Democracia versus Gobernabilidad
Por Ángel Pujalte Piñeiro
Por Ángel Pujalte Piñeiro
Se propaga en el ambiente político la “necesidad de gobernabilidad”, en una mustia consigna que oculta más malignas secuelas sumergidas que un iceberg. Es una falaz “consigna” “política” que “da a entender” que la solución a nuestros problemas radica en que un partido político logre una mayoría artificial en el Congreso, lo que tuerce diametralmente el espíritu de la democracia.
La mentira clave es que: el país esta atorado y no avanza por “falta de gobernabilidad”.Cuando el desorden que lo inmoviliza es multifactorial. Las sociedades avanzan en la medida que se organizan y retroceden en la que se desorganizan y cuando todo se complica y nada funciona, es falta de inteligencia. Quiere decir que padecemos desorden consecuencia de irracionalidad. Falta inteligencia para ordenar y organizar al país integrado a todos en un proyecto común. Sin el cual el país se encuentra en un garete, del que no lo puede sacar los caprichos de ninguna minoría. Entendiendo como minoría a menos de la mitad más uno.
En el desconcierto actual la gobernabilidad artificial se traduce en capacitar a una fracción para imponer ucases y ahondar más el desfiguro nacional con sus jaloneos de la cobija a su favor. Los diletantes de la razón y paganos del conocimiento confunden la inacción de camposanto en la población con gobernabilidad y orden. Es decir: que los depredados o abandonados ni siquiera se quejen, lo “políticamente correcto” es que sufran y agonicen en silencio y sin llamar la atención (como decía la tía Petra: calladitos y quietecitos).
Parte del desorden resulta de desunión social. En vez de una sociedad padecemos un conglomerado antagónico, una dispersión coloidal social. En la arena política se enfrentan por lo menos tres cárteles mayores e infinidad de comodinos menores. Lo que en el extravío del bien común, en grandes rasgos divide al sector político en tres partes casi iguales, con equilibrio lábil. Cuando la pluralidad es otra cosa. Se refiere a que cada individuo puede y debe tener su visión del mundo y objetivos personales, sin menoscabo de la existencia de una visión compartida por toda la población del mundo y propósitos comunes que incluyan a todos. Son elementos organizativos imprescindibles sin los cuales nada convoca, aglutina ni unifica. Orfandad de propósitos comunes.
Otra parte sustancial del problema de fondo es el fraude de la actividad política. La perversión de la política manifiesta en todas sus expresiones su suplantación por la mercadotecnia. Nuestros “políticos” trucaron la noble y suprema naturaleza de su actividad por abyecta tecnología de mercader. Lo que acarrea multitud de consecuencias lesivas al desarrollo social.
La ausencia de propósito común (ninguna sociedad existe sin él) y su suplantación con ofertas específicas para minorías determinadas, patentizan la degradación de la población de ciudadanos en “clientes”. Perversidad “política” que ve a las minorías sociales como “nichos de mercado”. Lo que transforma la arena política en mercado cuyos puestos ofertan acciones puntuales específicas para minorías determinadas agrupadas por necesidades. El consecuente malabar mental lleva a cada “negocio”, en que han transformado a los mal llamados “partidos políticos”, a abandonar las plataformas ideológicas generales, serias y profundas, para mejor atacar con espíritu utilitario un nicho de mercado formado con una selección de necesidades afines o simpáticas, de acuerdo a la cantidad de votos que promete el “volumen” del grupo que deciden “atender” y no a desentenderse sino a combatir, como lógica estrategia de mercado complementaria, a los que no incluye su nicho de mercado.
Si las elecciones no son el objeto de la democracia, sino apenas un medio (y malo) para alentar que el gobierno trabaje a favor de la sociedad y desalentar que mercenarios de la necesidad y estafadores de la esperanza se apropien y usufructúen los instrumentos y recursos sociales como propiedad particular. Vemos que lo que debería conjurar la democracia, sucede en gran medida, con la complicación que al dividir la arena política en nichos de mercado, enfrentan a la sociedad y diluyen los esfuerzos sociales en agitación ciega.
Es la zozobra del país (lo de bajo arriba y lo de arriba abajo). Los particulares deben dedicarse a crear riqueza en la búsqueda de sus propios fines y el gobierno (los individuos que lo forman) deben dedicarse al bien común y no a beneficiar sus propios fines, particulares o de grupo. Como sucede, donde todo mundo, sector público y privado se dedican a sus propios fines y nadie se ocupa del bien común. En este tenor cualquier forma de gobernabilidad artificial (cláusula de gobernabilidad) desequilibra aún más al otorgar no gobernabilidad, que en sentido estricto sería ganar aceptación y respaldo de la mayoría, sino en vez de eso otorga un grado de dictador a la minoría (33%) agraciada en la chapuza electoral. Lo que ahondaría la deformación del ya muy descompuesto orden nacional.
El problema no es fácil. Requiere recuperar la extraviada orientación del bien común y una sana actividad política que se ciña exclusivamente a él y se proscriba la injerencia de “políticos” en asuntos particulares. Me dirán que eso documentalmente ya esta hecho. Así es, otra causal (o síntoma) es que la ley es letra muerta, (así para que queremos más). Pero el factor estratégico, el que toca a todos los demás, estriba en recuperar la saluda de la actividad política. Mientras la constante en ese terreno sea el bajo nivel y mala fe no se puede lograr nada. Pero como a ellos no les interesa limpiar y ordenar su casa lo tenemos que hacer los particulares. Que mucha culpa es nuestra por no ejercer una ciudadanía cabal, abandonar en manos de “políticos” los asuntos comunitarios y permitir que el desorden que han creado llegara a donde está.
Autor de ¿A donde vamos, México? ¡Fe de erratas del desarrollo nacional!
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