..Este es para aquellos que no han tenido la oportunidad de leerlo en la revista Proceso:
MÉXICO, D.F. (apro).- Si la profesora Elba Esther Gordillo tiene un ingreso mensual de 29 mil pesos como directora de una escuela primaria del Estado de México y posee por los menos 64 casas, departamentos y oficinas, entonces es válido colegir que su riqueza es producto de una conducta no sólo corrupta, sino francamente delincuencial.
Y esa mujer debe estar en la cárcel.
Porque el cuento de que su fortuna es producto de la herencia de su abuelo de Chiapas nunca se lo creyó ni ella, y las cuentas bancarias, joyas, guardarropa, vehículos, aviones y ujieres –que tan bien conocen sus cómplices del gobierno– sólo puede acumularlas alguien, que sencilla y llanamente, delinque.
¿Por qué Gordillo sigue robando el patrimonio del magisterio que controla de manera vitalicia? ¿Por qué despoja recursos públicos de las instituciones que controla en el gobierno federal y en los estatales? Por las complicidades políticas, ampliamente documentadas, que estableció y mantiene con Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón.
Pero también, y sobre todo, porque hay mexicanos que, en vez de asquearse, se fascinan con la corrupción. Y si esto es así, entonces no hay modo de arrancar ese mal de raíz.
La sociedad de México, en una amplísima porción, es tolerante con la corrupción toda, la política incluida. La ve consustancial a los mexicanos.
Aun la clase educada y económicamente favorecida justifica la inmunda expresión según la cual el que no transa no avanza y, como en el escándalo vigente de Gordillo y Miguel Ángel Yunes, guarda un silencio por lo menos condescendiente.
En la clase política, a la que Gordillo y sus cómplices pertenecen, el apotegma del cacique potosino Gonzalo N. Santos tiene tanta vigencia como en la década de los sesenta: “La moral es un árbol que da moras”.
Así, mientras los mexicanos que detestan la corrupción no sean mayores a los que se fascinan con ella, mientras no sea mayor la resistencia a la claudicación y se imponga la ética a la impudicia, entonces Elba Esther Gordillo –y personajes análogos– seguirán medrando y delinquiendo con toda impunidad.
El daño a los más de 25 millones de niños de educación básica en México es inconmensurable, pero también a la democracia que ella y sus cómplices ha convertido en un esperpento que, como la corrupción, asquea.
Se quiere olvidar, porque la corrupción de Elba Esther alcanza también a periodistas y opinócratas, pero a ella se le puede escriturar en buena parte la degradación del Instituto Federal Electoral (IFE), que se debe ubicar en 2003 y no en 2007.
Fue ella, entonces secretaria general del PRI, y Calderón los que se repartieron los nueve consejeros del IFE presidido por Luis Carlos Ugalde, el individuo que en 2006, por órdenes de ella, dejó pasar ilegalidad tras ilegalidad.
Y lo grotesco no es que Elba Esther sea cortejada por Enrique Peña Nieto, sino por Marcelo Ebrard, que dice ser distinto…
MÉXICO, D.F. (apro).- Si la profesora Elba Esther Gordillo tiene un ingreso mensual de 29 mil pesos como directora de una escuela primaria del Estado de México y posee por los menos 64 casas, departamentos y oficinas, entonces es válido colegir que su riqueza es producto de una conducta no sólo corrupta, sino francamente delincuencial.
Y esa mujer debe estar en la cárcel.
Porque el cuento de que su fortuna es producto de la herencia de su abuelo de Chiapas nunca se lo creyó ni ella, y las cuentas bancarias, joyas, guardarropa, vehículos, aviones y ujieres –que tan bien conocen sus cómplices del gobierno– sólo puede acumularlas alguien, que sencilla y llanamente, delinque.
¿Por qué Gordillo sigue robando el patrimonio del magisterio que controla de manera vitalicia? ¿Por qué despoja recursos públicos de las instituciones que controla en el gobierno federal y en los estatales? Por las complicidades políticas, ampliamente documentadas, que estableció y mantiene con Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón.
Pero también, y sobre todo, porque hay mexicanos que, en vez de asquearse, se fascinan con la corrupción. Y si esto es así, entonces no hay modo de arrancar ese mal de raíz.
La sociedad de México, en una amplísima porción, es tolerante con la corrupción toda, la política incluida. La ve consustancial a los mexicanos.
Aun la clase educada y económicamente favorecida justifica la inmunda expresión según la cual el que no transa no avanza y, como en el escándalo vigente de Gordillo y Miguel Ángel Yunes, guarda un silencio por lo menos condescendiente.
En la clase política, a la que Gordillo y sus cómplices pertenecen, el apotegma del cacique potosino Gonzalo N. Santos tiene tanta vigencia como en la década de los sesenta: “La moral es un árbol que da moras”.
Así, mientras los mexicanos que detestan la corrupción no sean mayores a los que se fascinan con ella, mientras no sea mayor la resistencia a la claudicación y se imponga la ética a la impudicia, entonces Elba Esther Gordillo –y personajes análogos– seguirán medrando y delinquiendo con toda impunidad.
El daño a los más de 25 millones de niños de educación básica en México es inconmensurable, pero también a la democracia que ella y sus cómplices ha convertido en un esperpento que, como la corrupción, asquea.
Se quiere olvidar, porque la corrupción de Elba Esther alcanza también a periodistas y opinócratas, pero a ella se le puede escriturar en buena parte la degradación del Instituto Federal Electoral (IFE), que se debe ubicar en 2003 y no en 2007.
Fue ella, entonces secretaria general del PRI, y Calderón los que se repartieron los nueve consejeros del IFE presidido por Luis Carlos Ugalde, el individuo que en 2006, por órdenes de ella, dejó pasar ilegalidad tras ilegalidad.
Y lo grotesco no es que Elba Esther sea cortejada por Enrique Peña Nieto, sino por Marcelo Ebrard, que dice ser distinto…
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