La tentación autoritaria
Por René Delgado
(4 junio 2011).- Como un mal endémico, el autoritarismo -característico desde tiempos inmemoriales en nuestra historia política- repunta. Esta vez con tintes neuróticos, absurdos o descabellados.
No más minifalda. No más narcocorridos. No más internet sin candados. No más alterados. No más literatura sobre el crimen y la violencia. Sí a los retenes. Sí a más registros... del iris del ojo, de las 10 huellas digitales, del celular, de la tarjeta de circulación con chip, del auto. Sí a las candidaturas únicas para cubrir el expediente electoral. Y la joya de la deshonra política: recupérese y manténgase el Estado de excepción establecido por el crimen en distintas plazas de la República.
En la lógica de la desesperación de quienes reducen la civilidad a un problema de orden y fuerza, se pide lavar con sangre la sangre y que la mayoría nacional sufra y asuma el costo de la situación provocada por dos "ridículas minorías": la criminal y la gubernamental. Crece el coro que, sin darse cuenta, reclama la soga de su horca y más autoridad para la autoridad que no sabe ejercer la autoridad. Hay voces, unas cuantas todavía, que impulsan la idea de explorar algún camino distinto.
En todo caso, en el reverso de la tentación autoritaria aparecen decapitados derechos y libertades. La realidad, pese al esmero oficial por eludirla, es innegable: la transición a la democracia -no reducida ésta a su sola expresión electoral- no está empantanada, va para atrás, resbala por un desfiladero de profundidad desconocida.
* * *
La involución política llama a la puerta y, si bien la ciudadanía terminará como siempre pagando el costo, asombra que partidos y candidatos así como órganos electorales no salgan en defensa de la democracia. Vamos, ni siquiera de la elección que justifica su razón de ser. Causan la impresión de que, en la ruina, pretenden fincar el imperio de su dominio.
Se vive una emergencia y, sin embargo, se simula que por carriles distintos corren el desmoronamiento nacional y aquello que se quiso denominar "la normalidad democrática". Quizá, sólo los defensores -oficiales y civiles- de los derechos humanos y las libertades tienen conciencia cabal de la circunstancia.
Los órganos electorales, el tribunal y el instituto, se empeñan en vulnerar su credibilidad y autoridad. Oficialmente, el proceso aún no arranca y la presidente del Tribunal, María del Carmen Alanís, ya dejó huella de la parcialidad con que un grupo de magistrados juzgará las irregularidades. Mientras, los consejeros electorales ya dejaron sentir que lo mejor es no meterse con las televisoras. Esta vez el eco aquel de "¡al diablo con las instituciones!" no viene del exterior, sino del interior de ellas.
Los dirigentes partidistas, a su vez, con tal de quedar bien con la clientela emisora de votos de peso y pesos por voto, escuchan dócil y atentamente la idea de postular un candidato único en Michoacán. Están dispuestos a pegarse un tiro en el pie, si aun rengos pueden caminar hacia el poder. ¡Al diablo con la democracia: pongámonos de acuerdo entre nosotros! Se juntan para explorar esa idea, pero no para rechazarla con firmeza; dicen no, por la puerta de atrás. Si los partidos son los pilares de la democracia, sobra imaginarse la solidez de ésta.
Y los candidatos, los candidatos andan obviamente en lo suyo. No oyen el tableteo de ametralladoras, no se ensangrientan las suelas en los charcos ni se tropiezan con el cuerpo descabezado de quienes desde ahora contabilizan como voto nulo. Lo suyo, lo verdaderamente suyo es posicionarse ante la opinión pública sobre la base del derroche de recursos públicos, debidos o indebidos.
¿La realidad? ¿Cuál realidad? La realidad no existe, está dicho: es una percepción equivocada. Con una película de seguridad que haga inastillable la democracia defectuosa se puede desarrollar con toda "normalidad" la elección.
* * *
El gobierno, por su parte, arma desfiles militares, navales y, ahora, hasta policiales al menor pretexto, pero jura que la violencia y la criminalidad no tienen la dimensión supuesta.
La crisis se reduce a un problema de percepción, a 10 mitos insostenibles, a unos "shots" de tequila para el turismo. Más, no hay. En el alarde de su estrategia fallida, presume el desmantelamiento de algunos cárteles, aunque reconoce el surgimiento de bandas residuales, terriblemente violentas. Pero, bueno, el problema de esas bandas corresponde a las instancias estatales y municipales, no al gobierno federal.
Los muertos, en su razonamiento, no son algo del todo lamentable. En su mayoría son criminales, no fueron juzgados pero sin duda lo eran. Ni necesidad de reconocerlos, ni de indagar su nombre y apellido, incluso pueden inhumarse en las fosas de donde se exhuman a quienes no tendrían por qué estar ahí. Claro, están las víctimas colaterales que exigen un periódico boletín de condolencia pero, hay que insistir, es un porcentaje perfectamente aceptable. Ese porcentaje viene siendo, en el peor de los casos, el margen de error de las encuestas electorales.
Descuéntense los muertos del padrón electoral y listo.
* * *
Desde esa perspectiva, "la normalidad democrática" es la de siempre.
El gobierno que, desde luego, no pacta con el crimen cierra un nuevo acuerdo con el gang magisterial, que despide un tufo político en beneficio del precandidato Alonso Lujambio. Lo hace por una sencilla razón: el calderonismo siempre juega doble y el microdestape de Ernesto Cordero -que cuando no cae, resbala- obligaba a rebalancear la competencia en el delfinario del calderonismo.
Todo es tan normal que, como siempre, la educación y las finanzas públicas juegan en la tómbola electoral. ¡Al diablo con las instituciones! ¿Pues que no siempre ha sido así?
El gobierno y el partido que deberían decretar una moratoria a su participación electoral, dado el peligro en que su negligencia e incapacidad han colocado al Estado de derecho y la democracia, no ven la necesidad de guardar una compostura distinta a la tradicional.
A ver si en el exceso de la politización de la inseguridad, el azul de la Policía Federal no termina encarnando el voto verde que antes había que observar.
* * *
Es demente lo que está ocurriendo. Hay la tentación de restringir libertades y derechos, hay la tentación de legalizar el Estado de excepción, hay la tentación autoritaria que históricamente afecta al país y, sin embargo, dicen que todo es normal.
Úsense, pues, esta vez no urnas transparentes sino fúnebres para votar. Cuídese que no vayan a votar los muertos.
sobreaviso@latinmail.com
Copyright © Grupo Reforma Servicio Informativo
Fecha de publicación: 4 junio 2011
Por René Delgado
(4 junio 2011).- Como un mal endémico, el autoritarismo -característico desde tiempos inmemoriales en nuestra historia política- repunta. Esta vez con tintes neuróticos, absurdos o descabellados.
No más minifalda. No más narcocorridos. No más internet sin candados. No más alterados. No más literatura sobre el crimen y la violencia. Sí a los retenes. Sí a más registros... del iris del ojo, de las 10 huellas digitales, del celular, de la tarjeta de circulación con chip, del auto. Sí a las candidaturas únicas para cubrir el expediente electoral. Y la joya de la deshonra política: recupérese y manténgase el Estado de excepción establecido por el crimen en distintas plazas de la República.
En la lógica de la desesperación de quienes reducen la civilidad a un problema de orden y fuerza, se pide lavar con sangre la sangre y que la mayoría nacional sufra y asuma el costo de la situación provocada por dos "ridículas minorías": la criminal y la gubernamental. Crece el coro que, sin darse cuenta, reclama la soga de su horca y más autoridad para la autoridad que no sabe ejercer la autoridad. Hay voces, unas cuantas todavía, que impulsan la idea de explorar algún camino distinto.
En todo caso, en el reverso de la tentación autoritaria aparecen decapitados derechos y libertades. La realidad, pese al esmero oficial por eludirla, es innegable: la transición a la democracia -no reducida ésta a su sola expresión electoral- no está empantanada, va para atrás, resbala por un desfiladero de profundidad desconocida.
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La involución política llama a la puerta y, si bien la ciudadanía terminará como siempre pagando el costo, asombra que partidos y candidatos así como órganos electorales no salgan en defensa de la democracia. Vamos, ni siquiera de la elección que justifica su razón de ser. Causan la impresión de que, en la ruina, pretenden fincar el imperio de su dominio.
Se vive una emergencia y, sin embargo, se simula que por carriles distintos corren el desmoronamiento nacional y aquello que se quiso denominar "la normalidad democrática". Quizá, sólo los defensores -oficiales y civiles- de los derechos humanos y las libertades tienen conciencia cabal de la circunstancia.
Los órganos electorales, el tribunal y el instituto, se empeñan en vulnerar su credibilidad y autoridad. Oficialmente, el proceso aún no arranca y la presidente del Tribunal, María del Carmen Alanís, ya dejó huella de la parcialidad con que un grupo de magistrados juzgará las irregularidades. Mientras, los consejeros electorales ya dejaron sentir que lo mejor es no meterse con las televisoras. Esta vez el eco aquel de "¡al diablo con las instituciones!" no viene del exterior, sino del interior de ellas.
Los dirigentes partidistas, a su vez, con tal de quedar bien con la clientela emisora de votos de peso y pesos por voto, escuchan dócil y atentamente la idea de postular un candidato único en Michoacán. Están dispuestos a pegarse un tiro en el pie, si aun rengos pueden caminar hacia el poder. ¡Al diablo con la democracia: pongámonos de acuerdo entre nosotros! Se juntan para explorar esa idea, pero no para rechazarla con firmeza; dicen no, por la puerta de atrás. Si los partidos son los pilares de la democracia, sobra imaginarse la solidez de ésta.
Y los candidatos, los candidatos andan obviamente en lo suyo. No oyen el tableteo de ametralladoras, no se ensangrientan las suelas en los charcos ni se tropiezan con el cuerpo descabezado de quienes desde ahora contabilizan como voto nulo. Lo suyo, lo verdaderamente suyo es posicionarse ante la opinión pública sobre la base del derroche de recursos públicos, debidos o indebidos.
¿La realidad? ¿Cuál realidad? La realidad no existe, está dicho: es una percepción equivocada. Con una película de seguridad que haga inastillable la democracia defectuosa se puede desarrollar con toda "normalidad" la elección.
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El gobierno, por su parte, arma desfiles militares, navales y, ahora, hasta policiales al menor pretexto, pero jura que la violencia y la criminalidad no tienen la dimensión supuesta.
La crisis se reduce a un problema de percepción, a 10 mitos insostenibles, a unos "shots" de tequila para el turismo. Más, no hay. En el alarde de su estrategia fallida, presume el desmantelamiento de algunos cárteles, aunque reconoce el surgimiento de bandas residuales, terriblemente violentas. Pero, bueno, el problema de esas bandas corresponde a las instancias estatales y municipales, no al gobierno federal.
Los muertos, en su razonamiento, no son algo del todo lamentable. En su mayoría son criminales, no fueron juzgados pero sin duda lo eran. Ni necesidad de reconocerlos, ni de indagar su nombre y apellido, incluso pueden inhumarse en las fosas de donde se exhuman a quienes no tendrían por qué estar ahí. Claro, están las víctimas colaterales que exigen un periódico boletín de condolencia pero, hay que insistir, es un porcentaje perfectamente aceptable. Ese porcentaje viene siendo, en el peor de los casos, el margen de error de las encuestas electorales.
Descuéntense los muertos del padrón electoral y listo.
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Desde esa perspectiva, "la normalidad democrática" es la de siempre.
El gobierno que, desde luego, no pacta con el crimen cierra un nuevo acuerdo con el gang magisterial, que despide un tufo político en beneficio del precandidato Alonso Lujambio. Lo hace por una sencilla razón: el calderonismo siempre juega doble y el microdestape de Ernesto Cordero -que cuando no cae, resbala- obligaba a rebalancear la competencia en el delfinario del calderonismo.
Todo es tan normal que, como siempre, la educación y las finanzas públicas juegan en la tómbola electoral. ¡Al diablo con las instituciones! ¿Pues que no siempre ha sido así?
El gobierno y el partido que deberían decretar una moratoria a su participación electoral, dado el peligro en que su negligencia e incapacidad han colocado al Estado de derecho y la democracia, no ven la necesidad de guardar una compostura distinta a la tradicional.
A ver si en el exceso de la politización de la inseguridad, el azul de la Policía Federal no termina encarnando el voto verde que antes había que observar.
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Es demente lo que está ocurriendo. Hay la tentación de restringir libertades y derechos, hay la tentación de legalizar el Estado de excepción, hay la tentación autoritaria que históricamente afecta al país y, sin embargo, dicen que todo es normal.
Úsense, pues, esta vez no urnas transparentes sino fúnebres para votar. Cuídese que no vayan a votar los muertos.
sobreaviso@latinmail.com
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Fecha de publicación: 4 junio 2011
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