Qué mala pata la de Andrés Manuel López Obrador antier sábado, al canalizar su rencor por la derrota electoral hacia la guerra que se libra contra el narcotráfico.
Juzgó como “una de las idioteces de Calderón y de la mafia política la forma como el gobierno está enfrentando el problema de la inseguridad y la violencia”.
Ignoraba por lo visto que el día anterior había sido capturado en Cancún uno de sus hombres de mayor confianza durante su paso por la jefatura del gobierno del Distrito Federal, su ex subdirector de Operación y Servicios (coordinador de sus guardaespaldas Gacelas y quien durante la campaña de 2006 acordaba con el Estado Mayor Presidencial).
Se trata de Marco Antonio Mejía López, hasta el viernes director del penal de Cancún, a quien la Procuraduría General de la República liga con la ejecución del divisionario Mauro Enrique Tello Quiñones y señala de haber entregado el control de la cárcel a los Zetas.
En Durango, el “presidente legítimo” (de la República patito) reprochó el que la guerra se lleve a cabo “con policías y soldados, con más cárceles, con amenazas de mano dura, con leyes más severas y penas más largas”, y dijo que Calderón “fue a Monterrey a decir más de lo mismo: que no le temblará la mano, que actuará con mano dura. Puras, puras tonteras”.
Y se reveló tan vidente como Walter Mercado:
“Lo empecé a percibir desde que Calderón se robó la Presidencia: actuó con desparpajo y de manera irresponsable; le pegó un palazo al avispero y desató más la inseguridad y la violencia…”.
¿No había motivos entonces para perturbar a las “avispas”?
López Obrador elude hoy lo que prometía sobre el narcotráfico cuando aspiró a vivir, no en la casa civil de Los Pinos, sino en el museo de Palacio Nacional.
Hace como que la Virgen le habla, pero fueron varias las ocasiones en que anunció recurrir a lo mismo que hace Felipe Calderón.
En distintas localidades, durante sus apariciones públicas de 2005 y 2006, repetía variantes de uno (el 35) de sus 50 compromisos con la Nación:
“De acuerdo con la Constitución, las Fuerzas Armadas tienen como objetivo fundamental salvaguardar la integridad del territorio y la preservación de la soberanía (…). Es necesario que una institución con la experiencia y la disciplina del Ejército siga participando en el combate al narcotráfico (…). Los nuevos tiempos exigen una definición clara sobre la política de seguridad nacional (…). Particularmente, en lo que se refiere al combate al narcotráfico, dado que se ha convertido en una seria amenaza a la seguridad interior y exterior del país, consideramos necesario dar mejores instrumentos a las fuerzas armadas en esta misión que se les ha encomendado (…). Impulsaremos las reformas para que las fuerzas armadas tengan mayores facultades en el combate al crimen organizado y al narcotráfico…”.
Sin el Poder que soñó, las que hoy ve como “idioteces” de Calderón y su “mafia”, López Obrador las vendía entonces como excelentes ideas.
cmarin@milenio.com
Juzgó como “una de las idioteces de Calderón y de la mafia política la forma como el gobierno está enfrentando el problema de la inseguridad y la violencia”.
Ignoraba por lo visto que el día anterior había sido capturado en Cancún uno de sus hombres de mayor confianza durante su paso por la jefatura del gobierno del Distrito Federal, su ex subdirector de Operación y Servicios (coordinador de sus guardaespaldas Gacelas y quien durante la campaña de 2006 acordaba con el Estado Mayor Presidencial).
Se trata de Marco Antonio Mejía López, hasta el viernes director del penal de Cancún, a quien la Procuraduría General de la República liga con la ejecución del divisionario Mauro Enrique Tello Quiñones y señala de haber entregado el control de la cárcel a los Zetas.
En Durango, el “presidente legítimo” (de la República patito) reprochó el que la guerra se lleve a cabo “con policías y soldados, con más cárceles, con amenazas de mano dura, con leyes más severas y penas más largas”, y dijo que Calderón “fue a Monterrey a decir más de lo mismo: que no le temblará la mano, que actuará con mano dura. Puras, puras tonteras”.
Y se reveló tan vidente como Walter Mercado:
“Lo empecé a percibir desde que Calderón se robó la Presidencia: actuó con desparpajo y de manera irresponsable; le pegó un palazo al avispero y desató más la inseguridad y la violencia…”.
¿No había motivos entonces para perturbar a las “avispas”?
López Obrador elude hoy lo que prometía sobre el narcotráfico cuando aspiró a vivir, no en la casa civil de Los Pinos, sino en el museo de Palacio Nacional.
Hace como que la Virgen le habla, pero fueron varias las ocasiones en que anunció recurrir a lo mismo que hace Felipe Calderón.
En distintas localidades, durante sus apariciones públicas de 2005 y 2006, repetía variantes de uno (el 35) de sus 50 compromisos con la Nación:
“De acuerdo con la Constitución, las Fuerzas Armadas tienen como objetivo fundamental salvaguardar la integridad del territorio y la preservación de la soberanía (…). Es necesario que una institución con la experiencia y la disciplina del Ejército siga participando en el combate al narcotráfico (…). Los nuevos tiempos exigen una definición clara sobre la política de seguridad nacional (…). Particularmente, en lo que se refiere al combate al narcotráfico, dado que se ha convertido en una seria amenaza a la seguridad interior y exterior del país, consideramos necesario dar mejores instrumentos a las fuerzas armadas en esta misión que se les ha encomendado (…). Impulsaremos las reformas para que las fuerzas armadas tengan mayores facultades en el combate al crimen organizado y al narcotráfico…”.
Sin el Poder que soñó, las que hoy ve como “idioteces” de Calderón y su “mafia”, López Obrador las vendía entonces como excelentes ideas.
cmarin@milenio.com
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