tienen fuerza alguna; procuran amedrentar á los incautos y aterrorizan á los ignorantes, para que, espantados con el nombre de anatema, teman donde no hay motivo de temer.
        ¿Quién creería amados conciudadanos, que llegase hasta este punto el descaro y atrevimiento de los gachupines? ¿Profanar las cosas más sagradas para asegurar su intolerable dominación? ¿Valerse de la misma Religión Santa para abatirla y destruirla? ¿Usar de excomuniones contra toda la mente de la Iglesia, fulminarlas sin que intervenga motivo de religión?
        Abrid los ojos, americanos, no os dejéis seducir de nuestros enemigos; ellos no son Católicos sino por política; su Dios es el dinero y las conminaciones sólo tienen por objeto la opresión. ¿Creéis acaso, que no puede ser verdadero católico el que no esté sujeto al déspota español? ¿De donde nos ha venido este nuevo dogma, este nuevo artículo de fe? Abrid los ojos, vuelvo á decir; meditad sobre vuestros verdaderos intereses; de este precioso momento depende la felicidad ó la infelicidad de vuestros hijos y de vuestra numerosa posteridad. Son ciertamente incalculables, amados conciudadanos míos, los males á que quedáis expuestos, si no aprovecháis este momento feliz que la Divina Providencia os ha puesto en las manos; no escuchéis las seductoras voces de nuestros enemigos, que bajo el velo de la religión y de la amistad os quieren hacer víctimas de su insaciable codicia.
        ¿Os persuadís, amados conciudadanos, que los gachupines, hombres desnaturalizados, que han roto los más estrechos vínculos de la sangre -¡se estremece la naturaleza!-, abandonando á sus padres, á sus hermanos, á sus mujeres y á sus propios hijos, sean capaces de tener afectos de humanidad á otra persona? ¿Podéis tener con ellos algún enlace superior á los que la misma naturaleza puso en las relaciones de su familia? ¿No los atropellan todo por sólo el interés de hacerse ricos en la América? Pues no creáis que unos hombres nutridos de estos sentimientos puedan mantener amistad sincera con nosotros; siempre que se les presente el vil interés, os sacrificarán con la misma frescura que han abandonado á sus propios padres.
        ¿Creéis que al atravesar inmensos mares exponerse al hambre, á la desnudez, á los peligros de la vida inseparables de la navegación, lo han emprendido por venir a hacernos felices? Os engañáis americanos. ¿Abrazarían ellos ese cúmulo de trabajos por hacer dichosos a unos hombres que no conocen? El móvil de todas esas fatigas no es sino su sórdida avaricia; ellos no han venido sino por despojarnos de nuestros bienes, por quitarnos nuestras tierras, por tenernos siempre avasallados bajo sus pies.
        Rompamos, americanos, estos lazos de ignominia con que nos han tenido ligados tanto tiempo; para conseguirlo, no necesitamos sino unirnos. Si nosotros no peleamos contra nosotros mismos, la guerra está concluida, y nuestros derechos á salvo. Unámonos, pues, todos los que hemos nacido en este dichoso suelo; veamos desde hoy como extranjeros y enemigos de nuestras prerrogativas á todos lo que no son americanos.
        Establezcamos un congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares de este reino, que, teniendo por objeto principal mantener nuestra Santa Religión, dicte leyes suaves, benéficas y acomodadas á las circunstancias de este pueblo; ellos entonces gobernarán con la dulzura de padres, nos tratarán como a sus hermanos, desterrarán la pobreza, moderando la devastación del reino y la extracción de su dinero, fomentarán las artes, se avisará la industria, haremos uso libre de las riquísimas producciones de nuestros feraces países, y á la vuelta de pocos años disfrutarán sus habitantes de todas las delicias que el Soberano Autor de la naturaleza ha derramado sobre este basto continente.
        Nota,- Entre las resmas de proclamas que nos han venido de la Península desde la irrupción en ella de los franceses, no se leerá una cuartilla de papel que contenga, ni aun indicada, excomunión de algún Prelado de aquellas partes contra los que abrazasen la causa de Pepe Botellas, sin que nadie dude que sus ejércitos y constitución venían a destruir el Cristianismo en España".
        Valladolid. Diciembre 15 de 1810.

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        • Re: Simplemente...de todo, un poco...

          kabrakan
          Forista Zafiro

          Re: Hace 200 años .
          . . . .
          El primer órgano que tuvo la Revolución fue, probablemente El Despertador Americano, que fundó en Guadalajara don Francisco Severo Maldonado, de Tepic, doctor en Teología y Cánones, talento penetrante y diáfano, dialéctico, elocuente y bizarro. El carácter perjudicaba mucho a Maldonado: era excesivamente extravagante y de una arrogancia y presunción inauditas. Era, tal vez, un degenerado superior.
          El Despertador Americano tuvo vida efímera: cinco números se publicaron solamente. En el inicial, el ilustrado hijo de Tepic da a la estampa la primera proclama verdaderamente literaria de la revolución. La dirige a todos los habitantes de América. Está escrita con gran verbosidad y ardimiento:
          “¡Nobles Americanos! ¡Virtuosos criollos, celebrados de cuantos os conocen a fondo por la dulzura de vuestro carácter moral y por vuestra religión acendrada! Despertad al ruido de las cadenas que arrastráis ha tres siglos; abrid los ojos a vuestros verdaderos intereses, no os acobarden los sacrificios y privaciones que forzosamente acarrea toda revolución en su principio; volad al campo del honor; cubríos de gloria bajo la conducta del nuevo Washigton que nos ha suscitado el cielo en su misericordia, de esa alma grande, llena de sabiduría y de bondad, que tiene encantados nuestros corazones con el admirable conjunto de sus virtudes populares y republicanas. Coronaos de nuevos laureles, acabando de destrozar al enemigo o forzándole á adoptar nuestros designios saludables y patrióticos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . “
          “Hermanos errantes! ¡Compatriotas seducidos! No fomentéis una irrupción de los españoles afrancesados en vuestra Patria, que la inundarían de todos los horrores del vandalismo y de la irreligión: los mismos europeos que entre nosotros habitan, por sus enlaces de todo género con los renegados, favorecen abiertamente esta irrupción y aspiran á ella con descaro manteniendo al reino indefenso. ¡Ciegos! Al resistir á nuestros hermanos libertadores, resistís a vuestro propio bien: os remacháis vosotros mismos la cadena de la servidumbre ……. “

          Dos meses después de editar El Despertador Americano, en mayo de 1811, el Doctor Maldonado se separó del Cura Hidalgo, pidió indulto, que le fue concedido, y comenzó a redactar un semanario, El Telégrafo de Guadalaxara, en defensa de la causa realista. El lenguaje que usó en esta publicación es de una virulencia inusitada. Su primer artículo titulado Discurso á los habitantes de América, comienza así.. . . . . . . .

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          • Re: Simplemente...de todo, un poco...

            ……“Americanos: Libres ya de las cadenas de la violencia que nos impuso el apóstata más rapaz y sanguinario que jamás se ha visto, puede nuestra pluma en lo sucesivo ser el órgano de la verdad é intérprete de la justicia agraviada; ya podemos hablaros en la efusión de nuestro corazón, y descubriros nuestros más íntimos y verdaderos sentimientos. En esta época venturosa, en que los ejércitos del Rey triunfan por todas partes, en que la insurrección declina con rapidez, convirtiéndose, como previnieron los sensatos, en unas meras cuadrillas de bandoleros, y en que podemos respirar de los horrores de ocho meses, es preciso aprovechar momentos tan preciosos, y levantar con fuerza la voz para desengañar á los pueblos miserablemente seducidos que corren precipitados á su ruina y la del reino entero. Ya hasta aquí hay materia de llanto para todo el siglo. ¿Qué corazón sensible, no digo á la voz del evangelio, sino á los gritos de la naturaleza, podrá recordar sin dolor lo acaecido en este periodo de tribulación? Tened la vista, si tenéis valor para hacerlo, sin experimentar las convulsiones del espanto mirad todos los países invadidos por los enemigos de nuestro sosiego. ¿Qué descubrís sino los recientes y deplorables estragos que han arrastrado consigo la anarquía, la confusión y el desorden, robos, saqueos, depredaciones, asesinatos, frutos aciagos y amargos de lo proscripción más atroz y más injusta que el rencor, la irreligión, la ignorancia y la barbarie fulminaron contra millares de inocentes, unidos con nosotros por medio de los lazos más estrechos de la religión, la naturaleza y la política?......”

            Hay, en todo el discurso, un tono vengativo y colérico, que deja sospechar alguna rencilla personal entre don Miguel Hidalgo y Costilla y don Francisco Severo Maldonado. ¿Cuál fue esta? ¿Qué viento de pasión hizo girar hacia rumbo contrario las del cura de Mascota? Hidalgo es insultado, denigrado, maldecido, por su voluble correligionario, quien le llama “infame y descarado sibarita, Sardanápalo sin honor y sin pudor, hidra abominable que el infierno ha abortado”

            Pero Maldonado, ya enemigo mortal del cura Hidalgo y sus huestes, también ataca a sus tropas en un discurso publicado el 1o. de julio de 1811:

            “ …. Si, indios ingratos é injustos; los españoles establecieron desde luego entre vosotros escuelas gratuitas de primeras letras, para que aprendieseis a leer y escribir. Ellos fundaron colegios en que os instruyeseis en todo género de conocimientos científicos. Ellos os comunicaron, entre otros, los de la Mineralogía, Docimástica, Química, Metalurgia, ciencias importantísimas cual otra alguna, sin cuyo auxilio permanecerían aún sepultados en el seno de la tierra, los inmensos tesoros que antes poseíais inútilmente y que la naturaleza depositó en vuestros opulentísimos cerros. Ellos hicieron florecer en vuestro suelo la Agricultura, la industria y el Comercio. Ellos se trajeron de la España los ganados caballar, vacuno, lanar y de cerda, absolutamente desconocidos en las Américas, y que os han servido de un socorro incomparable para vuestro alimento, vestido y penosas tareas de labranza. Ellos trajeron consigo y os participaron semillas apreciables, capaces de reemplazar la falta ó escasez de maíz, ensanchando increíblemente todos los ramos de cultivo, ceñido antes a la siembra y cosecha de este grano. A tamaños y tan apreciables bienes han puesto los españoles el sello, manteniéndoos por trescientos años en el regazo y dulzura de la más profunda paz.”

            Nota: Cuando la Independencia fue un hecho, el Doctor Maldonado reapareció como partidario de ella.

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            • Re: Simplemente...de todo, un poco...

              kabrakan
              Forista Zafiro

              : Hace 200 años . . . . .

              A principios del siglo XIX, la Nueva España era la porción más importante de los dominios que los reyes Españoles poseían en el continente Americano; la vasta superficie pudiera calcularse en cerca de doscientas mil leguas cuadradas. Una población que apenas ascendía a seis millones de habitantes ocupaba este inmenso territorio. Esta población se componía de varios elementos que es indispensable conocer para comprender mejor el relato histórico que nos conduzca a la época en que hubo de agitarse aquella al poderoso empuje de las ideas, aspiraciones e intereses encontrados.

              A. La raza indígena ocupa el primer lugar por su fuerza numérica, que no por su flaco valer y su condición humilde y pasiva. La conquista primero, y luego la dominación que la tuvo sujeta durante tres centurias, habíanla reducido a un estado de postración tal que la segregaba de las fuerzas activas de la Nación y fundaba el menosprecio en que eran tenida por los demás elementos constitutivos de la sociedad Mexicana. Sustraídos, pues, a titulo de menores incapaces de la masa de la población Mexicana, eliminados de la posesión de artes y oficios y tierras, reducidos a ganar mezquino jornal regando con el sudor de su frente las heredades de los blancos, excluidos de los empleos y cargos públicos; sin nociones ningunas de un estado mejor de vida; sin comercio y sin industria alguna, y sin contacto con los miembros de otras razas, los tres millones y seiscientos mil indios que en los primeros años del siglo XIX se contaban en la Nueva España; dañados mas que protegidos por los privilegios que al parecer les concedían las leyes, veían con recelo y desconfianza a las demás clases, odiaban a los europeos y calificaban de extranjeros a los descendientes directos de ellos.

              B. Cerca de millón y medio de individuos, procedentes de la mezcla de los españoles con la clase indígena (mestizos), y la de todos con los negros, formaban la gran porción de habitantes comprendida en el nombre genérico de Castas. Los mestizos eran los de mayor importancia numérica; eran los que se dedicaban al trabajo rudo de las minas, ejercían todos los oficios y artes mecánicas; era sorprendente su fácil comprensión para adquirir conocimientos, eran los criados de confianza en el campo y en las ciudades, proveían de soldados al ejército, eran los mas útiles en los trabajos y faenas del campo y en el comercio de transportes; formaban el pueblo bajo de las ciudades y mantenían en recelosa inquietud a la autoridad, siempre temerosa de un alzamiento de aquellas masas en cuyos individuos se mezclaban los defectos y cualidades de los vencedores y los vencidos. Por ley los mestizos y todas las demás Castas estaban privados de toda instrucción.

              C. La raza blanca, menor en número que cada una de las agrupaciones anteriores, era, sin embargo, la predominante en la Nueva España por su ilustración y riqueza, y por el influjo que exclusivo que ejercía, obteniendo sus miembros todos los empleos y disfrutando de los derechos civiles y políticos. Dividíanse en españoles o europeos, como comúnmente se les llamaba, y en sus descendientes nacidos en América a quienes se les dio el nombre de criollos, que ellos cambiaron luego con el de Americanos. Las leyes españolas concedían unos mismos derechos a todos los blancos, pero los encargados de ejecutarlas apuraban los medios de destruir una igualdad que ofendía el orgullo europeo y contrariaba los intereses de los hijos de España. Esta diferencia fue origen de una rivalidad sorda entre las dos clases de la raza blanca, rivalidad que había de estallar el fin tornándose en lucha terrible y encendida. Poco mas de un millón de individuos de la raza blanca había en la Nueva España a principios del siglo XIX y toda su administración se concentraba en los nacidos en España

              Tales eran los elementos de que se formaba la población de la nueva España poco antes de estallar la insurrección. Cada una de sus grandes agrupaciones separada de las demás; alguna de ellas, la mas poderosa, dividida y trabajada por una rivalidad que el tiempo, lejos de extinguir, avivaba mas y mas; todas recelosas entre si y todas, sin embargo, viviendo en aparente calma bajo un régimen vigoroso que fundaba su fuerza principal en el tiempo y la costumbre. Una organización social y política así constituida no podía permanecer el pie desde el momento en que vacilara el poder regulador de tantos y tan opuestos intereses.

              Unos años antes, en el siglo XVIII, los anglo-americanos habían ejercido su derecho de insurrección y obtenido su independencia. Prescindiendo de el peligro que desde entonces se alzó contra las colonias españolas al tener al lado una nación independiente y joven, rebosando vigor y henchida de elementos de prosperidad; prescindiendo de los temores que semejante vecindad debiera infundir al gobierno español, la sola aparición de un pueblo independiente en el suelo de América, y que había alcanzado su emancipación insurreccionándose contra su metrópoli, fue una amenaza constante para el dominio de los españoles en México, porque era para los hijos de este país ejemplo patente de lo que puede obtener la decisión secundada por el valor y la constancia.

              Atenta España a prevenirse contra este peligro, dispuso cortar toda comunicación entre su mas valiosa colonia y la nueva república. Y no solo se impidió las relaciones directas entre ellas y sus habitantes, sino que, en virtud de un sistema propio dela época y las estrechas miras de una política mezquina, se cuidó de guardar silencio sobre la existencia y rápidos progresos de los Americanos del Norte, y si alguna vez llegaba a interrumpirse este silencio, era precisamente para denigrar a la joven república, representándola como una sociedad domina por los vicios mas elementales de la moral y a la que no enfrenaba la religión con sus preceptos y poder moderador.

              Por último, los sucesos que ocurrieron en Españas en los primeros años del siglo XIX, al revelar la debilidad de la monarquía, apresuraron para las colonias de América su movimiento de insurrección. Aquel poder casi divino de los reyes que tantas generaciones habían reverenciado, considerándolo eterno, yacía por tierra, arrastrado bajo el peso de sus propios errores mas que a los golpes de un conquistador aleve y arrogante. Las convulsiones en que España se agitaba en aquellos momentos, conmovieron a sus vastas posesiones del Nuevo Mundo. Había sonado la hora de la libertad para todo el continente Americano.

              Es en verdad impresionante y muy ilustrativo de nuestra insurrección y guerra por la Independencia, lo que ocurría en la Nueva España hace 202 años, en 1808, por estas fechas…………

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              • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                kabrakan
                Forista Zafiro

                Hace 200 años . . . . .
                Desde los primeros días de 1803 gobernaba el virey don José de Iturrigaray la vasta y opulenta Nueva España cuyo gobierno y administración modelados por su protector en España don Manuel de Godoy, le atrajeron numerosos enemigos y no corto círculo de partidarios, según que favorecía las miras de unos u ofendía el orgullo o los intereses de los otros. Servidor fidelísimo de Godoy y entregado, lo mismo que los miembros de su familia, al acrecentamiento de su fortuna, el virey, especialmente en el cumplimiento de la ley de consolidación de capitales destinados a capellanías y obras pías, había herido sentimientos e intereses que condensaban sobre su cabeza recia tormenta, pronta a estallar en tiempo oportuno. En cambio, su aire marcial, su actividad, su energía y su constancia en llevar a cabo importantes obras materiales de utilidad pública, le hacían simpático a los ojos de los americanos y le aseguraban el respeto y cariño de los soldados.

                El ejército de la Colonia, considerablemente aumentado desde que en 1806 se temió que los ingleses quisieran desembarcar en las costas de la Nueva España, era atendido por el virey con especial cuidado. Previendo una invasión del enemigo por las playas del Golfo, formó un cantón de tropas en Jalapa, otro de menos importancia en la fortaleza de San Carlos de Perote, y mandó situar destacamentos en los puntos intermedios. El cantón de Jalapa a principios de 1808, se componía de más de quince mil hombres, tanto de tropas veteranas como de milicias; jamás se había visto en la Nueva España tan gran número de tropas concentradas en un solo punto como las brillantes y disciplinadas que ahí se reunieron. De esta reunión surgió naturalmente un espíritu militar que antes era desconocido en los soldados de la colonia; aquella gran masa de hombres armados, entre los que se hallaban muchos hijos del país, tuvo por vez primera la conciencia y el sentimiento de su fuerza; vino luego la comunicación de unos cuerpos con otros; la emulación, tan propia de los que al ejército de las armas se dedican, hizo sentir su influencia en ellos, excitándolos una noble rivalidad; formáronse amistades; suscitáronse también celos entre los oficiales españoles y los americanos, y se despertaron en algunos de estos últimos vehementes aspiraciones de independencia y emancipación completa del dominio español.

                En el mes de enero de 1808 se dirigió el activo Iturrigaray al cantón de Jalapa con el objeto de presenciar las maniobras de las tropas. Estas, divididas en veinte batallones de infantería, veinticuatro escuadrones de dragones y un tren de treinta y cuatro piezas de artillería, evolucionaron ante el virey en las llanuras del Encero. Nuevo motivo fue este brillante alarde de fuerza para afirmar en muchos concentradas aspiraciones de independencia, y llegó a decirse que era materia de conversación entre los mismos jefes de los cuerpos efectuarla y sostenerla valiéndose parta ello de aquel ejército imponente.

                Pero los ruidosos sucesos que acaecían al mismo tiempo en España, las riñas y desavenencias escandalosas en que andaba envuelta la familia real de España, y cuyas noticias iban a sorprender en breve a la colonia, estaban destinados a producir grandes y trascendentes turbaciones. El 8 de junio de 1808 se recibieron en México las noticias de los tumultos de Aranjuez de 18 y 19 de marzo, traídas a Veracruz por la barca Atrevida. Era aquel día domingo de Pascua de Espíritu Santo, y celebrábase por tal motivo la acostumbrada feria en San Agustín de las Cuevas (Tlalpam), población distante tres leguas de la capital. Allí se hallaba el virey con su familia, y en medio de las fiestas le fueron entregadas las gacetas de Madrid en que se refería todo lo ocurrido. La desazón que tales noticias causaron en el ánimo del funcionario no pasó desapercibida para los que en ese momento le rodeaban.

                Fácilmente se concibe, sin embargo, el disgusto del virey Iturrigaray al recibir las noticias; había desaparecido su protector Godoy, y era natural que se considerara comprendido en su desgracia y su caída. Había caído también el monarca y España estaba invadida por los franceses; Iturrigaray vaciló para solemnizar la exaltación del nuevo monarca Fernando, pero cediendo a las muestras de descontento que empezaban a dar los numerosos enemigos de Godoy, que eran casi todos los españoles residentes en México, mandó celebrar la exaltación del nuevo rey de España y de las Indias, pendiente tan solo de las comunicaciones oficiales que de un día para otro se esperaba recibir; pero en su lugar, llegaron a México el 14 de julio de 1808 las gacetas de Madrid con las humillantes renuncias de todos los miembros de la familia real, cediendo la corona a Napoleón, heredero de la revolución francesa y los principios que por espacio de veinte años fueron anatematizados por los sostenedores de la dominación española. Los españoles lamentaban la situación angustiosa de su patria y temían las consecuencias que tal estado de cosas pudiera suscitar. Los americanos, viendo dislocada la maquinaria del gobierno de su metrópoli y al virey presa de intensa agitación comprendieron que se aproximaba la hora de intentar la independencia y que debían apercibirse a la consecución de sus justísimos propósitos.

                El virey pasó ese mismo día (14 de julio de 1808) las gacetas en que aparecían las renuncias de la familia real, al Acuerdo, junta compuesta por los Oidores y alcaldes del crimen, el cual le invitó a asistir a la sesión del día siguiente, atenta la notoria gravedad del asunto……..

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                • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                  kabrakan
                  Forista Zafiro

                  : Hace 200 años .
                  . . . .
                  En la reunión del día siguiente (15 de julio de 1808), se acordó publicar la noticia de la renuncia de la familia real española, mantenerse a la expectativa y conservar la colonia en estado de defensa; los miembros del Acuerdo temían aventurarse, Iturrigaray tampoco se atrevía a seguir una línea fija, hombre de escasa inteligencia, ambicioso, apegado a las copiosas ganancias que su alto empleo le producían, no hallaba una línea de conducta en consonancia con la situación, ni los encontrados intereses a que estaba ligado le dejaban libre para alguna acción decisiva. Decidióse a contemporizar con todas las opiniones, seguro de poder manejarlas cuando afectaran a sus intereses.

                  Entre tanto agitábanse los ánimos en el Ayutamiento de México; corporación que tenía apariencia de autoridad popular y pretensiones de representar a la nueva España por ser la municipalidad de la ciudad capital; eran tales ideas la consecuencia del principio de soberanía popular y la falta de autoridades legítimas en la madre patria; para los partidarios de la independencia fue un excelente pretexto para ocultar sus verdaderas intenciones y colocar en las discusiones el recurso de recurrir al pueblo como fuente del poder y de la autoridad en caso extremo, aunque velando sus miras con una ordorosa defensa de las causas de la monarquía. Los licenciados Azcárate y Primo de Verdad, regidor el primero y síndico el segundo de la corporación municipal, eran en el seno de esta activos y valiosos agentes del partido que aspiraba a la independencia, pero que carecía aún de organización y de unidad y de una idea clara de lo que se pretendía hacer. Azcárate gozaba de grande amistad con el virey Iturrigaray y su familia y se encargó de persuadirlo de lo necesario que era conservar el reino de Fernando VII, creando al efecto un gobierno supremo provisional, a cuya cabeza debía colocarse el mismísimo virey.

                  No costó gran trabajo al regidor Azcárate convencer al indeciso virey. El medio que se le proponía, aparte de halagar su mucha vanidad, ofrecíale su permanencia en el virreinato con nuevos títulos, ya que los antiguos sobre que su autoridad había descansado, corrían riesgo inminente de perecer así como el poder conservar e incrementar su riqueza. Azcárate secundado eficazmente por el síndico don Francisco Primo de Verdad, hizo adoptar al ayuntamiento la representación que tenía de antemano preparada. La municipalidad de la capital, compuesta de cinco regidores perpetuos, que nombraban cada año dos alcaldes y cada dos seis regidores, incluso al síndico, se convirtió, pues, en el centro de los trabajos a favor del establecimiento de un gobierno supremo que, aunque con carácter de provisional e invocando el nombre de Fernando VII, acostumbrara al pueblo a gobernarse por si mismo y lo familiarizase con al idea de vivir separado de España. Los quince regidores perpetuos eran casi todos americanos, antiguos mayorazgos que heredaran estos empleos de sus padres, quienes los habían comprado para dar mas esplendor a sus familias.

                  Con gran pompa salieron de las Casas de cabildo los miembros del ayuntamiento la tarde del 19 de julio de 1808 y se dirigieron al palacio virreinal; después de poner en manos del virey la representación que tenían acordada, en la que expresaban los regidores el doloroso asombro con que los habitantes de la Nueva España y en particular de la ciudad, habían visto las renuncias de la familia real, fundaban la nulidad e insubsistencia de este diversas clases que lo componían, sobre todo en los tribunales superiores y en las corporaciones que llevaban la voz pública, debiendo el país regirse por las leyes establecidas.

                  Como consecuencia de este principio afirmaban los regidores que la Ciudad de México, con su calidad de cabeza y metrópoli de la Nueva España, mantendría los derechos de la casa de Borbón, pedían que el virey continuase ejerciendo sin entregar el mando a ninguna nación, ni aún a la misma España mientras esta no se hallase libre de la invasión francesa, ni ejercer este encargo en virtud de nuevo nombramiento que le diese el rey intruso. Y debiendo obligarse bajo juramento, en presencia del real Acuerdo, del ayuntamiento y de los tribunales a gobernar conforme a las leyes y a defender la integridad del territorio y los derechos del reino de Nueva España; juramento que también debían prestar las autoridades eclesiásticas, civiles y militares.

                  Hábil fue el proceder del Ayuntamiento, pues que por una parte había logrado hacer caer en el lazo al virey, lisonjeando su vanidad y halagando sus más ardientes aspiraciones, y por otra correspondía a la casi unánime decisión del fuerte partido español de no reconocer la dinastía que Napoleón acababa de implantar en España. Iturrigaray pasó desde luego la representación del Ayuntamiento al voto consultivo del Acuerdo. ……….

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                  • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                    kabrakan
                    Forista Zafiro


                    Hace 200 años .
                    . . . .

                    ……… La deliberación se efectuó el 20 de julio de 1808; los Oidores manifestaron claramente el disgusto que les causaba la duda de la corporación municipal sobre la subsistencia legal de las autoridades todas, su indicación para revalidarlas popularmente, y mas que todo, el derecho que se arrogaba de representar a todo el reino y declarar los deseos de sus habitantes. El Alcalde de Corte, don Jacobo Villaurrutia, fundador del Diario de México, renovó la pro posición del fiscal Robledo, esto es, que se llamase al infante don Pedro de Portugal, a la sazón en Brasil, para que con calidad de regente gobernase. La resolución del Acuerdo a la consulta del virey fue, pues, extrañar que la corporación municipal se arrogase la representación de todo el reino, reprobar la formación de un gobierno provisional, proponer al virey que diese las gracias al Ayuntamiento por el ardiente patriotismo y recomendarle que previniese a las corporaciones no tomar en lo sucesivo la voz por las demás autoridades del reino. El Acuerdo compuesto casi todo de españoles, se alzó desde ese momento en defensa de los intereses de la dominación española; no se les ocultó, ni a ellos ni a sus colegas, el alcance de la represión del Ayuntamiento; midieron el peligro que amenazaba a la dominación española y resolvieron combatir sin tregua ni descanso las aspiraciones, informes aun, pero ya vigorosas, del partido americano, que tal fue el nombre que se le dio desde ese entonces.

                    Los europeos comenzaron a sospechar que la representación del ayuntamiento ocultaba miras de independencia, y al ver que le virey, lejos de castigar a sus autores, la había admitido y enviado a consulta al real Acuerdo, le comprendieron en sus desconfianzas. Más y más crecían estos recelos por la actitud de los americanos, quienes apoyaban ardientemente las pretensiones del ayuntamiento y condenaban la resistencia del Acuerdo. Los primeros comunicaban a las provincias copias de las consultas de este cuerpo, y los últimos circulaban profusamente las de la representación de los regidores de México, extendiendo así la agitación de la capital a los demás lugares de la Nueva España.

                    La sociedad toda se hallaba hondamente conmovida, primero por las alarmantes noticias que en espacio de pocos días habían recibido de España, y luego por las que de la capital se comunicaban, formábanse grupos en las ciudades y en los pueblos, celebrábanse reuniones populares en las que nada se resolvía, pero que eran entonces una novedad; corrían los mas absurdos rumores; aparecían pasquines en las esquinas y el las casas de los alcaldes, expresando los diversos deseos de los partidos políticos y religiosos, pidiendo ya la independencia, ya a Iturrigaray por soberano, y algunos proclamando a Fernando VII, y en las juntas populares unos pronosticaban la ruina del virreinato y otros creían próxima la de la religión. Todos sentían esa conmoción misteriosa y profunda que precede a las grandes perturbaciones tanto en el orden moral como en las leyes del mundo físico; todos se movían impulsados por esa fuerza extraña y presentían el advenimiento de indefectibles y ruidosos acontecimiento.

                    Las corporaciones municipales de Veracruz y de Querétaro ofrecían entre tanto al virey enviar sus representantes a la junta que se convocase y manifestaban su voto de adhesión y fidelidad a los monarcas legítimos; La de Jalapa, desde el 20 de julio, adoptó importantes resoluciones que contribuyeron a aumentar los recelos que ya inspiraba la conducta incierta de Iturrigaray en los mismos españoles; en la sesión que celebró ese ayuntamiento aquel día, su procurador general, don Diego Leño, propietario de la hacienda donde había residido Iturrigaray a principios del año, propuso, y la corporación aprobó, el nombramiento de una comisión que manifestara al virey los sentimientos de que estaban animados los capitulares, “en armonía con los del pueblo y del ejército acantonado, y cuyos sentimientos era de fidelidad a la persona de Iturrigaray. Pero la exposición de que eran portadores, publicada en la Gaceta Oficial algunos días mas tarde, acrecentó la sospecha de los españoles y dio origen al rumor, que desde entonces tomo creces, de que Iturrigaray ambicionaba ceñirse la corona de Nueva España.

                    En medio de esta agitación intensa, súpose en México el 28 de julio de 1808, por noticias que trajo a Veracruz la barca Esperanza, la insurrección de España contra Napoleón. En vano se hubiera buscado en tales día orden y concierto en las operaciones y porte de los habitantes de la ciudad: masas inmensas en que fraternizaban las primeras con las ínfimas clases, se movían en todas direcciones gritando “¡viva Fernando VII”!, y “¡Muera Napoleón”!. Las campanas sonaban a discreción de la multitud, se quemaban cohetes, bombas y cámaras; se disparaba la artillería, todos se metían en las casas ajenas y se obligaba al virey a salir a los paseos y parajes públicos acompañado solamente de la multitud; a Fernando VII todos lo traían en el pecho o en el sombrero y se hallaba en todas las puertas y balcones. Por el contrario, con ciertos simulacros que se llamaban de Bonaparte o de Godoy, se cometieron las mas indecentes y soeces tropelías: aquí los quemaban, allá los azotaban: en una palabra hacen con estos maniquíes cuanto puede inspirar la barbarie y brutalidad de una plebe desenfrenada. También fue obra de estos días la creación de los “voluntarios de Fernando VII”, en que afiliaron los dependientes de casa españolas de comercio, que después fueron los principales instrumentos de la deposición y arresto del virey Iturrigaray.

                    Las noticias de la insurrección española modificaron sensiblemente la situación política y la actitud respectiva de los partidos políticos; los americanos (también llamados mexicanos), vieron trastornado en parte su plan, y los españoles, en cambio, tomaron aliento……………

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                    • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                      kabrakan

                      Hace 200 años . . . . .

                      Esta anarquía sirvió, sin embargo, a las miras de los mexicanos, desconcertados por lo pronto, y en ella fundaban los partidarios encubiertos de la independencia su pretensión de reunir a todas las autoridades del reino de Nueva España. Un nuevo escrito dirigido por el Ayuntamiento al virey fue enviado, ungiéndole a convocar una junta de notables que acordase la formación de un gobierno provisional que, a imitación de los de España, aunque por medios mas legales, ejerciese la soberanía en nombre de Fernando, y en idénticas razones apoyaba el Ayuntamiento dos sucesivas representaciones que elevó al virey los días 3 y 5 de agosto de 1808.

                      Pero la suspicacia de los españoles, muy natural en aquellas excepcionales circunstancias, avivada día tras día por la vacilante conducta de Iturrigaray, por su complacencia con los regidores de México y por sus ideas, con ninguna circunspección emitida en tertulias y reuniones, acabó por ver en el elevado funcionario un traidor a su patria y a su rey, un mandatario infiel, pronto a alzarse con el reino y a ceñir su frente con la corona de Nueva España.

                      La última representación del Ayuntamiento, fechada el 5 de agosto, decidió al virey a reunir la junta de las autoridades de la capital que en ella se pedía, consultó al Acuerdo y los oidores Aguirre y Bataller que eran los de mayor energía y más decisión para contrariar los intentos de los partidarios de la independencia, contestaron al virey que convenía suspender la reunión de la junta mientras no se les atribuyese de los cuerpos y personas que habían de ocurrir a ella, con que representación y voto y para que fines. A su vez Iturrigaray insistió de una manera resuelta en la convocación de la junta, la cual citó para el 9 de agosto, indicando al Acuerdo que allí podrían manifestar los miembros de de alto cuerpo todo lo que les pareciese. Todavía aprovecharon los oidores esta comunicación del virey para manifestarle una vez mas su inconformidad con lo que iba a efectuarse, ofreciendo sin embargo asistir, pero protestando no ser responsables de los males que pudiesen resultar y declarando que su autoridad dimanaba del soberano de España; insinuando por último la necesidad de respetar y obedecer la autoridad de la junta de Sevilla, o de cualquier otra que representase legítimamente al soberano.

                      Ruidosa y asaz desordenada fue la junta que se reunió el 9 de agosto de 1808; con excepción de los miembros de la Audiencia, los demás asistentes ignoraban las materias que iban a discutirse. Expuso brevemente el virey que el objeto de la junta era atender a la defensa del reino, en atención al estado crítico de España; después el regente de la Audiencia, don Pedro Catani, hizo notar que faltaba en el expediente la minuta de la comunicación en que el virey había manifestado a aquel alto cuerpo los puntos o materias que debían tratarse, y esta observación enojó grandemente al virey, quien excitó al síndico Verdad para que hablase. Así lo hizo este distinguido personaje, y dijo que las representaciones reiteradas del Ayuntamiento de la capital se fundaban en que había desaparecido el gobierno de la metrópoli, el pueblo, fuente y origen de la soberanía debía de reasumirla para depositarla en un gobierno provisional, mezclando luego este principio, derivado de la revolución y que alarmó a la gran mayoría del auditorio, con la vieja e intrincada legislación española, apoyó la idea de erigir un gobierno provisional en la ley Patria. Este gobierno provisional –añadía Verdad- proveerá a la subsistencia del virreinato y a su defensa contra extrañas agresiones, tanto más temibles cuanto más delicado y congojoso es el estado de la cosa pública.

                      El principio de soberanía popular que acababa de invocar el licenciado Verdad, principio avanzado que hasta ese momento jamás se había oído en la colonia, sobresaltó a muchos de los circunstantes y sobre todo a los oidores, que aparecían, desde hacía algunos días al frente de la causa de la metrópoli, y todos se apresuraron a impugnarlo. Fue el primer inquisidor decano don Bernardo de Prado y Obejero, quien sin exponer razón alguna se limitó a decir con arrogancia que la proposición de la soberanía popular era doctrina herética, y con tal calidad estaba proscrita y anatematizada por la Iglesia. A continuación el oidor Aguirre y Viana, encarándose con el síndico Verdad, preguntóle cual era el pueblo en que había recaído la soberanía, y habiéndole contestado este, ya desconcertado por el brusco ataque del inquisidor, que la autoridades constituidas, siguió demostrando que éstas no eran el pueblo, en el sentido que le daba el síndico del Ayuntamiento. Los tres fiscales de la Audiencia atacaron a su vez las pretensiones del Ayuntamiento: “ Las circunstancias, dijeron, en que se hallan muchas provincias de España, son muy diferentes alas que existen en América, a la Nueva España sepárala del invasor el anchuroso océano, posee un ejército disciplinado, fiel, respetable, listo para defender el territorio; las cajas del tesoro están henchidas de dinero para hacer frente a los gastos y necesidades que puedan ofrecerse. ¿A que hacer alteraciones peligrosas en el orden de cosas establecido?; si la colonia se arrogase el derecho de nombrar gobernadores y autoridades, usurparía la soberanía”.

                      Hubieron de lastimar al virey las discusiones y palbaras que allí se manifestaron, por lo que acabó diciendo: “ … estos señores, añadió designando a los miembros de la Audiencia y a los miembros del Acuerdo, andaban cariacontecidos, y para tratar de estos asuntos, se juramentaron de no decir nada, y solo después que han visto mejorar las cosas es cuando están valientes.”

                      Así terminó la junta, se agriaron los ánimos, se clasificaron los partidos que antes de mucho tiempo debían hacerse una guerra desastrosa y encarnizada, y echáronse los cimientos de la independencia de la colonia. Los Mexicanos se declararon desde entonces contra sus antiguos señores y entrevieron un estado social mas ventajoso a sus intereses independentistas. El Ayuntamiento de México patrocinó estas ideas, y sus miembros, con muy pocas excepciones, abrazaron la causa con decisión, especialmente el síndico Verdad y el regidor Azcárate, que aparecían ostensiblemente como jefes de este partido.

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                      • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                        kabrakan

                        Hace 200 años . . . . .

                        En la Gaceta de México se publicaron los resultados de la junta del 9 de agosto y fue enviada a todas las provincias; en ella las palabras postreras del virey eran: “ La serie futura de los sucesos que presenten los heroicos esfuerzos de la nación española, la suerte de ellos, o los intentos y maquinaciones del enemigo, exigirán sin duda otras tantas providencias y deliberaciones que se meditarán y ejecutarán con la mayor circunspección y dignidad, tocando a la mía VICE-REGIA instruirnos por ahora de los presentes, pues amo a un pueblo fiel y leal, a quien siempre he juzgado digno y acreedor, como lo ha visto, de comunicarle todas las notivias que por su calidad no merezcan reserva.”
                        En medio de estos sobresaltos y desconfianzas del partido europeo se celebró en la capital de la Nueva España, el 13 de agosto de 1808 la proclama y jura de Fernando VII. Las funciones fueron de una extraordinaria magnificencia; los vecinos se esmeraron en el adorno e iluminación de sus casas; el alférez real en turno del Ayuntamiento don Manuel Gamboa hizo la proclamación, y el virey tiró al pueblo monedas con la efigie del nuevo soberano y en la tarde del 2º. día capitaneó una lujosa cabalgata de apuestos jóvenes recorriendo las calles y paseos.

                        No terminaron con felicidad los festejos de la proclama y jura, pues en la noche del día 15, último de aquellas fiestas, hubo una acalorada pendencia entre algunos españoles dependientes del comercio y varios paisanos; la riña ocurrió en la calle de don Juan Manuel y desde los balcones de la casa No. 11 de la misma calle, dispararon dos tiros que hirieron mortalmente a dos hombres del pueblo. “Esta fue la primera sangre –dice Alamán- que se derramó en la lucha que se empeñaba, y en la que después corrió tan copiosamente.”

                        Mientras tanto en las ciudades del interior del reino, los intendentes Riaño y Flon, de Guanajuato el primero, y el segundo de puebla, al recibir el acta de la truculenta junta del 9 de agosto se negaron a publicarla y así lo manifestaron al virey, diciéndole que la opinión de esas provincias era la de que se estableciera estrecha relación con las juntas de España. El Ayuntamiento de Querétaro, compuesto en su mayor parte por europeos, eusó tomar partido exponiendo largamente los peligros que podía acarrear las determinación del virey. Y por último la audiencia de Guadalajara protestó contra la junta del 9 de agosto, la declaró nula y manifestó al virey en términos enérgicos las consecuencias que pudieran producir medidas y excitaciones de ese género. El partido europeo, como se ve, no solo en la capital sino también en las provincias, se aprestaba decidido a contrariar los proyectos de Iturrigaray, atribuyendo a este miras y tendencias mas avanzadas de las que abrigaba su limitada inteligencia y su carácter vacilante.

                        La Inquisición en su edicto del 27 de agosto, reforzó la actitud del poderoso partido español acaudillado por la Audiencia, pues declaraba herético y condenado por la Iglesia el principio de soberanía popular, invocado en las representaciones del Ayuntamiento y que en el seno de la junta había defendido el síndico Primo de Verdad. Los europeos hacían acopio de armas y municiones; aparecían diariamente pasquines en los que se insultaban ambos partidos; reinaba en la capital la desconfianza y el sobresalto; y cada vez se mostraban mas osados los partidarios de la Independencia.

                        Dos comisionados de la Junta de Sevilla, el capitán de fragata don Juan de Jabat y el coronel don Manuel de Jáuregui, hermano de la esposa del virey, llegaron a la sazón a México con la misión de que se jurase a Fernando VII, que se reconociese aquella junta, y que se le remitiesen prontamente auxilio pecuniario. Estos enviados, a su llegada a Veracruz, detuvieron la goleta que, pronta a zarpar, había ordenado en virey que se despachara a España con la noticia de la proclamación del nuevo soberano. Esta ocurrencia dio ocasión a la junta del 31 de agosto de 1808; abierta la sesión, el virey expuso los motivos de la venida de los comisionados; estas se reducían a revalidar a todos en sus empleos y a mandar que se les remitieses los caudales que hubiese disponibles aceptando a dicha junta como legal. El partido europeo ó español, propuso por conducto del oidor Aguirre y Viana que se obedeciese a la junta de Sevilla como soberana en los ramos de hacienda y guerra, remitiéndose a España todos los caudales disponibles. En vano el marqués de San Juan de Raya manifestó cuerdamente que la soberanía era por su naturaleza indivisible; en vano se recordó la resolución adoptada en la junta anterior de no reconocer junta alguna como suprema que no estuviese autorizada por Fernando VII y que la de Sevilla no podía presentar pruebas de esa autorización; don Jacobo Villaurrutia después de demostrar lo infundado de las pretensiones de la junta de Sevilla, propuso que el virey convocara a una asamblea de diputados de Nueva España, con el fin de que instalase un gobierno. La proposición de Villaurrutia fue acogida con ardor por casi todos los miembros del Ayuntamiento, pero la mayoría de la junta adoptó el voto del oidor Aguirre.

                        Este triunfo del partido europeo turbó grandemente al virey y debió advertirle cuan a menos había llegado su autoridad entre los miembros de la Audiencia y de los demás ardientes corifeos del poder español. Otra vez fue convocada la junta el 1º. De septiembre y en ella dio cuenta el virey de los pliegos que acababa de recibir, esta vez de la Junta de Asturias establecida en Oviedo, la cual también pretendía ser reconocida con calidad de soberana. Arrogante y altivo presentose en la asamblea el virey ……….

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                        • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                          kabrakan

                          Hace 200 años . . . . .

                          …….. y dio cuenta de los pliegos que acababa de recibir de la junta de Asturias, la cual también pretendía ser reconocida como soberana: “ Todo en España es juntas, y a ninguna debe obedecerse”. Tan innegable verdad hubo de ser reconocida por los fiscales que una horas antes sostuvieron con ardor el reconocimiento de la junta de Sevilla. El virey puso termino a toda discusión, y ordenando imperiosamente que cada uno escribiera el voto que hubiese emitido en esta y la anterior junta y acabó pronunciando amenazadoras palabras: “ Yo soy, señores, gobernador y capitán general del reino; cada una de vuestras señorías guarde su puesto, y no se extrañe si con alguno o algunos tomo providencias.” A parir de este momento los miembros del derrotado partido español, comenzaron trazar planes que dieran como resultado la caída estrepitosa del virey y uniose a ellos Javat .

                          Iturrigaray , entretanto, escribía a las juntas de Sevilla y de Oviedo, y después de pintar con bastante exactitud es estado político de la colonia les informaba que la resolución de las autoridades de México era suspender el reconocimiento e las juntas de Sevilla y Oviedo hasta que convenidas entre si y con el resto de los reinos y provincias de la península, principalmente con la de Castilla, a que por ley constitucional y fundamental está inseparablemente adicta esta colonia, podamos decidirnos sin riesgo de fomentar la desunión o llámese cisma que parece ha principiado en la antigua España. A este inconveniente gravísimo se agrega también el que ya ha empezado a experimentar una división de partidos, en que por diversos medios se proclama sorda pero peligrosamente la independencia y el gobierno republicano, tomado por ejemplo el vecino de los Anglo-americanos; hay también el enorme obstáculo de que habiéndose suscitado aquí desde el principio el uso de la soberanía del pueblo en calidad de actor conservador de S. M. entretanto se restituye a sus dominios.

                          El tribunal de la Inquisición quiso afirmar una vez mas la censura que ya había hecho el 27 de agosto del principio de la soberanía popular y reprodujo la prohibición de todos y cualquiera libros y papeles, y de cualquier doctrina que influyera o cooperase de cualquier modo a la independencia , ya sea renovando le herejía manifiesta de la soberanía del pueblo, ya sea adoptando parte de sus sistema. Así fue como la Inquisición, para apoyar el partido de la dominación española en México, no tuvo reparo en condenar como herejía manifiesta el mismo principio que se invocaba en aquellos momentos por los españoles mismos en su lucha heroica contra las invencibles huestes napoleónicas.

                          Resuelto el virey a reunir una junta general que representase a toda la Nueva España, para lo cual había expedido la convocatoria el 1º. de septiembre no acertaba a fijar la forma en que habían de elegirse los miembros que la compusieran, y decidióse al fin por consultar al Acuerdo. Pero el Acuerdo, sin tocar este punto contestó el 6 de septiembre oponiéndose a la convocatoria y reunión. Iturrigaray había previsto la oposición de los oidores, y con el objeto de tentar el grado de fuerza y prestigio que tenía su autoridad sobre ellos, les dirigió un oficio escrito de su puño y letra en el que les preguntaba si podría y sería conveniente que se retirase del mando. El Acuerdo se apresuró a contestarle que podía entregar el mando supremo al mariscal de campo don Pedro Garibay, que era el jefe de mayor graduación y antigüedad. Tal respuesta dio a conocer a Iturrigaray la verdadera disposición de los oidores y el deseo que alentaban, porque se separara de su elevado puesto, y en consecuencia se acabó por decidir por el partido que encabezaban los regidores del Ayuntamiento de México.

                          Preciso es resumir las pretensiones de los diversos partidos que a la sazón se agitaban con tan inusitado ardimiento.
                          - El Ayuntamiento de México, en cuyo seno germinaban los primeros planes de emancipación; apoyado por el virey para reafirmarse en su puesto, en donde el corregidor de Querétaro don Miguel Domínguez, disputaba al Ayuntamiento de México el derecho con que aquella corporación pretendía hacerse representante de Nueva España y pretendía que el Congreso se formase de los tres brazos, nobleza, clero y estado llano.
                          - El partido español. Fuerte por la riqueza y posición, penetrando los designios de los mexicanos y la tendencia del virey a favorecerlos, teniendo a su cabeza a los miembros de la Audiencia y las demás autoridades constituidas, españolas casi todas.

                          La fuerza de los españoles contrarrestó hasta entonces los proyectos de los que ya consideraba como enemigos; y cuando vio que el poder de estos aumentaba y que a la par de este crecía también su audacia, entró en el proyecto de deshacerse del virey y remover por este medio el principal y poderoso apoyo que por entonces contaba en naciente partido mexicano. Nuevos incidentes vinieron a precipitar la explosión de pasiones: El empleo de mariscal de campo conferido al comandante don García Dávila, que estaba a la cabeza de las tropas acantonadas en Xalapa; el de administrador de aduanas de México a don José María Lazo y la concesión de una fuerte suma al consulado de Veracruz para continuar la construcción del camino carretero entre aquel puerto y la capital, fueron motivos suficientes para que los enemigos del virey propalasen en su contra los cargos mas graves, pues de allí se servían para citar como ejemplares del poder absoluto que empezaba a ejercer el odiado funcionario y la idea de que trataba de gobernar sin dependencia de la corte de España; que el virey tenía ya apercibidas las teas para quemar el venerable santuario de la Virgen de Guadalupe

                          Más de acrecentó la alarma del partido español al saberse que el virey había ordenado a su íntimo amigo, el coronel don Ignacio Obregón, que se trasladase con su regimiento de dragones desde Aguascalientes a México, y que le cuerpo de infantería de Celaya lo separaba del acantonamiento en Xalapa para concentrarlo también en la ciudad capital. Entonces comprendió el partido español que era preciso adelantarse a la llegada de esas tropas, asestando el golpe que de antemano ya tenía preparado, y quitando de enmedio al que consideraban como el principal apoyo de los que intentaban proclamar la independencia de la colonia. Aguirre y el comisionado de la junta de Sevilla Jabat, estaban persuadidos y decididos, al igual que los ricos comerciantes de la ciudad, pero faltaba el hombre que condujese el movimiento con la energía y valor indispensables. Este hombre no tardó en ser hallado y fue don Gabriel J. de Yermo, vizcaíno acaudalado, de edad madura, propietario de extensos y valioso ingenios en el Valle de Cuernavaca, y que era tenido en grande estima entre sus compatriotas y los comerciantes de la capital por si vida laboriosa, su espíritu de empresa, y su notable acción de dar libertad a algunos centenares de esclavos que tenía en sus haciendas para celebrar dignamente el nacimiento de su hijo mayor.

                          Resuelto el golpe, tomáronse todas las disposiciones que el caso demandaba. El día señalado para asaltar el palacio y apoderarse de la persona del virey, fue el 14 de septiembre de 1808, pues se sabía que el 17 debía entrar el la capital el primer batallón del regimiento de Celaya. Avisos misteriosos recibió Iturrigaray en esos días, pero no les dio entero crédito y solo adoptó algunas medidas ineficaces de seguridad. El plan de la conspiración consistía en ganar a los oficiales de seguridad de la guardia de palacio; una vez dueños de la entrada, se prometían reducir fácilmente a un destacamento de artilleros y un piquete de caballería, alojados en el interior del vasto edificio, y luego apoderarse del virey y de los miembros de su familia.......

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                          • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                            kabrakan

                            Hace 200 años . . .
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                            Aplazóse, sin embargo, al asalto al palacio para la noche del 15 de septiembre, pues el capitán don Juan Gallo, jefe de la guardia que cubrió la puerta el día 14 rehusó dar entrada a los conspiradores, aunque prometió guardar secreto bajo la fe de caballero. Más accesible fue el que le sucedió, don Santiago García, quien dio oídos a los conjurados y al teniente don Rafael Ondraeta, por quien se dejó persuadir de que en aquellos momentos debía posponer su fidelidad al virey. Yermo dedicó la mayor parte del día 15 a los preparativos del asalto y señaló para ello una hora avanzada de la noche en que los habitantes de la capital se hallasen sepultados en el sueño, y designó por punto de reunión los portales de Mercaderes y de las Flores, sitios próximos al palacio virreinal.

                            A la hora fijada, once y media de la noche, trescientos dependientes del comercio, poco más o menos, y que fueron llegando a los portales por distintas direcciones, formaron numerosos grupos y esperaron en silencio al jefe que debía encabezarlos. Yermo no se hizo aguardar mucho tiempo, y después de dejar encomendada su familia al eclesiástico don José Saturnino Diez de Sollano, salió de su casa habitación, situada en la esquina de las calles de Cordobanes y Santo Domingo y se reunió con los demás conspiradores a las 12 de la noche. El grupo entero se dirigió entonces a la puerta principal del palacio; ya iba a entrar, pues los centinelas, en cumplimiento de las órdenes que habían recibido de su jefe, no opusieron resistencia, cuando varios tiros disparados de la cárcel de corte situada entonces en el extremo norte de la fachada del edificio, detuvieron por un momento a los asaltantes. Era que la guardia de ese departamento del palacio, y de la que no se habían cuidado estos, hacía fuego sobre aquel grupo numeroso y sombrío que se apiñaba sobre la puerta principal.

                            Ningún mal hicieron esos disparos, y uno de los conspiradores marchó rápidamente sobre el centinela de la guardia de la cárcel, llamado Miguel Garrido, y descargando sobre él sus armas, le dejó muerto en el sitio. Libres ya de este peligro, y abierta la puerta principal, los conjurados se precipitaron como un torrente ocupando patios y escaleras y dominando fácilmente a los piquetes de caballería y artillería. Yermo se situó en la sala llamada de Alabarderos, y desde allí daba sus órdenes; un grupo numeroso conducido por don José Antonio Salaberría teniente del escuadrón urbano de México, y por un relojero llamado Roblejo Lozano, se dirigió al cuarto del virey, quien se levantó de su lecho sobresaltado y preguntando quien era el jefe de aquel movimiento; no hizo resistencia alguna y entregó las llaves que guardaban sus papeles al conjurado Lozano. Acto continuo, se le llevó en un coche con dos de sus hijos al edificio de la Inquisición, encerrándolos en la habitación del inquisidor Prado y Ovejero, en tanto que la vireina y dos de sus hijos, los mas pequeños eran conducidos al convento de San Bernardo, no sin sufrir la primera algunos insultos por parte de sus aprehensores.

                            Y así se consumó el primer golpe de estado de la época moderna en el continente Americano.

                            Apenas el virey y su familia estuvieron en poder de los conjurados, Aguirre y Bataller procuraron reunir en la sala del Acuerdo a los demás oidores, al arzobispo de México y a otras autoridades respetables, quienes declararon a Iturrigaray separado del mando, y convinieron en virtud de una real orden expedida en octubre de 1806, entregar el mando supremo con carácter de virey, al mariscal de campo don Pedro Garibay, un anciano septuagenario que había hecho su carrera militar en la colonia, de escasa inteligencia y medroso carácter. De tal forma se organizó todo, que al amanecer del día 16 de septiembre de 1808, los habitantes de la capital supieron con asombro que algunas horas antes, una revolución había derribado a Iturrigaray y elevado al decrépito don Pedro Garibay. Pero mayor fue el asombro cuando leyeron la proclama de la Audiencia: “Habitantes e México de todas las clases y condiciones …… "El pueblo se ha apoderado de la persona del Exmo. sr. virey : ha pedido imperiosamente su separación por razones de utilidad y conveniencia general …….."
                            kabrakan
                            Hace 200 años . . . . .

                            El nuevo gobierno de la Nueva España, salido del motín mas escandaloso que hubiera presenciado hasta entonces la capital de la colonia, dio principio a sus funciones ejerciendo actos de extraordinario rigor contra los que venían figurando al frente del partido que alentaba el propósito de romper las cadenas de Nueva España. Los voluntarios de Fernando VII se hicieron dueños del palacio y sacaron a la plaza los cañones que hallaron dentro de aquel vastísimo palacio; con arrogante ademán custodiaban las puertas y hacían retirar con imperiosos modos a los curiosos que a ellas se agrupaban. En la misma noche del asalto al palacio, también fueron aprehendidos los licenciados Cristo, Verdad, el fraile mercenario Talamantes y algunos otros personajes que habían sostenido con más empeño la creación de un gobierno provisional.

                            El padre Talamantes era natural del Perú, y hacía algún tiempo se encontraba en la Nueva España con el objeto de viajar a la metrópoli por disturbios en su provincia. Durante su permanencia en México trabó estrecha amistad con los hombres mas distinguidos del naciente partido de la Independencia. Era Talamantes de vasta instrucción y de carácter valiente y generosos arranques. Iturrigaray lo comisionó para fijar los límites e la provincia de Texas y para establecer un plan para la defensa del reino. Puesto en contacto con los propugnadores de la creación de un gobierno propio, escribió algunos apuntes sobre el modo de convocar el congreso eneral del reino, y objetos de que esta había de tratar. De estos escritos hizo circular copias con profusión entre los Ayuntamientos del reino, contribuyendo así de forma poderosa a difundir ideas y principios que preparaban los ánimos a desear un cambio radical en el modo de ser político y social en la colonia; debido a la difusión y propagación de ideas e ideales libertarios, fue preso primeramente en la cárcel secreta de la Inquisición y conducido luego a las playas mortíferas del Golfo; murió en el mes de abril de 1809, en la mayor miseria y triste desamparo, en la fortaleza de San Juan de Ulúa.

                            No menos lúgubre fue la muerte del Licenciado Verdad. Llevado a las prisiones del Arzobispado se le halló muerto a los pocos días, el 4 de octubre, dentro del encierro en que se le había metido. La opinión no dejó de atribuir al veneno esta muerte rápida y misteriosa, sin que los mas ardientes defensores de la dominación española hayan podido hasta hoy día, desvanecer satisfactoriamente los cargos que de este crimen inútil se han dirigido a los hombres del gobierno de esa época. El licenciado don José Antonio Cristo y Azcárate , que en unión de Verdad tanto se habían distinguido en los trabajos del Ayuntamiento de México, fueron presos y llevados al convento de Betlemitas, adonde permanecieron hasta los últimos días de 1811 en que fueron puestos en libertad.

                            Curioso resulta el siguiente hechos: el depuesto Virey Iturrigaray fue remitido hacia Veracruz para ser embarcado junto con su familia, con rumbo a España, por lo que dejó nombrado apoderado al marqués de San Juan de Rayas, cargo rehusado por muchos, temerosos del partido triunfante, pues que antes de la salida de Iruttigaray se había comisionado al oidor Bataller para instruirle proceso, y prevínose, en aviso publicado en la Gaceta, que todos aquellos que tuviesen bienes del exvirey, los presentasen al gobierno por haberlo mandado así el real Acuerdo, presidido por el nuevo supremo mandatario y a petición del pueblo.

                            Así las cosas, el nuevo Virey fue reconocido sin contradicción por todas las autoridades de la Nueva España; el poderoso elemento militar no vaciló en adherirse al nuevo orden de cosas, ofreciéndole desde luego su apoyo. El coronel don Félix María Calleja, fue de los primeros en unirse al gobierno del virey Garibay, en fin, todos aquellos militares que habían recibido grandes distinciones de Iturrigaray, no vacilaron en unirse y apoyar al nuevo gobierno, contándose entre ellos el subteniente del regimiento provincial de Valladolid don Agustín de Iturbide.

                            Los miembros del partido triunfante, los Voluntarios de Fernando VII, cometió tales excesos en la embriaguez del triunfo, a tal grado, que uno de los primeros actos de Garibay fue llamar a México algunos cuerpos de los acantonamientos para contener a los voluntarios y acabó por disolverlos. En cambio, los que componían el partido que hemos llamado Mexicano, se dispersaron en los primeros momentos del desastre, metiéndose cada uno en su casa; pero a poco volvieron a anudar sus relaciones, y entonces la irritación por los ultrajes recibidos produjo su efecto natural: comenzaron a germinar en los vencidos el sentimiento de furor y venganza de que estaban ajenos unos mese atrás. Ya no se trató de una revolución ordenada ni de desear la independencia solo por los bienes que derivan de esta noble y buena conquista de los pueblos; pensóse en generalizar los sentimientos de odio y amargura y de convertirlos en una pasión popular que borrase hasta los vestigios de esa veneración habitual que los hombres tributan voluntariamente a los que mucho tiempo los dominan y oprimen……….

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                            • Re: Simplemente...de todo, un poco...


                              kabrakan
                              Hace 200 años . . . . .

                              Corre ya el año de 1809. A los hijos del suelo Mexicano se les procuró inspirar el deseo de arrancar a los españoles el poder que entre sus manos de hallaba. Nada se omitió para inflamar contra ellos el odio popular; sin prensa y sin tribuna, sin reuniones permitidas por la ley acudióse al anonimato, y los pasquines que se fijaban todas las noches en las esquinas y aparecían al día siguiente a los ojos del público, destilaban la hiel rencorosa de los vencidos y su aversión a los dominadores. Las gentes del pueblo eran emisarios misteriosos y activos que vendían en posadas y mercados libelos manuscritos contra el nuevo gobierno de los españoles; llegó a tanto este desbordamiento de enconadas pasiones, que el nuevo gobierno multiplicó para contenerlo, bandos rigurosos y providencias severísimas, ofreciéndose grandes recompensas a los que denunciaran a los autores de los pasquines y libelos.

                              Los desastres sufrido por las tropas españolas a fines de 1808 y principios de 1809 fueron anunciados a la colonia en una proclama del virey fechada el 20 de abril de 1809 terminando por excitar el patriotismo español para acudir en auxilio de la madre patria. Pero el virey amenazaba también en ese documento a los “ malvados que esparcían anónimos y papeles incendiarios, y que en la obscuridad y envueltos en las tinieblas trabajaban en seducir a los súbditos leales, siendo agentes indirectos del tirano.” Estos a quienes aludía la proclama de Garibay no eran otros que los partidarios de la Independencia, cuyo número había aumentado sobremanera; aplaudían los triunfos de los franceses, no por simpatía a la causa de Napoleón, sino porque juzgaban favorable a sus planes y aspiraciones todo lo que debilitase a la metrópoli.

                              Cumpliendo con sus amenazas fulminadas en su proclama de 20 de abril, el virey estableció en junio una Junta Consultiva formada de 3 oidores, que entendiese de todas las causas de “infidencia”. Numerosos arrestos y destierros a España se efectuaron apenas instalado este tribunal especial. Entre las víctimas de esta época se debe mencionar al fraile Franciscano Sugastí, don José Luis Alconedo, platero , a quién se le imputó que labraba la corona que había de ceñir en la frente Iturrigaray, el escribano Peimbert, Acuña y Castillejos, y muchos mas, convencidos de ser ellos los autores de papeles o maquinaciones sediciosas.

                              A pesar de la docilidad y sumisión de Garibay a las influencias del partido español, los miembros de esta poderosa agrupación no tardaron mucho en conocer la incapacidad del hombre que habían elevado al virreinato. Escribieron carta tras carta a la Junta Central pidiendo que esta nombrase un hombre enérgico y resuelto y de dotes proporcionadas a lo difícil de las circunstancias. La orden de sustitución llegó en julio de 1809, y el 19 del mismo mes le dio cumplimiento Garibay, entregando el mando a Francisco Javier de Lizana y Beaumont, hombre virtuoso y honrado, de apacible carácter y sentimientos generosos; sacerdote que se había distinguido en España en el ejercicio de varios obispados. Impelido por sus íntimos consejeros Alfaro y Bodega y testigo de los excesos cometidos por el partido español durante el gobierno del inepto Garibay, se alejó de ese partido y de los oidores. No es de extrañar , a pesar de la política conciliadora de que siempre dio muestras el azobispo-virey, la zozobra en que se hallaban los hombres del gobierno temiendo alzamientos y asonadas que llevasen al terreno de los hechos el ardimiento de las opiniones políticas.

                              Una orden de autoridad militar fechada el 3 de noviembre de 1809 prevenía aumentar la guardia del vivac con diez hombres, patrullar los portales de la Plaza Mayor, aprehender a todo individuo que llevase armas consigo, reconocer a todas las personas que transitasen las calles después de las once de la noche, disolver los grupos que formases 6 o mas individuos y que las guardias del Arzobispo y de la Casa de Moneda no abrieran las puertas principales de sus puestos respectivos aun cuando oyesen durante la noche tiros de fusil o de cañón.

                              Las desavenencias entre el arzobispo virey y los miembros del partido español, entretanto, lejos de calmarse, se ahondaban mas y mas. El virey sospechaba que aquellos tramaban una conjuración para hacer de él lo que con tanta osadía como fortuna hicieron de Iturrigaray. Los miembros del partido español determinaron enviar una comisión a la península en la cual informaban todo lo ocurrido firmado por casi todos los que asaltaron el Palacio en la causa de Iturrigaray. No obstante la prudencia con que se decidió y dispuso el viaje del comisionado don Martín Berezaluce, llegó a oídos del virey, y persuadido de que la verdadera misión del comisionado era la de trabajar para que se le quitase del gobierno, ordenó que se le prendiese y se le despojara de los papeles que se le hallase, también fue preso el escribano Ponce, en cuyo oficio se extendió el poder.
                              Entra tanto que la desunión se envenenaba más y más entre los decididos sostenedores de la dominación española y el representante de la regia autoridad, el partido contrario tramaba una conspiración en Valladolid, capital de la provincia de Michoacán…….

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                              • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                                …… Con motivo de la disolución del acantonamiento en Jalapa, habían vuelto a Valladolid dos regimientos provinciales, uno de infantería y otro de caballería, formados en el mismo Michoacán. Era capitán del primero don José María Obeso, y este y algunos de sus compañeros, oficiales de ambos regimientos hablaban con frecuencia de los asuntos políticos, materia preferente en las conversaciones desde hacía un año. Llegó a la sazón a Valladolid en septiembre de 1809, el teniente del regimiento de la Corona don José Mariano Michelena, natural de aquella ciudad, y que llevaba la misión de enganchar gente para el cuerpo á que pertenecía; y no tardó en unirse estrechamente con sus compañeros García Obeso y los otros oficiales amigos de este; pero más impetuoso y resuelto que ellos formó un plan de conspiración, tomando en ella participio, además de los nombrados ya, el licenciado don Manuel Ruiz de Chávez, cura de Huango; fray Vicente de Santa María, religioso franciscano; el comandante don Mariano Quevedo, el licenciado don José Nicolás Michelena, hermano del militar del mismo nombre, y el licenciado Soto Saldaña.

                                ¿Cuáles fueron los trabajos que emprendieron y el fin que se proponían alcanzar estos conspiradores? El mismo Michelena, alma de la conjuración, los ha consignado en un relato que escribió algunos años después:

                                “Estas personas, las que arriba se han citado, y yo nos fijamos en la conveniencia de excitar a nuestros relacionados, que eran de confianza, para que nos reuniéramos y acordáramos lo conveniente á nuestro objeto y seguridad, y que se les propusiera uniformar la opinión en estos dos puntos: 1º. Que sucumbiendo España, podríamos nosotros resistir conservando este país para Fernando VII; que si por este motivo quisiesen perseguirnos, debíamos sostenernos, y que para acordar los medios mandasen sus comisionados.

                                En consecuencia , mandamos a diversos puntos al licenciado don José María Izazaga, á don Francisco Chávez, á don Rafael Solchaga, y á mi dependiente don Lorenzo Carrillo. Yo fui a Pátzcuaro y luego a Querétaro para hablar con Allende, mi antiguo amigo, al que cité para aquel punto; como resultado de estas diligencias vinieron don Luis Correa, comisionado por Zitácuaro, y don José María Abarca, capitán de las milicias de Uruapan, por Pátzcuaro, y aunque Abasolo fue comisionado por San Miguel, no vino, pero escribió que él y Allende estaban corrientes de todo, que vendría después uno de ellos y que estaban ya seguros del buen éxito en su territorio…

                                Continuábamos nuestras reuniones y trabajos hasta mediados de diciembre, en que vinieron nuestros comisionados Correa y Abarca con más circunspección de la que podía esperarse de nuestra inexperiencia, pero no tanta que los españoles no se apercibieran de ello. “”Un criollo, que aunque nos trataba continuamente entonces, con justicia nos era sospechoso, y después sirvió decisivamente á la Independencia, nos hizo gran daño”” (este criollo fue don Agustín de Iturbide, teniente entonces del regimiento provincial de Valladolid, quien recibió del virey una carta particular dándole las gracias por la parte activa que tomó en la represión de los conjurados de Valladolid); y el padre Santa María, que era muy exaltado, picándolo los europeos se explicó fuertemente sobre la Independencia; de todo lo cual, por las sospechas que había contra nosotros y por lo que decía nuestro citado “paisano”, se dio parte al gobierno, el que mandó reducir á prisión á Santa María y que se formasen averiguaciones contra nosotros.

                                Nuestra conducta durante la causa fue muy buena, de modo que solo se pudo probar que excitamos la opinión y que queríamos poner los medios para que sucumbiendo España, este país no siguiese la misma suerte; lo cual, manejado por mi primo el doctor Labarrieta y otros amigos hábiles, le dio un aspecto tal, que, aunque bien se apercibían los resultados, no podía en aquellas circunstancias llamársenos criminales, por lo cual el arzobispo virey Lizana mandó en enero de 1810 cortar la causa, disponiendo que García Obeso pasase a San Luis, mi hermano a México y yo a Jalapa. Los demás compañeros quedaron en libertad y continuaron en sus trabajos, ya con mayor experiencia, hasta que fueron denunciados en Querétaro, donde estuvo a punto de ser víctima el benemérito corregidor don Miguel Domínguez, y habiéndose tenido la noticia en San Miguel, Hidalgo, Allende y sus compañeros se pusieron en defensa y comenzaron la guerra con el regimiento de que era capitán el segundo, y como todo estaba muy preparado, se reunió desde luego cuanto tocaron.

                                De nuestra relaciones de entonces, casi todos murieron en la empresa; solo vimos la Independencia don Antonio Cumplido, don Antonio Castro, don José María Izazaga, don José María Abarca, don Lorenzo Castillo, y yo y no se si alguno otro mas. Han muerto después Abarca y castillo.”

                                Hasta aquí el escrito y visión de el teniente José Mariano Michelena cabeza y alma de la Conspiración de Valladolid en 1809.

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