Re: La mentira del 2 de octubre...
El 68 que quiso ser 69
Jueves, 2 Octubre, 2008
El 68, en la crisis de los cuarenta, es una chinga y al mismo tiempo es a toda madre. Primero porque es una lápida que nos refuerza nuestra patriótica naturaleza de pípilas de la historia. Es una maldición que nos acosa más que El Chapo Guzmán transformado en el nuevo coco. Es una chinga porque más que un trampolín semeja una densa ancla que sufre de arteriosclerosis, dipepsia y alzheimer selectivo. El 68, como no alcanzó al 69, es un fundamentalista del sadomasoquismo político más tedioso, al grado que en ciertos momentos resulta más excitante hablar de la toma de Zacatecas que de la matanza del 2 de octubre. Para quienes son adictos a la autoaceleración las conmemoraciones de la sacrosanta fecha son una dicha, pero para muchos cuando mucho es el martirologio repetitivo y sin gracia de una anécdota histérica con agnosia y sinécdoque.
Pero el 68 es una evocación a toda madre porque a pesar de toda su carga negativa de momia en pos de sarcófago, es capaz de ser un peligro para México. Eso no tiene precio. Es divertido ver cómo sus críticos, aquellos que insisten en que no fue ni parteaguas ni catártico ni simbólico ni nada de nada, se escandalizan con su sola mención y se esfuerzan por desactivar sus contagios. Incluso echándole la culpa de las rentas de la crisis de su civilización, sobre todo de la bola de revoltosos que se niegan a aceptar las bondades del sistema, hoy panista, que se parece tanto al PRI que no puede engañarnos. Sea por el megaplantón, la toma de tribunas, los encuerados de los 400 pueblos, las marchas del magisterio morelense o los mítines de los AFIs, al 68 se le reprocha por ser fuente de inspiración para los resentidos sociales, tótem y tabú de los nostálgicos de pasiones guerrilleros, niño malcriado que señala que el rey de la metrosexualidad se abastece en la Central de Abastos; aguafiestas que anuncia que la globalifilia nos quiere gobernar y nosotros le seguimos la corriente… Al 68 se le ha acusado de casi cualquier cosa –incluso de recordarnos que la nave del pragmatismo todavía no ha partido y de que la ideología es un chiquihuitazo que muere de sol en las tardes–, pero nadie quiere reconocer que el 68 tiene algo de 69 cuando nos descubre el indiscreto desencanto de la burguesía, que la lucha del hombre contra el poder es la lucha de Godzilla contra la Cosa; que los viejos lobos de Marx venden adoquín del Muro de Berlín.
Pensándolo bien, el 68, que ahora tiene su reality show en el History Channel, todavía está a tiempo de ser 69. Jairo Calixto Albarrán.
El 68 que quiso ser 69
Jueves, 2 Octubre, 2008
El 68, en la crisis de los cuarenta, es una chinga y al mismo tiempo es a toda madre. Primero porque es una lápida que nos refuerza nuestra patriótica naturaleza de pípilas de la historia. Es una maldición que nos acosa más que El Chapo Guzmán transformado en el nuevo coco. Es una chinga porque más que un trampolín semeja una densa ancla que sufre de arteriosclerosis, dipepsia y alzheimer selectivo. El 68, como no alcanzó al 69, es un fundamentalista del sadomasoquismo político más tedioso, al grado que en ciertos momentos resulta más excitante hablar de la toma de Zacatecas que de la matanza del 2 de octubre. Para quienes son adictos a la autoaceleración las conmemoraciones de la sacrosanta fecha son una dicha, pero para muchos cuando mucho es el martirologio repetitivo y sin gracia de una anécdota histérica con agnosia y sinécdoque.
Pero el 68 es una evocación a toda madre porque a pesar de toda su carga negativa de momia en pos de sarcófago, es capaz de ser un peligro para México. Eso no tiene precio. Es divertido ver cómo sus críticos, aquellos que insisten en que no fue ni parteaguas ni catártico ni simbólico ni nada de nada, se escandalizan con su sola mención y se esfuerzan por desactivar sus contagios. Incluso echándole la culpa de las rentas de la crisis de su civilización, sobre todo de la bola de revoltosos que se niegan a aceptar las bondades del sistema, hoy panista, que se parece tanto al PRI que no puede engañarnos. Sea por el megaplantón, la toma de tribunas, los encuerados de los 400 pueblos, las marchas del magisterio morelense o los mítines de los AFIs, al 68 se le reprocha por ser fuente de inspiración para los resentidos sociales, tótem y tabú de los nostálgicos de pasiones guerrilleros, niño malcriado que señala que el rey de la metrosexualidad se abastece en la Central de Abastos; aguafiestas que anuncia que la globalifilia nos quiere gobernar y nosotros le seguimos la corriente… Al 68 se le ha acusado de casi cualquier cosa –incluso de recordarnos que la nave del pragmatismo todavía no ha partido y de que la ideología es un chiquihuitazo que muere de sol en las tardes–, pero nadie quiere reconocer que el 68 tiene algo de 69 cuando nos descubre el indiscreto desencanto de la burguesía, que la lucha del hombre contra el poder es la lucha de Godzilla contra la Cosa; que los viejos lobos de Marx venden adoquín del Muro de Berlín.
Pensándolo bien, el 68, que ahora tiene su reality show en el History Channel, todavía está a tiempo de ser 69. Jairo Calixto Albarrán.
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