¿#Quién_sigue?
SOBREAVISO / René Delgado
21 Mar. 2015
Abordar la salida del aire de Carmen Aristegui no es sencillo. No es el primer caso que se registra en el sexenio, es el cuarto -Ciro Gómez Leyva, Pedro Ferriz y el programa Tercer Grado-. En los anteriores, se tendió el velo de un acuerdo civilizado entre las partes o de una legítima decisión de los programadores, ahora se tiende el manto de "un asunto entre particulares". En todos ellos, el gobierno se lava sin jabón las manos.
Más allá de filias y fobias con los conductores y los concesionarios así como de los errores en que unos y otros incurrieron, el resultado de esas operaciones lastima dos derechos fundamentales: el de libertad de expresión y el de acceso a la información. Lastimadura que aleja todavía más el anhelo democrático, perfila un cuadro ominoso para la prensa y enrarece aún más la atmósfera política.
El saldo peor no puede ser. La compleja y difícil situación por la que atraviesa el jefe del Ejecutivo agrava su circunstancia y se comienza a generar una terrible percepción: la segunda alternancia en el poder presidencial puede terminar peor que la primera.
· · ·
La historia es más larga. La llegada del panismo a la residencia presidencial de Los Pinos generó en más de un concesionario de radio o televisión ajustes en los programas de información y opinión que incluían sus respectivas barras. Ajustes que, de algún modo y con base en sus correspondientes intereses, replanteaban la relación de esos concesionarios con el nuevo poder presidencial o, bien, respondían a la relación que ese poder perfilaba y entabló con los grandes concesionarios de medios.
Algunos concesionarios endurecieron la postura frente al poder albiazul, otros la ablandaron y algunos más la mantuvieron por distintas razones y motivos. Hubo, pues, un reacomodo de las fichas en el tablero de los medios electrónicos que, en la percepción de radioescuchas y televidentes, enriquecía la pluralidad en el dial radiofónico o en la pantalla del televisor. Esa fue la primera impresión.
· · ·
La recuperación del poder presidencial por parte del priismo acarreó un nuevo movimiento en las fichas de los medios electrónicos de comunicación y, ahí, los concesionarios se encontraron con los dedos en la puerta.
Requerían ajustar otra vez su relación con el poder, pero con una doble condición: evitar que la maniobra se interpretara como un atentado a la libertad de expresión conseguida y mucho menos que se cargara a la cuenta del poder presidencial con el cual pretendían y pretenden congraciarse. Se adoptaron fundamentalmente tres vías: magnificar, perversa o artificialmente, los errores o deslices de los conductores-directores de los noticiarios radiofónicos; forzar acuerdos civilizados con ellos o, sencillamente, atribuir al agotamiento de un ciclo la salida del aire del programa en cuestión, en este caso Tercer Grado.
· · ·
De un modo o de otro, los conductores o participantes de los programas -líderes de opinión- salieron del foro donde se expresaban. Dos hechos, sin embargo, echaron abajo el disfraz de la supuesta tersura o legítima operación.
Por un lado, la obcecada práctica -típica del conjunto de la clase política, no sólo del priismo- de atribuir los problemas a quien los reporta y, en esa lógica, resolverlos cortándole la cabeza o la lengua al mensajero. No los resuelven, desde luego, pero creen que si no se sabe de los problemas, estos no existen.
En esa práctica ha incurrido -y asombra con ello- el actual gobierno: no resuelve los problemas, los confina al olvido y, en eso, mucho ayuda salir de los heraldos negros. A ese paso, se concluirá que con sólo pintar de otro color la fachada de las casas de Las Lomas o la de Malinalco, nadie más volverá a fijarse en ellas.
Por otro lado y en su respectivo nicho, los conductores de los programas que han salido del aire legitimaron su liderazgo y generaron simpatía en su audiencia y, ahí sí, ni modo de pedirle a los escuchas y televidentes someterse a un tratamiento de pérdida de la memoria o, bien, renunciar voluntariamente a ser informados por quienes les generan credibilidad. Credibilidad de la cual carece el gobierno.
· · ·
Puede uno coincidir o no ideológica y políticamente con los conductores que han dejado el foro donde se desempeñaban, pero no eludir una realidad: en cada caso la libertad de expresión y el acceso a la información han sido lastimados.
Según las filias y las fobias, puede festejarse o lamentarse la salida de Carmen, Ciro, Pedro o de Tercer Grado, pero la consecuencia es la misma: en vez de avanzar, se retrocede en el ejercicio de libertades y derechos. En ese punto y por más que lo pretenda, el gobierno no puede lavarse las manos. Una autoridad interesada en garantizar libertades y derechos no puede salir con el cuento de que se trata de acuerdos o desacuerdos entre particulares. Si ese gobierno tiene auténtica vocación democrática, pondría a disposición de las partes sus buenos oficios para, sin violentar los derechos individuales, garantizar los derechos constitucionales.
Asimismo, en la compleja situación en la que se encuentra y a fin de distender la atmósfera social y política, esa autoridad tomaría decisiones frente a problemas en los que tiene pleno control de las variables y, en el caso particular, devolvería a su dueño las casas que lo colocan en un conflicto de interés.
Ese gobierno hablaría firme y de frente, en vez de sonreír ante el acallamiento de quienes cuestionan su actuación.
· · ·
Lo ocurrido con Carmen, pero también con Ciro, Pedro y Tercer Grado son signos de una tentación autoritaria disfrazada que, lejos de resolver los problemas de fondo, los agrava.
Si el nuevo "asunto entre particulares" que esta semana lastimó a un sector de radioescuchas marca la nueva política de comunicación a desplegarse después de la salida, otra salida, del ex coordinador de Comunicación Social de la Presidencia de la República, David López, y anticipa la tarea ordenada, ampliada y confiada al portavoz Eduardo Sánchez, más y nuevos problemas se agregan.
Apena pensar que se están sembrando vientos... silencio no habrá al cosechar tempestades. Acallar a la crítica no resuelve, agrava los problemas. ¿Quién sigue?
sobreaviso12@gmail.com
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SOBREAVISO / René Delgado
21 Mar. 2015
Abordar la salida del aire de Carmen Aristegui no es sencillo. No es el primer caso que se registra en el sexenio, es el cuarto -Ciro Gómez Leyva, Pedro Ferriz y el programa Tercer Grado-. En los anteriores, se tendió el velo de un acuerdo civilizado entre las partes o de una legítima decisión de los programadores, ahora se tiende el manto de "un asunto entre particulares". En todos ellos, el gobierno se lava sin jabón las manos.
Más allá de filias y fobias con los conductores y los concesionarios así como de los errores en que unos y otros incurrieron, el resultado de esas operaciones lastima dos derechos fundamentales: el de libertad de expresión y el de acceso a la información. Lastimadura que aleja todavía más el anhelo democrático, perfila un cuadro ominoso para la prensa y enrarece aún más la atmósfera política.
El saldo peor no puede ser. La compleja y difícil situación por la que atraviesa el jefe del Ejecutivo agrava su circunstancia y se comienza a generar una terrible percepción: la segunda alternancia en el poder presidencial puede terminar peor que la primera.
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La historia es más larga. La llegada del panismo a la residencia presidencial de Los Pinos generó en más de un concesionario de radio o televisión ajustes en los programas de información y opinión que incluían sus respectivas barras. Ajustes que, de algún modo y con base en sus correspondientes intereses, replanteaban la relación de esos concesionarios con el nuevo poder presidencial o, bien, respondían a la relación que ese poder perfilaba y entabló con los grandes concesionarios de medios.
Algunos concesionarios endurecieron la postura frente al poder albiazul, otros la ablandaron y algunos más la mantuvieron por distintas razones y motivos. Hubo, pues, un reacomodo de las fichas en el tablero de los medios electrónicos que, en la percepción de radioescuchas y televidentes, enriquecía la pluralidad en el dial radiofónico o en la pantalla del televisor. Esa fue la primera impresión.
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La recuperación del poder presidencial por parte del priismo acarreó un nuevo movimiento en las fichas de los medios electrónicos de comunicación y, ahí, los concesionarios se encontraron con los dedos en la puerta.
Requerían ajustar otra vez su relación con el poder, pero con una doble condición: evitar que la maniobra se interpretara como un atentado a la libertad de expresión conseguida y mucho menos que se cargara a la cuenta del poder presidencial con el cual pretendían y pretenden congraciarse. Se adoptaron fundamentalmente tres vías: magnificar, perversa o artificialmente, los errores o deslices de los conductores-directores de los noticiarios radiofónicos; forzar acuerdos civilizados con ellos o, sencillamente, atribuir al agotamiento de un ciclo la salida del aire del programa en cuestión, en este caso Tercer Grado.
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De un modo o de otro, los conductores o participantes de los programas -líderes de opinión- salieron del foro donde se expresaban. Dos hechos, sin embargo, echaron abajo el disfraz de la supuesta tersura o legítima operación.
Por un lado, la obcecada práctica -típica del conjunto de la clase política, no sólo del priismo- de atribuir los problemas a quien los reporta y, en esa lógica, resolverlos cortándole la cabeza o la lengua al mensajero. No los resuelven, desde luego, pero creen que si no se sabe de los problemas, estos no existen.
En esa práctica ha incurrido -y asombra con ello- el actual gobierno: no resuelve los problemas, los confina al olvido y, en eso, mucho ayuda salir de los heraldos negros. A ese paso, se concluirá que con sólo pintar de otro color la fachada de las casas de Las Lomas o la de Malinalco, nadie más volverá a fijarse en ellas.
Por otro lado y en su respectivo nicho, los conductores de los programas que han salido del aire legitimaron su liderazgo y generaron simpatía en su audiencia y, ahí sí, ni modo de pedirle a los escuchas y televidentes someterse a un tratamiento de pérdida de la memoria o, bien, renunciar voluntariamente a ser informados por quienes les generan credibilidad. Credibilidad de la cual carece el gobierno.
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Puede uno coincidir o no ideológica y políticamente con los conductores que han dejado el foro donde se desempeñaban, pero no eludir una realidad: en cada caso la libertad de expresión y el acceso a la información han sido lastimados.
Según las filias y las fobias, puede festejarse o lamentarse la salida de Carmen, Ciro, Pedro o de Tercer Grado, pero la consecuencia es la misma: en vez de avanzar, se retrocede en el ejercicio de libertades y derechos. En ese punto y por más que lo pretenda, el gobierno no puede lavarse las manos. Una autoridad interesada en garantizar libertades y derechos no puede salir con el cuento de que se trata de acuerdos o desacuerdos entre particulares. Si ese gobierno tiene auténtica vocación democrática, pondría a disposición de las partes sus buenos oficios para, sin violentar los derechos individuales, garantizar los derechos constitucionales.
Asimismo, en la compleja situación en la que se encuentra y a fin de distender la atmósfera social y política, esa autoridad tomaría decisiones frente a problemas en los que tiene pleno control de las variables y, en el caso particular, devolvería a su dueño las casas que lo colocan en un conflicto de interés.
Ese gobierno hablaría firme y de frente, en vez de sonreír ante el acallamiento de quienes cuestionan su actuación.
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Lo ocurrido con Carmen, pero también con Ciro, Pedro y Tercer Grado son signos de una tentación autoritaria disfrazada que, lejos de resolver los problemas de fondo, los agrava.
Si el nuevo "asunto entre particulares" que esta semana lastimó a un sector de radioescuchas marca la nueva política de comunicación a desplegarse después de la salida, otra salida, del ex coordinador de Comunicación Social de la Presidencia de la República, David López, y anticipa la tarea ordenada, ampliada y confiada al portavoz Eduardo Sánchez, más y nuevos problemas se agregan.
Apena pensar que se están sembrando vientos... silencio no habrá al cosechar tempestades. Acallar a la crítica no resuelve, agrava los problemas. ¿Quién sigue?
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