Desde la segunda mitad de los 60, las universidades públicas solapan a grupos estudiantiles radicales.
Existen sectores que promueven esa forma de lucha como la solución; algunos en el PRD, corifeos del ‘legítimo’.
Sin duda que algo está mal, si no es que muy mal, cuando nos enteramos que un puñado de cinco jóvenes mexicanos —de los que habrían muerto cuatro— se encontraban en un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) emplazado en territorio de Ecuador, cuando fue atacado por el gobierno colombiano y resultó abatido el número dos de ese grupo guerrillero.
Algo debe estar mal, cuando círculos de la llamada izquierda mexicana —incluidos los medios de comunicación afines a ese sector— guardan un silencio harto sospechoso y nada casual respecto del hecho y de presuntos vínculos de sectores mexicanos con la guerrilla más antigua del continente —pero también la más cuestionada por sus prácticas criminales y porque en todo el mundo se le identifica como un grupo narcoterrorista— y con círculos bolivarianos, el instrumento continental de la dictadura de Hugo Chávez.
Algo anda mal, cuando autoridades de instituciones educativas como la UNAM, Chapingo y el IPN se hacen desentendidas frente a ese ridículo secreto a voces que todos conocen —que en esas y otras instituciones se solapan células vinculadas, ya sea con las FARC, con el EPR, con tal o cual grupo radical, a las que también usan como porros para mantener el control político de los planteles—, pero del que pocos quieren hablar.
Es decir, que frente a los ojos de todos se mueven las células que captan simpatizantes para los grupos radicales, de dentro y de fuera del territorio mexicano, y que al mismo tiempo son sectores de golpeo y presión al servicio de los poderes formales en las instituciones educativas.
Y sin duda que algo está bastante mal, cuando ninguno de los otrora guerrilleros de los años 60 y 70, ni de los líderes del 68 se atreve a decir “esta boca es mía”, respecto a la persistencia de sectores estudiantiles vinculados a grupos guerrilleros como las FARC, y otros.
¿Por qué a nadie parece interesarle el fenómeno político, social, educativo y de poder?
Un par de preguntas que no son ociosas, pero cuya respuesta nos podría dar algunas pistas: ¿Dónde están los hijos de los guerrilleros que sobrevivieron al PRI gobierno en los 60 y 70? ¿Dónde están los hijos de los líderes y activistas del 68 y el 71? Está claro que ninguno de esos hijos o nietos está vinculado a las FARC y menos al EPR, en general a grupos de esa naturaleza. Es más, muchos de esos muchachos ni siquiera pisaron una escuela pública. Y existen casos de hijos de ex guerrilleros y ex militantes del 68 que fueron mandados a estudiar a las más caras escuelas privadas de Estados Unidos y/o Europa.
Pero no se malinterprete cuando proponemos que “algo está mal” o “muy mal” en México —en su sistema político, de partidos, educativo, laboral...—, a partir del descubrimiento de vínculos de jóvenes mexicanos con las FARC y de la muerte de por lo menos cuatro de ellos en el ataque de la Policía y el Ejército colombianos al campamento de las FARC.
No, no se trata de escandalizarse por que en algunos de los centros de educación pública más importantes del país se expresen y practiquen en toda su pluralidad y sus tonalidades las ideas y afinidades políticas.
En efecto, desde los años 60 las instituciones públicas de educación superior, sobre todo la UNAM y el IPN han sido las más importantes canteras para reclutar cuadros —no sólo para el PRI, el PAN y antecedentes de lo que hoy es el PRD en la actividad político partidista, sino de grupos radicales de derecha y de izquierda, como el Muro, Dhiac, Yunque, en el caso de los primeros, y para los grupos guerrilleros emparentados con la izquierda, en el de lo segundos —, como también está claro que la derecha y la derecha extrema crearon sus propias universidades para formar sus cuadros, que de tanto en tanto aparecen, no en campamentos guerrilleros al sur del continente, sino como jefes de poderosos corporativos multinacionales que, al mismo tiempo, son guardianes celosos de su ideología.
El problema no está en el derecho que tiene todo joven o estudiante universitario de creer y poner en práctica la tendencia ideológica, partidista o religiosa que le plazca, le convenza o le convenga. Tampoco está en cuestión el viejo dilema de la libertad de cátedra, o el asunto de la gratuidad educativa. Y menos se discute si cinco o 50 jóvenes son pocos o muchos para estar en una causa como la de las FARC, y/o morir por esa causa.
No, el problema está en esa doble moral que muestran los actores políticos y sociales vinculados con el asunto, y el engaño colectivo que pretenden recetarle a la sociedad, una vez descubierto lo que es un secreto a voces.
Primero, todo aquel que haya cursado la preparatoria, la vocacional, o una carrera de nivel superior en la UNAM o el IPN, sabe que desde la segunda mitad de los años 60 y hasta la fecha, esas instituciones han tenido y tienen —solapan y patrocinan— grupos estudiantiles radicales vinculados con sectores guerrilleros. No pocos de esos grupos son utilizados para fines políticos y/o partidistas.
¿Alguien se ha preguntado, por ejemplo, por qué se mantienen bajo control los conflictos universitarios en la UNAM y el IPN? Pues sí, porque se reparten cuotas, posiciones y hasta espacios físicos. Las FARC, el EPR y otros grupos tienen sus representaciones en facultades y escuelas, a los ojos de todos.
¿Por qué vincularse con las FARC o con los círculos bolivarianos?, cuando todos saben que en el primer caso se trata de un grupo terrorista que vive del narcotráfico, que nada tiene que ver con una concepción de izquierda democrática; mientras que el segundo, no es más que un dictador aldeano.
Pues jóvenes como los que murieron en el campamento de las FARC en Ecuador se vinculan con las FARC y el chavismo porque en México existen sectores que promueven, patrocinan y difunden esa forma de lucha como la solución a los problemas de millones de pobres. Y sí, algunos de esos sectores están en el PRD y son corifeos del legítimo.
Algo está mal, sin duda, porque son muchas las señales de que algunos sectores nos quieren llevar al pasado. Y el predominio de esa tendencia no es más que una señal de que no está lejos el posible fracaso de la democracia en México. Y eso no es poca cosa.
Existen sectores que promueven esa forma de lucha como la solución; algunos en el PRD, corifeos del ‘legítimo’.
Sin duda que algo está mal, si no es que muy mal, cuando nos enteramos que un puñado de cinco jóvenes mexicanos —de los que habrían muerto cuatro— se encontraban en un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) emplazado en territorio de Ecuador, cuando fue atacado por el gobierno colombiano y resultó abatido el número dos de ese grupo guerrillero.
Algo debe estar mal, cuando círculos de la llamada izquierda mexicana —incluidos los medios de comunicación afines a ese sector— guardan un silencio harto sospechoso y nada casual respecto del hecho y de presuntos vínculos de sectores mexicanos con la guerrilla más antigua del continente —pero también la más cuestionada por sus prácticas criminales y porque en todo el mundo se le identifica como un grupo narcoterrorista— y con círculos bolivarianos, el instrumento continental de la dictadura de Hugo Chávez.
Algo anda mal, cuando autoridades de instituciones educativas como la UNAM, Chapingo y el IPN se hacen desentendidas frente a ese ridículo secreto a voces que todos conocen —que en esas y otras instituciones se solapan células vinculadas, ya sea con las FARC, con el EPR, con tal o cual grupo radical, a las que también usan como porros para mantener el control político de los planteles—, pero del que pocos quieren hablar.
Es decir, que frente a los ojos de todos se mueven las células que captan simpatizantes para los grupos radicales, de dentro y de fuera del territorio mexicano, y que al mismo tiempo son sectores de golpeo y presión al servicio de los poderes formales en las instituciones educativas.
Y sin duda que algo está bastante mal, cuando ninguno de los otrora guerrilleros de los años 60 y 70, ni de los líderes del 68 se atreve a decir “esta boca es mía”, respecto a la persistencia de sectores estudiantiles vinculados a grupos guerrilleros como las FARC, y otros.
¿Por qué a nadie parece interesarle el fenómeno político, social, educativo y de poder?
Un par de preguntas que no son ociosas, pero cuya respuesta nos podría dar algunas pistas: ¿Dónde están los hijos de los guerrilleros que sobrevivieron al PRI gobierno en los 60 y 70? ¿Dónde están los hijos de los líderes y activistas del 68 y el 71? Está claro que ninguno de esos hijos o nietos está vinculado a las FARC y menos al EPR, en general a grupos de esa naturaleza. Es más, muchos de esos muchachos ni siquiera pisaron una escuela pública. Y existen casos de hijos de ex guerrilleros y ex militantes del 68 que fueron mandados a estudiar a las más caras escuelas privadas de Estados Unidos y/o Europa.
Pero no se malinterprete cuando proponemos que “algo está mal” o “muy mal” en México —en su sistema político, de partidos, educativo, laboral...—, a partir del descubrimiento de vínculos de jóvenes mexicanos con las FARC y de la muerte de por lo menos cuatro de ellos en el ataque de la Policía y el Ejército colombianos al campamento de las FARC.
No, no se trata de escandalizarse por que en algunos de los centros de educación pública más importantes del país se expresen y practiquen en toda su pluralidad y sus tonalidades las ideas y afinidades políticas.
En efecto, desde los años 60 las instituciones públicas de educación superior, sobre todo la UNAM y el IPN han sido las más importantes canteras para reclutar cuadros —no sólo para el PRI, el PAN y antecedentes de lo que hoy es el PRD en la actividad político partidista, sino de grupos radicales de derecha y de izquierda, como el Muro, Dhiac, Yunque, en el caso de los primeros, y para los grupos guerrilleros emparentados con la izquierda, en el de lo segundos —, como también está claro que la derecha y la derecha extrema crearon sus propias universidades para formar sus cuadros, que de tanto en tanto aparecen, no en campamentos guerrilleros al sur del continente, sino como jefes de poderosos corporativos multinacionales que, al mismo tiempo, son guardianes celosos de su ideología.
El problema no está en el derecho que tiene todo joven o estudiante universitario de creer y poner en práctica la tendencia ideológica, partidista o religiosa que le plazca, le convenza o le convenga. Tampoco está en cuestión el viejo dilema de la libertad de cátedra, o el asunto de la gratuidad educativa. Y menos se discute si cinco o 50 jóvenes son pocos o muchos para estar en una causa como la de las FARC, y/o morir por esa causa.
No, el problema está en esa doble moral que muestran los actores políticos y sociales vinculados con el asunto, y el engaño colectivo que pretenden recetarle a la sociedad, una vez descubierto lo que es un secreto a voces.
Primero, todo aquel que haya cursado la preparatoria, la vocacional, o una carrera de nivel superior en la UNAM o el IPN, sabe que desde la segunda mitad de los años 60 y hasta la fecha, esas instituciones han tenido y tienen —solapan y patrocinan— grupos estudiantiles radicales vinculados con sectores guerrilleros. No pocos de esos grupos son utilizados para fines políticos y/o partidistas.
¿Alguien se ha preguntado, por ejemplo, por qué se mantienen bajo control los conflictos universitarios en la UNAM y el IPN? Pues sí, porque se reparten cuotas, posiciones y hasta espacios físicos. Las FARC, el EPR y otros grupos tienen sus representaciones en facultades y escuelas, a los ojos de todos.
¿Por qué vincularse con las FARC o con los círculos bolivarianos?, cuando todos saben que en el primer caso se trata de un grupo terrorista que vive del narcotráfico, que nada tiene que ver con una concepción de izquierda democrática; mientras que el segundo, no es más que un dictador aldeano.
Pues jóvenes como los que murieron en el campamento de las FARC en Ecuador se vinculan con las FARC y el chavismo porque en México existen sectores que promueven, patrocinan y difunden esa forma de lucha como la solución a los problemas de millones de pobres. Y sí, algunos de esos sectores están en el PRD y son corifeos del legítimo.
Algo está mal, sin duda, porque son muchas las señales de que algunos sectores nos quieren llevar al pasado. Y el predominio de esa tendencia no es más que una señal de que no está lejos el posible fracaso de la democracia en México. Y eso no es poca cosa.