Manuel Mireles, 'el cazador' de Templarios
El 24 de febrero de 2013, Mireles, ganaderos de Tepalcatepec, empresarios limoneros y jornaleros de Buenavista, se levantaron en armas para hacer lo que nadie creería posible: expulsar a Los Templarios
Una noche de inicios de febrero de 2013, en una reunión de amigos, José Manuel Mireles Valverde, médico general de la Clínica de Salud de Tepalcatepec, Michoacán, alarmado por el aumento de casos de niñas raptadas y violadas por el cártel de Los Caballeros Templarios en el pueblo, habló del tema con un ganadero presente, compañero de primaria.
Mireles, el líder moral del Consejo General de Autodefensas y Comunitarios de Michoacán, con presencia en 22 municipios del estado, le externó al ganadero que los narcos quisieron llevarse a su ahijada de 15 años, y como no pudieron, raptaron a la prima.
El empresario le dijo que el cártel también intimidó a su hija y a las de otros ganaderos. La plática se abrió al resto de los invitados e hicieron cuentas de cómo 25 mil habitantes del municipio podían enfrentar a 90 narcos bien armados que los tenían en jaque.
El médico de 56 años miró a uno de sus amigos, alzó el vozarrón, inclinó levemente hacia atrás su cabellera canosa y rebelde y acentuó su dicho sacudiendo su brazo largo.
—¡¿Para qué quieres 25 mil?! ¡Aquí tenemos dos clubes de cacería y todos somos excelentes tiradores con armas deportivas! ¡Yo te he visto tirarle a un chivo corriendo a 400 metros!
—¡No, pero tirarle a un cristiano es diferente! —le respondió el increpado.
—¡No compa, es más fácil! ¡Ta más grande y camina más despacio! ¡Vamos a armarnos!— instó.
Mireles me contó la anécdota tres meses después de ocurrida, y remató: “¡Así empezamos! ¡De veras! ¡Así empezamos!”.
Dos semanas después, el 24 de febrero de 2013, Mireles, un grupo de ganaderos de Tepalcatepec, empresarios limoneros y jornaleros de Buenavista, se levantaron con armas deportivas, de grueso calibre, machetes y palos, para tomar dos cabeceras municipales. Hicieron lo que nadie creería posible: expulsaron a Los Templarios.
Casi un año después, la rebelión se extendió a ocho municipios más de Tierra Caliente, y es referente de una docena de guardias civiles y policías comunitarias más surgidas durante 2013 en el resto del estado.
Médico insurrecto
Mireles nunca pasa desapercibido. Primero, por su talla: mide 1.90 de estatura. Segundo, por su carácter enfático y desenfadado. Tercero, porque casi siempre viste bata corta de médico.
Dice que desde hace 25 años labora para la Secretaría de Salud y que recibe una paga de ocho mil pesos quincenales. Tiene una plaza en la modesta Clínica de Salud de Tepalcatepec, en la que trabaja diariamente.
Fue en su consultorio en donde terminó de gestarse su rabia contra el cártel que secuestró, despojó de bienes y ejecutó a familiares y conocidos. El ímpetu por levantarse le vino durante el último cuatrimestre de 2012: atendió a 40 niñas embarazadas por violaciones o estupro infantil por parte de Los Templarios.
“Puras niñas de 11 a 14 años, la más vieja era de 14 años”, dice. “De septiembre, octubre y noviembre fueron 26 niñas de los ranchos. Así como te digo”.
El médico era presidente de la Sociedad de Padres de Familia de la secundaria, pues una de sus hijas asistía a esa escuela. Él se enteró cómo el crimen organizado rondaba el plantel, engatusaba a niñas, a otras las secuestraba y llegó a irrumpir en aulas para elegir a cuales llevarse.
En la reunión con sus amigos en la que se abordó el asunto, brotó su lado insurrecto. Sin embargo, expresa que al crearse la autodefensa, impulsó la creación de un comité al que se integraron padres de familia, ganaderos, empresarios y profesionistas.
Bien armado
La noche del 21 de mayo, el michoacano de bigote revolucionario, a punto de subirse a su camioneta negra con logos de la Cruz Roja, me dijo: “Mira, vengo bien armado”. Abrió la cajuela y mostró botiquines médicos y medicinas.
El mismo día ingresaban a Tierra Caliente 6 mil efectivos federales para desarmar a las autodefensas, por lo que en Coalcomán, recién sumado, y Tepalcatepec, se realizaron marchas de miles de personas en protesta.
En ese momento, Mireles terminaba su jornada en el Centro de Salud, dormía un poco, y pasaba parte de la noche haciendo recorridos entre los 60 puntos de vigilancia que tenía la guardia civil de Tepalcatepec, debido a los intentos de incursión nocturna de la delincuencia organizada.
Seis meses después, los puntos de vigilancia se redujeron de 60 a 10. Pero por la expansión de las autodefensas en la región y la proyección de su figura, ahora cargaba una pistola para su resguardo. Ni antes, ni ahora llevaba escolta. Detalla que tampoco contaba, ni cuenta, con ambulancia e infraestructura suficiente para atender a heridos de las autodefensas y estaba imposibilitado de llevarlos a la ciudad más cercana, Apatzingán, considerada el bastión de Los Templarios.
Cita con el procurador
El 26 de octubre, el mismo día que Mireles encabezó la toma simbólica de Apatzingán, con una caravana desarmada de alrededor de 3 mil guardias civiles, pues el Ejército les impidió ingresar armados, dice que el general de zona lo convocó a él y a otros líderes del Consejo a una reunión para dos días después.
“A mí me dio mucho miedo”, cuenta. Las instrucciones eran precisas: “Despídase de su familia. Déjele su reloj, su cartera, su cinturón y véngase”. Para su sorpresa, afirma que el encuentro fue con el procurador general Jesús Murillo Karam.
El médico no detalla los acuerdos de la reunión. Comenta que el procurador le dijo al general de zona: “Apoyo tu decisión de permitirles que se defiendan y bien armados, pero quiero que sepas que no deja de ser ilegal”.
Y el general le respondió: “Lo sé, pero tú sabes que en legítima defensa todos los ciudadanos se pueden armar, y eso es lo que ellos están haciendo”.
Puntualiza: “Nos pidieron que mantuviéramos la claridad del movimiento, y que no se nos incursionara gente de otros cárteles, pues tienen la espinita de que nuestro movimiento social está financiado por otro cártel, lo que no es cierto, yo parezco limosnero, a todo el que se me acerca le pido ayuda”.
Mireles explica que si bien desde el principio del levantamiento tuvieron lazos con mandos militares y luego con la Policía Federal, a lo largo de los meses la coordinación con ambos se incrementó. “Inicialmente, su objetivo era patrullar los pueblos, cuidar las carreteras, pero sin meterse en los combates”, dice. Pero ahora asegura que los efectivos federales intervienen en los enfrentamientos contra Los Templarios y ellos se repliegan.
Precisa que uno de los acuerdos fue no traer armas a la vista por respeto a la institución castrense. Que el general de zona le indicó: “En las t.r.i.n.ch.e.r.a.s póngalas todas hacia mí si quieren cabrón, pero en el pueblo no vayan a las tortillas con el pinche cuerno colgando a las espaldas”.
Del gobierno federal dice: “Tenemos esa ayuda que cada día crece más”. Pero al gobierno estatal lo asocia directamente con el cártel, por lo que señala que el objetivo del Consejo es “limpiar todo el estado”.
El 24 de febrero de 2013, Mireles, ganaderos de Tepalcatepec, empresarios limoneros y jornaleros de Buenavista, se levantaron en armas para hacer lo que nadie creería posible: expulsar a Los Templarios
Una noche de inicios de febrero de 2013, en una reunión de amigos, José Manuel Mireles Valverde, médico general de la Clínica de Salud de Tepalcatepec, Michoacán, alarmado por el aumento de casos de niñas raptadas y violadas por el cártel de Los Caballeros Templarios en el pueblo, habló del tema con un ganadero presente, compañero de primaria.
Mireles, el líder moral del Consejo General de Autodefensas y Comunitarios de Michoacán, con presencia en 22 municipios del estado, le externó al ganadero que los narcos quisieron llevarse a su ahijada de 15 años, y como no pudieron, raptaron a la prima.
El empresario le dijo que el cártel también intimidó a su hija y a las de otros ganaderos. La plática se abrió al resto de los invitados e hicieron cuentas de cómo 25 mil habitantes del municipio podían enfrentar a 90 narcos bien armados que los tenían en jaque.
El médico de 56 años miró a uno de sus amigos, alzó el vozarrón, inclinó levemente hacia atrás su cabellera canosa y rebelde y acentuó su dicho sacudiendo su brazo largo.
—¡¿Para qué quieres 25 mil?! ¡Aquí tenemos dos clubes de cacería y todos somos excelentes tiradores con armas deportivas! ¡Yo te he visto tirarle a un chivo corriendo a 400 metros!
—¡No, pero tirarle a un cristiano es diferente! —le respondió el increpado.
—¡No compa, es más fácil! ¡Ta más grande y camina más despacio! ¡Vamos a armarnos!— instó.
Mireles me contó la anécdota tres meses después de ocurrida, y remató: “¡Así empezamos! ¡De veras! ¡Así empezamos!”.
Dos semanas después, el 24 de febrero de 2013, Mireles, un grupo de ganaderos de Tepalcatepec, empresarios limoneros y jornaleros de Buenavista, se levantaron con armas deportivas, de grueso calibre, machetes y palos, para tomar dos cabeceras municipales. Hicieron lo que nadie creería posible: expulsaron a Los Templarios.
Casi un año después, la rebelión se extendió a ocho municipios más de Tierra Caliente, y es referente de una docena de guardias civiles y policías comunitarias más surgidas durante 2013 en el resto del estado.
Médico insurrecto
Mireles nunca pasa desapercibido. Primero, por su talla: mide 1.90 de estatura. Segundo, por su carácter enfático y desenfadado. Tercero, porque casi siempre viste bata corta de médico.
Dice que desde hace 25 años labora para la Secretaría de Salud y que recibe una paga de ocho mil pesos quincenales. Tiene una plaza en la modesta Clínica de Salud de Tepalcatepec, en la que trabaja diariamente.
Fue en su consultorio en donde terminó de gestarse su rabia contra el cártel que secuestró, despojó de bienes y ejecutó a familiares y conocidos. El ímpetu por levantarse le vino durante el último cuatrimestre de 2012: atendió a 40 niñas embarazadas por violaciones o estupro infantil por parte de Los Templarios.
“Puras niñas de 11 a 14 años, la más vieja era de 14 años”, dice. “De septiembre, octubre y noviembre fueron 26 niñas de los ranchos. Así como te digo”.
El médico era presidente de la Sociedad de Padres de Familia de la secundaria, pues una de sus hijas asistía a esa escuela. Él se enteró cómo el crimen organizado rondaba el plantel, engatusaba a niñas, a otras las secuestraba y llegó a irrumpir en aulas para elegir a cuales llevarse.
En la reunión con sus amigos en la que se abordó el asunto, brotó su lado insurrecto. Sin embargo, expresa que al crearse la autodefensa, impulsó la creación de un comité al que se integraron padres de familia, ganaderos, empresarios y profesionistas.
Bien armado
La noche del 21 de mayo, el michoacano de bigote revolucionario, a punto de subirse a su camioneta negra con logos de la Cruz Roja, me dijo: “Mira, vengo bien armado”. Abrió la cajuela y mostró botiquines médicos y medicinas.
El mismo día ingresaban a Tierra Caliente 6 mil efectivos federales para desarmar a las autodefensas, por lo que en Coalcomán, recién sumado, y Tepalcatepec, se realizaron marchas de miles de personas en protesta.
En ese momento, Mireles terminaba su jornada en el Centro de Salud, dormía un poco, y pasaba parte de la noche haciendo recorridos entre los 60 puntos de vigilancia que tenía la guardia civil de Tepalcatepec, debido a los intentos de incursión nocturna de la delincuencia organizada.
Seis meses después, los puntos de vigilancia se redujeron de 60 a 10. Pero por la expansión de las autodefensas en la región y la proyección de su figura, ahora cargaba una pistola para su resguardo. Ni antes, ni ahora llevaba escolta. Detalla que tampoco contaba, ni cuenta, con ambulancia e infraestructura suficiente para atender a heridos de las autodefensas y estaba imposibilitado de llevarlos a la ciudad más cercana, Apatzingán, considerada el bastión de Los Templarios.
Cita con el procurador
El 26 de octubre, el mismo día que Mireles encabezó la toma simbólica de Apatzingán, con una caravana desarmada de alrededor de 3 mil guardias civiles, pues el Ejército les impidió ingresar armados, dice que el general de zona lo convocó a él y a otros líderes del Consejo a una reunión para dos días después.
“A mí me dio mucho miedo”, cuenta. Las instrucciones eran precisas: “Despídase de su familia. Déjele su reloj, su cartera, su cinturón y véngase”. Para su sorpresa, afirma que el encuentro fue con el procurador general Jesús Murillo Karam.
El médico no detalla los acuerdos de la reunión. Comenta que el procurador le dijo al general de zona: “Apoyo tu decisión de permitirles que se defiendan y bien armados, pero quiero que sepas que no deja de ser ilegal”.
Y el general le respondió: “Lo sé, pero tú sabes que en legítima defensa todos los ciudadanos se pueden armar, y eso es lo que ellos están haciendo”.
Puntualiza: “Nos pidieron que mantuviéramos la claridad del movimiento, y que no se nos incursionara gente de otros cárteles, pues tienen la espinita de que nuestro movimiento social está financiado por otro cártel, lo que no es cierto, yo parezco limosnero, a todo el que se me acerca le pido ayuda”.
Mireles explica que si bien desde el principio del levantamiento tuvieron lazos con mandos militares y luego con la Policía Federal, a lo largo de los meses la coordinación con ambos se incrementó. “Inicialmente, su objetivo era patrullar los pueblos, cuidar las carreteras, pero sin meterse en los combates”, dice. Pero ahora asegura que los efectivos federales intervienen en los enfrentamientos contra Los Templarios y ellos se repliegan.
Precisa que uno de los acuerdos fue no traer armas a la vista por respeto a la institución castrense. Que el general de zona le indicó: “En las t.r.i.n.ch.e.r.a.s póngalas todas hacia mí si quieren cabrón, pero en el pueblo no vayan a las tortillas con el pinche cuerno colgando a las espaldas”.
Del gobierno federal dice: “Tenemos esa ayuda que cada día crece más”. Pero al gobierno estatal lo asocia directamente con el cártel, por lo que señala que el objetivo del Consejo es “limpiar todo el estado”.
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