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Crónicas de Fracasos

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    Crónicas de fracasos



    Rafael Segovia

    (26 agosto 2011).- Suspender súbitamente un partido de futbol porque hay balazos, por más que se empeñe la prensa oficiosa, es más bien raro. Casos ha habido, nadie lo duda, pero son raros, la gente no está acostumbrada, como se vio en Torreón, su desconcierto, su temor era evidente. Se les vio correr sin rumbo fijo hacia las salidas del estadio, tratando de proteger a las mujeres y a los niños. No se buscaba hacer daño, de organizar una cacería. Aquello no tenía sentido. Por lo que se ha publicado, un coche que no se detuvo provocó la "agresión" de la policía, contestada por disparos de los ocupantes del automóvil, a su vez armados. No tenemos una visión de lo sucedido, porque sólo la televisión lo mostró como fue, ni imágenes, ni una fotografía, ni nada. ¿Quiénes fueron? No se sabe, lo único que nos llegó fue un discurso moralizante del Presidente donde por enésima vez pedía la unidad, sin explicar el porqué de ésta, y el ministro o lo que sea de seguridad ha acusado al antiguo gobernador de no entregar los fondos destinados a la protección ¿de quién? No hay fondos para proteger a 15 mil personas.

    Se esconde una vez más la verdad. Es probable que no se conozca, pero en su caso se dice, se confiesa la ignorancia: no ha habido nadie en el gabinete presidencial que conozca las causas de esta balacera: ni uno de los secretarios que de cerca o de lejos se preocupe de la seguridad de los ciudadanos haya declarado, al menos su ignorancia: era inútil, ya lo sabíamos. Lo que queda es la publicación de un manual de gobierno donde se aconseje a los habitantes de este país que no salgan a la calle después ni antes de la puesta de sol, que los menores no abandonen de sus casas solos, que desconfiemos de la policía y del Ejército, que desconfiemos de todo y de todos. Se recomienda encarecidamente que se vaya a misa los domingos. No se sabe qué circular le enviaron a las legaciones de México en el extranjero, basta con imaginarse con los de las legaciones extranjeras acreditadas en México y las de los corresponsales de los grandes periódicos y canales televisivos que cubren nuestro país. Ya no cabe aquello de la imagen de México: está completamente deshecha y ya sabemos por quienes. No es un problema de literatura: Octavio Paz o Rulfo son tan conocidos y admirados como siempre; se trata de una vista de la nación de los pocos literatos que nos quedan. Paz y Rulfo ya han fallecido, pero se siguen mencionando poco, el interés va orientado hacia la crítica de deportes, manejada ya sea por la prensa comercial o por el gobierno, incluso éstos han puesto el grito en el cielo: han sido los técnicos quienes se han quejado de la falta de protección para los espectáculos deportivos de masas.

    La gente en general, es decir aquellos que no tienen dinero, se ocupa constantemente de lo que no es un tema favorito de la autoridad, cosas como la educación, el empleo, la salud, aquello que proporciona el dinero que no se tiene, pero que se sabe muy mal repartido, pese a ser aludido de modo permanente por los gobernantes angustiados por la injusticia de la mala distribución de la riqueza, aumentada esta mala distribución por la legislación en sus manos. Los políticos importantes, los llamados a ocupar cargos de primera magnitud, tienen en primer lugar que responderse a sí mismo una pregunta decisiva: ¿para qué quieres el cargo? ¿Por el sueldo? ¿Por el reconocimiento político? ¿Por triunfar en una competencia no manifiesta? Las cargas del cargo son superiores a los beneficios. Si pensamos en los que están fuera de concurso, los que no tienen posibilidad de acceder a ningún cargo ni beneficio, son unos hombres afortunados. El Presidente conoce perfectamente lo que se piensa de él. Como sus antecesores que pelearon con todas sus fuerzas y capacidades para elegir, donde sólo él, en este caso, pudo llegar a cambio de la antipatía y el rencor de la mayoría de los mexicanos. Se vive de las encuestas, de una opinión que no se da a conocer, de ilusiones y de imaginaciones de un puñado de amigos y una pléyade de enemigos. De todo cuanto quiso lograr muy pocas cosas sacó en limpio, porque el porvenir no es previsible sino en raras ocasiones, con lo que puede empezar a justificarse y a mirar con tristeza los escombros de un campo de la batalla perdida.
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