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En busca del accidente perdido
Los narcotraficantes son capaces no sólo de matar polícias, sino de tirar aviones
Tanto especula el que señala atentado como el que se aferra a que fue un accidente
Con sensatez, el secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, reclamó “no hacer especulaciones si no hay datos precisos” sobre la tragedia que sacudió al gobierno federal.
Sí, sin datos puntuales y producto de una profunda investigación, no es posible aventurar conclusiones. Sin embargo, el propio Téllez —además de otros secretarios de Estado— parece que “ruegan a Dios” por confirmar un accidente, antes que dejar que las pesquisas den respuestas que den los especialistas forenses en accidentes de aviación.
Y es que si el gobierno federal apela a no especular en tanto no existan resultados científicos sobre la tragedia, los propios servidores públicos federales —sea la PGR, SSP, Sedena, SRE o SCT—, deben limitarse a especular sobre la inexistencia de un eventual atentado que pudo ser la causa de la tragedia. ¿Por qué?
Porque, en efecto, sin evidencias, sin el trabajo y los resultados de los científicos forenses de aviación, las probabilidades de que se haya tratado de un accidente son iguales a aquellas de que haya sido un atentado. Salvo pruebas contundentes —las que nadie tiene hasta ahora, y nadie tendrá sino en semanas o meses—, nadie puede asegurar que fue o no fue un accidente o que fue o no un atentado. Es decir, especulan tanto los que dicen que no hay indicios de atentado, como aquellos que aseguran que se pudo haber tratado de un atentado.
Vale recordar que según la ciencia forense especializada en tragedias aéreas, son miles las causas que provocan la caída de un avión. Y de entre esas causas las hay de lo más inverosímil y absurdo, hasta atentados terroristas y el estallido de un artefacto; el cansancio de materiales o una descompresión explosiva. Algunas de las grandes tragedias de la aviación mundial, por ejemplo, se han producido por bombas —artefactos colocados por grupos terroristas— o por simples errores como el de dejar pegado en sensores de temperatura un simple adherible, o por la falta de un tornillo.
Pero llegar a una conclusión como las anteriores lleva semanas o hasta meses de investigación, recopilación de evidencias, pruebas científicas, recopilación de evidencias y testimonios… En suma, de un trabajo monumental que hace imposible saber en dos o tres días, a botepronto, a simple vista, a partir de una sola evidencia, si es o no es un accidente, si es o no un atentado. Y pretender convencer a todo un país de uno u otro de los extremos, sin más argumentos que los políticos, resulta, por lo menos, irresponsable.
En sentido contrario —y les guste o no a los hombres del poder—, no se incurre en especulación alguna si se habla de “la guerra” que desató el gobierno de Calderón contra el crimen organizado y el narcotráfico, y sobre la posibilidad de que se pudo tratar de un atentado. Debemos entender —y no olvidar ni un solo minuto por lo menos durante esa guerra—, que los narcotraficantes son capaces no sólo de tirar aviones, colocar bombas en helicópteros, matar jueces, policías, secretarios de Estado; sea en México, sea en Colombia o en donde los gobiernos se atraviesan a los criminales.
Vicente Fox cometió el error de “echarle tierra” a la muerte de su secretario de Seguridad Pública, Martín Huerta, en un accidente de helicóptero —sin la debida investigación—, pero Felipe Calderón no puede caminar por la misma ruta. Hoy se sabe que existen evidencias de que Vicente Fox fue sometido por los grupos criminales —a los que habría dejado hacer a placer—, y que por esa razón se llegó a los niveles de fuerza de la criminalidad.
Sin embargo, existe una contradicción entre la postura asumida por el presidente Calderón y la orientación que quisieran dar algunos secretarios de Estado. En su primer mensaje, en el hangar presidencial, Calderón no aceptó la hipótesis de accidente, pero tampoco de atentado. Más aún, advierte que la tragedia no lo somete, sino que es motor que refuerza su lucha contra el crimen.
En todo caso queda claro que las posibilidades de un accidente son iguales a las de un atentado. Pero si la tragedia se mira a través de la guerra lanzada contra el crimen organizado y el narcotráfico, ante los golpes que ha dado el gobierno a los barones de las drogas, ante las amenazas de las llamadas narcomantas, ante la incautación de verdaderas fortunas en dinero y droga, nadie puede descartar la eventualidad de un atentado.
Calderón está obligado a una investigación profunda y moderna. Y si resulta que se trató de un atentado, deberá asumirlo como tal. Por lo pronto, haya sido o no un accidente, son abundantes los errores logísticos y de seguridad en torno de la tragedia. Una perla: permitir que viajaran en un mismo avión Mouriño y Vasconcelos.
En busca del accidente perdido
Los narcotraficantes son capaces no sólo de matar polícias, sino de tirar aviones
Tanto especula el que señala atentado como el que se aferra a que fue un accidente
Con sensatez, el secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, reclamó “no hacer especulaciones si no hay datos precisos” sobre la tragedia que sacudió al gobierno federal.
Sí, sin datos puntuales y producto de una profunda investigación, no es posible aventurar conclusiones. Sin embargo, el propio Téllez —además de otros secretarios de Estado— parece que “ruegan a Dios” por confirmar un accidente, antes que dejar que las pesquisas den respuestas que den los especialistas forenses en accidentes de aviación.
Y es que si el gobierno federal apela a no especular en tanto no existan resultados científicos sobre la tragedia, los propios servidores públicos federales —sea la PGR, SSP, Sedena, SRE o SCT—, deben limitarse a especular sobre la inexistencia de un eventual atentado que pudo ser la causa de la tragedia. ¿Por qué?
Porque, en efecto, sin evidencias, sin el trabajo y los resultados de los científicos forenses de aviación, las probabilidades de que se haya tratado de un accidente son iguales a aquellas de que haya sido un atentado. Salvo pruebas contundentes —las que nadie tiene hasta ahora, y nadie tendrá sino en semanas o meses—, nadie puede asegurar que fue o no fue un accidente o que fue o no un atentado. Es decir, especulan tanto los que dicen que no hay indicios de atentado, como aquellos que aseguran que se pudo haber tratado de un atentado.
Vale recordar que según la ciencia forense especializada en tragedias aéreas, son miles las causas que provocan la caída de un avión. Y de entre esas causas las hay de lo más inverosímil y absurdo, hasta atentados terroristas y el estallido de un artefacto; el cansancio de materiales o una descompresión explosiva. Algunas de las grandes tragedias de la aviación mundial, por ejemplo, se han producido por bombas —artefactos colocados por grupos terroristas— o por simples errores como el de dejar pegado en sensores de temperatura un simple adherible, o por la falta de un tornillo.
Pero llegar a una conclusión como las anteriores lleva semanas o hasta meses de investigación, recopilación de evidencias, pruebas científicas, recopilación de evidencias y testimonios… En suma, de un trabajo monumental que hace imposible saber en dos o tres días, a botepronto, a simple vista, a partir de una sola evidencia, si es o no es un accidente, si es o no un atentado. Y pretender convencer a todo un país de uno u otro de los extremos, sin más argumentos que los políticos, resulta, por lo menos, irresponsable.
En sentido contrario —y les guste o no a los hombres del poder—, no se incurre en especulación alguna si se habla de “la guerra” que desató el gobierno de Calderón contra el crimen organizado y el narcotráfico, y sobre la posibilidad de que se pudo tratar de un atentado. Debemos entender —y no olvidar ni un solo minuto por lo menos durante esa guerra—, que los narcotraficantes son capaces no sólo de tirar aviones, colocar bombas en helicópteros, matar jueces, policías, secretarios de Estado; sea en México, sea en Colombia o en donde los gobiernos se atraviesan a los criminales.
Vicente Fox cometió el error de “echarle tierra” a la muerte de su secretario de Seguridad Pública, Martín Huerta, en un accidente de helicóptero —sin la debida investigación—, pero Felipe Calderón no puede caminar por la misma ruta. Hoy se sabe que existen evidencias de que Vicente Fox fue sometido por los grupos criminales —a los que habría dejado hacer a placer—, y que por esa razón se llegó a los niveles de fuerza de la criminalidad.
Sin embargo, existe una contradicción entre la postura asumida por el presidente Calderón y la orientación que quisieran dar algunos secretarios de Estado. En su primer mensaje, en el hangar presidencial, Calderón no aceptó la hipótesis de accidente, pero tampoco de atentado. Más aún, advierte que la tragedia no lo somete, sino que es motor que refuerza su lucha contra el crimen.
En todo caso queda claro que las posibilidades de un accidente son iguales a las de un atentado. Pero si la tragedia se mira a través de la guerra lanzada contra el crimen organizado y el narcotráfico, ante los golpes que ha dado el gobierno a los barones de las drogas, ante las amenazas de las llamadas narcomantas, ante la incautación de verdaderas fortunas en dinero y droga, nadie puede descartar la eventualidad de un atentado.
Calderón está obligado a una investigación profunda y moderna. Y si resulta que se trató de un atentado, deberá asumirlo como tal. Por lo pronto, haya sido o no un accidente, son abundantes los errores logísticos y de seguridad en torno de la tragedia. Una perla: permitir que viajaran en un mismo avión Mouriño y Vasconcelos.
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