Una veintena de mujeres mayores de 60 años, prostitutas retiradas o en activo, han encontrado un hogar, para muchas su primer techo fijo, en una casona del siglo XVIII erigida en un violento barrio de la capital mexicana donde un servicio de prostitución cuesta menos de cuatro dólares.
"Trabajaba de día, pero con 10 hijos las necesidades eran muchas y una vez me quedé de noche. Hacía mucho frío y vi que en la banqueta (acera) se movían unos cartones. Eran prostitutas ancianas que se dormían en la calle, fue cuando pensé que había que hacer algo", comenta a la AFP Carmen Muñoz, una ex meretriz.
A sus 59 años, Carmen ya dejó la prostitución callejera, en la que se inició a los 22 cuando ya tenía siete hijos, y ahora se encarga de dirigir la Casa Xochiquetzal (diosa azteca de las "mujeres alegres"), el albergue de las prostitutas ancianas del barrio de La Merced que es patrocinado por la organización no gubernamental Semillas.
"La condición para recibirlas es que sean o hayan sido sexoservidoras, que tengan más de 60 años y que estén en situación de calle, sin apoyo", añade Carmen, ataviada con una falda negra y escotada blusa rosa de telas brillantes, sandalias y las uñas de pies y manos coquetamente pintadas.
Tras años de batallar ante autoridades y organizaciones sociales, esta mujer consiguió que la alcaldía de México habilitara la casona, antaño museo de box, como albergue de prostitutas de la tercera edad y así funciona desde febrero de 2006.
En la entrada de la Casa Xochiquetzal, María Canela, una ex meretriz de 75 años, barre la banqueta y sonriente da la bienvenida a los visitantes. Además de Carmen, es la única que acepta hablar con su nombre y mostrar su rostro ante una cámara.
"Cuando tenía 16 años, mi padrastro quiso abusar de mí y me fui de mi casa. Sólo estudié cuatro años de primaria y no había mucho trabajo de sirvienta, empecé a trabajar en la calle", dice María Canela, aquejada de artritis.
"Esto es como mi hogar. Antes dormía en la calle; cuando tenía dinero, que conseguía clientes, pagaba un cuarto de unos 60 pesos (5,50 dólares) para pasar la noche", añade esta mujer que desde que abandonó la casa familiar sólo tuvo un techo fijo por tres años al lado de un hombre "que era muy bueno" pero al que tuvo que dejar por presiones de los hijos de él.
Para cubrir sus necesidades básicas, María Canela vende dulces y cigarros, pero hay otras mujeres que ocasionalmente ejercen la prostitución, por la que difícilmente obtienen unos 20 pesos (menos de dos dólares).
"Muchas ya lo dejaron (la prostitución) y cuando las veo que ahí van, les digo que ya ni salgan. Las pobres regresan con la boca seca, cansadas. Pero me dicen que tienen que juntar dinero para comprar su jabón para bañarse", comenta Carmen.
Otro punto en común de estas mujeres es que todas son madres olvidadas por hijos, parejas y familiares.
"Tengo siete hijos, los mantuve, estudiaron, pero ninguno me quiere ver. Tuve una pareja, me sacó 20 años de la calle, era un buen hombre, pero llegó una más joven y se fue. Tengo hermanos que viven a unas calles, pero siento su rechazo", dice otra ex prostituta de 74 años que prefiere omitir su nombre.
En Carmen, María Canela y esta mujer anónima las lágrimas afloran en su rostro por una herida reciente: el 10 de mayo, día en que en México se celebra a las madres.
"Cuando los hijos son pequeños, no hay ningún problema, viven de uno, pero ya de grandes, cuando saben a qué nos dedicamos, les da vergüenza y nos piden que no nos acerquemos. No nos vinieron a ver el 10 de mayo, hicimos aquí un pequeño festejo y unos muchachos vinieron y nos dieron un regalito", comenta Carmen.
Pero en la Casa Xochiquetzal también hay días alegres, como cuando encienden una vieja grabadora y bailan, o se arman largas tertulias para contarse alegrías y penas que vivieron en la calle, aunque tampoco faltan las peleas y envidias entre mujeres.
"La vida de la prostitución en la calle es muy dura, nos volvemos agresivas. También son mujeres ya grandes que se portan como niñas, pero mejor estar aquí, tienen un techo, comida", concluye Carmen.
Juente
"Trabajaba de día, pero con 10 hijos las necesidades eran muchas y una vez me quedé de noche. Hacía mucho frío y vi que en la banqueta (acera) se movían unos cartones. Eran prostitutas ancianas que se dormían en la calle, fue cuando pensé que había que hacer algo", comenta a la AFP Carmen Muñoz, una ex meretriz.
A sus 59 años, Carmen ya dejó la prostitución callejera, en la que se inició a los 22 cuando ya tenía siete hijos, y ahora se encarga de dirigir la Casa Xochiquetzal (diosa azteca de las "mujeres alegres"), el albergue de las prostitutas ancianas del barrio de La Merced que es patrocinado por la organización no gubernamental Semillas.
"La condición para recibirlas es que sean o hayan sido sexoservidoras, que tengan más de 60 años y que estén en situación de calle, sin apoyo", añade Carmen, ataviada con una falda negra y escotada blusa rosa de telas brillantes, sandalias y las uñas de pies y manos coquetamente pintadas.
Tras años de batallar ante autoridades y organizaciones sociales, esta mujer consiguió que la alcaldía de México habilitara la casona, antaño museo de box, como albergue de prostitutas de la tercera edad y así funciona desde febrero de 2006.
En la entrada de la Casa Xochiquetzal, María Canela, una ex meretriz de 75 años, barre la banqueta y sonriente da la bienvenida a los visitantes. Además de Carmen, es la única que acepta hablar con su nombre y mostrar su rostro ante una cámara.
"Cuando tenía 16 años, mi padrastro quiso abusar de mí y me fui de mi casa. Sólo estudié cuatro años de primaria y no había mucho trabajo de sirvienta, empecé a trabajar en la calle", dice María Canela, aquejada de artritis.
"Esto es como mi hogar. Antes dormía en la calle; cuando tenía dinero, que conseguía clientes, pagaba un cuarto de unos 60 pesos (5,50 dólares) para pasar la noche", añade esta mujer que desde que abandonó la casa familiar sólo tuvo un techo fijo por tres años al lado de un hombre "que era muy bueno" pero al que tuvo que dejar por presiones de los hijos de él.
Para cubrir sus necesidades básicas, María Canela vende dulces y cigarros, pero hay otras mujeres que ocasionalmente ejercen la prostitución, por la que difícilmente obtienen unos 20 pesos (menos de dos dólares).
"Muchas ya lo dejaron (la prostitución) y cuando las veo que ahí van, les digo que ya ni salgan. Las pobres regresan con la boca seca, cansadas. Pero me dicen que tienen que juntar dinero para comprar su jabón para bañarse", comenta Carmen.
Otro punto en común de estas mujeres es que todas son madres olvidadas por hijos, parejas y familiares.
"Tengo siete hijos, los mantuve, estudiaron, pero ninguno me quiere ver. Tuve una pareja, me sacó 20 años de la calle, era un buen hombre, pero llegó una más joven y se fue. Tengo hermanos que viven a unas calles, pero siento su rechazo", dice otra ex prostituta de 74 años que prefiere omitir su nombre.
En Carmen, María Canela y esta mujer anónima las lágrimas afloran en su rostro por una herida reciente: el 10 de mayo, día en que en México se celebra a las madres.
"Cuando los hijos son pequeños, no hay ningún problema, viven de uno, pero ya de grandes, cuando saben a qué nos dedicamos, les da vergüenza y nos piden que no nos acerquemos. No nos vinieron a ver el 10 de mayo, hicimos aquí un pequeño festejo y unos muchachos vinieron y nos dieron un regalito", comenta Carmen.
Pero en la Casa Xochiquetzal también hay días alegres, como cuando encienden una vieja grabadora y bailan, o se arman largas tertulias para contarse alegrías y penas que vivieron en la calle, aunque tampoco faltan las peleas y envidias entre mujeres.
"La vida de la prostitución en la calle es muy dura, nos volvemos agresivas. También son mujeres ya grandes que se portan como niñas, pero mejor estar aquí, tienen un techo, comida", concluye Carmen.
Juente
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