Para que lo lean solo los inútiles, porque el grueso de la población no tiene necesidad de ello... saben lo que se está haciendo , porque no son ni tontos ni inútiles.
Al que le quede el saco, que se lo ponga.
Como si se tratara de los bíblicos “Jinetes del Apocalipsis” —guerra, hambre, terremotos y peste, que presagian el fin del mundo—, el gobierno de Felipe Calderón enfrenta inéditos que, para bien o para mal, marcarán su gobierno, si no es que su fin.
Pero nadie en su sano juicio podría festejar —salvo fanáticos lopistas que apuestan a la caída del gobierno de Calderón— que la segunda gestión azul sufra los embates de un puñado de inéditos que amenazan con hacer inviable no sólo la gestión de Calderón, la naciente democracia mexicana, sino el Estado todo.
¿Quién podría celebrar que un gobierno legalmente constituido sea sometido a la desconfianza por odio, a una virulenta guerra contra las mafias del crimen; a las calamidades del hambre y la peste —expresadas por las crisis económica y la epidemia viral—, y a imponderables naturales como temblores y tolvaneras? Ningún mexicano debía celebrar. Pero ese es el imaginario. La realidad muestra que connacionales resentidos, atrapados por el odio político, se muestran felices por las calamidades que se suman a los deberes del gobierno de Calderón.
Y el mejor ejemplo de que la gripe porcina no es la única epidemia que amenaza a importantes sectores sociales, es que el odio incubado desde julio de 2006 aún se expresa en no pocas versiones delirantes que acreditan a Calderón todas las responsabilidades, las fallas, y todas las culpas por la influenza. Y no faltan los que en la irresponsabilidad demencial dicen que se trata de un ardid electorero.
Por lo pronto, y a pesar de errores, deficiencias y dislates, las calamidades que se apilan en el escritorio de la casa presidencial no han dañado de gravedad la nave del nuevo gobierno, como para ponerla en peligro de naufragio; ni el descrédito electoral ni la guerra contra el crimen ni la crisis económica, y menos la epidemia de gripe. Hasta hoy, el gobierno ha resistido. Pero la pregunta es otra: ¿hasta cuando?
En el fondo —y más allá de filias y fobias, de odios y rencores—, lo mejor que podría ocurrir a todos los mexicanos es contar con un gobierno que resista los embates internos y externos; naturales o artificiales —un gobierno fuerte—, ya que en cualquiera de sus formas —por desconfianza, rebase del narcotráfico, debilitamiento por la crisis económica o por una epidemia fuera de control—, la ingobernabilidad es letal para todos. Puede tirar a un gobierno como el de Calderón, pero arrastrará a todo y a todos. Los males, como todos saben, arrancaron el mismo día de la elección de julio de 2006, a la postre la lucha presidencial más cuestionada de la historia —incluso más que la de 1988—, a la que siguió un vergonzoso espectáculo de toma de posesión en el que se debió negociar que radicales amarillos no lanzaran bombas molotov. El gobierno sobrevivió.
De igual manera, también al arranque se reveló como nunca el poder del crimen organizado y su brazo criminal, el narcotráfico, que enseñaron no sólo el rostro de los más poderosos enemigos del gobierno y el Estado, sino flagelos que cabalgan por todo el territorio nacional, a cuyo combate el gobierno federal identificó como “la guerra”, dentro de las prioridades. El gobierno sobrevive, y gana el reconocimiento de propios y extraños.
Luego vino la crisis económica global —que llegó del norte con su cauda de desempleo y desesperanza—, la cual canceló las oportunidades de millones que quedaron no sólo en el desempleo, sino ante el hambre. Y cuando el gobierno de Calderón parecía estabilizar la nave luego de la extraordinaria turbulencia —lo que no quiere decir que haya contenido la crisis—, cayó la peste, en su modalidad de influenza porcina. Y bueno, por fortuna para todos el terremoto y el ventarrón de ayer no pasaron a mayores.
Sin duda existen muchos “hoyos negros” respecto de la capacidad de reacción y responsabilidad del gobierno federal —y de los gobiernos estatales, incluidos el del DF y el mexiquense—, en torno a la epidemia viral que apareció con toda su fuerza en México. Pero, ¿realmente existen puntos de referencia para comparar si esa respuesta fue buena, medio buena, mala o muy mala? Resulta ocioso especular sobre lo que habría hecho otro gobierno.
Lo que sí se sabe es que el gobierno que tenemos, y a pesar de la evidente respuesta tardía —y cuyos efectos mortales están a años luz de otras pandemias—, fue capaz de generar una reacción aceptable y reconocida por todos. Está claro que nada será suficiente ante lo desconocido —como es el caso de la cepa de gripe porcina—, pero también es cierto que nadie puede reclamar acciones contra lo inexistente. Y nos guste o no, el problema no es mayor, gracias a la reacción del Estado. Y el Estado, vale recordarlo, somos todos. Ningún gobierno solo puede con los jinetes apocalípticos.
Ricardo Alemás, El Universal.
Al que le quede el saco, que se lo ponga.
Como si se tratara de los bíblicos “Jinetes del Apocalipsis” —guerra, hambre, terremotos y peste, que presagian el fin del mundo—, el gobierno de Felipe Calderón enfrenta inéditos que, para bien o para mal, marcarán su gobierno, si no es que su fin.
Pero nadie en su sano juicio podría festejar —salvo fanáticos lopistas que apuestan a la caída del gobierno de Calderón— que la segunda gestión azul sufra los embates de un puñado de inéditos que amenazan con hacer inviable no sólo la gestión de Calderón, la naciente democracia mexicana, sino el Estado todo.
¿Quién podría celebrar que un gobierno legalmente constituido sea sometido a la desconfianza por odio, a una virulenta guerra contra las mafias del crimen; a las calamidades del hambre y la peste —expresadas por las crisis económica y la epidemia viral—, y a imponderables naturales como temblores y tolvaneras? Ningún mexicano debía celebrar. Pero ese es el imaginario. La realidad muestra que connacionales resentidos, atrapados por el odio político, se muestran felices por las calamidades que se suman a los deberes del gobierno de Calderón.
Y el mejor ejemplo de que la gripe porcina no es la única epidemia que amenaza a importantes sectores sociales, es que el odio incubado desde julio de 2006 aún se expresa en no pocas versiones delirantes que acreditan a Calderón todas las responsabilidades, las fallas, y todas las culpas por la influenza. Y no faltan los que en la irresponsabilidad demencial dicen que se trata de un ardid electorero.
Por lo pronto, y a pesar de errores, deficiencias y dislates, las calamidades que se apilan en el escritorio de la casa presidencial no han dañado de gravedad la nave del nuevo gobierno, como para ponerla en peligro de naufragio; ni el descrédito electoral ni la guerra contra el crimen ni la crisis económica, y menos la epidemia de gripe. Hasta hoy, el gobierno ha resistido. Pero la pregunta es otra: ¿hasta cuando?
En el fondo —y más allá de filias y fobias, de odios y rencores—, lo mejor que podría ocurrir a todos los mexicanos es contar con un gobierno que resista los embates internos y externos; naturales o artificiales —un gobierno fuerte—, ya que en cualquiera de sus formas —por desconfianza, rebase del narcotráfico, debilitamiento por la crisis económica o por una epidemia fuera de control—, la ingobernabilidad es letal para todos. Puede tirar a un gobierno como el de Calderón, pero arrastrará a todo y a todos. Los males, como todos saben, arrancaron el mismo día de la elección de julio de 2006, a la postre la lucha presidencial más cuestionada de la historia —incluso más que la de 1988—, a la que siguió un vergonzoso espectáculo de toma de posesión en el que se debió negociar que radicales amarillos no lanzaran bombas molotov. El gobierno sobrevivió.
De igual manera, también al arranque se reveló como nunca el poder del crimen organizado y su brazo criminal, el narcotráfico, que enseñaron no sólo el rostro de los más poderosos enemigos del gobierno y el Estado, sino flagelos que cabalgan por todo el territorio nacional, a cuyo combate el gobierno federal identificó como “la guerra”, dentro de las prioridades. El gobierno sobrevive, y gana el reconocimiento de propios y extraños.
Luego vino la crisis económica global —que llegó del norte con su cauda de desempleo y desesperanza—, la cual canceló las oportunidades de millones que quedaron no sólo en el desempleo, sino ante el hambre. Y cuando el gobierno de Calderón parecía estabilizar la nave luego de la extraordinaria turbulencia —lo que no quiere decir que haya contenido la crisis—, cayó la peste, en su modalidad de influenza porcina. Y bueno, por fortuna para todos el terremoto y el ventarrón de ayer no pasaron a mayores.
Sin duda existen muchos “hoyos negros” respecto de la capacidad de reacción y responsabilidad del gobierno federal —y de los gobiernos estatales, incluidos el del DF y el mexiquense—, en torno a la epidemia viral que apareció con toda su fuerza en México. Pero, ¿realmente existen puntos de referencia para comparar si esa respuesta fue buena, medio buena, mala o muy mala? Resulta ocioso especular sobre lo que habría hecho otro gobierno.
Lo que sí se sabe es que el gobierno que tenemos, y a pesar de la evidente respuesta tardía —y cuyos efectos mortales están a años luz de otras pandemias—, fue capaz de generar una reacción aceptable y reconocida por todos. Está claro que nada será suficiente ante lo desconocido —como es el caso de la cepa de gripe porcina—, pero también es cierto que nadie puede reclamar acciones contra lo inexistente. Y nos guste o no, el problema no es mayor, gracias a la reacción del Estado. Y el Estado, vale recordarlo, somos todos. Ningún gobierno solo puede con los jinetes apocalípticos.
Ricardo Alemás, El Universal.
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