Por una polÃtica
sin amor
Jesús Silva-Herzog Márquez
(28 noviembre 2011).- Maquiavelo lo entendió muy bien en su momento: el amor
no puede ser el pegamento fundamental de la relación polÃtica. El hombre podrá encontrar en el amor la experiencia vital más dulce e intensa, pero el Estado
no se edifica con esa llama. No lo decÃa el instructor de tiranos del que hablan quienes
no entienden a Maquiavelo, sino el gran republicano, el máximo promotor del gobierno cÃvico. El florentino advertÃa que el amor era caprichoso y por ello inconfiable para levantar la casa del Estado. Por ello creÃa que el prÃncipe debÃa ser temido, antes que amado.
No el amor, sino el temor, era el verdadero cimiento de la polÃtica.
Pero, ¿de qué temor hablaba Maquiavelo? De ninguna manera reivindicaba el temor al poder desmedido caprichoso y arbitrario de un déspota porque ese abuso conducirÃa tarde o temprano al odio de la gente. Maquiavelo pensaba en el temor al poder firme y bien medido del Estado. Temor que se desprenderÃa después de la figura del prÃncipe para alojarse en instituciones, en una entidad impersonal que habla con reglas que se sujeta a normas comunes. La modernidad que se insinúa desde entonces aspira a la transmutación de ese miedo: temer al Estado es ganar confianza en sus instituciones, en esos órganos del poder público que aplican castigos en nombre de todos. La ley no es la caricia de los gobernantes. Nuestros impuestos no son besos al fisco. El lÃder polÃtico no es nuestro padre cariñoso y protector al que debemos lealtad de hijos fieles. El Estado no es nuestro amante. Por favor: dejemos al amor en su sitio.
Una de las virtudes fundamentales de la democracia, ha dicho el filósofo catalán Xavier Rubert de Ventós, es precisamente que mantiene el divorcio entre la relación institucional y la relación personal. El caudillismo reenciende la llama emotiva de la polÃtica: pretende activar de nuevo la lealtad afectiva y restituir ese vÃnculo emocional que, como el amor, no acepta prohibiciones. Se habla asà del matrimonio de la nación y su conductor. Frente a esa funesta ilusión, la democracia acepta su frialdad: separa afecto y ley. En su Ética sin atributos (Anagrama, 1997) Rubert de Ventós defiende esa ruptura esencial. Su manifiesto exige el desamor para la polÃtica. Para que una república funcione, lo público debe mantenerse a salvo de los sentimientos. Bajo la democracia, el vÃnculo entre gobierno y sociedad es el de la representación electoral. Sólo se entiende como un encargo, nunca como una devoción. Reconocer al poder polÃtico, respaldarlo incluso, no implica adorarlo. Y reconocerse parte de una sociedad no supone el ignorar diferencias o abdicar a los antagonismos bajo el discurso de la fraternidad patriótica. El conflicto, el desacuerdo, las antipatÃas y aversiones son parte vital de una sociedad vital. Sólo el conservadurismo más terco podrÃa condenar esas tensiones y emociones sociales como traiciones a los deberes del amor.
Efectivamente, la cuna de ese sentimentalismo que busca restituir la base emocional de la polÃtica es abiertamente conservadora. Pero los conservadores lo han hecho tradicionalmente a partir de un afecto quizá más constante y menos subversivo que el amor: la amistad. La república ideal se concibe como una república de amigos. Ése es, en efecto, el modelo de la polÃtica conservadora: una polÃtica de amistad, encariñada con todo lo existente, una polÃtica apegada a las tradiciones y respetuosa de las herencias. Una polÃtica que no se pelea con nadie porque a todos ama por igual. Una polÃtica tan afable con los débiles como con los poderosos. La polÃtica de la amistad es aquella que está atenta a todos pero no quiere cambiar nada porque hacerlo serÃa un acto de hostilidad contra algunos. Por ello esta polÃtica beatÃfica es la divisa básica del conservadurismo: conversar con las circunstancias, no pelear nunca con nadie para cambiar la realidad.
La democracia no es la alcoba de los amorosos ni un callejón de odio. En democracia hay lugar para el acuerdo pero también hay sitio para el conflicto. Es un espacio común que permite la expresión de las discrepancias y el descubrimiento de las coincidencias. No es la conquista amorosa de lo público, sino muralla que separa lo Ãntimo de lo polÃtico.
http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com/
Twitter: @jshm00
Por una polÃtica
sin "el amor" de @lopezobrador_
ni sus dema ahogos
@jshm00 @REFORMACOM @brozoxmiswebs @hrw @pridehoy @amnesty
Mejor anula siempre tu voto

Jesús Silva-Herzog Márquez
(28 noviembre 2011).- Maquiavelo lo entendió muy bien en su momento: el amor




Pero, ¿de qué temor hablaba Maquiavelo? De ninguna manera reivindicaba el temor al poder desmedido caprichoso y arbitrario de un déspota porque ese abuso conducirÃa tarde o temprano al odio de la gente. Maquiavelo pensaba en el temor al poder firme y bien medido del Estado. Temor que se desprenderÃa después de la figura del prÃncipe para alojarse en instituciones, en una entidad impersonal que habla con reglas que se sujeta a normas comunes. La modernidad que se insinúa desde entonces aspira a la transmutación de ese miedo: temer al Estado es ganar confianza en sus instituciones, en esos órganos del poder público que aplican castigos en nombre de todos. La ley no es la caricia de los gobernantes. Nuestros impuestos no son besos al fisco. El lÃder polÃtico no es nuestro padre cariñoso y protector al que debemos lealtad de hijos fieles. El Estado no es nuestro amante. Por favor: dejemos al amor en su sitio.
Una de las virtudes fundamentales de la democracia, ha dicho el filósofo catalán Xavier Rubert de Ventós, es precisamente que mantiene el divorcio entre la relación institucional y la relación personal. El caudillismo reenciende la llama emotiva de la polÃtica: pretende activar de nuevo la lealtad afectiva y restituir ese vÃnculo emocional que, como el amor, no acepta prohibiciones. Se habla asà del matrimonio de la nación y su conductor. Frente a esa funesta ilusión, la democracia acepta su frialdad: separa afecto y ley. En su Ética sin atributos (Anagrama, 1997) Rubert de Ventós defiende esa ruptura esencial. Su manifiesto exige el desamor para la polÃtica. Para que una república funcione, lo público debe mantenerse a salvo de los sentimientos. Bajo la democracia, el vÃnculo entre gobierno y sociedad es el de la representación electoral. Sólo se entiende como un encargo, nunca como una devoción. Reconocer al poder polÃtico, respaldarlo incluso, no implica adorarlo. Y reconocerse parte de una sociedad no supone el ignorar diferencias o abdicar a los antagonismos bajo el discurso de la fraternidad patriótica. El conflicto, el desacuerdo, las antipatÃas y aversiones son parte vital de una sociedad vital. Sólo el conservadurismo más terco podrÃa condenar esas tensiones y emociones sociales como traiciones a los deberes del amor.
Efectivamente, la cuna de ese sentimentalismo que busca restituir la base emocional de la polÃtica es abiertamente conservadora. Pero los conservadores lo han hecho tradicionalmente a partir de un afecto quizá más constante y menos subversivo que el amor: la amistad. La república ideal se concibe como una república de amigos. Ése es, en efecto, el modelo de la polÃtica conservadora: una polÃtica de amistad, encariñada con todo lo existente, una polÃtica apegada a las tradiciones y respetuosa de las herencias. Una polÃtica que no se pelea con nadie porque a todos ama por igual. Una polÃtica tan afable con los débiles como con los poderosos. La polÃtica de la amistad es aquella que está atenta a todos pero no quiere cambiar nada porque hacerlo serÃa un acto de hostilidad contra algunos. Por ello esta polÃtica beatÃfica es la divisa básica del conservadurismo: conversar con las circunstancias, no pelear nunca con nadie para cambiar la realidad.
La democracia no es la alcoba de los amorosos ni un callejón de odio. En democracia hay lugar para el acuerdo pero también hay sitio para el conflicto. Es un espacio común que permite la expresión de las discrepancias y el descubrimiento de las coincidencias. No es la conquista amorosa de lo público, sino muralla que separa lo Ãntimo de lo polÃtico.
http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com/
Twitter: @jshm00
Por una polÃtica


@jshm00 @REFORMACOM @brozoxmiswebs @hrw @pridehoy @amnesty
Mejor anula siempre tu voto

Comment