Hay momentos en que todos cruzamos una línea de la que ya no hay vuelta atrás. Algunas veces son eventos que representan un crecimiento, otras, decisiones que hablan de un franco deterioro mental y humano. Marcelo Ebrard ha cruzado una de estas últimas. Y aunque no es la primera vez que lo hace, sí es la más alarmante de todas. Déjeme explicarle.
La última idea surrealista del ¿jefe de gobierno? (es tan minúscula como su mente) es cerrar varias cuadras de la Zona Rosa para construir canales y poner góndolas turísticas que emulen, de alguna manera, la ciudad de Venecia. No es una broma, lamentablemente.
Ebrard y su mafia de gusanos becados por el presupuesto han confirmado, por enésima vez, que su prioridad al frente del gobierno capitalino es la espectacularidad de lo innecesario que lo lleve a las urnas en el 2012 con clara ventaja frente a sus competidores en esta carrera presidencial, que arrancó mucho antes de que la anterior muriera. Al menos así lo calcula en su pervertida imaginación. Y se comprueba que el principal conflicto de la anticipación en la carrera presidencial es la estrategia de que en la política todo es válido y que los fines se alcanzan por medios extremadamente difíciles de justificar. Es momento de levantar la voz y exigir un alto a estas acciones que parecen sacadas de la mente de un villano de tercera calidad de tiras cómicas kafkianas.
¿Cuánto dinero se gastará en la nueva espectacularidad del populismo indigno de su ruta a Los Pinos? ¿Hasta cuándo permitiremos que una pandilla de rapaces gobierne para sí mismos y sus intereses mezquinos, mientras se ahogan en su propias fantasías de ser los salvadores del pueblo? Por eso Marcelo no puede desmarcarse de López Obrador, porque es aún peor que su mentor. En su mente, la ciudad ha llegado al punto de descomposición que es mejor no hacer nada que deshacerse en esfuerzos para resarcir los daños causados y hemos caído en el pesimismo de la bestialidad que se presenta de tal magnitud que llegamos al punto en el que sólo el maquillaje nos ayudará a obviar el desastre. Difiero de Joaquín López-Dóriga cuando dice que Ebrard es un activista de la imaginación (MILENIO, 13 de junio).
La realidad es que ha comprobado ser un simple estúpido enloquecido por el poder, que se perdió en un retorcido cuento de hadas que su mesías de cuarta le contó noche tras noche antes de mandarlo a dormir.
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La última idea surrealista del ¿jefe de gobierno? (es tan minúscula como su mente) es cerrar varias cuadras de la Zona Rosa para construir canales y poner góndolas turísticas que emulen, de alguna manera, la ciudad de Venecia. No es una broma, lamentablemente.
Ebrard y su mafia de gusanos becados por el presupuesto han confirmado, por enésima vez, que su prioridad al frente del gobierno capitalino es la espectacularidad de lo innecesario que lo lleve a las urnas en el 2012 con clara ventaja frente a sus competidores en esta carrera presidencial, que arrancó mucho antes de que la anterior muriera. Al menos así lo calcula en su pervertida imaginación. Y se comprueba que el principal conflicto de la anticipación en la carrera presidencial es la estrategia de que en la política todo es válido y que los fines se alcanzan por medios extremadamente difíciles de justificar. Es momento de levantar la voz y exigir un alto a estas acciones que parecen sacadas de la mente de un villano de tercera calidad de tiras cómicas kafkianas.
¿Cuánto dinero se gastará en la nueva espectacularidad del populismo indigno de su ruta a Los Pinos? ¿Hasta cuándo permitiremos que una pandilla de rapaces gobierne para sí mismos y sus intereses mezquinos, mientras se ahogan en su propias fantasías de ser los salvadores del pueblo? Por eso Marcelo no puede desmarcarse de López Obrador, porque es aún peor que su mentor. En su mente, la ciudad ha llegado al punto de descomposición que es mejor no hacer nada que deshacerse en esfuerzos para resarcir los daños causados y hemos caído en el pesimismo de la bestialidad que se presenta de tal magnitud que llegamos al punto en el que sólo el maquillaje nos ayudará a obviar el desastre. Difiero de Joaquín López-Dóriga cuando dice que Ebrard es un activista de la imaginación (MILENIO, 13 de junio).
La realidad es que ha comprobado ser un simple estúpido enloquecido por el poder, que se perdió en un retorcido cuento de hadas que su mesías de cuarta le contó noche tras noche antes de mandarlo a dormir.
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