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En los primeros meses de 2001, Andrés Manuel López Obrador, entonces jefe de Gobierno del DF, aplicó una estrategia para hacerle ver a la gente que el novísimo presidente Fox no era todopoderoso ni invencible. “Se trataba de pegarle al grandote”, nos confesó tiempo después. “No se podía llevar todo para el proyecto de la derecha”.
Le pegó, lo ridiculizó, lo exhibió. Le pegó con Juárez, el Fobaproa, el horario de verano, el IVA a alimentos y medicinas. Le pegó en conferencias de prensa, en la radio y en la televisión. Le pegó cada vez que el Presidente se equivocó. Pero, sobre todo, le pegó para que al final, como en el thriller y el western, ellos dos quedaran frente a frente.
Al acabar aquel año, López Obrador había rebasado a Fox en popularidad. El showdown del thriller se daría en la primavera de 2005: los dos, cara a cara, en el callejón del desafuero. Le atravesó el pecho a Fox y creyó que lo había matado.
Nunca vio en Felipe Calderón a un rival de su estatura. De ahí quizá tantos y tan increíbles errores de cálculo y concentración en su campaña electoral de 2006.
Ya buscará ese showdown con el “espurio”. Pero antes, parece que quiere saldar cuentas con otro grandote, con otro “malo”, con el político con fama de no haber perdido una en los últimos años, con el “verdadero presidente de México”, el “estratega”, el “cerebro del entreguismo y la simulación”. López Obrador va ahora por el invencible Manlio Fabio Beltrones, quien el miércoles escuchó de un heraldo lopezobradorista el mensaje de guerra: usted, un senador del PRI, un tercerón en el Congreso, no será interlocutor ni intermediario en esta crisis del petróleo.
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