En estos ultimos tiempos los pejezoombies y su amo el pejediondo mesias, y los rojetes de pacotilla han estado permanentemente acusando al gobierno de provocar una violencia sin precedente, con miles de muertos como nunca los habia en mexico "todo es culpa del enano del mal y su estupida guerrita contra el narcotrafico" rebuznan...
Y las noticias de ejecuciones parecieran darles las razon, ayer se supo que un grupo de sicarios entro en un centro de rehabilitacion en cd. juarez, alineo contra el paredon a mas de 15 chavos y los ejecutaron, 15 muertos de un solo jalon, hace timepo se encontraron un tiradero de como 20 sujetos en el estado de mexico, unos policias estaban entre los ejecutores, y asi por el estilo...
Esto hace que muchos se espanten y de inmediato califiquen la situacion como "peor que la de colombia", que la del mismo irak y sudafrica, pero ¿con que datos lo hacen??? pos yo crioque con los mismos que la mayoria lo hace; con las noticias del periodico o la tele, es tremendo el escuchar una noticia donde se encuentren cabezas humanas en hieleras y despues el colmo de lo sanguinario y la bestialidad; el pozolero del teo...
En estos dias esta publicado en la revista nexos un articulo CON DATOS acerca de la criminalidad en mexico, no he visto difusion en los medios por lo que de seguro la percepcion de que estamos en medio de una crisis de violencia seguira presente y seguiran creyendo que estamo pior que colombia, pero ahi les va a los pejezoombies del foro, de perdido que en algun lado quede testimonio de un estudio serio, con datos acerca de este fenomeno...
Continua...
Y las noticias de ejecuciones parecieran darles las razon, ayer se supo que un grupo de sicarios entro en un centro de rehabilitacion en cd. juarez, alineo contra el paredon a mas de 15 chavos y los ejecutaron, 15 muertos de un solo jalon, hace timepo se encontraron un tiradero de como 20 sujetos en el estado de mexico, unos policias estaban entre los ejecutores, y asi por el estilo...
Esto hace que muchos se espanten y de inmediato califiquen la situacion como "peor que la de colombia", que la del mismo irak y sudafrica, pero ¿con que datos lo hacen??? pos yo crioque con los mismos que la mayoria lo hace; con las noticias del periodico o la tele, es tremendo el escuchar una noticia donde se encuentren cabezas humanas en hieleras y despues el colmo de lo sanguinario y la bestialidad; el pozolero del teo...
En estos dias esta publicado en la revista nexos un articulo CON DATOS acerca de la criminalidad en mexico, no he visto difusion en los medios por lo que de seguro la percepcion de que estamos en medio de una crisis de violencia seguira presente y seguiran creyendo que estamo pior que colombia, pero ahi les va a los pejezoombies del foro, de perdido que en algun lado quede testimonio de un estudio serio, con datos acerca de este fenomeno...
La (falta de) estadística
Se sabe que México es un país violento. Es uno de los rasgos que aparecen con más frecuencia cuando se trata de definir el carácter nacional: una actitud que se supone fatalista, de una rara familiaridad con la muerte, que se traduce en representaciones jocosas de esqueletos y calaveras. Estilizada, deformada, más o menos pintoresca, la imagen de la muerte se asocia a la imagen del país, como uno de sus rasgos más característicos. Por eso llama mucho la atención que, siendo algo tan sabido y tan característico, no haya más estudios empíricos sobre el fenómeno, dedicados aunque fuera sólo a medir la inveterada violencia nacional: ¿Qué tan violento es México? ¿Es más o menos violento hoy que hace 10, 20 o 50 años?
Esa carencia resulta más extraña todavía porque en la última década la seguridad pública se ha convertido en uno de los temas centrales para la vida pública mexicana: el cambio de siglo se ha vivido en México bajo el espectro de una crisis de seguridad que parece ser más grave cada día que pasa. No sucede sólo en México, por cierto; en todo el mundo los miedos de la Guerra Fría han sido sustituidos por un miedo más o menos difuso hacia la “delincuencia organizada”.1 Pero en México, violento de por sí, según lo que nos dice el sentido común, el fenómeno parece haber alcanzado proporciones epidémicas, y hace años que preocupa especialmente a los expertos en seguridad de Estados Unidos.2
No falta información. Al contrario, la prensa mexicana y la del resto del mundo hace tiempo está saturada de historias, crónicas, reportajes sobre la violencia de los últimos años.3 Hay mucho periodismo y hay también algunos trabajos académicos serios, en particular dedicados al narcotráfico.4 No falta información o, mejor dicho, no faltan explicaciones, opiniones, pero sí se echan de menos los números para apreciar la dimensión del fenómeno.
En 1999, Peter Smith —por ejemplo— hablaba de un “incremento” e incluso “una escalada de violencia” en la década anterior, es decir, a partir de 1990; mencionaba media docena de asesinatos más o menos importantes y se refería a un aumento en la escala y el alcance de los asesinatos “gangsteriles”, pero no aventuraba ninguna cifra.5 John Bailey y Roy Godson, otro ejemplo, editaron un volumen al año siguiente dedicado a explicar el “incremento del crimen y la corrupción” en México en ese mismo periodo: “Lo que comenzó como un problema de aplicación de la ley con respecto al tráfico de drogas a mediados de los ochenta ha venido a ser visto como una amenaza creciente para la seguridad nacional y la gobernabilidad en ambos lados de la frontera”.6 Tampoco hay en su ensayo ni en el resto del libro números que permitan apreciar con claridad la magnitud de la amenaza.7
Los periodistas, como es lógico, suelen ser más estridentes. La comparación con Colombia parece ser irresistible, y siempre hay algún experto que permite el titular que hace falta. Sólo dos o tres ejemplos. A mediados de 2005 La Jornada anunciaba: “México, peor que Colombia”; era una entrevista con un académico colombiano, Jorge Restrepo: “El especialista en narcotráfico en América Latina no se anda con rodeos: hace rato que la violencia en nuestro país rebasó los estándares que el trasiego de drogas dejó en Colombia”.8 En ese mismo año un reportaje de Univision Online, de titular bastante previsible, “La vida no vale nada en Nuevo Laredo”, decía básicamente lo mismo: “México se ha convertido en el país con más muertes violentas este año, ganándole el primer lugar a Colombia”.9 A fines de 2008, Milenio: “La violencia en México supera a la de Colombia hace 20 años”; se atribuye la idea al general colombiano retirado Luis Enrique Montenegro.10
En ninguno de los textos hay cifras, salvo las cuentas que han llevado los propios periódicos sobre asesinatos vinculados al narcotráfico en 2007 y 2008, pero todos transmiten una sensación de seguridad, de quien ha visto los números y los ha comparado con otros. Y si uno se remite al término de comparación que proponen, es posible conjeturar una cifra aproximada, aunque no se mencione de modo explícito en los textos: en Colombia, en los años a que remiten casi todos, entre 1990 y 1993, la tasa de homicidios se situaba entre 75 y 79 víctimas por cada 100 mil habitantes,11 de modo que —de ser cierta la idea que maneja la prensa— la tasa mexicana debería ser al menos de 80 homicidios por cada 100 mil habitantes. Si calculamos a partir de la población del país eso equivaldría a unos 82 mil 400 homicidios sólo en 2005, unos 84 mil en 2008.12
La idea ha pasado a formar parte del sentido común: todos sabemos que es así, México es ya más violento de lo que fue Colombia en sus peores momentos. Y se repite con entera naturalidad. En una audiencia del Comité de Asuntos Judiciales del Senado de Estados Unidos, el 17 de marzo de 2009, una académica mexicana insistía en la comparación en los mismos términos que la prensa: “Durante la administración de [el presidente] Fox, México se convirtió en un país más violento que Colombia”.13 Tampoco ofrecía ninguna cifra como apoyo de su afirmación. Nadie se la pidió, por lo visto, en el Senado estadunidense. El equivalente en México para las tasas colombianas de esos años, de principios del nuevo siglo, ya muy inferiores a las de la crisis de fines de los ochenta, estaría entre 45 mil y 60 mil homicidios anuales.
Algo, sin duda, puede saberse sobre la magnitud del problema, incluso sin contar con estadísticas oficiales. Está, por ejemplo, la Encuesta de victimización y eficacia institucional elaborada por Marcelo Bergman, Rodolfo Sarsfield y Gustavo Fondevila, del CIDE, o la encuesta de población en reclusión de Bergman, Elena Azaola, Ana Laura Magaloni y Layda Negrete.14 Está también la Encuesta nacional sobre inseguridad que levanta anualmente, desde el año 2002, el Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad (ICESI).15 En todos los casos se trata de estimaciones estadísticas a partir de encuestas, es decir, que conviene manejarlas con precaución, pero pueden ofrecer una aproximación bastante razonable. Sobre todo sirven para ver tendencias y patrones.

La imagen que ofrecen esas fuentes es muy distinta de la que se hace la opinión pública a partir de las noticias y comentarios de prensa. En ninguna de las encuestas aparece un panorama alarmante, ni índices excesivos de delitos, ni una escalada de la violencia. Otro tanto sucede con la Encuesta internacional sobre criminalidad y victimización,16 que es mucho más problemática como fuente, por su metodología, pero permite al menos algunos términos de comparación;17 de nuevo, las cifras para México contradicen la idea que nos hemos hecho en los últimos tiempos. En casi todos los cuadros, en comparación con los países industrializados, los índices mexicanos suelen estar cerca del promedio: considerablemente más altos en robo de vehículos y asalto con violencia, algo más bajos en robo simple, agresiones, amenazas y delitos sexuales, y en la tabla de resumen, con un nivel inferior a los de Irlanda, Inglaterra, Nueva Zelanda, Islandia y Holanda.
Los resultados no sólo son contraintuitivos, sino que a primera vista parecen directamente absurdos. Como quiera, con todos los errores que pueda tener, el ejercicio sugiere que los países de la Unión Europea y Estados Unidos son un término de comparación adecuado para México. Sugiere, también, que los estereotipos con que representamos al país pueden estar descaminados.
No hace falta darle muchas más vueltas. Necesitamos información estadística confiable, tan completa como sea posible, para empezar a entender el fenómeno de la delincuencia en México; para saber, al menos, de qué estamos hablando. Y hará falta trabajar las cifras que haya sobre robos, asaltos bancarios, secuestros, lesiones, la información sobre detenidos, consignados y sentenciados. Parece conveniente comenzar por el homicidio, porque las cifras son más seguras.
Se sabe que México es un país violento. Es uno de los rasgos que aparecen con más frecuencia cuando se trata de definir el carácter nacional: una actitud que se supone fatalista, de una rara familiaridad con la muerte, que se traduce en representaciones jocosas de esqueletos y calaveras. Estilizada, deformada, más o menos pintoresca, la imagen de la muerte se asocia a la imagen del país, como uno de sus rasgos más característicos. Por eso llama mucho la atención que, siendo algo tan sabido y tan característico, no haya más estudios empíricos sobre el fenómeno, dedicados aunque fuera sólo a medir la inveterada violencia nacional: ¿Qué tan violento es México? ¿Es más o menos violento hoy que hace 10, 20 o 50 años?
Esa carencia resulta más extraña todavía porque en la última década la seguridad pública se ha convertido en uno de los temas centrales para la vida pública mexicana: el cambio de siglo se ha vivido en México bajo el espectro de una crisis de seguridad que parece ser más grave cada día que pasa. No sucede sólo en México, por cierto; en todo el mundo los miedos de la Guerra Fría han sido sustituidos por un miedo más o menos difuso hacia la “delincuencia organizada”.1 Pero en México, violento de por sí, según lo que nos dice el sentido común, el fenómeno parece haber alcanzado proporciones epidémicas, y hace años que preocupa especialmente a los expertos en seguridad de Estados Unidos.2
No falta información. Al contrario, la prensa mexicana y la del resto del mundo hace tiempo está saturada de historias, crónicas, reportajes sobre la violencia de los últimos años.3 Hay mucho periodismo y hay también algunos trabajos académicos serios, en particular dedicados al narcotráfico.4 No falta información o, mejor dicho, no faltan explicaciones, opiniones, pero sí se echan de menos los números para apreciar la dimensión del fenómeno.
En 1999, Peter Smith —por ejemplo— hablaba de un “incremento” e incluso “una escalada de violencia” en la década anterior, es decir, a partir de 1990; mencionaba media docena de asesinatos más o menos importantes y se refería a un aumento en la escala y el alcance de los asesinatos “gangsteriles”, pero no aventuraba ninguna cifra.5 John Bailey y Roy Godson, otro ejemplo, editaron un volumen al año siguiente dedicado a explicar el “incremento del crimen y la corrupción” en México en ese mismo periodo: “Lo que comenzó como un problema de aplicación de la ley con respecto al tráfico de drogas a mediados de los ochenta ha venido a ser visto como una amenaza creciente para la seguridad nacional y la gobernabilidad en ambos lados de la frontera”.6 Tampoco hay en su ensayo ni en el resto del libro números que permitan apreciar con claridad la magnitud de la amenaza.7
Los periodistas, como es lógico, suelen ser más estridentes. La comparación con Colombia parece ser irresistible, y siempre hay algún experto que permite el titular que hace falta. Sólo dos o tres ejemplos. A mediados de 2005 La Jornada anunciaba: “México, peor que Colombia”; era una entrevista con un académico colombiano, Jorge Restrepo: “El especialista en narcotráfico en América Latina no se anda con rodeos: hace rato que la violencia en nuestro país rebasó los estándares que el trasiego de drogas dejó en Colombia”.8 En ese mismo año un reportaje de Univision Online, de titular bastante previsible, “La vida no vale nada en Nuevo Laredo”, decía básicamente lo mismo: “México se ha convertido en el país con más muertes violentas este año, ganándole el primer lugar a Colombia”.9 A fines de 2008, Milenio: “La violencia en México supera a la de Colombia hace 20 años”; se atribuye la idea al general colombiano retirado Luis Enrique Montenegro.10
En ninguno de los textos hay cifras, salvo las cuentas que han llevado los propios periódicos sobre asesinatos vinculados al narcotráfico en 2007 y 2008, pero todos transmiten una sensación de seguridad, de quien ha visto los números y los ha comparado con otros. Y si uno se remite al término de comparación que proponen, es posible conjeturar una cifra aproximada, aunque no se mencione de modo explícito en los textos: en Colombia, en los años a que remiten casi todos, entre 1990 y 1993, la tasa de homicidios se situaba entre 75 y 79 víctimas por cada 100 mil habitantes,11 de modo que —de ser cierta la idea que maneja la prensa— la tasa mexicana debería ser al menos de 80 homicidios por cada 100 mil habitantes. Si calculamos a partir de la población del país eso equivaldría a unos 82 mil 400 homicidios sólo en 2005, unos 84 mil en 2008.12
La idea ha pasado a formar parte del sentido común: todos sabemos que es así, México es ya más violento de lo que fue Colombia en sus peores momentos. Y se repite con entera naturalidad. En una audiencia del Comité de Asuntos Judiciales del Senado de Estados Unidos, el 17 de marzo de 2009, una académica mexicana insistía en la comparación en los mismos términos que la prensa: “Durante la administración de [el presidente] Fox, México se convirtió en un país más violento que Colombia”.13 Tampoco ofrecía ninguna cifra como apoyo de su afirmación. Nadie se la pidió, por lo visto, en el Senado estadunidense. El equivalente en México para las tasas colombianas de esos años, de principios del nuevo siglo, ya muy inferiores a las de la crisis de fines de los ochenta, estaría entre 45 mil y 60 mil homicidios anuales.
Algo, sin duda, puede saberse sobre la magnitud del problema, incluso sin contar con estadísticas oficiales. Está, por ejemplo, la Encuesta de victimización y eficacia institucional elaborada por Marcelo Bergman, Rodolfo Sarsfield y Gustavo Fondevila, del CIDE, o la encuesta de población en reclusión de Bergman, Elena Azaola, Ana Laura Magaloni y Layda Negrete.14 Está también la Encuesta nacional sobre inseguridad que levanta anualmente, desde el año 2002, el Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad (ICESI).15 En todos los casos se trata de estimaciones estadísticas a partir de encuestas, es decir, que conviene manejarlas con precaución, pero pueden ofrecer una aproximación bastante razonable. Sobre todo sirven para ver tendencias y patrones.
La imagen que ofrecen esas fuentes es muy distinta de la que se hace la opinión pública a partir de las noticias y comentarios de prensa. En ninguna de las encuestas aparece un panorama alarmante, ni índices excesivos de delitos, ni una escalada de la violencia. Otro tanto sucede con la Encuesta internacional sobre criminalidad y victimización,16 que es mucho más problemática como fuente, por su metodología, pero permite al menos algunos términos de comparación;17 de nuevo, las cifras para México contradicen la idea que nos hemos hecho en los últimos tiempos. En casi todos los cuadros, en comparación con los países industrializados, los índices mexicanos suelen estar cerca del promedio: considerablemente más altos en robo de vehículos y asalto con violencia, algo más bajos en robo simple, agresiones, amenazas y delitos sexuales, y en la tabla de resumen, con un nivel inferior a los de Irlanda, Inglaterra, Nueva Zelanda, Islandia y Holanda.
Los resultados no sólo son contraintuitivos, sino que a primera vista parecen directamente absurdos. Como quiera, con todos los errores que pueda tener, el ejercicio sugiere que los países de la Unión Europea y Estados Unidos son un término de comparación adecuado para México. Sugiere, también, que los estereotipos con que representamos al país pueden estar descaminados.
No hace falta darle muchas más vueltas. Necesitamos información estadística confiable, tan completa como sea posible, para empezar a entender el fenómeno de la delincuencia en México; para saber, al menos, de qué estamos hablando. Y hará falta trabajar las cifras que haya sobre robos, asaltos bancarios, secuestros, lesiones, la información sobre detenidos, consignados y sentenciados. Parece conveniente comenzar por el homicidio, porque las cifras son más seguras.
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