Si se desbroza el discurso de Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo, se tendrá una lectura macroeconómica de México no muy distinta a la de una rigurosa revisión académica y, sobre todo, una insólita y creíble invitación al diálogo con “otras fuerzas políticas y sectores sociales”.
López Obrador puso dos condiciones para el diálogo. Pienso que una es formal y otra real. La formal, la que tiene que enunciar, es la inabarcable posibilidad de rehacer la política económica “injusta y excluyente”.
La segunda es la esencial, la que podría ser atendida, la que le sacaría mucha presión a la pesada intemperie post-2006; la que le permitiría a él y a su movimiento anotarse un muy necesario éxito. Es la cancelación de las iniciativas del gobierno federal y el PRI para reformar Pemex.
A cambio de que “todos nos comprometamos a no permitir la privatización de la industria petrolera en ninguna de sus modalidades”, López Obrador dijo cuatro veces ayer que estaría dispuesto a sentarse a hablar con “nuestros adversarios”.
Son el mismo hombre y el mismo movimiento que hace un mes eructaban la necesidad de derrocar al gobierno de Felipe Calderón. Es también el último discurso septembrino de un líder que hace un mes amenazaba con meternos en un “septiembre patrio” de pesadilla.
Si el gobierno calcula que la reforma posible de Pemex, la que podría sacar arrastrado por el PRI, no mejorará sustancialmente las cosas, debería leer con cuidado el discurso del tabasqueño.
Y evaluar si en la tragedia que vive el país, y con la calamidad que amenaza soltarse desde Estados Unidos, un pacto nacional con el lopezobradorismo incluido no valdría más que tres refinerías y un yacimiento profundo.
gomezleyva@milenio.com
López Obrador puso dos condiciones para el diálogo. Pienso que una es formal y otra real. La formal, la que tiene que enunciar, es la inabarcable posibilidad de rehacer la política económica “injusta y excluyente”.
La segunda es la esencial, la que podría ser atendida, la que le sacaría mucha presión a la pesada intemperie post-2006; la que le permitiría a él y a su movimiento anotarse un muy necesario éxito. Es la cancelación de las iniciativas del gobierno federal y el PRI para reformar Pemex.
A cambio de que “todos nos comprometamos a no permitir la privatización de la industria petrolera en ninguna de sus modalidades”, López Obrador dijo cuatro veces ayer que estaría dispuesto a sentarse a hablar con “nuestros adversarios”.
Son el mismo hombre y el mismo movimiento que hace un mes eructaban la necesidad de derrocar al gobierno de Felipe Calderón. Es también el último discurso septembrino de un líder que hace un mes amenazaba con meternos en un “septiembre patrio” de pesadilla.
Si el gobierno calcula que la reforma posible de Pemex, la que podría sacar arrastrado por el PRI, no mejorará sustancialmente las cosas, debería leer con cuidado el discurso del tabasqueño.
Y evaluar si en la tragedia que vive el país, y con la calamidad que amenaza soltarse desde Estados Unidos, un pacto nacional con el lopezobradorismo incluido no valdría más que tres refinerías y un yacimiento profundo.
gomezleyva@milenio.com
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