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Lujambio el voyeur y las indígenas liberadas
Política cero
Jairo Calixto Albarrán
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Cuando el secretario de Educación Pública, el augusto Alonso Lujambio, afirmó que pertenece a ese grupo de mexicanos en el que se emana luminosidad y fuerza y no oscuridad y desánimo, en un tono que le hubiera envidiado Mariano Osorio, me llenó el alma de paz interior. Sobre todo cuando estas profundas palabras fueron externadas en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, junto a la presidenta de la CIRT, Karen Sánchez Abbot, en el lanzamiento del portal “Historias de familia” donde, además, tan culto y fino secretario escaneó con no poca lascivia la grupa de tan gentil damita, con un estilo que le hubieran envidiado en una vulcanizadora.
Esto me devolvió la fe en la humanidad, no sólo porque Lujambio, autodenominado salvador de la educación patria, haya confirmado su alejamiento del pesimismo como hubiera querido Paulo Coelho o Carlos Cuauhtémoc Sánchez, sino que también haya puesto en peligro con esas miradas libidinosas su papel de consentido de la profesora. ¡Ay, papá!
Eso y que la Tremenda Corte haya corregido, cuatro años después, la supina ignorancia y maledicencia de la PGR que tenía entambadas a tres indígenas en Querétaro, Jacinta Francisco Marcial (quien después de no poca presión social y mediática fue liberada hace pocos meses), Teresa González y Alberta Alcántara, acusadas de haber plagiado a unos poderosísimos afis. Digo, suponiendo que estas mujeres hubieran podido hacer tal cosa, era como para que la PGR se hubiera desistido cuando menos por vergüenza y, sobre todo, para no ser burla del crimen organizado. El Chapo y El Mayo, risa y risa.
Lo interesante, además de que el ministro Arturo Zaldívar sí le dijo a la PGR que por piedad ya se pongan a trabajar, porque la Corte se la pasa arreglando sus estropicios e injusticias. Ya no se sabe quién imita a quién, si Chávez & Chavez al procurator Bazbaz, o viceversa.
Pero lo deseable es que a doña Jacinta, doña Teresa y doña Alberta no sólo les ofrezcan el disculpen las molestias que esta procuración de justicia les ha ocasionado, sino que la institución se caiga con el billete grande. Y es que la PGR, en el mejor estilo de los Legionarios de Cristo, se hace pato con el resarcimiento en metálico, creyendo que con unas palmaditas se resuelve tanto abuso, tanto oprobio y tanta ignominia.
Es como cuando 23 mil muertos después y daños colaterales de por medio, Calderón afirma campechanamente en Monterrey, convertido en la nueva Ciudad Juárez, que “entiendo la crisis de confianza”.
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