@ Rene Delgado le encantan los mesías tropicales como @lopezobrador_
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publicado x @reformacom
Provocación política
René Delgado
(4 agosto 2012).- Una cosa es dividir y restar, otra sumar y multiplicar. Desde hace años, nuestros políticos han mostrado pleno dominio de las dos primeras operaciones: dividen y restan que da gusto.
Los resultados de esa obsesión están a la vista: una Presidencia débil, rehén de los grandes intereses; una administración incapaz de constituirse en gobierno, y una sociedad frustrada en su desarrollo y lastimada por la violencia, tentada por el dolor, la desesperación y la ira.
Pedir a los políticos ensayar, nomás por no dejar, la suma y la multiplicación quizá parezca una provocación. Pero, ¡hombre!, después de tanto dividir y restar, quién quita y de pura chiripa les arroje mejor resultado ensayar esas otras dos operaciones.
Al menos, intentarían hacer algo distinto.
Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador pueden parecer en extremo diferentes, pero comparten un denominador común: actúan a partir de patrones estereotipados, repetidos hasta el cansancio.
El primero se conduce como si no hubiera motivo político del cual preocuparse, el segundo como si a punto estuviera de ocurrir un gran suceso. Uno aguanta, el otro embiste. Lo mismo de siempre. Como si Felipe Calderón no fuera el vivo ejemplo del fracaso de una administración que, frente a una crisis política, en vez de sumar y multiplicar, dividió y restó hasta convertir la Presidencia de la República en presa de los grandes intereses y al país en el pantano de sus aspiraciones, Peña Nieto y López Obrador reiteran conductas que anticipan un destino conocido.
En esa lógica, Peña Nieto llegará debilitado a la Presidencia, apoyará su mandato en los poderes fácticos, buscará acuerdos con el panismo buscando marginar a la izquierda y, conforme a la tradición, hará de lo deseable lo posible. En esa lógica, López Obrador buscará restarle legitimidad al mandato, denunciará la alianza prianista y a las mafias conocidas, descalificará a las instituciones, le apostará al fracaso del nuevo sexenio y, luego, desde el montículo del desastre, repetirá: se los dije.
Son los cuenta-cuentos de nunca acabar que borran la esperanza y viven del anhelo. Son los políticos reincidentes que aplican la misma fórmula frente a viejos problemas, incapaces de poner en suerte nuevos recursos.
Si, en verdad, Enrique Peña Nieto es el rostro del nuevo priismo y no sólo el maquillaje del viejo, ya es hora de que muestre arrojo. Si, en verdad, Andrés Manuel López Obrador reconsideró su postura y estrategia política, luego de atravesar el desierto, ya es hora de que muestre osadía.
Va la provocación: integrar un gobierno de coalición, encabezado por Enrique Peña Nieto, donde en el gabinete participen como secretarios Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard, Josefina Vázquez Mota y Ernesto Cordero, así como Manlio Fabio Beltrones y, desde el Poder Ejecutivo, alineen a sus bancadas en el Poder Legislativo.
Esos políticos representan a las corrientes hegemónicas dentro de sus respectivos partidos y, si no caben en un mismo gobierno destinado a replantear y asegurar la estructura política del país para darle oportunidad al desarrollo social y económico, más vale reconocer entonces que el país como tal no tiene destino.
¿Tienen esos políticos la talla suficiente para emprender una hazaña de esa envergadura, a partir de un acuerdo que en verdad consolide la democracia, destrabe el desarrollo y atempere, al menos, la desigualdad social?
No se trata de establecer cuotas de poder en el gobierno, determinando cuántas y cuáles secretarías de Estado irían a parar a manos de éste o aquel otro partido.
No, no es un ejercicio para repartir poder, sino para sentar las bases de su reforma e intentar salir del callejón donde desde hace años el país se adentra. No se trata de impulsar la romántica idea de ver al arcoíris político en el gobierno, sino de darle presencia, acción e influencia a las fuerzas dentro de los partidos para, a partir de ese gobierno de coalición, darle perspectiva al país y batallar, aun en la dificultad, con un problema distinto que perfile un mejor horizonte nacional.
Cerrarse a la idea, como Felipe Calderón, de integrar a la administración sólo a los leales de los leales, así sean incapaces, es apostarle al fracaso de nuevo. Cerrarse a la idea, como Andrés Manuel López Obrador, de que de derrota en derrota se avanza al triunfo de la razón histórica es apostarle al despilfarro del capital político acumulado. Cerrarse a la idea, como Enrique Peña, de buscar el golpe legitimador que, con apoyo mediático, lo vestirá de Príncipe es apostarle de nuevo a la corte de quienes niegan derechos y exigen privilegios a costa de la República o a las tribus intrapartidistas que, en la lucha por la sobrevivencia, practican el canibalismo.
De "nobles" privilegiados, de caciques sin límite y de caníbales con hambre está harto el país.
Pretextos para negar la posibilidad de sumar y multiplicar en materia política sobran y los políticos los conocen.
Dirán que basta un voto para ganar una elección, dirán que la ley no contempla un gobierno de coalición y nada por fuera de ella, dirán que sus principios o sus doctrinas les impiden ir a la esquina con su adversario... pretextos sobran y los conocen. Sin embargo, también saben de la inutilidad de seguir un guión que no acaba de configurar un parlamento, del albur que para el país supone continuar por la ruta que lleva, del entorno económico foráneo que amenaza al crecimiento y al desarrollo, de la imposibilidad de elaborar políticas de largo alcance sin acuerdos mínimos y del peligro que para ellos mismos implica verse como rehenes de los grandes y los intereses que habitan fuera y dentro de sus propios partidos.
Si los políticos de centro, derecha o izquierda quieren mantener la dirección del país es menester que verifiquen su utilidad y esto, sobra decirlo, no lo certifican los notarios públicos, las asambleas populares ni las encuestas de popularidad. Lo certifica la acción política de conjunto, empeñada en ensayar un nuevo derrotero que rescate al país del pantano donde se encuentra.
Se está perdiendo tiempo y una democracia; una República y un Estado de derecho no se construyen a empujones entre resignados y rebeldes, con porras de los conformistas vestidos de gradualistas. Su realización exige enorme esfuerzo, dedicación, sacrificio y generosidad, acompañada de talento, osadía y arrojo político. Supone sumar y multiplicar. ¿Habita algo de eso en nuestros políticos? ¿Saben perdonar o sólo practican el olvido y la indiferencia?
sobreaviso@latinmail.com
Provocación política
René Delgado
(4 agosto 2012).- Una cosa es dividir y restar, otra sumar y multiplicar. Desde hace años, nuestros políticos han mostrado pleno dominio de las dos primeras operaciones: dividen y restan que da gusto.
Los resultados de esa obsesión están a la vista: una Presidencia débil, rehén de los grandes intereses; una administración incapaz de constituirse en gobierno, y una sociedad frustrada en su desarrollo y lastimada por la violencia, tentada por el dolor, la desesperación y la ira.
Pedir a los políticos ensayar, nomás por no dejar, la suma y la multiplicación quizá parezca una provocación. Pero, ¡hombre!, después de tanto dividir y restar, quién quita y de pura chiripa les arroje mejor resultado ensayar esas otras dos operaciones.
Al menos, intentarían hacer algo distinto.
Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador pueden parecer en extremo diferentes, pero comparten un denominador común: actúan a partir de patrones estereotipados, repetidos hasta el cansancio.
El primero se conduce como si no hubiera motivo político del cual preocuparse, el segundo como si a punto estuviera de ocurrir un gran suceso. Uno aguanta, el otro embiste. Lo mismo de siempre. Como si Felipe Calderón no fuera el vivo ejemplo del fracaso de una administración que, frente a una crisis política, en vez de sumar y multiplicar, dividió y restó hasta convertir la Presidencia de la República en presa de los grandes intereses y al país en el pantano de sus aspiraciones, Peña Nieto y López Obrador reiteran conductas que anticipan un destino conocido.
En esa lógica, Peña Nieto llegará debilitado a la Presidencia, apoyará su mandato en los poderes fácticos, buscará acuerdos con el panismo buscando marginar a la izquierda y, conforme a la tradición, hará de lo deseable lo posible. En esa lógica, López Obrador buscará restarle legitimidad al mandato, denunciará la alianza prianista y a las mafias conocidas, descalificará a las instituciones, le apostará al fracaso del nuevo sexenio y, luego, desde el montículo del desastre, repetirá: se los dije.
Son los cuenta-cuentos de nunca acabar que borran la esperanza y viven del anhelo. Son los políticos reincidentes que aplican la misma fórmula frente a viejos problemas, incapaces de poner en suerte nuevos recursos.
Si, en verdad, Enrique Peña Nieto es el rostro del nuevo priismo y no sólo el maquillaje del viejo, ya es hora de que muestre arrojo. Si, en verdad, Andrés Manuel López Obrador reconsideró su postura y estrategia política, luego de atravesar el desierto, ya es hora de que muestre osadía.
Va la provocación: integrar un gobierno de coalición, encabezado por Enrique Peña Nieto, donde en el gabinete participen como secretarios Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard, Josefina Vázquez Mota y Ernesto Cordero, así como Manlio Fabio Beltrones y, desde el Poder Ejecutivo, alineen a sus bancadas en el Poder Legislativo.
Esos políticos representan a las corrientes hegemónicas dentro de sus respectivos partidos y, si no caben en un mismo gobierno destinado a replantear y asegurar la estructura política del país para darle oportunidad al desarrollo social y económico, más vale reconocer entonces que el país como tal no tiene destino.
¿Tienen esos políticos la talla suficiente para emprender una hazaña de esa envergadura, a partir de un acuerdo que en verdad consolide la democracia, destrabe el desarrollo y atempere, al menos, la desigualdad social?
No se trata de establecer cuotas de poder en el gobierno, determinando cuántas y cuáles secretarías de Estado irían a parar a manos de éste o aquel otro partido.
No, no es un ejercicio para repartir poder, sino para sentar las bases de su reforma e intentar salir del callejón donde desde hace años el país se adentra. No se trata de impulsar la romántica idea de ver al arcoíris político en el gobierno, sino de darle presencia, acción e influencia a las fuerzas dentro de los partidos para, a partir de ese gobierno de coalición, darle perspectiva al país y batallar, aun en la dificultad, con un problema distinto que perfile un mejor horizonte nacional.
Cerrarse a la idea, como Felipe Calderón, de integrar a la administración sólo a los leales de los leales, así sean incapaces, es apostarle al fracaso de nuevo. Cerrarse a la idea, como Andrés Manuel López Obrador, de que de derrota en derrota se avanza al triunfo de la razón histórica es apostarle al despilfarro del capital político acumulado. Cerrarse a la idea, como Enrique Peña, de buscar el golpe legitimador que, con apoyo mediático, lo vestirá de Príncipe es apostarle de nuevo a la corte de quienes niegan derechos y exigen privilegios a costa de la República o a las tribus intrapartidistas que, en la lucha por la sobrevivencia, practican el canibalismo.
De "nobles" privilegiados, de caciques sin límite y de caníbales con hambre está harto el país.
Pretextos para negar la posibilidad de sumar y multiplicar en materia política sobran y los políticos los conocen.
Dirán que basta un voto para ganar una elección, dirán que la ley no contempla un gobierno de coalición y nada por fuera de ella, dirán que sus principios o sus doctrinas les impiden ir a la esquina con su adversario... pretextos sobran y los conocen. Sin embargo, también saben de la inutilidad de seguir un guión que no acaba de configurar un parlamento, del albur que para el país supone continuar por la ruta que lleva, del entorno económico foráneo que amenaza al crecimiento y al desarrollo, de la imposibilidad de elaborar políticas de largo alcance sin acuerdos mínimos y del peligro que para ellos mismos implica verse como rehenes de los grandes y los intereses que habitan fuera y dentro de sus propios partidos.
Si los políticos de centro, derecha o izquierda quieren mantener la dirección del país es menester que verifiquen su utilidad y esto, sobra decirlo, no lo certifican los notarios públicos, las asambleas populares ni las encuestas de popularidad. Lo certifica la acción política de conjunto, empeñada en ensayar un nuevo derrotero que rescate al país del pantano donde se encuentra.
Se está perdiendo tiempo y una democracia; una República y un Estado de derecho no se construyen a empujones entre resignados y rebeldes, con porras de los conformistas vestidos de gradualistas. Su realización exige enorme esfuerzo, dedicación, sacrificio y generosidad, acompañada de talento, osadía y arrojo político. Supone sumar y multiplicar. ¿Habita algo de eso en nuestros políticos? ¿Saben perdonar o sólo practican el olvido y la indiferencia?
sobreaviso@latinmail.com