Mi Sobrina recién egresada de la Septién comienza sus pininos. ¿Pueden dar una opinión acerca de esta crónica?
Los viejos hechiceros jamás olvidan su mejor embrujo. El del maestro Eddie Palmieri convierte a todos en libres danzantes. En el concierto que ofreció el viernes usó su habitual pócima que hace mover caderas, sudar compases de latin jazz y recordar con nostalgia. Con sólo escuchar el piano, las sensaciones intensas se apoderan del cuerpo.
Desde la llegada al salón José Cuervo se respiraba un aroma dulce con sabor a jazz, la gente se notaba ansiosa por deleitar su mirada, sus oídos y las ganas que llevaban de aplaudir al gran artista.
La espera fue larga, pero unas piezas de jazz en un tono bajo fueron las encargadas de apacigüar la ansiedad y preparar a los presentes para el poderoso espectáculo del cual serían testigos.
Las señoras con vestidos largos y los caballeros con trajes, boinas y sombreros: era notorio que estaban ahí deseosos de recordar aquellos años de juventud al compás del célebre músico neoyorquino, ganador de nueve Grammy, al frente de su banda Afro Caribbean Jazz Septet y que dejó anoche constancia de su enorme talento y virtuosismo.
El concierto abrió con el reconocido mexicano Héctor Infanzón Cuarteto como telonero y cautivó a los asistentes que ovacionaron a ambos exponentes de jazz en una memorable presentación.
Los gritos ensordecían, los aplausos cimbraban el salón y el rompeteclas (como lo llaman sus fans) demostró una vez más su reconocida grandeza musical.
La gente vibraba al escucharlo, las parejas derrochaban sensualidad y dejaban ver que sentían cada nota que el pianista marcaba en su joya, el piano.
Un fan y le gritó “¡Venga, maestro!”, lo que provocó que Palmieri sonriera, que la noche ardiera y se multiplicaran por doquier los bailes de cadera.
Los viejos hechiceros jamás olvidan su mejor embrujo. El del maestro Eddie Palmieri convierte a todos en libres danzantes. En el concierto que ofreció el viernes usó su habitual pócima que hace mover caderas, sudar compases de latin jazz y recordar con nostalgia. Con sólo escuchar el piano, las sensaciones intensas se apoderan del cuerpo.
Desde la llegada al salón José Cuervo se respiraba un aroma dulce con sabor a jazz, la gente se notaba ansiosa por deleitar su mirada, sus oídos y las ganas que llevaban de aplaudir al gran artista.
La espera fue larga, pero unas piezas de jazz en un tono bajo fueron las encargadas de apacigüar la ansiedad y preparar a los presentes para el poderoso espectáculo del cual serían testigos.
Las señoras con vestidos largos y los caballeros con trajes, boinas y sombreros: era notorio que estaban ahí deseosos de recordar aquellos años de juventud al compás del célebre músico neoyorquino, ganador de nueve Grammy, al frente de su banda Afro Caribbean Jazz Septet y que dejó anoche constancia de su enorme talento y virtuosismo.
El concierto abrió con el reconocido mexicano Héctor Infanzón Cuarteto como telonero y cautivó a los asistentes que ovacionaron a ambos exponentes de jazz en una memorable presentación.
Los gritos ensordecían, los aplausos cimbraban el salón y el rompeteclas (como lo llaman sus fans) demostró una vez más su reconocida grandeza musical.
La gente vibraba al escucharlo, las parejas derrochaban sensualidad y dejaban ver que sentían cada nota que el pianista marcaba en su joya, el piano.
Un fan y le gritó “¡Venga, maestro!”, lo que provocó que Palmieri sonriera, que la noche ardiera y se multiplicaran por doquier los bailes de cadera.
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