La lógica del asalto al Congreso
dcarrasco@milenio.com
Después de una etapa de colaboración, signada por los acuerdos para la reforma del Estado, la carta de López Obrador del 3 de diciembre pasado (donde manifestaba su “absoluto desacuerdo” con la reforma electoral y les pedía a sus fracciones parlamentarias votar contra el nuevo Cofipe) fue una clara señal de que la tregua había llegado a su fin. El PRD y en especial su facción pejista se preparaban para la guerra, lo que se expresó en la táctica creciente de boicotear acuerdos y combatir ferozmente asuntos rutinarios (como los permisos para el uso de reconocimientos extranjeros al Presidente).
Decir que la iniciativa de reforma energética fue el motivo de la crisis y la ruptura, es no haberse percatado de las señales previas. Todo el mundo era consciente de que la situación de Pemex exigía una reforma, y las mismas fracciones del PRI y del PRD le exigieron al Ejecutivo que presentara su iniciativa, que se atreviera a “pagar el costo político” de hacerlo. Una vez que lo hizo, se desató el infierno, a pesar de que la iniciativa fue cuidadosamente trabajada para, primero, no tocar el texto constitucional y, segundo, no dar pretexto para que se le denunciara como “privatizadora”.
La toma de las tribunas parlamentarias tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, cuando apenas se iban discutir las características del debate sobre la reforma, muestra que los legisladores del FAP ya habían “dictaminado”, previo a cualquier discusión, su postura, y que su demanda de ampliar los tiempos del debate sólo era un pretexto para hacer más digerible el golpe de mano.
Para encontrar antecedentes nacionales de la saña con la que se agredió al Congreso de la Unión habría que remontarnos a la segunda década del siglo pasado, cuando el usurpador Huerta ordenó la clausura del Congreso. Podrá argumentarse que no hay comparación entre aquella toma y ésta, pero la lógica es finalmente la misma: la imposición de la voluntad propia (del dictador o del caudillo) a los demás, mediante la violencia, en recintos originalmente destinados al diálogo democrático.
Más allá de los dimes y diretes, y de los análisis que suponen que esta acción le dio alguna ventaja o iniciativa al PRD y en particular a López Obrador, tengo la impresión de que el asalto al Congreso agravó la crisis interna del PRD y lo metió en una ratonera, de la cual no le va a ser fácil salir. Las cuentas alegres se están agriando, pues, para empezar, en ambas cámaras ya sesionaron los respectivos plenos, a pesar de que las tomas se mantienen.
La demanda facciosa de un debate que dure cuatro meses es insostenible, primero porque no se justifica, la materia no da para tanto; segundo, y principalmente, porque es demasiado transparente su intención de hacer desembocar el debate en el Informe de Gobierno del presidente Calderón para intentar escalar de nuevo el conflicto. La contraoferta de un debate nacional que dure 50 días ininterrumpidos, hecha por el PRI y el PAN, a pesar de su racionalidad, no les gustó, pues les dificulta su intención de llevar las cosas al borde del abismo. De ahí su ostensible rechazo.
Los simpatizantes del lopezobradorismo en los medios hablan de que “estalló la crisis”, a sabiendas de que ésta no estalló sola sino que se le hizo “estallar” en un claro movimiento de fuga hacia delante, que sirve a la vez para intentar escapar de los efectos disolventes del fracasado y sucio proceso electoral interno, y para someter por la vía de los hechos a todos los grupos disidentes internos, a la dictadura de López Obrador, al escrutinio feroz de un Big Brother que reparte discrecionalmente salmos, penitencias y excomuniones.
Tácticamente el pejismo dio el primer golpe y, en apariencia, mantiene la iniciativa. Pero ello es pura virtualidad. En la realidad está metido en un pantano de arenas movedizas en el que, mientras más patalea, más se hunde. La opinión pública se manifiesta cada vez más exasperada por las tácticas golpistas del caudillo y exige ponerle un hasta aquí. Están abusando de la paciencia de las fuerzas políticas, de la tolerancia de la sociedad y de la prudencia del Estado. No lo podrán hacer ni impune ni eternamente.
Todavía están a tiempo de recapacitar, de tomar las salidas políticas que se les presentan y participar propositivamente en un debate abierto en el que, sin desdoro ni humillación de nadie, se discuta todo y al final del día se vote y se haga respetar el principio de mayoría, como lo marcan los valores democráticos. Cualquier otra actitud sólo conducirá al aislamiento sectario, al solipsismo y a dejar sin —o con una exigua— representación al flanco izquierdo de la sociedad y del espectro político.
Amennnnnnnnnnnnnnn!!!...
http://www.milenio.com/mexico/mileni....php?id=615185
dcarrasco@milenio.com
Después de una etapa de colaboración, signada por los acuerdos para la reforma del Estado, la carta de López Obrador del 3 de diciembre pasado (donde manifestaba su “absoluto desacuerdo” con la reforma electoral y les pedía a sus fracciones parlamentarias votar contra el nuevo Cofipe) fue una clara señal de que la tregua había llegado a su fin. El PRD y en especial su facción pejista se preparaban para la guerra, lo que se expresó en la táctica creciente de boicotear acuerdos y combatir ferozmente asuntos rutinarios (como los permisos para el uso de reconocimientos extranjeros al Presidente).
Decir que la iniciativa de reforma energética fue el motivo de la crisis y la ruptura, es no haberse percatado de las señales previas. Todo el mundo era consciente de que la situación de Pemex exigía una reforma, y las mismas fracciones del PRI y del PRD le exigieron al Ejecutivo que presentara su iniciativa, que se atreviera a “pagar el costo político” de hacerlo. Una vez que lo hizo, se desató el infierno, a pesar de que la iniciativa fue cuidadosamente trabajada para, primero, no tocar el texto constitucional y, segundo, no dar pretexto para que se le denunciara como “privatizadora”.
La toma de las tribunas parlamentarias tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, cuando apenas se iban discutir las características del debate sobre la reforma, muestra que los legisladores del FAP ya habían “dictaminado”, previo a cualquier discusión, su postura, y que su demanda de ampliar los tiempos del debate sólo era un pretexto para hacer más digerible el golpe de mano.
Para encontrar antecedentes nacionales de la saña con la que se agredió al Congreso de la Unión habría que remontarnos a la segunda década del siglo pasado, cuando el usurpador Huerta ordenó la clausura del Congreso. Podrá argumentarse que no hay comparación entre aquella toma y ésta, pero la lógica es finalmente la misma: la imposición de la voluntad propia (del dictador o del caudillo) a los demás, mediante la violencia, en recintos originalmente destinados al diálogo democrático.
Más allá de los dimes y diretes, y de los análisis que suponen que esta acción le dio alguna ventaja o iniciativa al PRD y en particular a López Obrador, tengo la impresión de que el asalto al Congreso agravó la crisis interna del PRD y lo metió en una ratonera, de la cual no le va a ser fácil salir. Las cuentas alegres se están agriando, pues, para empezar, en ambas cámaras ya sesionaron los respectivos plenos, a pesar de que las tomas se mantienen.
La demanda facciosa de un debate que dure cuatro meses es insostenible, primero porque no se justifica, la materia no da para tanto; segundo, y principalmente, porque es demasiado transparente su intención de hacer desembocar el debate en el Informe de Gobierno del presidente Calderón para intentar escalar de nuevo el conflicto. La contraoferta de un debate nacional que dure 50 días ininterrumpidos, hecha por el PRI y el PAN, a pesar de su racionalidad, no les gustó, pues les dificulta su intención de llevar las cosas al borde del abismo. De ahí su ostensible rechazo.
Los simpatizantes del lopezobradorismo en los medios hablan de que “estalló la crisis”, a sabiendas de que ésta no estalló sola sino que se le hizo “estallar” en un claro movimiento de fuga hacia delante, que sirve a la vez para intentar escapar de los efectos disolventes del fracasado y sucio proceso electoral interno, y para someter por la vía de los hechos a todos los grupos disidentes internos, a la dictadura de López Obrador, al escrutinio feroz de un Big Brother que reparte discrecionalmente salmos, penitencias y excomuniones.
Tácticamente el pejismo dio el primer golpe y, en apariencia, mantiene la iniciativa. Pero ello es pura virtualidad. En la realidad está metido en un pantano de arenas movedizas en el que, mientras más patalea, más se hunde. La opinión pública se manifiesta cada vez más exasperada por las tácticas golpistas del caudillo y exige ponerle un hasta aquí. Están abusando de la paciencia de las fuerzas políticas, de la tolerancia de la sociedad y de la prudencia del Estado. No lo podrán hacer ni impune ni eternamente.
Todavía están a tiempo de recapacitar, de tomar las salidas políticas que se les presentan y participar propositivamente en un debate abierto en el que, sin desdoro ni humillación de nadie, se discuta todo y al final del día se vote y se haga respetar el principio de mayoría, como lo marcan los valores democráticos. Cualquier otra actitud sólo conducirá al aislamiento sectario, al solipsismo y a dejar sin —o con una exigua— representación al flanco izquierdo de la sociedad y del espectro político.
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