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La Crisis Del Prd

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    Jorge Fernández Menéndez

    La crisis del PRD o la estrategia de la debilidad




    Ahora se comienza a comprender por qué López Obrador, el fin de semana pasado, se apresuró a asegurar en Zacatecas que había ordenado tomar las tribunas para evitar “una rebelión popular” contra el gobierno.

    Los números que muestra la encuesta realizada por encargo del grupo legislativo del PRD exhiben porcentajes catastróficos: luego de la toma de la tribuna y de la elección interna no resuelta del perredismo, más de 65% de los encuestados no votaría por ese partido. Pero más preocupante resulta otro dato: sólo 5.5% estaría dispuesto a votar por el PRD. Si eso fuera así, estaríamos ante un desastre electoral mayor incluso que el de 1991, cuando el PRD, luego de la extraordinaria elección de 88, quedó debajo de 10% de los votos.

    López Obrador, con su declaración, quiere atenuar los efectos devastadores que ha tenido para su partido su política, mientras que Graco Ramírez, quien fue el coordinador de campaña de Jesús Ortega, confirmó lo que ya había dicho Ruth Zavaleta el mismo día de la toma de tribuna: que López Obrador rompió el acuerdo que había tenido con los coordinadores legislativos, los madrugó y ordenó tomar las tribunas para evitar que se avanzara en el debate sobre el tema petrolero. Graco, con su declaración, intenta, a su vez, deslindar a su corriente de esa acción. Lo inconcebible es que, al mismo tiempo, buena parte de los “madrugados”, de los engañados, en vez de reclamar públicamente por esos hechos, tratan de maquillar e incluso proclamar como un triunfo lo que constituye la mayor derrota política del PRD.
    Pero la pregunta es para quién resulta esto una derrota. Y es allí donde fallan las respuestas. López Obrador el único interés que tiene en el PRD es que siga existiendo y sólo si lo maneja su gente, porque es una fuente de recursos enorme: de prerrogativas directas (de dinero contante y sonante), el PRD recibe un millón de pesos diarios en época no electoral. La cifra se duplicará el año próximo. A eso se deben sumar las prerrogativas estatales y, a éstas, los recursos que implican un caudal de acceso gratuito a medios como no lo ha tenido jamás el sistema de partidos. Con un agregado: la reforma electoral que se realizó en 2007 concentra en las dirigencias partidarias un enorme poder, mucho mayor que antes. Para López Obrador, controlar esa estructura y esos recursos le resulta necesario y atractivo con miras a su proyecto y, por eso, hizo de todo para tratar de que Encinas se quedara en el liderazgo del PRD. Para la corriente Nueva Izquierda es la oportunidad de tener una carta con el fin de negociar con López Obrador, que éste los tome en cuenta o, si no, comenzar a trabajar en un proyecto propio para 2012. El punto es que, en esa ecuación, mientras que a López Obrador las elecciones intermedias le interesan sólo en la lógica de poder colocar un número mayor de partidarios suyos en las listas; en el caso de Ortega y sus aliados tienen que ser un medio de consolidación, incluso la posibilidad de comenzar a desplegar desde el Legislativo candidaturas alternas de cara al futuro.
    Pero están hablando de cosas diferentes, de objetivos encontrados. No piensan ni quieren lo mismo. Eso es lo que torna inviable la continuidad del partido. Lo que profundiza la crisis y sólo la alarga hasta saber qué se resolverá de la misma en el Tribunal Electoral e incluso así tampoco habrá, sea cual fuere la decisión, posibilidad de permanecer unidos.
    La crisis interna del PRD y la descalificación de sus corrientes no tiene, entonces, para cuándo terminar. De acuerdo con los procedimientos legales, Jesús Ortega es y será el nuevo presidente del partido. Pero, apenas anteayer, Alejandro Encinas ha reiterado que no aceptará los resultados e insiste en calificar la elección como un chuchinero, en una abierta descalificación a su competidor y se supone que todavía compañero de partido. La ruptura es obvia, evidente y ni siquiera torna viable aquello del “divorcio pactado”, de la virtual convivencia de los dos partidos con un mismo membrete.
    ¿Por qué, entonces, López Obrador, a diferencia de lo que han hecho otros dirigentes, como Cuauhtémoc Cárdenas, no quiere propiciar un arreglo, una solución a la crisis? Porque si no puede dominar al partido, prefiere mantenerlo como rehén de su estrategia e ir aniquilándolo poco a poco. Necesita que el PRD sobreviva lo suficiente para tener un paraguas que lo proteja legalmente mientras su propio movimiento va tomando forma y estructura en el país. Ahora tiene afiliados, pero dista mucho de ser el suyo un aparato eficiente: eso se lo da el PRD y, en algunos puntos muy específicos, sus aliados coyunturales. Paradójicamente, el ex candidato presidencial se siente cómodo con un partido debilitado, enfrentado en luchas intestinas y que, por razón misma de la crisis, no puede o no quiere refutar públicamente sus posiciones. Mientras tanto, hace lo que quiere y el partido, esté o no de acuerdo, debe acompañarlo. Y eso seguirá siendo así mientras no concluya el proceso legal interno y ello obligue a tomar decisiones a sus nuevos, quienes sean, próximos dirigentes.
    El debate petrolero sirve, en todo caso, para eso: prolongar la incertidumbre, encontrar un enemigo común (el fantasma de la privatización) que obligue a mantener unidas las filas, que transforme el discurso de López Obrador en el pensamiento único del PRD y del FAP.
    Si el partido en ese camino se desangra, no es problema para quien no quiere tener que rendir cuentas porque, como lo aceptó en días pasados Lorenzo Meyer, es un hombre que cree que tiene una conexión directa con algo superior. Vaya paradoja: es exactamente lo mismo que asegura el presidente Bush.

    http://www.exonline.com.mx/diario/columna/225252
    La inteligencia no se mide por el IQ, sino por la capacidad que se tiene para entender a los demás.
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