Los huevos de Obama
Raymundo Riva Palacio.
José López Portillo decía en privado que cuando un nuevo Presidente llegaba a Los Pinos, uno de sus propósitos era reconstruir la relación con Estados Unidos. Pero al paso del tiempo, añadía, hasta el Presidente más pro-norteamericano se convertía en un anti-americano por el avasallamiento de Washington y la prepotencia de sus funcionarios. López Portillo lo vivió durante la negociación del acuerdo de gas natural, cuando el prepotente secretario de Energía de la Administración Carter, James Schlesinger, recibía al canciller Santiago Roel con los pies sobre el escritorio, sin levantarse para saludarlo.
Lo vivió antes Luis Echeverría, cuando el entonces presidente Richard Nixon lo amenazó con represalias si apoyaba el ingreso de China a las Naciones Unidas. A Gustavo Díaz Ordaz le organizaron una desestabilización interna por impulsar una ley contra las trasnacionales. Y a Carlos Salinas lo atacaron las agencias de inteligencia por ayudar a los sandinistas en las elecciones en Nicaragua.
Pocos, sin embargo, los padecieron como Miguel de la Madrid, en cuyo gobierno los jefes del cártel de Guadalajara ordenaron asesinar a Enrique Camarena Salazar, el agente de la DEA que descubrió el rancho El Búfalo, donde Rafael Caro Quintero producía mariguana en cantidades industriales. El asesinato de Camarena permitió a la DEA tener un mártir eterno y ocultó que Kiki, como lo llamaban, estaba involucrado con los narcotraficantes. Qué tanto se corrompió sigue siendo motivo de discusión, pero de lo que no hay duda es que para infiltrarlos tuvo que ser como ellos.
Esta es la lógica empleada por la Agencia de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF) en su operación “Rápido y Furioso”, que permitió el ingreso de armas de alto calibre en México para seguir la pista y descubrir a los criminales que las estaban adquiriendo. Hoy nos sentimos indignados y asombrados. Que nadie se engañe. No es un acto inédito del gobierno de Estados Unidos, ni desviación en los estándares de conducta de sus agencias de inteligencia. Es un procedimiento de rutina animado por el principio utilitarista del mayor bien para la mayoría, que inspira las luchas de Estados Unidos contra sus enemigos en el mundo.
Como ilustró metafóricamente un oficial de la ATF entrevistado por la cadena de televisión CBS que reveló esa operación el mismo día en que el presidente Felipe Calderón expresó su frustración y molestia en Washington por la falta de voluntad política del presidente Barack Obama para frenar el contrabando de armas a México, “para hacer una omelet, hay que romper algunos huevos”. Para tirar huevos a la basura, es cierto, Estados Unidos se pinta solo.
Algunas de esas armas que dejaron entrar a México aparecieron un año después en Texas en el asesinato de un agente federal. Muchas otras han sido utilizadas en el asesinato de policías y militares mexicanos durante la lucha contra las drogas. La ATF hace lo mismo que la DEA, la CIA, ICE y otras agencias que tienen inteligencia y reclutan e infiltran criminales. Cierran los ojos ante delitos porque asumen que el bien mayor es desmantelar a los jefes criminales. Es la misma lógica de los testigos protegidos, donde perdonan a criminales a cambio de información que les permita arrestar a un mayor número de personas o que sirva a sus intereses estratégicos.
Lo hizo la CIA en el Triángulo Dorado en el sureste asiático y en el Medio Oriente y México, permitiendo el tráfico de drogas para financiar operaciones clandestinas. Apoyó a Pablo Escobar, jefe del cártel de Medellín y a su aliado, Manuel Antonio Noriega, hombre fuerte de Panamá, hasta que se enfrentó a la DEA y se convirtieron en piezas desechables. Lo hacen en Afganistán, donde los cultivos de droga se elevaron desde la caída de los talibanes, y en México, para penetrar cárteles, siempre están en la frontera de lo legal, cayendo muchas veces en lo ilegal.
Los estadounidenses son prácticos. Para románticos, los mexicanos. Hay funcionarios que viven neo-colonizados y en la fase del ideal que mencionaba López Portillo. En buena parte de ahí vienen las frustraciones. Los estadounidenses no son nuestros amigos, pero tampoco tienen que ser nuestros enemigos. Si entendemos que es una relación de intereses mutuos y que la abyección no será recompensada, quizás la relación bilateral mejore. Pero si hay funcionarios mexicanos que se sienten cómodos sirviendo intereses externos, que no reclamen ni se indignen después porque los tratan como servidumbre, pues el respeto ellos mismos lo dilapidaron.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
Raymundo Riva Palacio.
José López Portillo decía en privado que cuando un nuevo Presidente llegaba a Los Pinos, uno de sus propósitos era reconstruir la relación con Estados Unidos. Pero al paso del tiempo, añadía, hasta el Presidente más pro-norteamericano se convertía en un anti-americano por el avasallamiento de Washington y la prepotencia de sus funcionarios. López Portillo lo vivió durante la negociación del acuerdo de gas natural, cuando el prepotente secretario de Energía de la Administración Carter, James Schlesinger, recibía al canciller Santiago Roel con los pies sobre el escritorio, sin levantarse para saludarlo.
Lo vivió antes Luis Echeverría, cuando el entonces presidente Richard Nixon lo amenazó con represalias si apoyaba el ingreso de China a las Naciones Unidas. A Gustavo Díaz Ordaz le organizaron una desestabilización interna por impulsar una ley contra las trasnacionales. Y a Carlos Salinas lo atacaron las agencias de inteligencia por ayudar a los sandinistas en las elecciones en Nicaragua.
Pocos, sin embargo, los padecieron como Miguel de la Madrid, en cuyo gobierno los jefes del cártel de Guadalajara ordenaron asesinar a Enrique Camarena Salazar, el agente de la DEA que descubrió el rancho El Búfalo, donde Rafael Caro Quintero producía mariguana en cantidades industriales. El asesinato de Camarena permitió a la DEA tener un mártir eterno y ocultó que Kiki, como lo llamaban, estaba involucrado con los narcotraficantes. Qué tanto se corrompió sigue siendo motivo de discusión, pero de lo que no hay duda es que para infiltrarlos tuvo que ser como ellos.
Esta es la lógica empleada por la Agencia de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF) en su operación “Rápido y Furioso”, que permitió el ingreso de armas de alto calibre en México para seguir la pista y descubrir a los criminales que las estaban adquiriendo. Hoy nos sentimos indignados y asombrados. Que nadie se engañe. No es un acto inédito del gobierno de Estados Unidos, ni desviación en los estándares de conducta de sus agencias de inteligencia. Es un procedimiento de rutina animado por el principio utilitarista del mayor bien para la mayoría, que inspira las luchas de Estados Unidos contra sus enemigos en el mundo.
Como ilustró metafóricamente un oficial de la ATF entrevistado por la cadena de televisión CBS que reveló esa operación el mismo día en que el presidente Felipe Calderón expresó su frustración y molestia en Washington por la falta de voluntad política del presidente Barack Obama para frenar el contrabando de armas a México, “para hacer una omelet, hay que romper algunos huevos”. Para tirar huevos a la basura, es cierto, Estados Unidos se pinta solo.
Algunas de esas armas que dejaron entrar a México aparecieron un año después en Texas en el asesinato de un agente federal. Muchas otras han sido utilizadas en el asesinato de policías y militares mexicanos durante la lucha contra las drogas. La ATF hace lo mismo que la DEA, la CIA, ICE y otras agencias que tienen inteligencia y reclutan e infiltran criminales. Cierran los ojos ante delitos porque asumen que el bien mayor es desmantelar a los jefes criminales. Es la misma lógica de los testigos protegidos, donde perdonan a criminales a cambio de información que les permita arrestar a un mayor número de personas o que sirva a sus intereses estratégicos.
Lo hizo la CIA en el Triángulo Dorado en el sureste asiático y en el Medio Oriente y México, permitiendo el tráfico de drogas para financiar operaciones clandestinas. Apoyó a Pablo Escobar, jefe del cártel de Medellín y a su aliado, Manuel Antonio Noriega, hombre fuerte de Panamá, hasta que se enfrentó a la DEA y se convirtieron en piezas desechables. Lo hacen en Afganistán, donde los cultivos de droga se elevaron desde la caída de los talibanes, y en México, para penetrar cárteles, siempre están en la frontera de lo legal, cayendo muchas veces en lo ilegal.
Los estadounidenses son prácticos. Para románticos, los mexicanos. Hay funcionarios que viven neo-colonizados y en la fase del ideal que mencionaba López Portillo. En buena parte de ahí vienen las frustraciones. Los estadounidenses no son nuestros amigos, pero tampoco tienen que ser nuestros enemigos. Si entendemos que es una relación de intereses mutuos y que la abyección no será recompensada, quizás la relación bilateral mejore. Pero si hay funcionarios mexicanos que se sienten cómodos sirviendo intereses externos, que no reclamen ni se indignen después porque los tratan como servidumbre, pues el respeto ellos mismos lo dilapidaron.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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