Narcisismo institucional
Gabriel Zaid
(28 octubre 2012).- La alabanza en boca propia es una tradición de todo el sector público, pero la Secretaría de Hacienda y el Banco de México no se miden. En Londres, el ahora gobernador del Banco y antes secretario de Hacienda aprovechó la coyuntura para declarar que "si hubiera medallas para sistemas bancarios en esta olimpiada, México se llevaría una medalla". Las autoridades "hemos actuado con prudencia", y esto "hace que la macroeconomía de México destaque por su fortaleza".
Aludía a la tragedia griega y de otros países donde los créditos excesivos, ineptos o fraudulentos terminaron en una crisis mayúscula. Pero olvidó un detallito. No fue el cuidado de las autoridades, sino su descuido, lo que permitió a los bancos en México explotar la mina de oro de los múltiples cobros a sus clientes con cualquier pretexto. Un negocio buenísimo, más atractivo que el tradicional: prestar con interés, arriesgándose a no cobrar. Gracias a la permisividad de las autoridades, los bancos españoles con filiales mexicanas empezaron a tener mayores utilidades aquí que en España, donde con gusto hubieran aplicado la misma receta, si los hubieran dejado. Fue la dejadez de las autoridades mexicanas la que merece una medalla. Cuando estalló la crisis, los abusos permitidos salvaron al país. No puede haber créditos incobrables donde no hay créditos.
Por eso, como dijo el funcionario, no hay riesgo de contagio de las matrices españolas a las filiales mexicanas. Por el contrario, las minas de oro en México están recapitalizando a las matrices con dividendos formidables. Hasta un ex secretario de Hacienda y ex gobernador del Banco de México lo señaló en The Financial Times ("Emerging markets must lead banking reform", 4 de marzo 2012): Mientras que los bancos mexicanos reparten como dividendos el 20% de sus utilidades y reinvierten el 80%, los extranjeros reparten el 75% y reinvierten el 25%. Si los extranjeros hicieran como los mexicanos, el crédito bancario (que es actualmente de 23% del PIB) podría subir hasta el 38% del PIB.
Desgraciadamente, no todo olímpico descuido tiene como resultado un sistema bancario libre de tragedias. De hecho, el mismo ex funcionario que señaló lo anterior se lució en la fallida privatización de la banca y luego en su oneroso rescate: tragedias que todavía no acabamos de pagar.
Pero los descuidos en la supervisión bancaria no son cosa del pasado. Son una vieja tradición que continúa, piadosamente oculta por las autoridades que se atribuyen medallas olímpicas, no por vanidad, sino para crear confianza: algo fundamental para la buena marcha de la economía. Confianza que resulta infundada y se desfonda cuando estallan los escándalos poco tranquilizadores. Naturalmente, no son las autoridades financieras de México (nada proclives a la transparencia), sino las extranjeras, las que destapan los escándalos.
Según el Fondo Monetario Internacional, de 2004 a 2007, hubo 149 averiguaciones por lavado de dinero que llegaron a los tribunales mexicanos, de las cuales únicamente dos se originaron por investigaciones de la Secretaría de Hacienda. Eso, a pesar de que tiene una Unidad de Inteligencia Financiera dedicada supuestamente a vigilar los movimientos bancarios sospechosos (Mexico: Detailed assessment report on anti-money laundering and combating the financing of terrorism, 11 de septiembre 2008).
Por lo demás, la advertencia del Fondo fue inútil. Cuando presentó su informe, era secretario de Hacienda el mismo funcionario de las declaraciones olímpicas, que no destapó el escándalo del banco HSBC, y tal vez ni siquiera se enteró hasta que el Senado de los Estados Unidos acusó al banco de graves descuidos entre 2001 y 2010. Entre otras cosas, los senadores investigan el lavado de 7,000 millones de dólares entre 2007 y 2008 desde la filial mexicana. En previsión de la multa, el banco ya reservó 700 millones de dólares, aunque el castigo puede ser mucho mayor (The New York Times, 24 de agosto 2012). En cambio, la Comisión Nacional Bancaria le impuso una multa de $379 millones (menos de 30 millones de dólares) y el nuevo secretario de Hacienda quiere tranquilizarnos con otro despliegue de narcisismo institucional: La banca mexicana tiene "los mejores estándares respecto al resto del mundo". "Hoy estamos bastante tranquilos". El "caso HSBC ya se cerró" (El Universal, 27 de julio 2012).
Pero sigue abierto en los Estados Unidos, donde se ventila otro: el de Walmart de México, acusada primero por The New York Times (21 de abril 2012) de dar mordidas para conseguir permisos de construcción, y ahora investigada por lavado de dinero y evasión de impuestos (Reuters, 14 de agosto 2012). ¿Y la Secretaría de Hacienda? En la luna: en el famoso Mar de la Tranquilidad de la luna: "No tenemos ningún caso abierto en contra (...) en el caso de Walmart" ("SHCP no investiga a Walmart", El Universal, 22 de agosto 2012).
Hacienda no funge como vigilante del sistema bancario: finge. Tan maravillosamente, que se cree con derecho a una medalla olímpica.
Gabriel Zaid
(28 octubre 2012).- La alabanza en boca propia es una tradición de todo el sector público, pero la Secretaría de Hacienda y el Banco de México no se miden. En Londres, el ahora gobernador del Banco y antes secretario de Hacienda aprovechó la coyuntura para declarar que "si hubiera medallas para sistemas bancarios en esta olimpiada, México se llevaría una medalla". Las autoridades "hemos actuado con prudencia", y esto "hace que la macroeconomía de México destaque por su fortaleza".
Aludía a la tragedia griega y de otros países donde los créditos excesivos, ineptos o fraudulentos terminaron en una crisis mayúscula. Pero olvidó un detallito. No fue el cuidado de las autoridades, sino su descuido, lo que permitió a los bancos en México explotar la mina de oro de los múltiples cobros a sus clientes con cualquier pretexto. Un negocio buenísimo, más atractivo que el tradicional: prestar con interés, arriesgándose a no cobrar. Gracias a la permisividad de las autoridades, los bancos españoles con filiales mexicanas empezaron a tener mayores utilidades aquí que en España, donde con gusto hubieran aplicado la misma receta, si los hubieran dejado. Fue la dejadez de las autoridades mexicanas la que merece una medalla. Cuando estalló la crisis, los abusos permitidos salvaron al país. No puede haber créditos incobrables donde no hay créditos.
Por eso, como dijo el funcionario, no hay riesgo de contagio de las matrices españolas a las filiales mexicanas. Por el contrario, las minas de oro en México están recapitalizando a las matrices con dividendos formidables. Hasta un ex secretario de Hacienda y ex gobernador del Banco de México lo señaló en The Financial Times ("Emerging markets must lead banking reform", 4 de marzo 2012): Mientras que los bancos mexicanos reparten como dividendos el 20% de sus utilidades y reinvierten el 80%, los extranjeros reparten el 75% y reinvierten el 25%. Si los extranjeros hicieran como los mexicanos, el crédito bancario (que es actualmente de 23% del PIB) podría subir hasta el 38% del PIB.
Desgraciadamente, no todo olímpico descuido tiene como resultado un sistema bancario libre de tragedias. De hecho, el mismo ex funcionario que señaló lo anterior se lució en la fallida privatización de la banca y luego en su oneroso rescate: tragedias que todavía no acabamos de pagar.
Pero los descuidos en la supervisión bancaria no son cosa del pasado. Son una vieja tradición que continúa, piadosamente oculta por las autoridades que se atribuyen medallas olímpicas, no por vanidad, sino para crear confianza: algo fundamental para la buena marcha de la economía. Confianza que resulta infundada y se desfonda cuando estallan los escándalos poco tranquilizadores. Naturalmente, no son las autoridades financieras de México (nada proclives a la transparencia), sino las extranjeras, las que destapan los escándalos.
Según el Fondo Monetario Internacional, de 2004 a 2007, hubo 149 averiguaciones por lavado de dinero que llegaron a los tribunales mexicanos, de las cuales únicamente dos se originaron por investigaciones de la Secretaría de Hacienda. Eso, a pesar de que tiene una Unidad de Inteligencia Financiera dedicada supuestamente a vigilar los movimientos bancarios sospechosos (Mexico: Detailed assessment report on anti-money laundering and combating the financing of terrorism, 11 de septiembre 2008).
Por lo demás, la advertencia del Fondo fue inútil. Cuando presentó su informe, era secretario de Hacienda el mismo funcionario de las declaraciones olímpicas, que no destapó el escándalo del banco HSBC, y tal vez ni siquiera se enteró hasta que el Senado de los Estados Unidos acusó al banco de graves descuidos entre 2001 y 2010. Entre otras cosas, los senadores investigan el lavado de 7,000 millones de dólares entre 2007 y 2008 desde la filial mexicana. En previsión de la multa, el banco ya reservó 700 millones de dólares, aunque el castigo puede ser mucho mayor (The New York Times, 24 de agosto 2012). En cambio, la Comisión Nacional Bancaria le impuso una multa de $379 millones (menos de 30 millones de dólares) y el nuevo secretario de Hacienda quiere tranquilizarnos con otro despliegue de narcisismo institucional: La banca mexicana tiene "los mejores estándares respecto al resto del mundo". "Hoy estamos bastante tranquilos". El "caso HSBC ya se cerró" (El Universal, 27 de julio 2012).
Pero sigue abierto en los Estados Unidos, donde se ventila otro: el de Walmart de México, acusada primero por The New York Times (21 de abril 2012) de dar mordidas para conseguir permisos de construcción, y ahora investigada por lavado de dinero y evasión de impuestos (Reuters, 14 de agosto 2012). ¿Y la Secretaría de Hacienda? En la luna: en el famoso Mar de la Tranquilidad de la luna: "No tenemos ningún caso abierto en contra (...) en el caso de Walmart" ("SHCP no investiga a Walmart", El Universal, 22 de agosto 2012).
Hacienda no funge como vigilante del sistema bancario: finge. Tan maravillosamente, que se cree con derecho a una medalla olímpica.
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