Para empezar, ni es reforma, ni es energética.
Dicho eso, empezaré a armar mi archivo sobre el proceso.
Pemex y el estrés postraumático
Desde la aparición de la leyenda del temible Chupacabras, no se había visto en México tanto derroche de histeria colectiva como la que se ha desatado desde que los miembros del FAP tomaron por asalto las tribunas de las cámaras de Diputados y Senadores. Era tal la concatenación de lamentos, gritos y bullerías (¡Secuestraron el debate! ¡Nos quieren silenciar! ¡Minoría rijosa! ¡Ay, mis hijos!), que cualquiera diría que la impoluta, perfecta, maravillosa y virgencita democracia mexicana nunca había sido mancillada de esta manera, ni siquiera con el pétalo de una triste interpelación.
Incluso entre los líderes de opinión instalados en el estrés postraumático de esos que obviaron la transformación inminente del debate en fast track, hubo alguno que se declaró “tristísimo y profundamente deprimido” al ver clausurados San Lázaro y Xiconténcatl. O sea, si algo tan recurrente (tanto que hasta los panistas lo han practicado a pesar de su vocación por el golpe de pecho y el desgarramiento de vestiduras) produce tales ejercicios de melodrama ranchero (digo, qué onda con Manlio Fabio, Santiago Creel, Gamboa Patrón, hagan de cuenta que los dejaron sin su dosis de Las tontas no van al cielo), quiere decir que lo que hace falta en el país no es una reforma energética sino ansiolíticos y Prozac del tío Fox en bonches.
Bueno, y en los medios de comunicación no se había visto tanta y tan cerrada unanimidad contra las rebeldías del FAP en su animada pero cursi defensa del petróleo, que parecía que no se trataba de un show mil veces repetido, sino de la toma de Zacatecas, la caída del gueto de Varsovia, la matanza de Tiananmen o el despido de Hugo Sánchez.
A las adelitas pejistas las acusaron de todo, mientras le rendían pleitesía a las adelitas calderónicas (Kessel, Reyes Heroles, Carstens), pero no reconocieron al menos que por sus formas de movilización están mejor entrenadas que las FARC, no se diga los batallones del ejército que se pasean por Chihuahua como si fuera Nacupétaro o Zongolica.
Ahora bien, lo verdaderamente mala onda fue la inesperada declaración de Catémoc Cárdenas —quien hasta el momento había demostrado que se encontraba del lado del bien— que describió la iniciativa calderonista como “entreguista” y un “atraco a la Constitución”, no sé si necesariamente en ese orden. Fue la voz disonante en lo que parecía una bonita sinfonía de la unanimidad. ¿O también acusarán al ingeniero de apátrida, intimidador, autoritario, rebelde y bárbaro?
Jairo Calixto Albarrán.
Dicho eso, empezaré a armar mi archivo sobre el proceso.
Pemex y el estrés postraumático
Desde la aparición de la leyenda del temible Chupacabras, no se había visto en México tanto derroche de histeria colectiva como la que se ha desatado desde que los miembros del FAP tomaron por asalto las tribunas de las cámaras de Diputados y Senadores. Era tal la concatenación de lamentos, gritos y bullerías (¡Secuestraron el debate! ¡Nos quieren silenciar! ¡Minoría rijosa! ¡Ay, mis hijos!), que cualquiera diría que la impoluta, perfecta, maravillosa y virgencita democracia mexicana nunca había sido mancillada de esta manera, ni siquiera con el pétalo de una triste interpelación.
Incluso entre los líderes de opinión instalados en el estrés postraumático de esos que obviaron la transformación inminente del debate en fast track, hubo alguno que se declaró “tristísimo y profundamente deprimido” al ver clausurados San Lázaro y Xiconténcatl. O sea, si algo tan recurrente (tanto que hasta los panistas lo han practicado a pesar de su vocación por el golpe de pecho y el desgarramiento de vestiduras) produce tales ejercicios de melodrama ranchero (digo, qué onda con Manlio Fabio, Santiago Creel, Gamboa Patrón, hagan de cuenta que los dejaron sin su dosis de Las tontas no van al cielo), quiere decir que lo que hace falta en el país no es una reforma energética sino ansiolíticos y Prozac del tío Fox en bonches.
Bueno, y en los medios de comunicación no se había visto tanta y tan cerrada unanimidad contra las rebeldías del FAP en su animada pero cursi defensa del petróleo, que parecía que no se trataba de un show mil veces repetido, sino de la toma de Zacatecas, la caída del gueto de Varsovia, la matanza de Tiananmen o el despido de Hugo Sánchez.
A las adelitas pejistas las acusaron de todo, mientras le rendían pleitesía a las adelitas calderónicas (Kessel, Reyes Heroles, Carstens), pero no reconocieron al menos que por sus formas de movilización están mejor entrenadas que las FARC, no se diga los batallones del ejército que se pasean por Chihuahua como si fuera Nacupétaro o Zongolica.
Ahora bien, lo verdaderamente mala onda fue la inesperada declaración de Catémoc Cárdenas —quien hasta el momento había demostrado que se encontraba del lado del bien— que describió la iniciativa calderonista como “entreguista” y un “atraco a la Constitución”, no sé si necesariamente en ese orden. Fue la voz disonante en lo que parecía una bonita sinfonía de la unanimidad. ¿O también acusarán al ingeniero de apátrida, intimidador, autoritario, rebelde y bárbaro?
Jairo Calixto Albarrán.
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