¿Vasallaje foliado [o follado?]
Juan Villoro
Juan Villoro
(16 julio 2010).- El principal rasgo de unión del México que hace propaganda a su bicentenario es la desconfianza. Al menos eso piensan las oficinas ante las que hacemos trámites en el angustioso afán de demostrar que existimos y que eso vale la pena.
En otros países, para hacer una factura basta tomar una hoja tamaño carta, llenarla con los datos correspondientes, firmarla y enviarla por correo. En México la sencillez causa sospecha. La complicación es el principal método de control de una nación adiestrada en el recelo.
En la entrada de cualquier oficina tus datos son apuntados en un libro enorme que no basta como registro de seguridad. Acto seguido, dejas tu credencial a cambio de un gafete. ¿Tener un documento en prenda implica que te portarás bien adentro y no robarás el CD-Rom que custodia la fórmula secreta de la empresa? Por supuesto que no. Es más: dejar la credencial ni siquiera implica que sea auténtica. Pero las molestias se han convertido en signos de seguridad.
Voy a poner ejemplos recientes de calvario burocrático. La Universidad Nacional no acepta tinta azul en sus trámites. ¿Hay alguna razón legal para que así sea? Supongo que sí -y que está amparada por el Instituto de Investigaciones Jurídicas-, pero debe tratarse de una razón abstrusa. Ni Estados Unidos ni Europa han descubierto que la tinta azul es ilegal. Es obvio que les llevamos ventaja en materia de suspicacia, pero no en desarrollo.
Después de fracasar con un trámite en la UNAM, donde rubriqué mi nombre con el color de los ilegales (que por cierto es el de esa benemérita institución), tuve que hacer otro en la SEP. Junto con muchos documentos explicables, me pidieron mi cédula profesional y mi título universitario. Es lógico que un ingeniero que va a hacer los cálculos de un puente acredite su especialización, ¿pero sirve de algo saber que el encargado de escribir un cuento infantil sea sociólogo? Obviamente, ése no es el sentido de la petición. Lo importante es disponer de un documento más para vencer la desconfianza que suscita toda persona que colabora en algo.
Mis trámites se alargaron tanto que el recibo entregado caducó. Llevé otro y aguardé el contrato. Lo firmé, marcando iniciales del lado izquierdo, como suele hacerse. Craso error: en esa oficina, las iniciales sólo son legítimas del lado derecho. Esto, que suena inverosímil, es tristemente autobiográfico. Los filtros burocráticos son una invitación a la locura.
El México independiente odia la independencia. No hay nada peor que trabajar por tu cuenta. Si no tienes un empleador básico, cada mes te sometes a la visita de las siete cajas para solventar otros tantos códigos burocráticos. Al terminar el año fiscal, persigues formas de retención en un peregrinaje que deja corto al Camino de Santiago. En cada episodio el responsable del sello es dueño de la situación. Para congraciarte con todos necesitarías regalar galletas el año entero. ¿Qué conclusión sacamos de esto? En este país, la única simplificación administrativa consiste en trabajar para un solo lugar: si eres vasallo de una causa padeces menos.
La cultura de la desconfianza provoca que nada sea tan respetable como una pirámide de mandos. El Auxiliar C de una vasta oficina está a salvo: tranquiliza a la jerarquía. Es posible que le paguen una miseria y su trabajo sea horrendo, pero ya ha sido controlado.
Toda iniciativa independiente es una intrusa en el sistema. El que mueve demasiado sus documentos parece ignorar quién es. ¿Cómo confiar en alguien que deja "sus generales" en distintas oficinas? La tribu exige pertenencia fija.
Pero no sólo desconfiamos del prójimo, sino de su pasado en el almacén de lo concreto. De pronto te llega una boleta de agua: informa que en marzo de hace 10 años no pagaste.
Acabo de ser multado por Hacienda por no cumplir mis obligaciones de arrendatario. Durante unos años cobré renta por un departamento. Cuando dejé de hacerlo, hace más de una década, me di de baja. Los años pasaron en relativa calma hasta que el banco de datos cobró vida propia y volvió a considerarme arrendatario. Mi baja se borró del sistema. Me mandaron una multa, la pagué y también se borró: me han vuelto a enviar la misma.
Pero no sólo en la administración pública los datos son inestables. Hace poco, el sistema de televisión que tengo contratado [i]me informó [/i]que iban suspenderme el servicio por incumplimiento de pago. Hablé para explicar que desde hace seis años la cuota está domiciliada a mi cuenta bancaria. Un amable operador movió teclas, pidió mi número de tarjeta y arregló la operación. Luego me dijo que había perdido el descuento de pago oportuno. "¿Cómo se puede retrasar un pago que está domiciliado?", pregunté. "Hable con su banco", fue la respuesta. Al mes siguiente el pago funcionaba como siempre. ¿Por qué se rebeló en mayo? Misterios de la tramitología.
Como empleados y consumidores de- pendemos de inescrutables potestades. La principal enseñanza de nuestra vida independiente: [colro=red]nada es tan seguro como la esclavitud.[/color]
Mejor anula siempre tu voto
Juan Villoro
Juan Villoro
(16 julio 2010).- El principal rasgo de unión del México que hace propaganda a su bicentenario es la desconfianza. Al menos eso piensan las oficinas ante las que hacemos trámites en el angustioso afán de demostrar que existimos y que eso vale la pena.
En otros países, para hacer una factura basta tomar una hoja tamaño carta, llenarla con los datos correspondientes, firmarla y enviarla por correo. En México la sencillez causa sospecha. La complicación es el principal método de control de una nación adiestrada en el recelo.
En la entrada de cualquier oficina tus datos son apuntados en un libro enorme que no basta como registro de seguridad. Acto seguido, dejas tu credencial a cambio de un gafete. ¿Tener un documento en prenda implica que te portarás bien adentro y no robarás el CD-Rom que custodia la fórmula secreta de la empresa? Por supuesto que no. Es más: dejar la credencial ni siquiera implica que sea auténtica. Pero las molestias se han convertido en signos de seguridad.
Voy a poner ejemplos recientes de calvario burocrático. La Universidad Nacional no acepta tinta azul en sus trámites. ¿Hay alguna razón legal para que así sea? Supongo que sí -y que está amparada por el Instituto de Investigaciones Jurídicas-, pero debe tratarse de una razón abstrusa. Ni Estados Unidos ni Europa han descubierto que la tinta azul es ilegal. Es obvio que les llevamos ventaja en materia de suspicacia, pero no en desarrollo.
Después de fracasar con un trámite en la UNAM, donde rubriqué mi nombre con el color de los ilegales (que por cierto es el de esa benemérita institución), tuve que hacer otro en la SEP. Junto con muchos documentos explicables, me pidieron mi cédula profesional y mi título universitario. Es lógico que un ingeniero que va a hacer los cálculos de un puente acredite su especialización, ¿pero sirve de algo saber que el encargado de escribir un cuento infantil sea sociólogo? Obviamente, ése no es el sentido de la petición. Lo importante es disponer de un documento más para vencer la desconfianza que suscita toda persona que colabora en algo.
Mis trámites se alargaron tanto que el recibo entregado caducó. Llevé otro y aguardé el contrato. Lo firmé, marcando iniciales del lado izquierdo, como suele hacerse. Craso error: en esa oficina, las iniciales sólo son legítimas del lado derecho. Esto, que suena inverosímil, es tristemente autobiográfico. Los filtros burocráticos son una invitación a la locura.
El México independiente odia la independencia. No hay nada peor que trabajar por tu cuenta. Si no tienes un empleador básico, cada mes te sometes a la visita de las siete cajas para solventar otros tantos códigos burocráticos. Al terminar el año fiscal, persigues formas de retención en un peregrinaje que deja corto al Camino de Santiago. En cada episodio el responsable del sello es dueño de la situación. Para congraciarte con todos necesitarías regalar galletas el año entero. ¿Qué conclusión sacamos de esto? En este país, la única simplificación administrativa consiste en trabajar para un solo lugar: si eres vasallo de una causa padeces menos.
La cultura de la desconfianza provoca que nada sea tan respetable como una pirámide de mandos. El Auxiliar C de una vasta oficina está a salvo: tranquiliza a la jerarquía. Es posible que le paguen una miseria y su trabajo sea horrendo, pero ya ha sido controlado.
Toda iniciativa independiente es una intrusa en el sistema. El que mueve demasiado sus documentos parece ignorar quién es. ¿Cómo confiar en alguien que deja "sus generales" en distintas oficinas? La tribu exige pertenencia fija.
Pero no sólo desconfiamos del prójimo, sino de su pasado en el almacén de lo concreto. De pronto te llega una boleta de agua: informa que en marzo de hace 10 años no pagaste.
Acabo de ser multado por Hacienda por no cumplir mis obligaciones de arrendatario. Durante unos años cobré renta por un departamento. Cuando dejé de hacerlo, hace más de una década, me di de baja. Los años pasaron en relativa calma hasta que el banco de datos cobró vida propia y volvió a considerarme arrendatario. Mi baja se borró del sistema. Me mandaron una multa, la pagué y también se borró: me han vuelto a enviar la misma.
Pero no sólo en la administración pública los datos son inestables. Hace poco, el sistema de televisión que tengo contratado [i]me informó [/i]que iban suspenderme el servicio por incumplimiento de pago. Hablé para explicar que desde hace seis años la cuota está domiciliada a mi cuenta bancaria. Un amable operador movió teclas, pidió mi número de tarjeta y arregló la operación. Luego me dijo que había perdido el descuento de pago oportuno. "¿Cómo se puede retrasar un pago que está domiciliado?", pregunté. "Hable con su banco", fue la respuesta. Al mes siguiente el pago funcionaba como siempre. ¿Por qué se rebeló en mayo? Misterios de la tramitología.
Como empleados y consumidores de- pendemos de inescrutables potestades. La principal enseñanza de nuestra vida independiente: [colro=red]nada es tan seguro como la esclavitud.[/color]
Mejor anula siempre tu voto
