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La nota es Cubana...
El celular como folclor..(aplicable a México y otros)
José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Ni las alebrestadas fantasías de la película Avatar son comparables con el espectáculo que representa un habanero tratando de hablar por su teléfono móvil en medio de un camello (metrobús) desbordante de pasajeros. Es un sainete único. Un tipo ventilando sus asuntos personales a grito pelado, en tanto decenas de individuos lo rodean, se le enciman en plan de asfixia, expectantes, todo ojos y oídos, para no perderse ni un solo detalle de la conversación.
Conozco a una señora cuya hija, que vive en Palmiche (ella quiere decir en Palm Beach), le envió un celular. Pero como la señora tiene dificultades auditivas, también debió enviarle uno de esos aparaticos que los sordos se prenden en la oreja.
De tal modo la señora asumió que el aparatico es un accesorio del móvil, y no hay Dios que la haga usarlo si no es para comunicarse telefónicamente con su hija de Palmiche.
Junto a un cierto alivio para el metastásico problema de nuestra incomunicación, el acceso más o menos masivo a la telefonía móvil ha traído a la Isla otra posibilidad de evidenciar no sólo nuestro despiste con respecto a la realidad concreta, no sólo la miseria extrema en que nos han hundido los caciques del partido único, sino además nuestra escandalosa intemperie cultural, la de verdad, esa que yace por detrás y debajo de los informes oficiales.
Cuando los denominados “teléfonos inteligentes” son el pan del día en el mundo y están cambiando las costumbres humanas con su asalto a Internet y a las redes sociales, en Cuba, a manera de prebendas para privilegiados de bajo perfil que se destacan por su fidelidad al régimen, se instalan, como último grito de la moda, los teléfonos fijos alternativos, unos armatostes que parecen extraídos de la máquina del tiempo, con capacidad de uso para menos de 7 horas cada mes.
Resulta comprensible entonces que esos celulares que ahora se ven con frecuencia en los camellos habaneros, aun cuando estén lejos de pertenecer a la generación “inteligente”, sean exhibidos como un signo de prosperidad y aun de avance, digamos, hacia nuevas alturas socio-económicas por parte de sus usuarios.
No importa que todo el mundo conozca los mecanismos que mueven la tramoya, porque igual nos comportamos como si no supiéramos que la mayoría de los móviles (y no son pocos) que hoy posee nuestra gente de a pie están siendo costeados por los paisanos de Miami, quienes se rompen el lomo trabajando con tal de que a sus familiares no les falte en la Isla lo imprescindible (que el régimen no les permite ganarse mediante el propio esfuerzo), incluida, claro, la comunicación, que es una necesidad de primer orden.
Paradójicamente, no son pocos los mantenidos por sus familiares miamenses que ante la disyuntiva de escoger entre los víveres y la novedad del celular, han resuelto apretarse el cinto con tal de ser de vez en vez la sensación del camello.
Pero eso ya forma parte del folklor. Igual que nuestros muy numerosos poseedores de teléfonos móviles que no pueden darse el lujo de utilizarlos para hablar, sino apenas para estar localizables (y para ser envidiados como beneficiarios de la modernidad), así que cuando alguien los llama, montan verdaderos sketchs, a manera de diálogos entre apaches y caras pálidas, para no incurrir sino en el mínimo gasto, con llamadas de menos de un minuto de duración.
Por lo general, sus conversaciones corrientes son más o menos del tipo: “Oigo. Ok. Chao”. O: “Sí, ya voy”. O: “Luego, ahora no”. O: “¡Te dije que no me llamaras, coño!”.
No es que sea mucho pero es mucho más que nada. Aunque hay aspectos puntuales en los que la telefonía móvil sí nos ha traído ventajas que algún día tendremos que valorar como históricas. Pongo por caso el inestimable servicio que brinda a los opositores del régimen, a la prensa independiente y a los bloggers.
Pero entre el hecho y lo dicho por los voceros oficiales acerca de nuestras conquistas de los últimos tiempos en materia de acceso a la telefonía móvil, ahí sí va un buen trecho.
Por no abstenerse a la hora de inflar el globo, mediante las páginas del periódico Juventud Rebelde afirmaron hace poco que en Cuba “la gran mayoría del tráfico de telefonía celular es subsidiado por el Estado gracias a los ingresos que se obtienen por los móviles que funcionan en moneda libremente convertible”.
Pero es que aquí todo el tráfico de telefonía celular debe ser pagado en moneda libremente convertible. Los únicos que no pagan, o no pagan en cuc, son los funcionarios y ahijados estatales. Y el servicio para ellos no lo subvenciona el Estado, sino la pobre gente de pie, o más propiamente, sus familiares de Miami.
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La nota es Cubana...
El celular como folclor..(aplicable a México y otros)
José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Ni las alebrestadas fantasías de la película Avatar son comparables con el espectáculo que representa un habanero tratando de hablar por su teléfono móvil en medio de un camello (metrobús) desbordante de pasajeros. Es un sainete único. Un tipo ventilando sus asuntos personales a grito pelado, en tanto decenas de individuos lo rodean, se le enciman en plan de asfixia, expectantes, todo ojos y oídos, para no perderse ni un solo detalle de la conversación.
Conozco a una señora cuya hija, que vive en Palmiche (ella quiere decir en Palm Beach), le envió un celular. Pero como la señora tiene dificultades auditivas, también debió enviarle uno de esos aparaticos que los sordos se prenden en la oreja.
De tal modo la señora asumió que el aparatico es un accesorio del móvil, y no hay Dios que la haga usarlo si no es para comunicarse telefónicamente con su hija de Palmiche.
Junto a un cierto alivio para el metastásico problema de nuestra incomunicación, el acceso más o menos masivo a la telefonía móvil ha traído a la Isla otra posibilidad de evidenciar no sólo nuestro despiste con respecto a la realidad concreta, no sólo la miseria extrema en que nos han hundido los caciques del partido único, sino además nuestra escandalosa intemperie cultural, la de verdad, esa que yace por detrás y debajo de los informes oficiales.
Cuando los denominados “teléfonos inteligentes” son el pan del día en el mundo y están cambiando las costumbres humanas con su asalto a Internet y a las redes sociales, en Cuba, a manera de prebendas para privilegiados de bajo perfil que se destacan por su fidelidad al régimen, se instalan, como último grito de la moda, los teléfonos fijos alternativos, unos armatostes que parecen extraídos de la máquina del tiempo, con capacidad de uso para menos de 7 horas cada mes.
Resulta comprensible entonces que esos celulares que ahora se ven con frecuencia en los camellos habaneros, aun cuando estén lejos de pertenecer a la generación “inteligente”, sean exhibidos como un signo de prosperidad y aun de avance, digamos, hacia nuevas alturas socio-económicas por parte de sus usuarios.
No importa que todo el mundo conozca los mecanismos que mueven la tramoya, porque igual nos comportamos como si no supiéramos que la mayoría de los móviles (y no son pocos) que hoy posee nuestra gente de a pie están siendo costeados por los paisanos de Miami, quienes se rompen el lomo trabajando con tal de que a sus familiares no les falte en la Isla lo imprescindible (que el régimen no les permite ganarse mediante el propio esfuerzo), incluida, claro, la comunicación, que es una necesidad de primer orden.
Paradójicamente, no son pocos los mantenidos por sus familiares miamenses que ante la disyuntiva de escoger entre los víveres y la novedad del celular, han resuelto apretarse el cinto con tal de ser de vez en vez la sensación del camello.
Pero eso ya forma parte del folklor. Igual que nuestros muy numerosos poseedores de teléfonos móviles que no pueden darse el lujo de utilizarlos para hablar, sino apenas para estar localizables (y para ser envidiados como beneficiarios de la modernidad), así que cuando alguien los llama, montan verdaderos sketchs, a manera de diálogos entre apaches y caras pálidas, para no incurrir sino en el mínimo gasto, con llamadas de menos de un minuto de duración.
Por lo general, sus conversaciones corrientes son más o menos del tipo: “Oigo. Ok. Chao”. O: “Sí, ya voy”. O: “Luego, ahora no”. O: “¡Te dije que no me llamaras, coño!”.
No es que sea mucho pero es mucho más que nada. Aunque hay aspectos puntuales en los que la telefonía móvil sí nos ha traído ventajas que algún día tendremos que valorar como históricas. Pongo por caso el inestimable servicio que brinda a los opositores del régimen, a la prensa independiente y a los bloggers.
Pero entre el hecho y lo dicho por los voceros oficiales acerca de nuestras conquistas de los últimos tiempos en materia de acceso a la telefonía móvil, ahí sí va un buen trecho.
Por no abstenerse a la hora de inflar el globo, mediante las páginas del periódico Juventud Rebelde afirmaron hace poco que en Cuba “la gran mayoría del tráfico de telefonía celular es subsidiado por el Estado gracias a los ingresos que se obtienen por los móviles que funcionan en moneda libremente convertible”.
Pero es que aquí todo el tráfico de telefonía celular debe ser pagado en moneda libremente convertible. Los únicos que no pagan, o no pagan en cuc, son los funcionarios y ahijados estatales. Y el servicio para ellos no lo subvenciona el Estado, sino la pobre gente de pie, o más propiamente, sus familiares de Miami.
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