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    Pobre tip@, sigue en caida libre:


    Ricardo Alemán
    Itinerario Político
    14 de agosto de 2008



    Marcelo, la mezquindad como política


    ¿Por qué Ebrard se niega a un encuentro privado con el Presidente?




    Muy lejos de la concepción elemental de estadista, peleado con la muy básica definición de mandatario del GDF, y esgrimiendo argumentos que niegan la política y a quien se asume como político, Marcelo Ebrard confirmó ayer su calidad de nanopolítico.


    Y es que ante el reclamo de María Elena Morera y Alejandro Martí para que los dos más influyentes gobernantes en México mantengan una relación directa para atender los grandes problemas nacionales y de la capital del país, el presidente Felipe Calderón reaccionó de inmediato con una respuesta positiva de encontrarse con el jefe de Gobierno del DF, en tanto que en uno más de sus lances aniñados, Ebrard dijo que sí acudiría a una reunión colectiva entre los gobernadores y el presidente Calderón.


    Pero que ni se les ocurra, Ebrard no está dispuesto a una reunión a solas con el presidente Calderón. No sólo confirma su carácter de nanopolítico —ratifica que no está dispuesto a cumplir con el 122 constitucional—, sino que en el extremo hasta reniega de su carácter de mandatario del GDF; en pocas palabras, depositario del mandato de los ciudadanos del Distrito Federal. La mezquindad como política, si es que la mezquindad puede ser política.


    ¿Por qué Ebrard se niega a un encuentro privado con el Presidente?


    Se puede argumentar lo que se quiera; que Calderón es un presidente espurio, que es jefe de un gobierno políticamente ilegítimo, que hizo fraude en 2006, que Calderón le cae gordo a Ebrard, que el mero saludo de Calderón le provoca urticaria al jefe de Gobierno, y hasta que los brujos que le adivinan el futuro al señor Ebrard le recomendaron alejarse de Calderón, no vaya a ser la de malas, lo que gusten.


    Pero resulta que Ebrard es jefe de Gobierno del DF no porque se haya sacado la lotería —a pesar de que le regalaron la candidatura y buena parte de los votos—, sino porque es depositario del mandato de los habitantes capitalinos. Y resulta que el mandato ciudadano está por encima de los intereses personalísimos de Marcelo.


    En el fondo, cuando Ebrard asegura que “no hay razón que justifique una reunión privada” con el Presidente, confirma que está lejos de ser un estadista, que no se asume como mandatario de los capitalinos, camina en sentido contrario a la política y les da la razón a quienes lo motejan como un político aniñado, berrinchudo, caprichoso que se queja porque la leche está caliente, fría, porque es mucha leche, poca leche…


    Cuando Marcelo dice que sí se reúne con el Presidente, pero en un encuentro colectivo con todos los gobernadores —en casi dos años de gobernante se ha negado a todo encuentro de esa naturaleza—, en realidad, nos engaña con la verdad; no le interesa asumir su responsabilidad, su obligación, no le importa el mandato de los ciudadanos. En el juego de palabras al estilo cantinflesco, hasta se avienta la puntada de proponer una cumbre de gobernadores con el Presidente. Todo para enmascarar su niñería de no encontrarse en privado con Calderón. ¿Qué le importa a Marcelo, si todo lo anterior no le interesa?


    Le gana la mezquindad política, el odio, la víscera, porque Ebrard, igual que su patrón y que un sector radical del PRD, no digiere ni va a digerir la derrota electoral de 2006. ¿Y por qué ese resentimiento que lleva al grupo amloísta y marcelista a olvidarse de los ciudadanos? La respuesta es elemental. Porque ni Marcelo, ni su patrón, ni los radicales son demócratas.


    Los demócratas saben ganar y saben perder; saben ser oposición leal, saben colocar el interés ciudadano y de las mayorías por sobre los intereses personales. Y nada de eso hacen Marcelo y menos su jefe, AMLO. Y encima, con respuestas como la de Ebrard, el jefe de Gobierno pretende tomarnos el pelo a los ciudadanos, los mandantes, sus verdaderos patrones, a los que debe no sólo el cargo, sino un buen gobierno y la correspondiente rendición de cuentas. ¿Y con ese comportamiento de niño berrinchudo, el señor Marcelo Ebrard quiere ser presidente?


    Tiene razón Ebrard cuando propone involucrar a toda la República en temas como el del narcotráfico. Pero también quienes reclaman que en la capital, asiento de los poderes federales, se produzca una comunicación intensa, fluida, permanente, capaz de coordinar acciones y reaccionar de manera conjunta frente al crimen organizado, el narcotráfico, el secuestro. Lo demás —los juegos de palabras, las reuniones de la República al estilo de López Portillo— no es más que insultantes cantinfleadas de Marcelo.

    Saludos
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