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Simplemente...de todo, un poco...

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  • Re: Simplemente...de todo, un poco...

    Disuelto el ejército del Centro, so pretexto de que ya no había enemigos temibles que combatir, pero en verdad porque el virey Venegas veía en cada uno de los oficiales y soldados que lo formaban un ciego adepto de Calleja, y retirado este del mando activo de aquellos batallones y escuadrones que tantas veces le siguieron por el camino del triunfo, pudieron creer por un momento los mas entusiastas partidarios del dominio español que la revolución de Independencia tocaba a su término.

    Cuan lejano se hallaba aun el fin de tan porfiada contienda lo indicaban las numerosas partidas que recorrían en son de guerra la vasta superficie del virreinato, y la exaltación de los ánimos que la noticia de la heroica defensa de Cuautla hizo llegar a su colmo. En efecto, la fama del héroe de aquel sitio se elevó entonces hasta las estrellas, y un entusiasmo general ocupaba los espiritus de los criollos. En México mismo, asiento del virey, se cantaban los elogios del campeón nacional, y su nombre era ya una señal de triunfo para los mexicanos. Pero antes de seguir a Morelos en su nueva serie de victorias, debemos condensar, con la posible brevedad, las ocurrencias militares que se efectuaban en diversos rumbos de Nueva España.

    En la misma zona del Sur, que a fines de diciembre del año anterior (1811) hubiera considerádose sometida a las armas de los Independientes, se luchó con valor y constancia en los meses de marzo y abril de 1812. La dominación española tenía en esa vasta comarca ardientes sostenedores en todos los europeos, dueños de opulentas haciendas de caña; estos ejercían natural y poderosa influencia sobre parte considerable de los habitantes, quienes de grado o por fuerza secundaban la diligencia de sus amos y patrones para combatir la revolución, y de esta suerte, los jefes realistas hallaban siempre en esa zona elementos y auxilios de todo género para sostener una activa campaña. El teniente coronel Paris, que tuvo tan escasa fortuna en sus empresas contra Morelos al empezar el año de 1811, en su calidad de comandante de la quinta división de milicias del Sur sostenía la causa realista con actividad y energía. Recobró la plaza de Tlapa, favoreció la contrarrevolución llevada a cabo por los realistas de Chilapa, poniendo al frente de esta villa a los capitanes españoles Cerro y Añorve, y luego, sabedor de la salida de Morelos de Cuautla y creyendo que se dirigía a la costa, se situó con una fuerte sección en el pueblo de Ayutla, resuelto a cortarle el paso y a procurar su completo exterminio.

    Quiso secundar Venegas este movimiento de reacción, y al efecto dirigió a los habitantes de los pueblos del Sur una proclama que se publicó en la capital el 11 de mayo de 1812. Pretendía demostrarles en ella que Morelos los arrastraba a una sima de perdición; pintábale con los colores mas odiosos, y recurriendo a la impostura afirmaba que el campeón de la Independencia había dejado perecer de hambre, dentro de Cuautla, a mas de ocho mil personas, y sacrificado tres mil en su salida, al tiempo que el indulto del rey hubiera salvado a todos. Decíales que imitasen el ejemplo de los habitantes de Chilapa, Chilpancingo, Taxco y otras poblaciones que acababan de auxiliar eficazmente a los jefes realistas Regules y Paris, y terminaba ofreciendo cuantiosa recompensa al que entregando a Morelos, “liberase al mundo de uno de los mayores monstruos que habían aparecido.”

    Entretanto Lopez Rayón, al frente de algunas tropas que pudo reunir a costa de inmensos esfuerzos y dejando en Sultepec a sus colegas de la Junta Suprema Liceaga y Verduzco, avanzó hasta las cercanías de Toluca obligando a Porlier y sus seiscientos soldados a encerrarse en esa ciudad. El jefe Independiente situó su cuartel general en la hacienda de la Huerta, y el 18 de abril de 1812 atacó con ímpetu las posiciones a.t.r.i.n.ch.e.r.a.das de Porlier reduciéndole, después de varias horas de combate, al cementerio e iglesia de San Francisco, lugar fuerte, casi inexpugnable, de antemano preparado a sostener vigorosa defensa, y que López Rayón no podía allanar careciendo de artillería de batir y del parque necesario para continuar la acción. Hubo de retirarse al fin, ya al morir el dia, aunque cuidando de prevenir una salida del enemigo que inquietase su movimiento retrógrado. No se engañó, porque en la noche una partida de caballería realista intentó sorprender su campamento, situado a la vista de Toluca; pero Rayón logró rechazar el asalto y al día siguiente marchó a Amatepec, punto situado entre Toluca y Lerma, habiendo incendiado a su paso la hacienda de la Garcesa, propiedad del español don Nicolás Gutierrez, que se distinguía entre los mas encarnizados enemigos de la revolución.

    Algunos días después el oficial Camacho, que era uno de los mejores tenientes de López Rayón, salió de Amatepec y cayendo sobre un grueso destacamento enviado por Porlier en busca de víveres, logró derrotarle por completo, quitándole muchas armas y caballos y matando a cien realistas.

    El movimiento de López Rayón hacia Toluca, y luego el bloqueo que estableció contra este punto, en los momentos mas críticos para los sitiados en Cuautla, fueron concertados por el distinguido presidente de la Junta para auxiliar en lo posible al general Morelos; comprendió que asediando a Toluca distraía la atención del gobierno virreinal e inutilizaba a las tropas de Porlier para que reforzasen el ejército del Centro. Cumplióse plenamente su propósito, pues su amago detuvo y confinó en Toluca a ese brigadier, a quien ya se había ordenado por Venagas que remontando a Taxco, descendiese a Cuernavaca y avanzara al plan de Cuautla, a fin de cooperar en la destrucción de Morelos.

    El gobierno vireynal deseoso de aniquilar a López Rayón, formó de las mejores tropas del disuelto ejército del Centro una fuerte división de mil quinientos hombres con siete cañones que puso a las órdenes del coronel don Joaquín del Castillo y Bustamante. Salió este de México el 18 de mayo, y apenas lo supo Porlier avanzó hacia las posiciones de López Rayón, pero fue rechazado con pérdida y se vió obligado a retroceder a Toluca. El jefe Independiente, para afrontar el ataque que esperaba del lado contrario de parte de Castillo y Bustamante, se hizo fuerte en Lerma. López Rayón mandó hacer cortaduras y levantar parapetos en el camino de México, y tras ellos esperó al enemigo, que en la mañana del 19 de mayo de 1812, avanzó intrépidamente bajo el nutrido fuego de los Independientes. Los granaderos realistas, que marchaban a la vanguardia, echaron un puente sobre la primer cortadura y tomaron el parapeto que se alzaba detrás, pero nuevos fosos y t.r.i.n.ch.e.r.a.s se presentaban en seguida, y aunque acudieron los demás batallones en auxilio de la vanguardia, fueron todos rechazados con pérdidas sensibles, y Castillo ordenó la retirada a la hacienda de Jajalpa, desde donde pidió refuerzos al gobierno.

    Salió violentamente de México el batallón de Lovera con cuatro cañones, y cuando Castillo y Bustamante, fuerte con este auxilio, se preparaba en la mañana del 23 de mayo a un nuevo ataque sobre Lerma, supo con sorpresa que los Independientes, abandonando desde la noche anterior sus imponentes fortificaciones, se retiraban rumbo a Tenango, población situada al sur de Toluca. . . .

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    • Re: Simplemente...de todo, un poco...

      Marchó entonces sin obstáculo la división realista hasta Toluca; allí se le incorporaron algunas tropas, y sin perder tiempo salió para Tenango acampando el 2 de junio de 1812 en la hacienda de San Agustín, a la vista del cerro de aquel lugar, que ya ocupaban los Independientes con numerosa artillería y gran número de gente. López Rayón situado en la falda de aquella casi inaccesible eminencia que mira la sur, ordenó al cura don José Manuel Correa, que cubriese el punto llamado El Veladero, y dispuso que las partidas de caballería montada de Epitacio Sanchez y Atilano García acamparan entre su campo y el del enemigo para evitar una sorpresa; pero esta última órden no fue cumplida, y estos jefes fueron a dormir a otro pueblo inmediato.El jefe realista que espiaba la ocasión de sorprender a los independientes, no tardó en saber tal circunstancia, y al amanecer del 6 de junio dividió su fuerza en tres secciones, la una destinada a embestir al pueblo, la otra a simular un ataque al cerro por su frente, y la tercera a ocupar un estrecho sendero que conducía a la cumbre de la montaña por la espalda y sabía no estaba defendido.

      Percibieron los Independientes la llegada del enemigo cuando oyeron el marcial toque de cornetas de Lovera y recibieron las nutridas descargas a menos de medio tiro de fusil. El valiente cura Correa se sostuvo firme algún rato con la batería que se le había confiado, pero el resto de aquel pequeño ejército se dispersó completamente dejando en poder de los realistas sus puntos fortificados, con toda su artillería y gran cantidad de municiones. López Rayón, seguido de muchos, huyó por un profundo barranco, y se detuvo al pie del Xinantecatl, o volcán de Toluca, donde reunió a sus dispersos; allí le llevaron el cadáver de uno de sus oficiales mas queridos, el comandante Camacho, quien algunos días antes había sido el terror de los soldados de Porlier.

      Aprovechó Castillo y Bustamante su fácil victoria enviando a Tenancingo y Tecualoya a su segundo el teniente coronel Calafat, que sometió sin esfuerzo a estas dos poblaciones, en tanto que el jefe de la división regresaba a Toluca; púsose de nuevo en marcha el 16 de junio, y cinco días después entraba en el mineral de Sultepec; desierta halló la población el coronel realista, pues los miembros de La Junta, la corta guarnición Independiente y los principales vecinos se habían puesto a salvo al saber que se dirigía contra ellos el sanguinario Castillo y Bustamante. Pudo este apoderarse de algunos cañones y útiles de la maestranza; erigió un tribunal militar que sentenció a muerte a muchos individuos aprehendidos en las cercanías y restableció la administración política y econoómica, y dividió sus tropas en varias secciones con el fin de que operasen simultáneamente por distintos rumbos.

      López Rayón, después del descalabro que sufrió en Tenango, marchó rápidamente a Tiripitio, donde había sitado a sus colegas de La Junta Suprema, Liceaga y Berdusco; acudieron estos a su llamamiento, y de común acuerdo levantaron un acta solemne en la que se consignó que las exigencias de la guerra determinaban la separación de los miembros del gobierno, pero que cada uno de ellos se dedicaría a continuar sosteniendo la lucha en los puntos y provincias que al efecto se señalaron, y fueron, Pátzcuaro y la provincia de Valladolid a Berdusco; la de Guanajuato a Liceaga; la de México a López Rayón, y la zona del sur a Morelos, quien fue desde entonces considerado cuarto miembro de la Junta Suprema. Rayón volvió a Sultepec, y antes de que entrasen en ella los realistas y sacando de este punto todos los elementos que allí se habían aglomerado, los condujo a Tlalpujahua, donde situó su cuartel general.

      Antes de salir Liceaga de Sultepec, ordenó que treinta y cinco prisioneros que allí se hallaban, de los cuales eran españoles treinta y tres, fuesen llevados al presidio de Zacatula bajo la custodia del comandante Vargas. Al llegar al pueblo de Pantoja, distante tres leguas de Sultepec, los prisioneros intentaron desarmar a sus guardianes los unos, y fugarse los otros, por lo que el comandante mandó hacerles fuego resultando muertos treinta y escapando con vida los cinco restantes, entre ellos el conde de Casa Alta, que llegó al lado de Rayón sin que fuese molestado en lo sucesivo.

      Sazón es esta oportuna, antes que pasemos a referir los sucesos militares que ocurrían en otras partes del virreinato, de consignar la negociación que en los primeros meses de 1812 abrió el doctor Cos con el virey, llevando por objeto hacer menos sangrienta la guerra que desvastaba la Nueva España. Autorizado por la Junta Suprema y a su nombre, dirigió a Venegas desde Sultepec, y fechado 16 de marzo de 1812, un manifiesto a los españoles y dos planes, uno de paz, en el que constaban las condiciones bajo las cuales debería establecerse, y otro de guerra, conteniendo las reglas que habían de observarse si el primero no era admitido.

      En el primero de estos consignábase que la soberanía de la nación era la fuente del poder público; que la autoridad sería ejercida por un Congreso Nacional, independiente de España y que representase a Fernando VII afirmando sus derechos; que los españoles quedarían en calidad de ciudadanos con el goce de sus vidas y haciendas, y los que fuesen empleados con el de sus honores, fueros y parte de sus sueldos. El plan de guerra proponía que se observase el derecho de gentes y de guerra, como se usa en otras naciones civilizadas, y comprendía justas y humanitarias pretensiones para atenuar los horrores de aquella lucha sangrienta y sin cuartel, en que se hollaban los mas sagrados principios y todos los fueros de la civilización. En medio de aquel desbordamiento de barbarie y del olvido de todo sentimiento generoso, cuando las represalias se erigieron en sistema, y cuando cada jefe realista recibía la orden de exterminio a los Independientes sin distinción de clase, sexo, ni edad, es digno de consignarse que de entre estos surgió el llamamiento a los principios de la civilización y de la humanidad, y que le virey Venegas, sin contestar el oficio de Cos, mandó en 7 de abril de 1812 que fueran quemados por manos del verdugo el manifiesto y los planes de la Junta Suprema.

      Pues bien, al mismo tiempo que el doctor Cos, en nombre de la Junta Suprema, conjuraba al virey y al partido de la dominación a adoptar reglas que se conformasen con la humanidad y el derecho de gentes, este aprisionaba en México a varios individuos, sospechados de mantener relaciones con los miembros de la Junta Suprema. Derrotado en el Monte de la Cruces el jefe insurrecto Lailson, francés de origen y que había sido maestro de equitación en la capital, fue hallada entres sus bagajes la correspondencia entre el general López Rayón y los Guadalupes de México, asociación secreta de los partidarios de la Independencia, cuyos miembros fueron reducidos a prisión; en otros sitios nuevos defensores de la Independencia aparecián. . . .

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      • Re: Simplemente...de todo, un poco...

        En la provincia de Puebla, don José María Sanchez de la Vega, cura de Tlacotepec, había proclamado la insurrección de ese pueblo, y luego se puso en marcha para Izucar, cuya guarnición engrosó con quinientos soldados de caballería, en su mayor parte sin armas. Hizo lo mismo el 3 de abril , en su hacienda de La Rinconada, el abogado don Juan Nepomuceno Rosains, quien en pocos días levantó en armas mas de setecientos hombres en la zona comprendida entre Chalchicomula, Nopalucan, Quecholac y Tepeyahualco; y poco antes alzáronse también en distintos rumbos de la provincia Máximo Machorro, Camilo Suarez, Vicente Gomez, Arroyo y Bocardo. Varios de estos guerrilleros reunieron dos mil hombres, y con ellos y dos piezas de artillería se presentaron frente a Huamantla, pueblo floreciente situado al norte del volcán llamado La Malintzin. La guarnición realista, al mando del capitán don Antonio García del Casal, sostuvo al primer dia las recias acometidas de los guerrilleros, pero al siguiente fue derrotada por completo quedando prisioneros ella y su jefe, aunque pocos días después fueron puestos en libertad absoluta. De Huamantla pasaron los bravos guerrilleros a Nopaluca, pueblo defendido por el capitán Conti, y después de hostilizarle durante muchos días, se situaron en los pinares y barrancos que se extienden entre el mismo Nopaluca y Acajete, con el propósito de atacar un convoy que marchaba de Perote con dirección a Puebla.

        En efecto, el brigadier don Juan José de Olazabal, que había salido de Veracruz escoltando un valioso cargamento del comercio, recibió órden de sacar, a su paso por Perote, la artillería de batir que hubiese en la fortaleza de San Carlos, y de conducirla a Puebla a la mayor brevedad, pues en aquellos días la pedía con instancia Calleja para estrechar el sitio de Cuautla. Hízolo así Olazabal, y el 18 de abril de 1812 salió de Perote con trescientos veinte hombres que escoltaban el rico convoy y la artillería. Al llegar a Nopaluca supo que las guerrillas le esperaban para acometerle en los pinares que crecen en las últimas vertientes orientales de La Malintzin; temiendo aventurarse con su escasa tropa en aquel difícil paso, pidió refuerzos al gobernador militar de Puebla don Santiago Irisarri, pero sus correos fueron interceptados. Entretanto, envalentonadas las guerrillas por la inacción de Olazabal, se acercaron a Nopaluca, y en un dia lograron llevarse todas las mulas del convoy, sorprendiendo a la escolta que las conducía al abrevadero. Este golpe desconcertó de tal manera al jefe realista, que abandonando su intento de esperar refuerzos, y dejando encerrado en la parroquia el cargamento del comercio, salió silenciosamente de Nopaluca en la noche del 26 de abril, regresando a Perote con la artillería y municiones, no sin ser perseguido vivamente por los guerrilleros.

        El convoy, valorizado en mas de dos millones de pesos, cayó en poder de los Independientes, y su pérdida consternó profundamente al comercio español de la capital. Mientras tanto, al sur de Puebla, y casi al mismo tiempo que la pérdida del convoy sumía en gran desconsuelo a los comerciantes de México, nuevas empresas de los Independientes ponían en peligro a la importante villa de Atlixco. Los que guarnecían a Izucar y que tan valientemente rechazaron al brigadier realista Llano en los días 23 y 24 de febrero, avanzaron contra aquella y el 25 de abril se apoderaron del convento de San Francisco, que situado a los pies del elevado y esbelto cerro de San Miguel, domina, sin embargo, a Atlixco, extendido en una fértil llanura que llamaron los conquistadores Valle de Carrión. Defendía la villa una compañía del batallón de América y ciento sesenta voluntarios realistas, en cuyo equipo y armamento habían gastado los ricos de Atlixco la cantidad de quince mil pesos, y todos obedecían las órdenes del capitán don Tomás Laiseca.

        Apurados los realistas por el vivo fuego que les dirigían los Independientes, no se hubieran sostenido por mucho tiempo, si no llegara a toda prisa un refuerzo de tropas que desde Puebla envió el gobernador Irisarri al mando del coronel don Cristobal Ordoñez. Recobraron entonces el aliento los de la guarnición, y atacando combinadamente con éste al convento, desalojaron a los Independientes, que pasaron a la cercana hacienda de las Animas, sobre el camino de Puebla, donde estuvieron parte de la noche, retirándose a su cuartel general en Izucar.

        También Tepeaca, antigua villa situada al oriente de Puebla en una fértil campiña, cayó por ese tiempo en poder de los Insurgentes. No sirvió a sus defensores ni la obstinada defensa que opusieron, ni la fuerte y vieja iglesia de San Francisco en que se parapetaron; que todo cedió al empuje de las valientes guerrillas comandadas por Sanchez de la Vega y Machorro. Tehuacán, hacia la línea divisoria con Oaxaca, sucumbió igualmente a las armas de los Independientes el 4 de mayo de 1812; y Tlaxcala veíase estrechada por estas a fines de abril, de suerte que con excepción de Puebla, capital de la intendencia, y algunos otros lugares de poca importancia, que no por eso dejaban de ser amagados, toda ella alzaba el grito de guerra. La comunicación de unos puntos a otros quedó de tal modo interrumpida que durante algunos meses ignoróse en la capital lo que pasaba en Jalapa, Orizaba y Veracruz, ni en estas poblaciones se supo lo que ocurría en México, propagándose, por esta falta de comunicación, en uno y otro rumbo los mas alarmantes y funestos rumores.

        Otras guerrillas de las que mantenían la campaña en los Llanos de Apam, reuniéronse bajo el mando de don Miguel Serrano para atacar a Pachuca, defendida por una corta guarnición realista a las órdenes del capitán del Fijo de Veracruz, don Pedro Madera. En las primeras horas del 23 de abril de 1812 presentáronse a la vista los Independientes; eran quinientos con dos cañones, y además de Serrano contaban entre sus jefes a don Pedro Espinoza y a don Vicente Beristain, quien después de haber militado con brillo en las filas del rey, tomó partido por la revolución. Arremetieron con ímpetu y en pocos momentos quedaron dueños de la población, excepto tres casas en que se hicieron fuertes los realistas, siendo una de ellas la de Villaldea, rico minero y comandante de milicias que a la sazón se hallaba en la capital. En medio del combate se incendiaron algunas casas, y esto aumentó en tal grado la consternación de los sitiados, que convocados en junta sus jefes y los españoles avecindados en Pachuca, resolvieron capitular, ofreciendo a sus contrarios entregar los cañones, las armas y los caudales de la real hacienda, en cambio de garantías para los vecinos españoles e individuos de la tropa. Firmose el convenio, pero al siguiente dia, una numerosa fuerza realista llamada por los españoles de Pachuca, se presentó por el rumbo de Tlahuelilpán, y aunque fácilmente auyentada por los Independientes, estos se consideraron justamente desligados del convenio, e hicieron prender a los españoles, que fueron conducidos a Sultepec.

        Antes de que los Independientes llevasen sus armas triunfales hasta Pachua, dos capitanes españoles, don Domingo Claverino y don Rafael Casasola, se hallaban situados con sus fuerzas, respectivamente, en Actopan e Ixmiquilpan. . . .

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        • Re: Simplemente...de todo, un poco...

          . . . El segundo de estos oficiales salió el domingo 21 de marzo de 1812 de su acantonamiento y se dirigió a la cercana población de Alfajayucan, en cuya plaza se efectuaba el tianguis o mercado. Cayó el sanguinario Casasola con su tropa sobre aquella indefensa muchedumbre, y después de matar bárbaramente a ciento cincuenta personas, se apoderó del maíz y otros efectos que había en el mercado y regresó a Ixmiquilpan, no sin dar una relación al gobierno vireynal de su abominable correría, que este tuvo la imprudencia de mandar publicar en La Gaceta. La toma de Pachuca por Serrano obligó a estos dos jefes realistas a unirse, asumiendo la dirección de la fuerza el capitán Claverino. Despues de algunos días, se dirigió este a Pachuca, donde entró sin gran resistencia el 10 de mayo, pues los Independientes se retiraron a Atotonilco llevándose el rico botín que había caído en su poder. Allí les siguió Claverino quitándoles once cañones y persiguiéndoles el infame Casasola hasta la hacienda de Zoquital sin lograr darles alcance.

          Nuevas partidas procedentes de los Llanos de Apam se unieron a los perseguidos por el realista Claverino, y juntas se dirigieron contra la rica y floreciente Tulancingo, defendida entonces como lo estaba a mediados del mes de febrero cuando fue acometida por primera vez por el comandante don Francisco de las Piedras. El 24 de mayo se presentaron ante Tulancingo, y después de intimar rendición a los realistas, rompieron vivísimo fuego de cañón; prolongóse el ataque por cinco días, durante los cuales no tuvieron punto de reposo los defensores, pues las acometidas eran impetuosas y por todos los rumbos del perímetro fortificado. En los dos primeros días el comandante Piedras logró mantener sus posiciones y sufrió perdidas considerables; pero en el tercero, habiendo hecho una salida, derrotó una sección de los Insurgentes apoderándose de un cañón de grueso calibre. Este descalabro desalentó a los sitiadores que, sin embargo, continuaron haciendo fuego con su artillería, entre la que se hacía notable una campana que sirviendo de mortero lanzaba sobre el caserío piedras de mas de dos arrobas de peso. Al terminar el quinto dia, los Insurgentes levantaron el campamento y se retiraron a Zacatlán. Quiso atacarles allí el comandante Samaniego al frente de su batallón de Guanajuato, pero fue rechazado con grandes pérdidas, siendo perseguido hasta Atlamajac, donde estuvo a punto de ser completamente destrozado el 25 de julio de 1812.

          Se recordará que el brigadier Llano, apenas terminado el sitio de Cuautla, volvió a Puebla con su división aumentada con la lucida columna de Granaderos. Todo el rumbo oriental y la intendencia de que era Llano jefe militar estaban ocupados por las tropas Independientes, y cada dia era mayor la incomunicación con las Villas y el puerto de Veracruz. Para hacer que esta sesase salió Llano de Puebla el 29 de mayo con la columna de Granaderos, el batallón de Asturias, algunos centenares de Dragones y diez piezas de artillería; al dia siguiente atacó Tepeaca, débilmente defendida por el guerrillero Arroyo, que fue perseguido hasta Acatzingo, dejando seis cañones en poder de los realistas. Llano entró sucesivamente en los Reyes y Tecamachalco el 4 de junio de 1812, y desde allí violentó su marcha sobre Orizaba, por la noticia que recibió de la ocupación de esta Villa por los Independientes al mando del cura Alarcón.

          Aquí debemos hacer una pausa y decir como había comenzado la revolución en esa parte de la intendencia de Veracruz. Pues, a principios de marzo de 1812 el cura del pueblo de Maltrata, don Mariano de las Fuentes Alarcón, unido al patriota Miguel Moreno, dependiente de la hacienda de San Antonio, levantó una guerrilla e hizo bajar la campana mayor de su parroquia con el intento de fundirla, para construir con ella un cañón de grueso calibre. La situación de Maltrata, en una plancie que se extiende en la falda de las agrias cumbres de ese nombre y en el camino que de Tehuacán conduce a Orizaba, permitía a los Independientes hostilizar con ventaja a los que guarnecían esta última villa; engrosó la partida con numerosos voluntarios, y sus progresos fueron tales que pronto pudo Alarcón ocupar con sus gentes las gargantas de Acultzingo, que también conducen a Orizaba. Unióse al cura Alarcón con algunos partidarios el de Zongolica, don Juan Moctezuma Cortés, descendiente del último rey Mexicano así llamado, y juntos ambos curas y Miguel Moreno estrecharon grandemente a la guarnición y habitantes de la villa.

          Había dentro de Orizaba quinientos hombres armados a las órdenes del teniente coronel don José Manuel Panes, y la obra de defensa consistía en una tri.che.ra levantada en el puente de Santa Catarina, distante media legua de la población, y defendida por ciento treinta hombres de infantería y caballería y un cañón de batalla. Desde el 22 de mayo los Independientes comenzaron a atacar vigorosamente la tri.nch.era, y seis días después la tomaban y reducían a Panes y los soldados que le quedaron a encerrase en el convento del Carmen, donde no había víveres suficientes para sostener un sitio, no obstante la solicitud con que los frailes Carmelitas acogieron a los defensores de la dominación española. Comprendió el jefe realista las dificultades de su situación, convocó a una junta de guerra, la que decidió que debía la guarnición inutilizar las municiones que no se pudiera llevar y retirarse a Cordoba, rompiendo el cerco que rodeaba al convento. Hizolo así Panes, abandonando su posición durante la noche del 29 de mayo, seguido de los frailes Carmelitas y de muchos de los españoles residentes en Orizaba, y aunque el cura Moctezuma trató de impedir el paso en el puente de Escamela, Panes y los suyos entraron en Cordoba a las primeras horas del siguiente dia, fortificando a toda prisa las principales avenidas y la población.

          No tardaron en presentarse los Independientes, aumentada su gente con las guerrillas del padre Sánchez de la Vega y de Arroyo, y dieron principio a sus ataques el 3 de junio, que sostuvieron con tesón durante algunos días sin lograr ventaja ninguna sobre los defensores de Cordoba que se mantuvieron firmes detrás de sus fosos y tri,nch.er.as. El avance rápido de Llano obligó a los Independientes a regresar a Orizaba.

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          • Re: Simplemente...de todo, un poco...

            El brigadier Llano, al frente de dos mil trescientos hombres, apresuró, en efecto, su marcha al recibir la noticia de que Panes se había visto forzado a salir de Orizaba; el convoy de víveres y mulas fue atacado a su paso por las cumbres de Aculcingo, pero el auxilio que le envió Llano le hizo vencer los obstáculos que se ofrecían en su marcha. Los Independientes habían colocado tres baterías en los cerros de Huiloapan, próximos al pueblecillo del Ingenio. El 10 de junio de 1812 Llano las hizo atacar por el batallón de Asturias y la columna de Granaderos, y después de un breve combate quedaron en poder de los realistas. También fue tomada otra batería que se hallaba en el punto de la Angostura, y habiendo llegado Llano hasta la Garita, dio orden a su caballería para que entrase a degüello por cuatro puntos. Esta orden bárbara, pues que la villa se hallaba en aquel momento libre de Insurgentes, fue revocada a instancias de los misioneros apostólicos de San José de Gracia y Llano hizo su entrada inmediatamente, disponiendo que sin pédida de tiempo saliese con dirección a Córdoba el batallón de Granaderos con el fin de ahuyentar algunas pequeñas partidas que no cesaban de hostilizar al teniente coronel Pane.

            Libre Córdoba de las partidas que la asediaban, pudo Llano regresar a Puebla, después de nombrar comandante militar de Orizaba al coronel don José Antonio Andrade. Entre los efectos que formaban el convoy que conducía el primero contábanse cuatro mil tercios de tabaco, destinados a las fábricas de puros y cigarros establecidas en México, y cuyos productos eras de los mas valiosos entre las rentas del gobierno vireynal. Atacaron a Llano, al repasar las cumbres de Aculcingo, los Idependientes Sanchez, Machorro y Osorio, pero fueron constantemente rechazados y Llano entró en Puebla el 28 de junio. Las operaciones militres del cura Alarcón en el rumbo de Orizaba no le hacen honor como jefe de tropas porque no era esta su profesión, pero si le resulta y mucho, por el carácter y firmeza de sus principios con que después se mantuvo, pues cuando cesó enteramente la revolución en aquella comarca, él se metió en lo interior de las ásperas montañas de Quinmixtán a hacer carbón, dura y penosa ocupación a que se redujo por no rendir su cerviz al yugo español.

            Pero preciso era abrir la campaña por el rumbo de Jalapa, henchido de gruesas partidas de Insurgentes que desde los últimos meses de 1811 se movían con entera libertad en la vasta y quebrada comarca. Volvió a salir Llano de Puebla el 3 de julio de 1812, conduciendo un valioso cargamento de harinas consignado al comerciante de Veracruz don Juan Bautista Lobo, quien en cambio debía enviar una gran cantidad de papel genovés para alimentar las fábricas de cigarros establecidas por el gobierno. Llano avanzó hasta Perote arrollando a su paso varias partidas de Insurgentes que le atacaron en Tepeyahualco; en aquel punto halló al brigadier Olazabal que acababa de reprimir una conspiración, verdadera o supuesta, haciendo fusilar a trece individuos en los fosos de la fortaleza de San Carlos. Entró Llano en Jalapa el 11 de julio y halló la población bastante agitada por las numerosas partidas que la cercaban, dirigidas todas por la Junta de Naolinco, de la que era alma el joven coronel don Mariano Rincón, secundado activamente por el padre Ortiz, Fiayo, oficial del regimiento de América que había desertado en Perote.

            El mando de las armas realistas en Jalapa ejercíalo el teniente coronel don José Antonio Fajardo, militar valiente y severo, quien tenía a sus órdenes quinientos soldados de todas armas; con ellos había logrado poco antes desalojar de unas alturas, cerca de la hacienda de Orduña, al jefe Independiente Bello, y pasando en seguida al próximo pueblo de Coatepec, destrozaba en un barranco a otra sección de Insurgentes, tomándoles un cañón de madera que estos llamaban el Toro Pinto por el color del cuero de res que le servía de forro.

            No se ocultó a Llano la conveniencia que resultaría de la destrucción de la Junta establecida en Naolinco, y poniéndose de acuerdo con Fajardo, marchó contra ese pueblo por el quebrado camino que de Jalapa conduce a él en dirección noreste, en tanto que aquel teniente coronel avanzaba, dando un rodeo, por el pueblo de Jilotepec. Supieron los de la junta el combinado movimiento, y no considerándose fuertes para resitirlo, se retiraron a Misantla abandonando en su precipitada marcha siete cañones de que se hicieron dueños los realistas. Volvió Llano a Jalapa, y después de reunírsele el capitán Ramiro, que hubo de sostener una vigorosa acometida del guerrillero Arroyo en los desfiladeros de la Hoya, salió rumbo a Veracruz el 24 de julio. Su marcha, embarazada por el convoy que conducía, fue mas difícil y penosa a medida que avanzaba hacia la costa: las colinas y espesísimos bosques que desde Cerro Gordo se extienden hasta Santa Fe multiplicaban los puestos ventajosos que servían a los Independientes para hostilizarle, y así lo hicieron estos sin cesar hasta su llegada al puerto.

            Detúvose Llano allí el tiempo estrictamente necesario para recibir un valioso cargamento aglomerado durante la larga incomunicación, y cuarenta cajas de correspondencia de España; tornó a Jalapa en los primeros días de agosto, no sin arrostrar iguales peligros que en su bajada, y dejando en esta villa los restos del regimiento de Castilla, recién llegado de España y azotado cruelmente por el vómito de Veracruz, pudo llegar a Puebla en los últimos días del mes. Su tránsito, sin embargo, no dejó mas señal tras de si que la de un barco que surca las olas, volviéndose a cerrar tras de el las partidas de Insurgentes que obstruían del todo la comunicación. El convoy entró en México el 5 de septiembre de 1812, y no habiendo llegado todo el número de cargas de particulares que se anunciaban, los comerciantes españoles, viendo frustradas sus esperanzas, quedaron muy descontentos.

            Si la zona situada al oriente de México ofrecía ese tormentoso espectáculo, con igual estruendo se meneaban las armas en el Bajío . . . .

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            • Re: Simplemente...de todo, un poco...

              En el Bajío, mientras el famoso guerrillero Albino García cobraba nuevas fuerzas en sus formidables guaridas del Valle de Santiago, su hermano Pedro, a principios de marzo de 1812, estrechaba vigorosamente al capitán don Angel Linares en San Pedro Piedragorda, y en tal apuro le redujo, que exhausto de municiones y sin esperanzas de recibir auxilio estaba a punto de rendirse cuando apareció García Conde con una fuerte sección y grande acopio de pertrechos de guerra. Retirose Pedro García, y unidos Garcia Conde y Linares se dirigieron a Leon, donde quedó el último, y el jefe de la división realista regresó por entonces a Silao.

              Allí fue a buscarle una comisión del ayuntamiento de Guanajuato para manifestarle la situación angustiada de ese antes opulento centro minero: la incomunicación a que le tenía reducido la guerra impedía que las barras de plata de los particulares fuesen enviadas a Querétaro. La comisión instó a García Conde para que se encargase de esta traslación. Accedió este jefe, y llevó sin tropiezo a Querétaro una gran cantidad de barras de plata; recibió en cambio gruesa suma de numerario para las minas y un cargamento de efectos mercantiles que estaban destinados a varias provincias del interior. Noticioso Albino García del verdadero objeto de la expedición del brigadier español, determinó atacarle a su regreso, y en consecuencia, seguido de cuatro mil hombres se presentó a la vista de Salamanca el 11 de abril de 1812, momentos después de haber entrado en ese pueblo García Conde con el valioso convoy que conducía. Noche de incesante alarma fue para los realistas la que allí pasaron, temiendo que el valiente guerrillero los atacase con el ímpetu que le había dado tanta celebridad dentro y fuera de la intendencia de Guanajuato. Pero este esperaba asaltarlos a la salida, lo cual efectuó en las primeras horas del dia 12 de abril. La primera embestida de los guerrilleros cortó el convoy, que ocupaba una legua en toda su longitud, y por algún tiempo creyó García Conde que iba a ser completamente destrozado. En los momentos de mayor apuro ordenó al capitán don Agustín de Iturbide que con una sección de caballería acudiese violentamente a restablecer la marcha del convoy, y el mismo le siguió luego con una compañía de granaderos.

              Ambos jefes lograron después de grandes esfuerzos rechazar a los asaltantes, y el convoy siguió su camino llegando a Irapuato al espirar el dia, separándose allí el cargamento destinado a Guanajuato de los que habían de ser llevados a Guadalajara y Zacatecas. Esta última y osada tentativa de Albino García, decidió al gobierno virreinal a extremar sus esfuerzos y a desplegar cuantos recursos estuviesen a su alcance para destruir por completo a tan temible enemigo. En cumplimiento de las órdenes que Venegas comunicó al brigadier García Conde, este hizo marchar al capitán don Agutín de Iturbide a la intendencia de Nueva Galicia para que en su nombre concertase con Cruz y el mas hábil de sus tenientes, don Pedro Celestino Negrete, un plan combinado de campaña que tuviese por objeto el aniquilamiento del célebre gerrillero que durante un año había sido el azote de los realistas en el anchuroso Bajío. Con la actividad de que dio en lo sucesivo pruebas repetidas, Iturbide desempeñó la comisión que le fue encomendada, pues pocos días le bastaron para llegar a Guadalajara, formar con Cruz y Negrete el plan de ataque y volve a Silao, cuartel general de Garcia Conde, para dar cuenta de este arreglo ajustado con los jefes militares de Nueva Galicia.

              Pero antes de que se moviesen las tropas realistas de Guadalajara hacia el Bajío, cayó Albino el 1º. de mayo contra Irapuato, a la cabeza de cuatro mil caballos y siete cañones; supo esta intentona el brigadier García Conde e hizo salir de Silao al teniente coronel Villalba con una fuerte división en auxilio de la población amenazada. Los Independientes, a la llegada de este refuerzo, se retiraron a la hacienda de Las Animas, distante una legua de Irapuato, manteniéndose siempre a la vista y escaramuceando con las tropas de Villalba dos de los oficiales mas distinguidos de García, Salmerón y Carrizal, con setecientos caballos cada uno. Al dia siguiente, cuando el jefe realista se disponía a marchar contra las posiciones del enemigo en la hacienda de Las Animas, supo que este había desaparecido durante la noche sin que pudiera descubrirse el rumbo que llevaba. Así era en efecto; veloz como el viento, el incansable guerrillero corría con sus bravos camaradas hacia Celaya, cuya población atacó con verdadero furor el 5 de mayo de 1812, sin poder quebrantar la resistencia que le opusieron la guarnición realista y muchos de los vecinos.

              Avanzaba, entre tanto, la división realista salida de Guadalajara, a las órdenes de don Pedro Celestino Negrete y destinada a concurrir al plan de campaña que con Iturbide había convenido, a nombre del brigadier García Conde. Consistía este plan en un ataque simultaneo que debían efectuar el 15 de mayo contra Albino García en Valle de Santiago, las tropas de García Conde por el lado de Celaya y las de Negrete por el camino de Yuriria. El primero de estos jefes, para evitar toda sospecha, sacó de Guanajuato todas las barras de plata que debían ser remitidas a México, para hacer creer que su movimiento no tenía mas objeto que conducirlas a la capital, pero al llegar a Irapuato dejólas completamente custodiadas y unido a la división de Villalva se puso en marcha el 15 de mayo a las dos de la mañana para estar a las diez sobre el Valle de Santiago en los pueblos señalados en el plan combinado de antemano.

              El sagaz Albino, aunque era hombre sin letras ni instrucción alguna, pero que poseía aquel tacto militar que solo da la naturaleza, había comprendido perfectamente el objeto de aquellos movimientos, y supo desconcertarlos con un tino que honraría a un consumado general. En vez de esperar en el Valle el ataque simultaneo de Gracía Conde y de Negrete, lo previno avanzando hasta encontrar a este último a distancia de dos leguas, atacándole en la hacienda de Parangueo y poniéndole en mucho aprieto, pues cargó con todas sus fuerzas. Habiendo llegado García Conde cerca del Valle de Santiago a la hora convenida, no encontró a Negrete en las posiciones que debía ocupar, y oyendo el estampido de la artillería por el rumbo de Parangueo, infirió que había sido atacado en aquel punto y marchó a auxiliarle. A su llegada, Albino se retiró, y perseguido por la caballería, perdió alguna gente, quedando entre los muertos Clemente Vidal, que era uno de sus subalternos de mayor confianza.

              Frustrado el plan del que se prometió un éxito completo, García Conde trató de combinar nuevos movimientos con Negrete, pero este, temeroso de que Albino se introdujese en la Nueva Galicia, resolvió marchar a situarse en Pénjamo para impedírselo. El brigadier realista y el capitán Iturbide se dedicaron entonces a perseguir a Albino con una constancia sin ejemplo, pues durante diez y siete días, a partir del 15 de mayo, corrieron en pos del impalpable guerrillero. Enfermo este del mal de gota y obligado a caminar en camilla, cuando creía que iba a ser alcanzado, montaba con ligereza su caballo, cruzaba por sendas excusadas, ocultaba sus cañones, de los que solamente había dejado las cureñas, y retardaba la marcha de sus perseguidores cortando los puentes que daban paso sobre las zanjas y asequias del camino.

              Fatigada la división con esta carrera constante y sin resultado, García Conde desistió de su propósito y tomó algunos días de descanso en Irapuato. El 4 de junio de 1812 salió de ese pueblo conduciendo las barras de plata que allí dejó antes de emprender la persecución de Albino, y ese mismo dia llegó a Salamanca. Supo en ese punto que Francisco García, hermano de aquel jefe audacísimo, se hallaba a la sazón en Valle de Santiago, y que el mismo Albino había vuelto a las cercanías de su madriguera favorita. Creyó entonces que debía intentar una sorpresa, pues suponiéndole los enemigos únicamente ocupado en escoltar el convoy, pudieran hallarse desprevenidos y sin ningún recelo. Para ejecutar su proyecto ordenó al capitán Agustín de Iturbide que con ciento sesenta soldados escogidos saliese de Salamanca en dirección opuesta al Valle, pero que a la entrada de la noche tomase el camino de esta población donde debía llegar en las primera horas del siguiente dia. Cumplió Iturbide estrictamente las órdenes de su superior, y entre dos y tres de la mañana del 5 de junio entró en el Valle hallando a los Independientes sumergidos en profundo sueño. En un momento fueron tomados los cuarteles y la casa que ocupaban Albino y Francisco García.

              Aprovechando los realistas el aturdimiento que causa la sorpresa, lograron aprehender a estos dos jefes, así como a ciento cincuenta de sus compañeros sin contar otros tantos que murieron en la desordenada resistencia que quisieron oponer. Iturbide mandó fusilar a todos los prisioneros, con excepción de los hermanos García, que reservó para presentarlos al brigadier Gracía Conde. Esta horrible matanza dio desde entonces siniestra celebridad a don Agustín de Iturbide. Noticioso García Conde de la importante captura que acababa de hacer su subordinado, dispuso las cosas de modo que la entrada del preso en Celaya tuviese todo el aparato de un triunfo burlesco. Alegres campaneos, salvas de artillería, y todas las tropas formadas en valla recibieron a Albino cargado de cadenas, tributándole irrisorios honores de capitán general.

              Albino García y su hermano Franciso fueron pasados por las armas el 8 de junio de 1812, y sus cadáveres fueron descuartizados para poner los miembros en varios lugares a la expectación pública.

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              • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                Después de estas sangrientas ejecuciones púsose en marcha García Conde para México conduciendo el convoy de barras de plata. Villagrán le salió al paso en Calpulalpam, pero fue desbaratado por Iturbide, que le tomó la artillería y una bandera matándole mas de cien hombres. Iturbide ascendido a teniente coronel, fue enviado a batir las partidas que de nuevo se habían formado en Yuriria y Valle de Santiago; acometiólas el jefe realista con su acostumbrada intrepidez el 24 de junio de 1812, y pudo derrotarlas, una tras otra, en una serie de felices encuentros. Agustín de Iturbide combatía siempre con éxito, y en el mes de septiembre derrotaba a los jefes Independientes Valtierra y Ruiz; que sucumbieron valientemente en el campo de batalla, y perseguía vivamente a Liceaga y Cos, obligándolos a guarecerse en las ásperas quebradas de la sierra de Dolores. Poco antes de la muerte de Albino García en Celaya, sucumbía también el esforzado patriota José Antonio Torres en la capital de Nueva Galicia.

                Si la insurrección, tal como se hallaba en las demás provincias, estaba muy lejos de merecer el nombre de sistema completo de acción militar, con menos razón podía calificarse de tal en Guadalajara y Zacatecas, donde no había ni jefes ni soldados, sino masas de hombres irritados con su malestar, y que hacían estallar la violencia de sus pasiones en robos y asesinatos contra las personas, sin sospechar siquiera que otro era el origen de sus males.

                De todos los jefes Insurgentes que sucesivamente desaparecieron en los primeros meses de 1812, solo quedaba en pie el valiente José Antonio Torres, que frecuentemente derrotado por Negrete, se reponía con gran facilidad, volviendo a presentar nuevas fuerzas a sus contrarios. Las fuerzas del intrépido Insurgente disminuían, sin embargo, de dia en dia, pues sobre el cargaban casi todas las que tenía a su disposición el intendente Cruz, y a fines de marzo se hallaba ya con muy poca gente y cortado por todas partes; perseguíalo con tesón el comandante Antonio Lopez Merino, quien lo derrotó y aprehendió el 4 de abril en Palo Alto después de una brava resistencia, que causó considerables pérdidas en los españoles. El parte que el comandante realista daba, decía así:

                “Sorprendí al viejo Torres, lo hice prisionero, por haber mandado a la tropa que no lo matase para entregarlo a usted vivo. De toda su chusma que se componía de cuatrocientos, los que no murieron en los filos de las bayonetas, murieron asados por haber quremado yo las trojes donde se metieron. Quedó todo su armamento en mi poder y toda su remonta; solo he sacado al sargento Estrada gravemente herido, lo que me ha sido bastante sensible. Dios guarde a usted muchos años. Palo Alto, Abril 4 de 1812, a las tres de la mañana.- José Antonio Lopez.- Señor teniente coronel don Pedro Celestino Negrete.”

                Torres fue conducido a Guadalajara donde entró atado en una carreta el 11 de mayo; quisieron ponerle una argolla en el cuello para que llevase levantada la cabeza, pero el ofreció a sus verdugos darles gusto y lo cumplió, entrando con la frente erguida como el dia de su triunfo. Se le juzgó por la Junta de Seguridad y Buen Orden establecida con anterioridad por Cruz para conocer los delitos de infidencia; la sentencia pronunciada contra él, de la cual hemos conservado su ortografía original, dice:

                “ Se declara al mencionado José Antonio Torres trahidor al Rey y a la Patria. Reo confeso en casi todas las sentadas atrozidades, condenandolo en concequencia a ser arrastrado, Ahorcado y desquartizado, con confiscacion de todos sus bienes, y que manteniendose el cadáver en el Patibulo hasta las cinco de la tarde se baje á esta hora y conducido a la Plaza nueva de Venegas se le corte la cabeza y se fixe en el centro de ella sobre un palo alto, descuartizándole allí mismo el Cuerpo, y remitiendose el quarto del Brazo derecho al Pueblo de Zacoalco, en donde se fixará sobre un madero elevado, otro en la Horca de la Garita de Mexicalsingo de esta ciudad por donde entro a imbadirla, otro en la del Carmen, salida al rumbo de Tepic y San Blas y otro en la del bajio de San Pedro que lo es para el Puente de Calderón: Que en cada uno de dichos parages se fixe en una Tabla el siguiente rotulo: Jose Antonio Torres trahidor al Rey y a la Partia Cavezilla, Rebelde e Inhbasor de esta capital: Que pasados quarenta días se baxen los quartos, y a inmediacion de los lugares respectibos en que se hain puesto, se quemen en llamas bibas de fuego, esperciendose las cenizas por el Ayre: que con testimonio de esta sentencia se pase el oficio al Subdelegado de San Pedro Piedra gorda para que teniendo el Reo casa propia en aquel Pueblo, y no abiendo perjuicio de terceros por censo y otro derecho Real sobre ella, le haga derrivar inmediatamente y sembrar de sal, dando cuenta con la diligencia correspondiente. Pero antes de proceder a la execucion de esta sentencia se pazará al Muy Illtre. Sr. General Don Jose de la Cruz para su confirmacion ó lo que hubiere lugar, manteniendose siempre con la maior reserba la Causa, disponiendo su señoria sobre ella y sus contenidos lo que tenga por mas conbeniente. Lo proveyeron y determinaron definitivamente juzgado los señores Presidente y Vocales de la Junta de Seguridad y lo firmaron Juan Jose de Souza Viena.- Francisco Antonio de Velasco.- Manuel Garcia de Quevedo.- Domingo Maria de Garate.- Guadalaxara doce de Mayo de mil ochocientos doce.- Executese la sentencia.- Jose de la Cruz.”

                El 23 de mayo se ejecutó esta espantable sentencia. Toda la guarnición se puso sobre las armas formando en la plazuela de Venegas donde se alzaba una horca de dos pisos, el primero para la ejecución y el segundo para que el cadáver quedase a la expectación pública.

                Faltanos recorrer las provincias de San Luis y Michoacán para consignar los mas notables sucesos militares que en ellas ocurrieron durante el sitio de Cuautla. . . .

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                • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                  En la provincia de San Luis, el coronel don José de Tovar, que tenía el mando de las armas realistas desde la separación de García Conde, dirigía una campaña con fortuna, logrando derrotar cerca de la hacienda de Villela a las partidas de los coroneles Independientes Núñez, Molleda y Gutierrez, quedando muertos los dos primeros, y siendo fusilado el último el 7 de abril de 1812. Con mayor vigor y con mayores enemigos luchaban los realistas en Michoacán, constantemente amagados en la misma capital de la provincia. Un hombre resuelto y valiente, pero de siniestra memoria por su sed de sangre, el capitán don Manuel de la Concha, que formaba parte de la guarnición de Valladolid, efectuó con fortuna varias salidas contra los Independientes. En una de ellas hizo prisionero al mariscal de campo don Vicente Ochoa, a quien mandó fusilar inmediatamente, y en otra que emprendió a principios de mayo logró llegar hasta Pátzcuaro y Tzintzunzan (antigua capital de los Tarascos), aprehendiendo al coronel Caballero, al sargento mayor Vicente Sanchez y a otros veinte Independientes que también fueron pasados por las armas.

                  Otro jefe realista, el comandante don Juan Pesquera, Salió de Valladolid el 7 de mayo de 1812 en persecución de una pequeña partida, que capitaneada por el padre don José Guadalupe Salto, se guarecía en los alrededores de Teremendo. Halló a este en una caverna de donde fue sacado después de herirle disparando un balazo que le hirió gravemente y le causó la muerte momentos antes de se fusilado en Valladolid.

                  Los anteriores sucesos y las varias consultas dirigidas al Virey por los comandantes militares respecto a las penas que debían imponer a los sacerdotes Insugentes que cayesen prisioneros, determinaron la publicación del bando del 25 de junio de 1812, en el que declaraba aquel alto funcionario que eran reos de la jurisdicción militar todos los que hubiesen hecho o hiciesen resistencia a las tropas del rey, de cualquier clase, estado y condición que fuesen. Mandábase que debían de ser juzgados por los consejos de guerra ordinarios, compuestos de los oficiales de la división o destacamento que hiciese la aprehensión; imponíase la pena de muerte a todos los jefes o cabecillas, a los oficiales de subteniente arriba, a todos los eclesiásticos del estado secular o regular que tomasen participio en la revolución, y a los autores de gacetas o impresos incendiarios; y la de ser diezmados a los que sin ser cabecillas hiciesen armas contra las tropas reales; pero si había pare ello algún embarazo, quedaba a la discreción de cada comandante hacer de ellos lo que le pareciese, sin sujeción a reglas que no podían prescribir para todos los casos.

                  Mientras lan ateriores situaciones de presentaban y discutían por el clero en México porque se atacaba la inmunidad eclesiástica, Morelos después de su brillante salida de Cuautla, planeaba continuar la campaña en la vasta zona del Sur y del Sureste para extender sus dominios hasta Oaxaca y llamar de este modo la atención de los enemigos, distrayéndola de las provincias centrales donde tan crueles reveses acababan de sufrir las armas de la Independencia.

                  Unido en Izucar a la división de don Miguel Bravo retrocedió a Chiautla, punto estratégico desde el cual podía vigilar los movimientos de Paris, o marchar hacia tierras de Oaxaca dando la mano al valiente defensor de Huajuapan, don Valerio Trujano. Permaneció en Chiautla hasta fines del mes de mayo de 1812, curándose de una grave caída que sufrió el mismo dia de su salida de Cuautla, y allegándose hombres, armas y pertrechos de guerra. El 1º. de junio salió al frente de ochocientos hombres con dirección a Chilapa, seguido de Galeana, Matamoros y los Bravo: don Nicolás y don Miguel.

                  De entre los jefes que tanto se distinguieron al lado de Morelos, y que él formó en el arte de la guerra, faltaban empero, dos de los mas esforzados: don Leonardo Bravo y don Francisco Ayala. El primero cayó en poder de los realistas y en esos momentos esperaba la muerte en las prisiones de la capital; el segundo acababa de sucumbir por la libertad de la patria. Destacado por Morelos al valle de Cuernavaca para reclutar gente, situose en la hacienda de Temilpa con un corto número de soldados; no tardó en llegar a oídos del capitán realista don Gabriel de Armijo, destinado por Calleja a cuidar aquel valle, la noticia de que el valiente Ayala se hallaba en la comarca, y reuniendo toda su sección cayó una mañana sobre la hacienda, tomando la precaución de rodear con sus soldados la casa que habitaba el intrépido Insurgente. Desesperada fue la resistencia que este opuso a los asaltantes, que recurrieron al extremo de incendiar los tejados, y a pesar de que el fuego los envolvía por todas partes, seguían luchando con valor sobrehumano. Solo cuando las municiones se agotaron y casi todos sus soldados habían muerto al filo de la espada o devorados por las llamas, se rindió Ayala con sus dos hijos y unos cuantos que le acompañaban.

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                  • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                    La vanguardia de Morelos, al mando de Galeana, encontró el 4 de junio de 1812 en el pueblo de Citlala a los realistas del comandante español Cerro listos a disputarles el paso. Cargaron los Independientes con imponderable brio, y aunque aquellos se defendieron tenazmente, hubieron al fin de abandonar el campo, y en el trescientos prisioneros y doscientos fusiles; la persecución se llevó hasta el pueblecillo de Acatlán, donde Añorve, otro de los jefes realistas de aquel rumbo, recogió los dispersos y emprendió la retirada con dirección a las posiciones del coronel don Francisco Paris, acampando en las cercanías de Ayutla.

                    Este afortunado combate abrió a Morelos el camino de Chilapa, donde entró tres días mas tarde, y no obstante los ruegos del cura de esta villa, Rodríguez Bello, permitió que sus soldados saqueasen algunas de las casas principales para castigar la adhesión que los vecinos habían demostrado por la causa de la dominación. Varios de entre estos fueron enviados al presidio de Zacatula, del que volvieron en su mayor parte al cabo de algún tiempo; entre estos se contó el gigante Martín Salmerón, con una estatura de 2.224m., que volvió al cabo de algún tiempo, incorporándose a la escolta de Morelos, de la que se retiró y murió en su casa.

                    Entretanto Paris abandonaba violentamente sus fortificadas posiciones de Ayutla, dejando dominar a las armas de la Independencia en todo el territorio que se extiende desde Chilapa hasta las puertas de Acapulco, siempre bloqueado por don Juan de Avila desde el ya famoso campamento del Veladero. Morelos se ocupaba en la reorganización de sus tropas, cuando recibó aviso, que Trujano pudo hacerle pasar, del apuro en que se hallaba en Huajuapan, y resolvió marchar a socorrerle moviendo a su división a mediados de julio, y aumentando su pequeño ejército, al pasar por Tlapa y Chiautla, con mil indios armados solo de hondas y flechas.

                    La heroica defensa de Valerio Trujano en Huajuapan nos obliga a retroceder algunos meses en nuestro relato. Hemos dejado al jefe español Régules Villasante fortificado en Yanhuitlán después de resistir un ataque de los Independientes, y vencedor del comandante Bobadilla, derrotado en Teposcolula a fines de febrero de 1812. Pero al mismo tiempo, reuníanse en Tamasulapan don Valerio Trujano, don Miguel Bravo y el padre Mendoza, con dos mil hombres de la Mixteca y de la Costa disponiéndose a intentar un nuevo ataque contra Yanhuitlán, lo que obligó a Régules a reforzar sus a.t.ri.n.ch.e.r.amientos y a acopiar víveres y municiones en gran cantidad. Presentáronse aquellos ante esta plaza en los primeros días de marzo y comenzaron el ataque con el mayor éxito, pues que no tardaron en encerrar a Régules en la iglesia y varias casas contiguas, después de disputar los realistas palmo a palmo el terreno y de empeñar en cada t.r.i.n.ch.e.r.a un combate obstinado y sangriento. Su comandate pidió auxilio a Oaxaca, y aunque en esta ciudad no abundaban las fuerzas disponibles, como el caso era grave, se aprestaron apresuradamente doscientos hombres que salieron a toda prisa para Yanhuitlán, pero cuando llegaron a este punto, los sitiadores, que estaban próximos a obtener un resultado ventajoso, después de varios días de recios combates, levantaron el asedio y abandonaron la empresa.

                    Bravo marchó en dirección a Cuautla, y ya hemos visto los esfuerzos que hizo para introducir víveres en la plaza, en tanto que Trujano, situándose en Yanhuitlán y Cuicatlán, se hacia dueño de un convoy de cien fusiles que de Veracruz se enviaban a Oaxaca, y sorprendía en un desfiladero al realista don Manuel Güendulain, quedando este muerto en la acción y destrozada su pequeña tropa. Alcanzada esta ventaja, se fortificó en Huajuapan, villa de importancia situada cerca de los límites que separan a Puebla de Oaxaca, y que puede considrarse como la capital de la comarca que en lo antiguo llevó el nombre de Mixtecapam. Era Trujano natural de Tepecuacuilco y antes de la insurrección había sido arriero; era honrado y probo, y estas virtudes armonizaban en el con una devoción sincera que no se oponía, sin embargo, al cumplimiento de sus deberes de soldado. Trujano jamás admitió en su división sino hombres útiles y robustos, y dio a las partidas que pretendían hostilizarlo fuertes golpes que lo hicieron temible desde el principio. Diez y seis triunfos consecutivos obtuvo sobre los realistas, y todos le produjeron armas, municiones, víveres y dinero, sin contar algunos prisioneros que se resolvieron a militar a sus órdenes y le sirvieron muy bien en lo sucesivo.

                    Bonavia, comandante en jefe de la brigada de Oaxaca, dispuso desalojar a Trujano de la importante posición de Huajuapan, y al efecto formó una división compuesta de las tropas de Régules, de la legión eclesiástica de clérigos y frailes levantada por fogoso obispo Bergosa, de los sirvientes armados por Esperón y Vega en sus fincas de campo, y de las que el jefe Caldelas había reclutado en la costa del Pacífico. Todas estas tropas en número de mil quinientos hombres con catorce cañones suficientemente provistos de parque, fueron puestas a las órdenes del mismo Régules, quien se presentó delante de Huajuapan el 6 de abril de 1812. Colocó ese mismo día sus líneas sitiadoras, situándose el segundo Caldelas en el Calvario, que es punto dominante por el rumbo del norte; al poniente acampó Esperón con los suyos; al sur el capitán don Juan de la Vega, y al oriente Régules en persona con lo mas escogido de la división. Cinco días después rompieron los sitiadores un vivo fuego de cañón, que Trujano no pudo contestar porque carecía de artillería, pero con los canales de las azoteas simuló cañones que colocó en determinados puntos como si formasen baterías; al darles fuego mandaba disparar una cámara o grueso cohete cerca de sus improvisadas piezas, haciendo creer a los españoles que era dueño de verdadera artillería; poco después fundió con las campanas del pueblo tres cañones, sirviéndose de las piedras lisas que arrastra el arroyo de Huajuapan para cargarlos, y aprovechando también para ello las balas que disparaban los enemigos.

                    Fueron terribles y continuos los ataques que emprendieron los realistas contra Huajuapan desde el 10 de abril hasta el 24 de julio, en que el sitio se levantó, sin que hubiese día en que cesase el fuego, ni se dejara de combatirlo, o se fraguase alguna intriga sobre la plaza para tomarla o sorprenderla; pero todo se estrellaba en el entusiásmo patriótico y ardiente valor que supo Trujano infundir en la guarnición, así como en la vigilancia, siempre atenta y despierta de ese benemérito patricio. La fuerza sitiadora se aumentó con varios batallones y dos piezas de artillería procedentes de Oaxaca, y en cambio el bravo Trujano veía con inquietud que sus municiones de guerra, de las que se hacía gran consumo para rechazar los incesantes ataques que se le dirigían, comenzaban a escasear, sin que sus elementos le permitieran fabricarlas.

                    A mediados de mayo los padres Sánchez y Tapia, se presentaron en las inmediaciones del Calvario al frente de cuatrocientos hombres mal armados. El comandante Caldelas, segundo de Regules, noticioso de la aproximación de los Independientes, dispuso una emboscada que no pudieron evitar aquellos, y en la cual cayeron el 17 de mayo, perdiendo la artillería y las armas que llevaban, y logrando escapar con muchísimo trabajo los dos prelados Insurgentes. Entonces fue cuando Trujano hizo salir de la plaza un mensajero que llevase aviso a Morelos de la situación difícil en que se hallaba.

                    Reunidos frecuentemente los vecinos y defensores armados de Huajuapan en la parroquia, se entregaban allí a la oración y entonaban cánticos fervorosos implorando el auxilio del Señor de los Ejércitos y levantaban hasta El sus corazones. Luego, requerían la espada y la vibraban contra sus enemigos, llenándolos de confusión, pues Régules se mostraba atónito. Venérase en Huajuapan la imagen del Señor de los Corazones, a la que el jefe Independiente hacía una novena, con asistencia total de toda la guarnición, y precisamente en el noveno dia se tuvo noticia de que Morelos se había puesto en marcha para socorrer la plaza. Nueva tan importante fue celebrada por los sitiados con grandes demostraciones de regocijo: salvas, ruidosos campaneos e iluminación general indicaron al receloso Régules que los defensores festejaban algún suceso extraordinario, y entreviendo el verdadero motivo, convocó un consejo de guerra al que propuso que se levantase el sitio para salir al encuentro de los que sospechaba venían en auxilio del pueblo, pero la junta decidió que el sitio continuase.

                    Aproximábase Morelos. . . . .

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                    • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                      Aproximábase Morelos, en efecto, y el 23 de julio de 1812 su vanguardia, al mando de don Miguel Bravo, a quien se habían unido ya los padres Sánchez y Tapia, se presentó al caer la tarde amagando el campamento de Caldelas. Este valiente jefe realista cargó entonces sobre Bravo y lo hizo retroceder con grandes pérdidas quitándole dos cañones, pero al dia siguiente toda la división de Morelos llegó enfrente de los sitiadores a combatir, aunque inferior en número y en calidad. Formados en cuatro columnas los Independientes atacaron por otros tantos puntos:

                      -Galeana con sus intrépidos costeños arremetió contra las posiciones de Caldelas, y a poco cayó este atravesado de un bote de lanza, gritando “¡Viva España!” momentos antes de espirar; su muerte infundió desaliento a los suyos que comenzaron a cejar y huyeron luego al campamento de Régules.

                      -Bravo, ardiendo en deseos de vengar su derrota de la víspera, se lanzaba furioso sobre las posiciones de Esperón y lo desbarataba prontamente recobrando sus dos piezas de artillería.

                      -Juan José Galeana y don Vicente Guerrero asaltaban, respectivamente, otros dos puntos de la línea.

                      -Valerio Trujano por su parte, desde el principio del combate había cargado con toda la guarnición sobre el campamento de Régules que era el mas inmediato y lo estrechaba con redoblados e impetuosos asaltos; era ya crítica la situación del jefe realista cuando Galeana, desembarazado de Caldelas, se presentaba por su retaguardia: Régules no creyó ya posible mantener su posición entre dos fuegos y quiso retirarse en orden, pero no tuvo tiempo de hacerlo, porque los Independientes lo acometieron tan vigorosamente que la retirada se convirtió en una fuga tumultuosa.

                      El jefe realista y su compañero Esperón, huyeron a uña de caballo hasta Yanhuitlán, donde llegaron a poco las reliquias de la división española, pero Morelos no les dio tiempo de organizar una nueva defensa destacando en su persecución al mismo Trujano que los auyentó hasta Oaxaca, y que en el alcance no dio cuartel a ninguno de los que cayeron en sus manos, calculándose en cuatrocientos los muertos que dejaron los vencidos en el campo de batalla. Los despojos de esta completa victoria fueron treinta cañones, mil fusiles, parque en abundancia y gran número de caballos; los prisioneros en número superior a trescientos, fueron enviados al presidio de Zacatula, y muchos de los dispersos huyeron a los pueblos de Mixteca de donde se les había sacado para que empuñasen las armas en defensa de rey. Sus resultados inmediatos: la salvación de Trujano y de sus valientes, y la dominación de las armas nacionales en casi toda la provincia de Oaxaca. El sitio de Huajuapam, que duró ciento cinco días, fue uno de los mas gloriosos episodios de la guerra por la Independencia, y no se sabe que admirar mas, si la constancia de sus defensores, la habilidad de su jefe, y la subordinación en que supo y pudo mantener Trujano a sus soldados.

                      Bien pudo Morelos marchar contra Oaxaca, y a ello le urgía Trujano representándole la facilidad de la empresa y los cuantioso elementos que valdría a los Independientes su conquista, pero aquel caudillo no creyó que sus fuerzas bastaran a vencer la resistencia que pudiera oponerle una ciudad tan importante, y que habría de detenerle algunos días, dando tiempo a que el gobierno vireynal dirigiese en su daño las divisiones de Paris y de Llano. Por otra parte, los recursos que a la sazón se hallaban a su alcance solo le permitían esperar un éxito seguro de choques con divisiones aisladas, de segundo orden, y cuya derrota le daría la doble ventaja de debilitar insensiblemente al enemigo y de fortificar su ejército en la misma proporción.

                      Desoyendo los consejos de su fogoso compañero de armas, resolvió Morelos marchar a Tehuacán, donde llegó el 10 de agosto de 1812 a la cabeza de poco mas de tres mil hombres, acompañado de los Galeana, Trujano, don Nicolás Bravo, Vicente Guerrero, el padre Tapia y otros, y avisó de su partida al coronel Matamoros, que había quedado en Izucar ocupado en organizar una brillante división que pronto iba a entrar en campaña. La resolución de Morelos manifiesta sus grandes talentos militares, pues, con su situación en Tehuacán amenazaba al mismo tiempo a Oaxaca, Orizaba, Puebla y al camino de Veracruz a la capital, que pasa diez leguas al norte, y que le ofrecía la oportunidad de atacar con buen éxito los convoyes, único medio de comunicación que entonces era posible, y para cuya custodia destinaba fuerzas consierables el gobierno vireynal, separándolas de las guarniciones o de los cuerpos de ejército en campaña.

                      Pocos días habían transcurrido después de la llegada de Morelos a Tehuacán, cuando se le ofreció una oportunidad de aprovechar alguna de las ventajas que su excelente posición le aseguraba. El gobernador de Veracruz, que lo era entonces el brigadier Dávila, dispuso que saliese con dirección a Puebla el teniente coronel don Juan Labaqui al frente de trescientos sesenta soldados de las tres armas y algunos cañones para conducir al interior la correspondencia que se había rezagado en el Puerto. Era el español Labaqui de valor reconocido, y aunque no militar de profesión, tenía fama de animoso y entendido en el arte de la guerra, por haber servido algún tiempo en las tropas de su nación que la hicieron contra Francia en 1793; en Veracruz fue nombrado capitán del batallón de Voluntarios Patriotas, y esta vez se le designó para el mando de la expedición. Ordenósele que siguiera el camino de Orizaba, pues el de Jalapa estaba henchido de Insurgentes, y se le previno, que llegando a la Mesa Central se detuviese en San Agustín del Palmar, donde fuerzas salidas de Puebla recibirían al convoy que se le había confiado. Avanzó felizmente Labaqui hasta Orizaba, arrollando algunas pequeñas partidas que encontró a su paso; subió las cumbres de Aculcingo y entro sin novedad ninguna en las llanuras que se extienden hasta Puebla, alojándose en el pueblo de San Agustín del Palmar.

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                      • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                        Supo Morelos el paso de Labaqui a pocas leguas de su cuartel general, y luego, que este jefe permanecería algunos días en San Agustín. Exitado por el intendente de su ejército, don Antonio de Sesma, que le presentó la facilidad de destruir la corta división realista, dispuso que una tropa de doscientos hombres de la costa, las guerrillas de Arroyo y del Bendito y los oficiales superiores don Ramón Sesma, don Pablo Galeana y don Nicolás Bravo, todos a las órdenes de este último, marchasen a batir a los realistas del Palmar.

                        Salió racatadamente de Tehuacán Bravo con los suyos en la noche del 18 de agosto de 1812 y después de caminar catorce horas, sin tomar respiro, se presentó frente al Palmar a las once del dia siguiente. Al tener noticia de la aproximación de los Independientes, Labaqui se fortificó en tres casas de la calle principal del pueblo, habiendo descuidado de ocupar el pequeño cerro del Calvario donde se colocaron desde luego los soldados de Bravo. Estos avanzaron al interior del pueblo, y desde las casas que daban frente a las que había fortificado Labaqui comenzaron a batirlo logrando desalojarlo de dos de ellas, y reducirlo a una sola, después de un combate sangriento y porfiado que únicamente interrumpió la noche.

                        Renovóse con furia la pelea desde las primeras horas del dia 20; defendíanse con bravura los realistas, reducidos ya a un solo punto, y atacaban con igual brio los Independientes deseosos de alcanzar la victoria antes de que llegase algún refuerzo que pudiera enviarse de Puebla. Resueltos a dar término a la lucha se echaron sobre la puerta de la casa, arrostrando las descargas de un cañón allí colocado, y entraron en ella arrollando con sus bayonetas todo lo que había a su paso. El capitán Palma, que iba a la cabeza de los valientes negros de la Costa, dividió con su sable la cabeza de Labaqui, que se hallaba en primera línea resistiendo el asalto, y cayendo también muerto el segundo jefe, todos los realistas se rindieron a discreción. Mas de cuarenta muertos, mayor número de heridos, doscientos prisioneros, trescientos fusiles, tres cañones y toda la correspondencia que se enviaba de Veracruz fueron los trofeos de esta completa victoria. Al volver Bravo a Tehuacán fue felicitado calurosamente por sus compañeros de armas, y Morelos recibió de sus manos, con gran satisfacción la espada del valiente y vencido Labaqui. Los prisioneros, cuya vida fue respetada, se destinaron a la provincia de Veracruz, cuyo mando militar se confirió a don Nicolas Bravo en merecido premio de su completo triunfo.

                        Frescos aun los laureles que acababa de conquistar el valiente joven, marchó a la provincia que se le señalaba para dirigir en ella la campaña, y a principios de setiembre de 1812, avanzó con tres mil hombres hasta Medellín, después de atacar un convoy realista en el Puente del Rey, tomando noventa prisioneros a las tropas que lo custodiaban. Allí debía cubrirse Nicolás Bravo de una gloria inmortal que no tiene semejante en la historia. Su padre, el general don Leonardo Bravo, prisionero de los realistas desde el mes de mayo, había sido condenado en México a la pena de muerte, e igual fin estaba destinado a don José María Piedras y a don Luciano Perez, aprehendidos al mismo tiempo que el primero, después de la salida de Cuautla. Suspendió en virey, sin embargo, la ejecución de la sentencia con la esperanza de que los prisioneros influyesen en el ánimo de don Nicolás Bravo y de sus hermanos, para que, desertando de las filas de la Independencia, se acogiesen al indulto, y bajo esta condición se le ofrecía la vida.

                        Pero el joven caudillo, aunque autorizado por Morelos para salvar a su padre admitiendo el indulto ofrecido por el gobierno vireynal, no creyó deber confiar en las seguridades que se le daban, pues tenía presente que algún tiempo atrás los hermanos Orduña, vecinos de Tepecuacuilco, fueron víctimas de la felonía del coronel realista don José Antonio Andrade, quien les ofreció tambien el indulto, y cuando los tuvo en su poder, mandó quitarles la vida.

                        Entonces Morelos escribió al virey Venegas proponiéndole, a trueque de la vida de don Leonardo Bravo, la devolución de ochocientos prisioneros, españoles en su mayor parte. A su vez, el gobierno vireynal desechó esta proposición, y el 13 de setiembre de 1812, el general Bravo y sus compañeros de prisión, Piedras y Perez, sufrieron en México la pena de garrote vil, mostrando el primero, en sus instantes postreros, la calma y el valor de que dio tantas pruebas en los combates. Al comunicar Morelos esta dolorosa noticia a don Nicolás Bravo le ordenaba que pasase a cuchillo a todos los prisioneros españoles que tenía en su poder, y cuyo número era de trescientos.

                        Oigamos referir al mismo héroe su acción imponderable:
                        “. . . . Efectivamente; dije en la causa que se me formó en Cuernavaca que el virey Venegas me ofrecía amnistía y la vida de mi padre si me presentaba, y no lo verifiqué por el ejemplar muy reciente que me ofrecía la muerte de los Orduñas en Tepecuacuilco. Estos Orduñas eran dos hermanos, don Juan y don Rafael, sujetos propietarios y del mayor influjo en aquel pueblo, y cuando el señor Andrade entró en el con sus quinientos hombres, después de tres días que lo habían dejado los Insugentes, los Orduñas, sin embargo de no haber tomado partido, se retiraron a sus inmediaciones, por temor seguramente a algún ultraje de las tropas, y en seguida una partida de estas se dirigió al rancho al rancho de don Rafael y lo apresó en su misma casa, conduciéndolo de este modo a Tepecuacuilco, donde dispuso Andrade encapillarlo inmediatamente, y almismo tiempo mandó decir a don Juan Orduña que si no venía a presentarse fusilaba a su hermano al dia siguiente; este, tanto porque no había tomado partido por los Insurgentes, cuanto por libertar a su hermano, marchó de su rancho a prersentarse al señor Andrade, quien luego mandó ponerlo en capilla con su hermano, y al dia siguiente fueron fusilados los dos. Este hecho escandaloso casi lo presencié con mi padre, porque nos hallábamos entonces en Iguala, distante un poco mas de una legua de Tepecuacuilco. Este hecho bárbaro me horrorizó de tal manera que me hizo desistir de libertarlo por el medio que me propuso el virey Venegas. . . . . después de pocos días me comunicó el señor Morelos que no había sido admitida la propuesta que hizo al virey, y que este, al contrario había mandado que diesen garrote vil a mi padre y que ya era muerto, ordenandome al mismo tiempo que mandara pasar a cuchillo a todos los prisioneros españoles que estaban en mi poder. . . esta noticia la recibí a las cuatro de la tarde y en el acto mande poner en capilla a cerca de trescientos que tenía en Medellín . . . . pero en la noche, no pudiendo tomar el sueño en toda ella, me ocupé en reflexionar que las represalias que iba yo a ejercitar disminuirían mucho el crédito de la causa que defendía, y que observando una conducta contraria a la del virey, podría yo conseguir mejores resultados. . . . pero se me presentaba para llevarla a efecto la dificultad de no poder cubrir mi responsabilidad de la órden que había recibido, en cuyo asunto me ocupé toda la noche, hasta las cuatro de la mañana en que me resolví a perdonarlos, de una manera que se hiciera pública. . . . a las ocho de la mañana mandé formar la tropa con todo el aparato que se requiere en estos casos para una ejecución; salieron los presos que hice colocar en el centro, en donde les manifesté que el virey Venegas los había expuesto a perder la vida aquel mismo dia. . . . que yo había dispuesto, no solo perdonarles la vida en aquel momento, sino darles una entera libertad . . . . a esto respondieron, llenos de gozo, que nadie se quería ir, que todos quedaban al servicio de mi división . . . .”

                        Apenas acababa este herioco Mexicano de eternizar así su claro nombre, sucumbía en el campo de batalla el esforzado defensor de Huajuapám don Valerio Trujano.

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                        • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                          Valerio Trujano, enviado por Morelos para impedir que los realistas de Puebla se proveyesen de víveres en las haciendas del rumbo de Tepeaca, llegó el 4 de octubre de 1812 al rancho de La Virgen, situado en Tlacotepec, guarnecida por cuatrocientos soldados del rey a las órdenes del teniente coronel Saturnino Samaniego. Por su parte, el jefe independiente solo contaba con poco mas de cien hombres, resuelto, sin embargo, a defender a todo trance la posición que había elegido, en espera del intrépido Galeana, que debía salir de Tehuacán para apoyar sus movimientos. En las primeras horas del dia siguiente, 5 de octubre, los realistas de Tepeaca en número de trescientos, y al mando del mismo Samaniego, atacaron vigorosamente el rancho de La Virgen, defendido con igual brio por los valientes de Trujano; la resistencia desesperada que estos opusieron duró hasta el dia 7: al caer la tarde, la casa en que se hicieron fuertes comenzó a incendiarse por todos lados, y esto les obligó a salir abriéndose paso por entre los sitiadores y quedando muertos con este motivo catorce de los compañeros de Trujano. Este, aunque herido, había logrado ponerse a salvo, pero al ver que su hijo permanecía en la casa incendiada voló a su socorro y a la muerte, pues derribado del caballo que montaba sucumbió acribillado a balazos; también cayeron a su lado el capitán Gil y otros de sus oficiales, con lo cual se dispersó en desorden el resto de la fuerza.

                          Llegó Galeana, en efecto, pero cuando todo había concluido, no haciendo otra cosa que recoger el cadáver de Trujano y el del capitán Gil que fueron sepultados con pompa militar en el cuartel general de Morelos.

                          Seis días después de la muerte de Trujano, salió Morelos de Tehuacán al frente de una fuerte sección con el objeto de recibir las ciento diez barras de plata que le enviaban desde Pachuca los jefes Independientes Serrano y Osorno. Recibiolas, en efecto, en Ozumba el 18 de octubre; pero cuando disponía su vuelta al punto de partida supo que un convoy realista salido de Puebla en días anteriores, avanzaba en aquellos momentos por Nopaluca hacia Perote, y que a las tropas del coronel Rivas, jefe primero de la expedición, acababan de unirse el coronel Luis del Aguila con fuerzas que guarnecían a Tepeaca, y el brigadier don Rosendo Porlier que con los restos del batallón de marina marchaba a Veracruz para embarcarse con dirección a la metrópoli. Quiso Morelos hostilizar el convoy, y en esa misma mañana del 18 de octubre de 1812 destacó tres columnas que atacaron simultáneamente la retaguadia y ambos flancos de la división realista, un poco mas allá del pueblecillo de San José Chachapa.

                          Estos ataque fueron, sin embargo, rechazados por Porlier, que había tomado el mando en jefe como oficial de mayor graduación, quedando muerto en uno de los asaltos el coronel Insurgente Tapia; el convoy siguió su marcha a Ojo de Agua, y las tropas de Morelos, que perdieron tres cañones y alguna gente, volvieron a sus posiciones de Tehuacán.

                          No descansó mucho tiempo el infatigable Morelos después de la expedición que acabamos de referir. Libres de todo temor por el lado de Oaxaca, cuya guarnición solo se ocupaba en construir trin.che.ras y abrir profundos fosos, y alejado el convoy con su fuerte custodia rumbo a Perote, creyó con acierto que era tiempo de marchar contra Orizaba. Además, en su reciente expedición había interceptado algunas comunicaciones en que el comandante realista de esa plaza, don José Antonio Andrade, pintaba al de Puebla su angustiosa situación. Un golpe de mano sobre tan importante villa en que se hallaban depositadas algunas sumas de dinero pertenecientes al gobierno, y cantidades valiosas de tabaco, debía ser tan perjudicial al enemigo como provechoso a la causa nacional.

                          Resuelto a llevarlo a cabo salió de Tehuacán el 25 de octubre al frente de mil hombres escogidos, y tres días después cayó impetuosamente sobre el Ingenio, punto poco distante de Orizaba, haciendo prisionera a toda la guarnición que lo defendía, y destrozando por completo una fuerza de cincuenta hombres que salió de esa villa al saber la aproximación de los Independientes. Al dia siguiente 29 de octubre de 1812, tronaban desde muy temprano los cañones de Morelos en el cerro del Borrego que domina completamente a Orizaba, y batían la garita del Molino situada en el extremo occidental. Galeana se precipitó sobre este último punto atacándolo por el frente y ambos flancos, y después de un encarnizado combate desalojó a sus defensores que entraron en la villa en medio de horrible confusión y revueltos con una tropa de caballería que salió a última hora en su auxilio. Renovóse el ataque en la tri.nche.ra de el puente de la Borda, sosteniéndose con gradísimo denuedo los realistas, pero flanqueados también por la secciones de don Pablo y don Antonio Galeana, hubieron de abandonarla al fin, retirándose Andrade con los restos de la guarnición por el camino de Córdoba. Morelos hizo salir en su persecución a toda su caballería, la cual obligó a la mayor parte de los fugitivos a rendirse en el llano de Escamela; Guerrero y Galeana continuaron desde allí en seguimiento de Andrade hasta las puertas de Córdoba, donde este entró casi solo debiendo la vida y la libertad a la ligereza de su caballo.

                          Acción tan brillante, puso en manos de Morelos nueve cañones de todos calibres, mas de cuarenta cajas de pertrechos, el armamento de la guarnición que ascendía a mil hombres, el valor que representaban trescientos mil pesos en plata, alhajas y vales, y los que los realistas extrajeron del pueblo de Zongolica. Permitió a sus soldados el saqueo de los almacenes de tabaco, que al fin mandó quemar.

                          Alcanzado el fin principal que se propuso Morelos al tomar a Orizaba, y temiendo que al saberse en Puebla su osada correría avanzasen tropas a cubrir las gargantas que separan la provincia de ese nombre de la de Veracruz, resolvió regresar cuanto antes a Tehuacán, y en efecto, saliendo de Orizaba el 31 de octubre emprendió su marcha para aquel punto. Fundados eran sus temores, porque apenas supo el coronel Aguila sus movimientos sobre aquella villa, dejó confiado el convoy a la custodia de Porlier, y se dirigió violentamente a las cumbres de Aculcingo con mil quinientos soldados de marina, Asturias, Granaderos, Guanajuato, y escuadrones de México, San Luis y Puebla con algunas piezas de artillería; y el brigadier Llano le envió a toda prisa un considerable refuerzo formado por el batallón de Zamora y ciento cincuenta dragones de España. Con todas estas tropas avanzó Aguila el 1º. de noviembre por la sinuosa calzada que recorre las Cumbres de Aculcingo, y mas allá del Puente Colorado halló a Morelos . . .

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                          • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                            Morelos, situado en una altura con su gente formada en dos líneas de batalla y su artillería enfilando el camino, con la que rompió fuego apenas los realistas se pusieron a su alcance. Ventajosa era la posición de los Independientes, y para atacarla, dividió Aguila sus tropas en tres columnas: los batallones de Asturias y Guanajuato marcharon por una garganta paralela al camino real para caer sobre el lado derecho de Morelos; los soldados de marina treparon a una loma que dominaba el ala izquierda de aquel jefe; y Aguila en persona, al frente del resto de sus fuerzas, avanzó por la carretera arrostrando el fuego de la artillería contraria. Estos movimientos perfectamente ejecutados, desconcertaron a la primera fila de los Independientes que retrocedió en desorden hasta donde se hallaba la segunda, después de abandonar todos sus cañones.

                            Engreidos los realistas se lanzaron al asalto de la postrera línea, pero hallaron allí una resistencia invencible: varias veces cargaron los escuadrones de México y Puebla, y otras tantas tuvieron que cejar con grandes pérdidas, salvándose a duras penas sus respectivos comandantes Moran y Flón (hijo del conde de La Cadena), a quienes mataron los caballos que montaban. Entre tanto Morelos hacía marcha por un camino de travesía que condece a Tehuacán sus bagajes y gran parte de sus tropas, y después de haber rechazado las pocas que quedaron el último asalto de los realistas, siguieron la misma via y se unieron a sus compañeros en el pueblo de Chapulco.

                            No pensó Aguila en perseguir a Morelos, que se retiraba ordenadamente, faltándole solamente los cañones de que se hizo dueño en Orizaba y los que dejó en las Cumbres al enemigo. Participó, sin embargo, aquel coronel al virey que la derrota de Morelos había sido completa, y asi lo anunció La Gaceta el 17 de noviembre de 1812, al publicar el parte oficial del combate de Aculcingo, en el que se consignaba que Galeana y Arroyo quedaron muertos en acción, y mal herido el mismo Morelos.

                            En Tehuacán ocupóse Morelos en organizar sus tropas; logró proveer de fusiles a muchos de sus soldados que habían llevado hasta entonces por armas hondas y flechas, y confirmó en el empleo de intendente a don Antonio de Sesma. Varias cartas que había interceptado, así como repetidos avisos que recibió de Puebla, le anunciaban que pronto sería atacado en Tehuacán, punto excelente para atender desde allí a las provincias de Veracruz y Oaxaca, pero inadecuado para sostener un asedio. Estas consideraciones le decidieron a internarse en Oaxaca e intentar la toma de su capital, pero queriendo encubrir con el mayor misterio su proyecto, fue impenetrable en este sentido aun para sus mas distinguidos oficiales, haciendo dudar con astucia la dirección que se proponía seguir, pues mientras unos creían que marcharía a las costas del Sur, el mismo Morelos escribía a algunos jefes de partidas diciéndoles que pronto efectuaría un movimiento contra Puebla.

                            Entre tanto, concentrábanse en Tehuacán las divisiones de Mariano Matamoros y de don Miguel Bravo, en cumplimiento de la órdenes de Morelos. El primero, abandonando Izucar, se le presentó con don mil quinientos hombres perfectamente organizados y nueve cañones, distinguiéndose entre sus tropas el batallón de infantería del Carmen, mandado por el coronel don Mariano Ramirez, y los regimientos de San Ignacio y San Pedro; la artillería iba a las órdenes del teniente coronel don Manuel Mier y Terán. Los soldados de don Miguel Bravo, en su mayor parte oriundos de las Mixtecas, si no ofrecían una perfecta organización, eran propios para hacer la campaña en la montuosa y quebrada zona de Oaxaca.

                            Los méritos del intrépido Matamoros la habían valido desde el 12 de setiembre el nombramiento de segundo de Morelos y el grado de mariscal, confiriéndose también igual empleo a don Hermenegildo Galeana. Morelos envía a don Ignacio Lopez Rayón una comunicación fechada el 12 de setiembre de 1812, en la que le participa haber hecho estos nombramientos. He aquí el comunicado:

                            “Exmo. señor:
                            Porque las visicitudes de la guerra son varias, y mi segundo el Brigadier D. Leonardo Bravo está en México, he nombrado Mariscal al Licenciado Don Mariano Matamoros, cura de Xantetelco, por el mérito que en este año ha contraído organizando Brigada en Izucar, y defendiendo aquella plaza, a mas de lo que trabajó en Cuautla, y otros, a que se agrega su talento y letras: por cuyo motivo lo he dado a reconocer por mi segundo, y a quien deberán ocurrir todos, y en todo lo de mi cargo en mi fallecimiento o prisión.

                            Hace pocos días que le había nombrado brigadier de la sexta Brigada que en Izucar está acabando de organizar y completar, pero su mérito y aptitud exige este último grado en las presentes circunstancias; pues aunque el Brigadier de la primera Brigada Don Hermenegildo Galeana ha trabajado mas, y es de mas valor, pero inculpablemente no sabe escribir, y por consiguiente le falta aquella aptitud literaria, que recompensan en el otro el menos trabajo personal.

                            Sin embargo, el expresado Galeana por su valor, trabajo y bellas circunstancias es acreedor al grado de Mariscal, y por lo mismo se lo he conferido en recompensa de sus fatigas, y para componer el juicio de los hombres, y prohibir una dispersión, o desavenencia en un caso fortuito.

                            Lo mas que fuere ocurriendo lo ire participando, y V. E. correrá la palabra. Dios guarde a V. E. muchos años. Cuartel General en Tehuacán, setiembre 12 de 1812.- José María Morelos.- Exmo. Sor. Presbítero Lic. Don Ignacio Rayón.- Tlalpujahua.”

                            Reunidos en el cuartel general cinco mil hombres de las tres armas con cuarenta cañones, y rodeado Morelos de Matamoros, los tres Galeana, don Miguel y don Victor Bravo, don Guadalupe Victoria, don Vicente Guerrero y don Manuel de Mier y Terán, a quien nombró comandante general de la artillería, salió de Tehuacán el 10 de noviembre de 1812 con dirección a Oaxaca, al frente de su ejército, que ignoraba adonde los conducía su ilustre jefe, pero que le seguía con la esperanza de alcanzar prontas y brillantes victorias. Entre tanto, Izucar y Tehuacán, abandonadas por los Independientes, fueron ocupadas por lo realistas, la primera, por el teniente coronel Bracho el 14 de noviembre, y la segunda, por el coronel Aguila, once días después de la salida de Morelos.

                            Mandaba en Oaxaca el teniente general don Antonio González Sarabia, que después de haber ejercido el gobierno en Guatemala se hallaba en esa ciudad de paso para México, y como jefe de mayor graduación asumió el mando de las tropas realistas apenas se supo la marcha de Morelos. Eran sus segundos el brigadier Bonavia y el odioso Régules Villasana, a quien hemos visto defender con denuedo a Yanhuitlán y cometer actos de espantosa crueldad. Imponente era el aspecto de defensa que ofrecía Oaxaca: cuarenta y dos parapetos, en cuya construcción se habían gastado ochenta y tres mil pesos, formaban el perímetro fortificado, con cuarenta piezas de diversos calibres. La Soledad, Santo Domingo, el Carmen y San Agustín estaban convertidas en otras tantas fortalezas bajo un plan hábilmente concebido y aprobado por el gobierno vireynal.

                            Elementos tan importantes de resistencia envanecieron, sin embargo, de tal suerte a los defensores de Oaxaca, que al saber la salida de Morelos de Tehuacán y su marcha hacia la ciudad, no creyeron que se atreviese a atacarla. Se imaginaron que el verdadero rumbo adonde se dirigía el general Mexicano era el de la Costa del Pacífico para intentar la toma de Acapulco. Unicamente así puede explicarse el error gravísimo que cometieron, no cuidando de disputar al ejército Independiente el paso de barrancas, ríos y desfiladeros que se multiplican en el trayecto de Tehuacán a Oaxaca; puntos ventajosos todos y en los que una corta fuerza hubiera detenido con buen éxito a la división de Morelos, embarazada con sus cañones, cuya conducción se hacía a brazos por aquellos fragosos caminos.

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                            • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                              Catorce días tardaron los Independientes en recorrer la distancia que separa a Tehuacán del ameno valle en que se asienta Etla, y cada uno de ellos testigo fue de las fatigas que hubieron de soportar los bravos Insurgentes. Los ríos de Quiotepec, de Cuicatlán y de las Vueltas, crecidos aun en el mes de noviembre, parecían otros tantos fosos naturales avanzados que protegían a los defensores de Oaxaca; vencidos estos obstáculos presentábanse las erguidas y agrestes cimas de la Sierra Madre, cuya principal cordillera, al recorrer toda la provincia, arroja al Norte y al Sur sus intrincadas ramificaciones; ya superadas las montañas luchaban los soldados de Morelos con el hambre que comenzó a sentirse en el ejército desde su llegada a Cuicatlán. Por eso, cuando desde las alturas de San Juan del Rey miraron a sus pies el delicioso valle de Etla regado por el Atoyac, y allá entre las brumas del Sur distinguieron a Oaxaca, un inmenso clamor se alzó de todas las filas, como saludando el sitio de nuevas victorias y el término del rudo sufrimiento.

                              Apenas ocupada la villa de Etla el 24 de noviembre, Morelos intimó la rendición al teniente general González Saravia, señalándole muy poco tiempo para contestar, y no habiendo recibido ninguna respuesta, dispuso el ataque para el dia siguiente. Ya al caer la tarde de ese mismo dia 24, las tropas Independientes se acercaron a vista de la ciudad, extendiendo luego sus compactas filas por todos los rumbos; Morelos dictaba a su secretario la órden del dia expresada en esta lacónica frase: “A acuartelarse en Oaxaca.”

                              Fue para los defensores y habitantes de la ciudad noche de angustiosa vigilia la que precedió al asalto. El obispo Bergosa, que no obstante haber sido electo desde hacía un año arzobispo de México permanecía en su antigua diócesis, vertiendo raudales de indignos denuestos en sus pastorales y armando a los clérigos para que ocurriesen a la defensa, salió ocultamente del convento de Santo Domingo, donde se había refugiado unos días antes, y huyó despavorido por el camino de Tehuantepec llevándose a su familia y sus caudales. Este suceso, que no tardó en divulgarse, y la entrada de los batidos escuadrones que al mando de Régules se habían aventurado a atacar las avanzadas de Morelos, aumentaron el temor y la zozobra. Corrian las tropas a cubrir las ~~~~~~~~~s y puntos fortificados; salían los habitantes de sus casas y se refugiaban en las ajenas creyendo asegurarse contra el peligro con el simple cambio de morada; rechinaban sobre sus goznes las pesadas puertas de los conventos de monjas y daban paso a doncellas y matronas que demandaban asilo, y como si todo esto no bastase a producir intensa confusión, don Antonio María Izquierdo, presidente de la junta de seguridad, mandó que fuesen fusilados aquella misma noche trescientos prisioneros Independientes que llenaban la cárcel, orden salvaje que no fue cumplida.

                              Lució el nuevo sol y alumbró a las columnas de Morelos que, después de situarse en distintas direcciones, pero convergiendo todas hacia la ciudad, emprendieron rápidamente el paso de ataque, poco antes de las diez de la mañana. El coronel Montaño marchó por la falda del cerro de la Soledad con el objeto de cortar el agua que abastecía a la ciudad y de impedir la retirada por el camino de Tehuantepec; el coronel don Ramón Sesma, hijo del intendente, a la cabeza del regimiento de San Lorenzo y sostenido por la artillería que mandaba el hábil Mier y Terán, avanzó contra el punto dominante de la Soledad, defendido por el mismo gobernador militar don Bernardino Bonavia; Matamoros y los Galeana recibieron orden de embestir por la calle del Marquesado, cerrada por ancho y fuerte parapeto; el capitán Larios tuvo la misión de atacar por el lado de la Merced; don Miguel Bravo, con las tropas de la Mixteca, marchó apoyando los movimientos de las varias columnas, y Morelos, al frente de la reserva, se situó bajo los fuegos del fortín de la Soledad, dando desde allí sus órdenes con su habitual serenidad, no obstante que a su lado cayeron heridos de muerte algunos soldados por las certeras descargas de los realistas.

                              La columna de Sesma y el fuego bien dirigido de los cañones de Mier y Terán desalojaron a los realistas de la puerta y fortín de la Soledad, haciéndoles huir, con Bonavia a la cabeza y en el mayor desorden, hasta el centro de Oaxaca.

                              Galeana atacó con brio el convento de Santo Domingo y lo tomó después de un reñido combate, quedando dueño del punto, de tres cañones allí colocados y de trescientos prisioneros; marchó en seguida contra el Carmen, defendido por Régules y un fraile Carmelita llamado fray Felix, que opusieron vigorosa resistencia, quedando al fin vencidos y huyendo Régules al interior del mismo convento, donde se ocultó en un ataúd.

                              Al mismo tiempo, la columna de Matamoros asaltaba a la bayoneta el parapeto de la calle del Marquesado, y empujando a sus defensores de una a otra posición los arrojó contra el Carmen, ya ocupado por Galeana, quien acabó de destrozarlos.

                              Larios atacó a su vez por la Merced, sin hallar gran resistencia, y fue el primero en llegar a la plaza, donde desembocaron luego las otras columnas vencedoras.

                              Uno de los últimos puntos fortificados que cayeron en poder de los Independientes fue el Juego de Pelota, defendido por profundo foso. Atacole el coronel don Guadalupe Victoria, pero sus soldados no osaban avanzar ante el terrible fuego que hacían los realistas desde el mismo edificio y las casas vecinas. Llegaba hasta allí el alegre rumor del campaneo en Santo Domingo y el Carmen anunciando a Victoria que sus compañeros de armas habían entrado en aquellos puntos de la ciudad; ardía de impaciencia ante el formidable obstáculo que se le presentaba, y deseando dar término a la lucha con un acto de valor desesperado, lanzó su acero hacia donde se hallaban los realistas, y gritándoles “Va mi espada en prenda, voy por ella”, se arrojó al foso, y pasándolo a nado llegó al pie de los parapetos envuelto por el humo de las descargas; siguiéronle entonces sus soldados, y momentos después se hacían dueños de la fortificación enemiga.

                              González Saravia, al frente de las caballerías, intentó detener a los asaltantes cuando algunas columnas habían entrado ya en la plaza principal, pero fuéronle abandonando sus soldados y encontrándose solo se ocultó en una casa cercana al convento de Belem, pero no creyéndose seguro salió de su asilo durante la noche y tomó a pie el camino de Tehuantepec, donde fue alcanzado y hecho prisionero por una tropa de caballería de los Independientes que lo condujo a Oaxaca tres días después del asalto.

                              A la una de la tarde había terminado el combate, y Morelos, que durante la acción se expuso con temerario valor a los fuegos de los defensores, entró en la vencida ciudad al marcial estruendo de las dianas y de las aclamaciones entusiastas de sus tropas. Hallándose de improviso en medio de la abundancia, después de haber sufrido por tanto tiempo el hambre y la fatiga; los soldados vencedores se entregaron al saqueo no respetando mas que a los conventos, cuando precisamente en estos sitios se habían depositado grandes riquezas. En vano quiso Morelos evitar esos desmanes, y tal vez los mismos cabos a quienes mandaba custodiar las casas para asegurarlas eran los primeros en robarlas; por tanto se extrajeron muchas sumas, se robó impunemente, y estos excesos continuaron por algunos días.

                              Régules Villasante fue encontrado por Matamoros el mismo dia del asalto en su escondite en el convento del Carmen y fue condenado a morir en el patíbulo, sentencia que se ejecutó el 2 de diciembre de 1812; murió también fusilado ese dia el teniente general González Saravia que ofreció por su vida cuarenta mil pesos, y cuando vió que todo era inútil ante la inflexible resolución de Morelos, se desató en improperios contra él y todos los Independientes, y murió con serenidad diciendo a los soldados que debían dispararle: “echen balas, que estoy acostumbrado a recibirlas.” Los dos jefes realistas fueron pasados por las armas en el llano de las Canteras, donde al principio de la revolución expiraron los comisionados de Hidalgo, Lopez y Armenta. Igual fin cupo al brigadier Bonavia y al capitán don Nicolás Aristi, que recibieron la muerte en la plaza de San Juan de Dios, sitio que fue el suplicio de los jóvenes Tinoco y Palacios, acusados de conspirar a favor de la Independencia.

                              La victoria de Morelos enjugó muchas lágrimas y dio término a crueles sufrimientos. Henchidas estaban las cárceles de Oaxaca de prisioneros políticos, victimas en su mayor parte de la suspicacia de las autoridades realistas; allí habían sufrido lentos martirios: la triunfadora espada de Morelos rompió las cadenas, y no satisfecho con esto el ilustre caudillo, mandó demoler los calabozos en que habian gemido por tanto tiempo en espera de la muerte. Cumplido este acto de reparadora justicia se dedicó el general a organizar la administración de la provincia que acababa de conquistar. Convocó al pueblo en junta, y en ella se eligió a don José María Murguia para el cargo de intendente, estableció una maestranza en el convento de la Concepción, acopió muchas armas, levantó dos regimientos provinciales, uno de infantería y otro de caballería; vistió a sus soldados, que en su mayor parte se hallaban casi desnudos, fundó un periódico llamado El Correo del Sur, nombró nuevo ayuntamiento, erigió una junta de policía y dictó otras muchas providencias.

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                              • Re: Simplemente...de todo, un poco...

                                La toma de Oaxaca , en efecto, fue un golpe rudísimo para la dominación española, pero las mayores ventajas que produjo a la Independencia el triunfo de Morelos, consistía en la posesión de tan importante provincia. Situado en su centro, podía considerarse en medio de un inmenso campo atr inche rado por la naturaleza, cubierto y defendido casi por todos lados, hacia el sur y oriente, sobre todo, por las barreras que oponen las montañosas ramificaciones de la Sierra Madre y de la Cordillera Central. Pero sobre todo, amenazaba desde allí las villas de Orizaba y Córdoba y la carretera que va de Veracruz a la capital del virreinato; la provincia de Puebla y los valles de Cuautla y Cuernavaca, hacia el noreste, quedaban amagados por sus armas; al Sur, en toda su basta y abrazadora extensión, desde Tehuantepec hasta los mortíferos pantanos de Colima, estaba en poder de los Independientes, pues las fuerzas realistas que se hallaban en la Costa Grande, fueron empujadas en breve por el teniente coronel don Vicente Guerrero y don Miguel Bravo, desde Jamiltepec hasta Acapulco; este puerto seguía siendo hostilizado por el valiente don Juan de Avila desde el ya legendario campo del Veladero; gran parte de la provincia de Veracruz, alzada en armas, podía recibir de Oaxaca auxilio eficaz e inmediato.
                                Con razón Morelos escribia a Lopez Rayón después de su importante victoria:
                                “Tenemos en Oaxaca una provincia que vale por un reino, custodiada de mares y por montañas hacia el Sur en la raya de Guatemala y por el Norte en las Mixtecas. . . . “ y en carta que escribía con fecha 16 de diciembre de 1812: “Esta hermosa provincia merece la atención de La Junta, y en ella tengo por cierto que fundaremos la conquista de todo el reino, ya sea por ser la primera capital que se toma con macicez, ya por poderse defender con poca gente, y ya, en fin, por los recursos que encierra de hombres útiles, minas, tabacos, puertos y granas, que convertiremos en fusiles. Quisiera que V. E. se viniera a esta capital, pero veo que su ardiente calor hace falta en ese rumbo; mas si la suerte corriese mala, este es nuetro asilo, por las ventajas referidas….”

                                Tal fue el resultado de la toma de Oaxaca, y remontándonos al origen, tal el fruto de la determinación de Morelos al situarse en Tehuacán, pues que este punto fue la base de su atrevida y feliz invasión en tierras de la antigua y opulenta Antequera.

                                La notable campaña de Morelos no fue efecto de la casualidad, sino consecuencia del tino y la reflexión, y enumera todas las ventajas que ofrecia al caudillo de la Independencia la posesión de Oaxaca: el virey obligado a resguardar una larga línea sin poder cubrir todos los puntos amenazados, hubiera tenido que perder sucesivamente los unos tras de los otros, y una vez ocupadas las villas, Tehuacán, Tepeaca, Cuautla y Cuernavaca, se habría encontrado en muy difícil posición México y Puebla, y si para su defensa hubiera tenido el gobierno que llamar las tropas que tenía empleadas en otros lugares, como lo hizo cuando Hidalgo se aproximaba a México o cuando tuvo que reunir todas las tropaspara el sitio de Cuautla, la revolución hubiera hecho rápidos progresos en los puntos que hubieran quedado desguarnecidos, y el triunfo de la Independencia podía tenerse por seguro.

                                Mientras tanto, los tenientes don Miguel Bravo y don Victor Bravo, limpiaban de realistas la Costa del Sur, avanzando al poniente hasta Chilapa y don Nicolas Bravo hacía ruda campaña en la provincia de Veracruz y se dirigió a atacar la villa de Jalapa, cuya guarnición seguía al mando del teniente coronel don Antonio Fajardo. El 11 de noviembre de 1812, Bravo, unido a Rincón, que acudió desde Misantla, a Martinez, a Utrea y otros jefes que sostenían la revolución en la parte septentrional de la provincia, se presentó a la vista de Jalapa, y con gran decisión comenzó el ataque desde las primeras horas del dia. Situados los Independientes en la parte alta de la villa y extendiendo su línea hasta la garita de Veracruz al oriente, apoyaban su movimiento llamando la atención de los realistas por el rumbo opuesto de Santiago, las partidas reclutadas en Coatepec por el comandante don Bernardo Bello. Su artillería, repartida en los puntos dominantes del Calvario, Cuesta de Alfaro y San José, rompió vivísimo fuego desde las dos de la mañana sobre los parapetos que enfilaba.

                                A medida que avanzó el dia la acción se fue haciendo mas reñida: el coronel realista Hevia hizo una vigoroza salida a la cabeza de trescientos hombres, pero fue rechazado por el cuerpo que mandaba don Francisco Susunaga, que se vio en gran peligro, atacado cuerpo a cuerpo por un mulato, a quien detuvo metiéndole por la boca un bastoncillo que llevaba en la mano y con el que acostumbraba pelear en vez de espada. Utrera asaltaba y tomaba los parapetos del Calvario, llegando hasta la plaza de la Carnicería, pero detuvo su movimiento de avance el fuego de la artillería realista; una de sus piezas quedó desmontada y le obligó a retirarse. Este descalabro no libró, empero, a la villa de Jalapa de nuevos amagos por parte de numerosas guerrillas que, situadas en los cercanos puntos de Coatepec, Naolinco, la Hoya, San Miguel del Soldado y las Animas, la asediaban de continuo y establecían a su manera de bloque estrechísimo, al grado que con fecha 21 de diciembre de 1812 el gobernador de la fortaleza de Perote, don Juan Valdéz, pedía refuerzos al virey y le decía que solo una fuerte división de tropas podría salvar a Jalapa.

                                Bravo, después de su frustrado ataque, marchó a situarse en el Puente del Rey sobre la carretera de Veracruz a Jalapa, soberbia construcción que el consulado de aquel puerto había mandado levantar a su costa a principios del siglo. Allí apostado y dueño de las dos eminencias que se alzan a uno y otro lado del rio de la Antigua en ese punto, éralo también del camino, y al interceptarlo lograba dos objetos: hacer difícil la comunicación de los realistas entre las dos importantes poblaciones, y allegar para sus tropas abundantes recursos por medio de una contribución que impuso sobre cada fardo que se hiciese pasar por el puente. Las tropas realistas destinadas a conducir los convoyes que subían de Veracruz a México, o bajaban en dirección contraria, tenían que sostener sangrientos choques con los Insurgentes de Bravo.

                                De esta suerte, las victorias de Morelos en el Sur y la indomable constancia de las guerrillas del Oriente, arrebataban a la dominación española en los postreros meses de 1812 la parte mas importante del virreinato.

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