¿No que no? |
Jaime Sánchez Susarrey
1 Mar. 08
1. No, no nos equivocamos. En todo caso nos quedamos cortos. Andrés Manuel es un peligro para México, pero también para los perredistas. El minilinchamiento de Carlos Navarrete, coordinador de los senadores perredistas, y de González Garza, líder de los diputados del sol azteca, fue una advertencia muy seria. Quienes dentro y fuera del PRD disientan del rayito de esperanza ya saben a qué atenerse. Son traidores a la patria y serán tratados como tales. No habrá tregua ni cuartel. La violencia verbal precedió a la física. Era y es lo que López quiere. No hay confusión ni ambigüedad. Y esto apenas empieza.
2. La intolerancia de Andrés Manuel no es nueva. ¿Ya se olvidó que desde el 2005 tenía una lista negra de intelectuales, periodistas y empresarios, cuyo único pecado era oponérsele frontalmente? ¿Y qué decir de la forma en que denunció a quienes simpatizaban con él, pero no se sumaron a la toma de Reforma y a su presidencia legítima? Los tachó de traidores a su causa, a su persona y, por supuesto, a la patria. Porque AMLO cree y siente que encarna a la nación toda o, más exactamente, al pueblo bueno. El personaje no se oculta. La disidencia le saca ronchas. Lo suyo no es el debate ni el diálogo. Es la diatriba y la descalificación. Estás conmigo o estás contra mí. En esa lista cabe lo mismo un diario de la Ciudad de México que un conductor de televisión o un militante de Nueva Izquierda.
3. AMLO miente a sabiendas. La verdad no le interesa ni nunca le ha interesado. La lista de sus mentiras y manipulaciones es larga. Mintió al deslindarse de Ponce y Bejarano. Mintió al afirmar que llevaba 10 puntos arriba de Calderón en el 2006. Mintió al proclamar su victoria por 500 mil votos el 2 de julio. Mintió al señalar la desaparición de 3 millones de votos. Mintió al denunciar un fraude cibernético (el famoso algoritmo) y otro a la antigüita. Miente ahora al anunciar un nuevo complot para privatizar Pemex. La estrategia se repite. El fin justifica los medios. López quiere mantenerse como líder máximo del PRD. Y como no tiene programa ni sustancia va a lo suyo: la mentira, la descalificación, la diatriba y la polarización.
4. No hay, sin embargo, que confundirse. López no está loco ni hace malos cálculos. Su apuesta es muy clara: hará todo lo que esté a su alcance, incluso aliarse con el diablo, para que el gobierno de Felipe Calderón reviente. Las claves de esa estrategia están, por una parte, en la economía y, por la otra, en la seguridad pública. El rayito de esperanza se ha convertido en un ave de tempestades. Invoca y evoca a los peores demonios. Su divisa es muy clara: el enemigo de mi enemigo es mi amigo, sea quien sea y llámese como se llame. No importa que en ese trance pierda el país y pierdan los mexicanos. La estabilidad y la prosperidad son sus adversarios. La desgracia y el caos, sus aliados. Sólo en ese caldo podrá resurgir como el gran timonel. Es por eso que hay que tomarlo en serio. Su perseverancia y su malicia son a prueba de balas.
5. Los perredistas moderados, Nueva Izquierda, tienen una gran responsabilidad. El verdadero debate no es si Pemex se privatiza o no. El debate de fondo es si el PRD opta por la vía legal e institucional o sigue la línea de la confrontación y la ilegalidad. Ya es hora de llamar a las cosas por su nombre. En la penumbra todos los gatos son pardos y las posiciones se confunden.
La hegemonía de AMLO en el PRD fue consecuencia del pragmatismo: era el único candidato que tenía posibilidades de ganar la Presidencia de la República. Pero después del 2 de julio la ruleta juega en sentido inverso. Los costos de la estrategia de López son muy altos y el electorado le va a pasar la factura en la elección intermedia. La mejor y la única forma de enfrentar lo que viene es diciendo la verdad y llamando a las cosas por su nombre.
6. Desde la barrera uno se pregunta: ¿cuál es el verdadero PRD: el que negocia en el Congreso o el que amaga con la violencia y se erige como juez supremo por encima de las instituciones? La respuesta es simple pero lamentable: ambos son verdaderos. Es la historia del Dr. Jekyll and Mr. Hide. En la victoria se muestran moderados y educados. En la derrota destilan odio y rabia. El balance en el corto plazo no es necesariamente negativo, ya que cobran con la derecha y golpean con la izquierda. Son partido en el gobierno, reciben subsidios, derrochan recursos, pero no se comprometen con las instituciones. Esa dualidad hipoteca su credibilidad y su posibilidad de modernizarse.
7. Es por eso que la izquierda en México se ha convertido en un obstáculo para la modernización. Vivimos en medio del chantaje y la simulación. La estructura funciona mediante círculos concéntricos: López Obrador chantajea al ala moderada del PRD, el PRD chantajea al PRI y el PRI chantajea al PAN. El resultado es la inmovilidad. Los delirios del "presidente legítimo" paralizan los acuerdos y traban las reformas. Es, a final de cuentas, un poder de veto muy efectivo. Nada se hace por temor a pagar los costos. Pero los costos no son reales. Son el efecto de campañas orquestadas, mentiras y prejuicios. Lo vimos claramente con la reforma fiscal y lo estamos viendo, de nuevo, con la reforma energética.
8. Lo deseable sería que el PRD superara sus dilemas el próximo 16 de marzo cuando se elija a la nueva dirección nacional. No es, sin embargo, probable que así ocurra. López Obrador y las corrientes que lo siguen no abandonarán el partido. El camino de la ruptura es intransitable para ellos.
No sólo porque no tienen a dónde irse, sino porque las prebendas y privilegios de la marca registrada son muchos. Amén de que se avecina ya la elección intermedia y pelearán por las candidaturas a la Cámara de Diputados.
9. En el PRD anida el huevo de la serpiente. Si López Obrador, como efecto de sus acciones y de otra serie de circunstancias, gana su apuesta, regresará más fuerte y más intolerante. En el ajuste de cuentas con los traidores y con sus enemigos, que lo son también de la patria, será implacable. Quienes piensan que la victoria y el poder lo moderarán se equivocan.
10. Por todo lo anterior es deseable que Jesús Ortega y Nueva Izquierda ganen la elección interna. Su victoria no resolverá los dilemas ni los problemas del PRD, pero su derrota los agravará sin duda alguna.
Ésta es la maldición del Peje sobre los perredistas, sobre la clase política y sobre todos los mexicanos.
Al final, los que pagamos la factura de la irresponsabilidad y la mezquindad de la clase política somos los ciudadanos. De ahí nuestro justificado hartazgo.
Nota.
Comment